Faustino Sánchez | Out 1, noli me tangere. Prender la vida. Sensaciones y deslumbramientos 5 semanas y 12 horas después de un visionado



Jacques Rivette | Out 1, noli me tangere

Con fecha y hora, solo podía ser así como escribiera. Pasé unos días abducido, con dificultad para ver otras películas y con la sensación de que el cerebro, prendido por la emoción,  se me había vuelto tan líquido que las ideas y sensaciones se entrecruzaban de manera cambiante y caótica. Necesitaba escribir algo, lo necesitaba compulsivamente, pero sabía que en cada momento mis palabras sonarían diferentes, porque la película me había llegado por una vía tan íntima que mis propias vivencias, nimias y cotidianas, siempre iban a continuar modificándola. Era imposible escribir sobre esta película. Pero también era imposible no hacerlo. Así que llegué a una conclusión: Out 1 es una película de la que solo puedo escribir anteponiendo la fecha y la hora. Hace cinco semanas y doce horas que pude ver la película, después de años de anhelo, y solo puedo decir, aparte de que ha superado con creces el difícil muro de las expectativas desaforadas, que en cada uno de estos 35 días la película ha ido mutando, abriéndose, replegándose, revelando destellos en paredes que se veían mate y encontrando recovecos desde los que observar la vida en fascinado silencio. Las 13 horas de duración de la película no son nada comparadas con el tiempo que ella está pasando en mí.


La fascinación por Out 1 llegó desde el primer momento, cuando sus pequeños elementos, las pequeñas historias que iban asomando se moldeaban como el barro en el torno del alfarero, cogiendo forma lentamente pero girando a gran velocidad. E igual que nos quedamos fascinados ante esa vasija cuya figura cambia, se asoma y se esconde bajo el movimiento de los dedos del artesano, en Out 1 las imágenes, girando implacables al ritmo de la vida, modelan una obra cuya complejidad nunca es artificiosa, sino que se va alimentando de pequeños detalles, de combinaciones y permutaciones, de reflejos, misterios y dobles fondos.


Y pienso: una película improvisada, natural, llena de hilos narrativos dispersos, ¿puede ser al mismo tiempo perfectamente matemática, estructurada y conexa?



Belleza fractal


En efecto, casi desde el principio de la película, conforme iba avanzando, no dejaba de venirme a la cabeza la belleza de los fractales. El punto de partida es breve, sencillo. Dos compañías de teatro, encabezadas (si es que podemos decir que tienen cabeza visible) por Lili (Michèlle Moretti) y Thomas (Michael Lonsdale), y dos outsiders solitarios, Colin (Jean-Pierre Léaud) y Frédérique (Juliette Berto). Esas son las primeras piezas. Conjunto no conexo para empezar. Pero esos núcleos de acción empiezan a crecer. O más que crecer, se van desparramando. ¿Caóticamente? Puede parecerlo, pero cada uno de esos hilos crecía en mi cabeza con una simetría perfecta, tanto conceptual como narrativa y temporalmente. Poco a poco iban apareciendo nuevos nombres, al tiempo que cada una de las piezas ganaba consistencia (gracias a la manera de tratar el tiempo de Rivette y de ir involucrándose con los personajes) pero también área, superficie ocupada. Pronto estas superficies empiezan a juntarse, se lanzan hilos entre ellas. Las partes del conjunto no conexo, que crecían a la par con gran belleza, se comunican sin fagocitarse y sin perder la riqueza de su aparente caos interno. Y de repente vemos que lo que tenemos delante es un maravilloso mapa. El conjunto ha pasado a ser conexo y entrecerrando los ojos vislumbramos un fractal.


En cualquier película resulta difícil recordar los nombres de sus personajes principales (y más cuando son muchos) al cabo de dos, tres días o una semana. Sin embargo, con Out 1 pasa al contrario: tras tantas horas tan intensas con ellos, se quedan para siempre, y lo difícil es, precisamente, intentar olvidar quién era cada uno. Pasamos todos a formar parte de una familia, de una madeja perfectamente entrelazada de pasiones auténticas. Entonces, varias semanas después de ver la película, decido dibujar el árbol de relaciones de mi nueva familia. Pero decido hacerlo en dos partes, para revivir esas sensaciones de creciente armonía geométrica, de ataraxia de las estructuras.


Jacques Rivette | Out 1, noli me tangere

Hasta ese punto, la película, construida en torno a sus cuatro polos, había ido creciendo mediante el caos interior (ese que viene del misterio, o viceversa) y el orden exterior. Y descubro, efectivamente, que podría tratarse de un fractal. Con su simetría perfecta, su área acotada, su longitud infinita, su sencillez de elementos, su minimalismo de base transformado en maximalismo cuando, únicamente, hemos llegado a la octava iteración, una por cada capítulo que nos plantea Rivette, una por cada salto de personajes. Nunca se había llevado tan lejos ese proceso fractal en un cine eminentemente narrativo, y quizás por eso nunca la belleza de una película nos había llegado tan adentro.


Jacques Rivette | Out 1, noli me tangere

¿Cómo es posible que una película tan libre sea a la vez tan perfecta?, pienso a cada momento. Pero poco a poco las interrelaciones entre los personajes abandonan todo simulacro de perfección, se lanzan a la vida, y casi todos se cruzan entre ellos, de manera directa o indirecta, y entonces veo que cualquier intento de condensarlo en un esquema simple y compacto está condenado al fracaso, porque la maraña se dispara, así que opto por trazar las líneas que más me marcan, que me dibujan rutas laberínticas que seguir, caminos que recorrer. Afortunadamente, seguro que dentro de una semana estas rutas habrán mutado y existirán nuevas aventuras que vivir. Y sin embargo, incluso dentro del caos, dentro de esta simetría rota desde dentro de la vida, una cierta sensación de orden y de armonía permanece. Quizás más armonía cuanta más ruptura de los lazos iniciales.



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Solitarios y colectivos


Como en todo el cine de Rivette, nos sentimos libres porque cada espacio recorrido por la película es un terreno vivido. La ciudad es un tablero de juego; el escenario, una expresión de liberación colectiva; la habitación, un universo que recorrer. ¿Quién no ha jugado peligrosamente con cuchillos en la soledad de su cuarto evocando en cada filo una ilusión perdida, una evanescencia desperdiciada? ¿Quién no ha fantaseado con que un golpe de azar decidiera su próxima acción lanzando al aire un amuleto cualquiera, ya sea una moneda de la suerte o un llavero de la Torre Eiffel? Frédérique coquetea con el peligro en su ámbito privado, pero también en el público, donde vive de pequeños robos, estafas y trapicheos, exponiéndose a castigos, a palizas, e incluso a la muerte. Colin, por su parte, no solo deshoja la margarita de su vida a través del azar; es un detective, un rastreador inclemente que vive de acertijos caídos del cielo y de acumular pesquisas. Ambos son exploradores, aventureros que recorren el mundo alrededor de su cuarto, como Xavier de Maistre, pero que también se encuentran a ellos mismos recorriendo la ciudad, abordando a extraños con sus maneras bruscas, poco diplomáticas, valiéndose de disfraces (Colin de sordomudo, Frédérique de chico) para superar su timidez. Pero uno de ellos permite que emerja el lado intrépido de la vida y el otro el lado inquisitivo. ¿No se articula el progreso en torno a estas dos dimensiones, la curiosidad y el riesgo? ¿No tenemos todos, en cierto modo, ambos registros, que son los que nos permiten avanzar combatiendo nuestros miedos y demonios? Si la vida es un misterio, sobrevivir supone adentrarnos cada día un poco más, con una vela incandescente, en ese agujero oscuro. El cine es esa vida, ese misterio. Y quizás ese agujero oscuro no tenga final, pero tiene preciosas pinturas en las paredes, que podemos vislumbrar acercando nuestra vela, que protegemos con el hueco de una mano, parándonos a mirar sin consultar el reloj y sin prisa por pasar a la siguiente etapa. Out 1 no tiene prisa, y ahí radica también parte de su grandeza, en ese embelesamiento ante lo bello, que no necesariamente es pulcro ni bien decorado, y que presenta grietas y goteras. Por fortuna, a veces esas grietas son suficientemente anchas como para poder asomarnos, para dibujar un más allá e incluso para colarnos sin que la humedad apague nuestra llama. En algunas de esas bifurcaciones encontramos la amistad y el amor, que nunca es un destino final, sino un maravilloso interludio, en otras encontramos el arte, que puede que tampoco sea distinto del amor, y en otras nos topamos con la geografía de los mapas, con tenderos que esconden milagros, con cajones de doble fondo o con cartas conspiratorias; pero al final descubrimos que unas grietas nos llevan a otras, que todos los universos son uno, todos los paseos un único deslizamiento, todos los suspiros respiraciones encadenadas, y es la mirada, no necesariamente visible, la que nos lleva de la mano en este recorrido imposible.


Jacques Rivette | Out 1, noli me tangere

Buena parte de la grandeza de Out 1 está en que, gracias a que su suspense emerge de su misterio, y no al revés como ocurre en buena parte del cine clásico, cada personaje puede ser tratado con una transparencia y una sinceridad que no son únicamente fruto de las técnicas improvisatorias de Rivette y el resto del equipo, sino también de la mirada del cineasta, de unos encuadres justos y profundamente humanos y de una correlación entre planos que va más allá de la habitualmente comentada adyacencia. Si Kuleshov demostró que un plano modifica a su adyacente dando lugar a una tercera realidad diferente de las representadas autónomamente por cada uno de ellos, en películas como Out 1 vemos que un plano no modifica al siguiente, sino a todos los demás de la película, tanto anteriores como posteriores, y que la manera en que este interviene en el conjunto está directamente relacionada con su contenido y su duración. Buena parte de la fascinación a la que el cine nos somete procede de la tensión entre opuestos, entre ideas supuestamente antagónicas, ya sea la dupla tiempo real-elipsis o la conjugación de lo que se ve, en su acepción más materialista, y lo que queda fuera de cuadro. La presencia de planos como los de Colin sellando sobres con su tampón de tinta, uno a uno en incesante rutina, no solo fascina por su minuciosidad serena, sino que modifica tanto nuestras percepciones sensoriales del ritmo como las ideas que asociamos al propio personaje de Colin, que a lo largo de la película mutarán y nos harán cuestionarnos tanto el grado de significación de todo aquello que vemos en un mundo de apariencias como las (im)posibilidades (y necesidad) de aprehender la complejidad del mundo.


Rivette cuenta esa rutina de Colin como una historia con entidad narrativa propia que fragmenta, en el primer capítulo de la película, en cuatro pequeñas secuencias repartidas en los minutos 30, 39, 50 y 82. Las tres primeras están resueltas en respectivos planos secuencia. Las dos primeras son breves insertos de unos 20 segundos; en la primera, Colin alinea de manera perfecta y simétrica todos los sobres y empieza a sellarlos con el tampón; en la segunda sigue sellando sobres y creando la ilusión de una rutina infinita. La tercera secuencia, de algo más de minuto y medio, mantiene la escala del plano, pero muestra ya al completo la rutina y no solo alguna de sus partes: “sellar sobres” / “arrancar páginas de libro” / “doblar páginas de libro e introducirlas en los sobres” / “chupar el pegamento de los sobres y cerrarlos”. Colin efectúa esos cuatro bloques de pequeñas acciones de manera repetitiva, como si estuviera en una cadena de montaje, de manera que se puedan mecanizar y pierdan su significado original. De esta forma, la acción gana rapidez y abstracción y el movimiento y el gesto pasan a ser lo primordial. Esto queda ratificado en la cuarta secuencia, en este caso de algo menos de un minuto de duración, esta vez fragmentada en dos planos y cambiando la escala a un primer plano, que empieza en el rostro de Colin mientras sella sobres y se desliza hasta su mano con el tampón. Pasamos del rostro, de la expresión y el gesto, a la pura materialización de la acción. Inmediatamente, Rivette corta magistralmente pasando de nuevo, abruptamente, al rostro de Colin. El deslizamiento de la cámara del plano inicial ha dado lugar a un golpe seco. Si bien a lo largo de todo el primer capítulo de Out 1 los cuerpos en el espacio son el principal objeto de estudio y deseo de Rivette, en esta pequeña línea fractal se torna fundamental la dialéctica rostro-acción, la expresión de una cabeza que ha dejado de pensar en la propia acción que realiza pero que, sin embargo, no se ha convertido en un robot, porque ahí está la expresión del rostro para recordarlo.



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Estas imágenes resuenan durante toda la película, van modificando aquello sobre lo que aparentemente podría no tener influencia y crean un todo que sigue en permanente mutación también después del término de la película. Una película sobre fantasmas, apariciones, personajes que vagan y personajes que nunca se llegan a ver. Una película que también se convierte en un fantasma, el más feliz de los compañeros de viaje invisibles que nos acompañarán a lo largo de nuestra vida.


Pero la película no se centra únicamente en la soledad (que no individualidad, ya que Out 1, entre otras muchas cosas, es un canto a lo fraternal y a lo colectivo), y no solo porque, ya desde el inicio, se planteen hilos narrativos paralelos asociados a la colectividad: las compañías de teatro. Suele ser recurrente comentar la tensión dual entre polos contrapuestos, pero en este caso, más que tensión, lo que se puede ver entre las escenas colectivas y las de individuos en soledad es un fluir equilibrado. Rivette no plantea estas dos ideas como opuestos, sino que dialogan entre ellas. Una parte descarga a la otra y viceversa. Lo colectivo necesita también de la soledad, y por eso las narraciones en contrapunto, las dos solitarias y las dos colectivas, no chocan, sino que se deslizan y van confluyendo. Los planos chocan entre ellos para cargarse de emoción y significado, pero las ideas fluyen, llevan unas a las otras, se realimentan, se acompañan. Las historias colectivas van descomponiéndose en pequeñas historias individuales mientras las historias de los outsiders van poco a poco integrándose en un cuerpo orgánico colectivo.


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Iconos, máscaras, luz


Vista hoy en día (aunque probablemente también en su momento, dado que se trataba ya de 1971), la presencia de Jean-Pierre Léaud puede ser peligrosa. Léaud ya no es solo un actor, es un símbolo de muchas cosas. Y hoy no se trata, como en aquel momento, únicamente de la Nouvelle Vague, de las películas de Antoine Doinel o de las últimas obras de la primera etapa de Godard; ahora Léaud también es el Alexander de La mamá y la puta o el personaje ya icónico de las películas de Kaurismaki, Assayas, Bonnello o Tsai Ming Liang (no tanto Garrel, cuyo enfoque es distinto y también nos permite ver más allá del actor). Parece un actor cuyo significado haya sido vaciado y no pueda llenarse con ningún personaje. Y sin embargo, en Out 1 vemos a Colin, nunca a Léaud, vemos a ese detective sordomudo que, como buen personaje decimonónico, a la manera de Chesterton, va dejando caer sus disfraces y sus simulacros y va revelando una autenticidad que siempre estuvo presente. Quizás sea ese inicio fulgurante de su personaje, con su divertido “terrorismo de armónica”, estampando tampones de tinta en sus sobres como una letanía precisa e implacable, lo que nos libera de su carga simbólica, que estalla definitivamente cuando se deshace de su disfraz de sordomudo, algo que desde el principio sospechábamos pero de lo que necesitábamos confirmación.


Conforme van cayendo las máscaras de Out 1 también abandonamos las nuestras como espectadores. Nos damos cuenta de que el disfraz parte de uno mismo, que es necesario conocerlo para conocernos, y que cuando surge lo espontáneo detrás de lo articulado descubrimos la mayor belleza de  la vida. Romper el orden es crear un nuevo orden. Descubrir es crear, formar nuevas realidades. Ante nosotros, realidades de luz, de parpadeo. Miramos igual que acariciamos, sonreímos como si nunca antes hubiéramos vivido.


Jacques Rivette | Out 1, noli me tangere

Siempre he sentido predilección por las películas nocturnas, aquellas en las que asociamos la oscuridad con los callejones, el misterio, la intriga y las bajas pasiones. En esta ocasión, Rivette conserva lo mejor de estas películas, el misterio (en sus imágenes) y la intriga (en su trama), pero haciendo una película rebosante de luminosidad, donde el día está omnipresente, la luz de las calles o el arrollador resplandor de un rostro, mientras la oscuridad, la noche, se repliegan a los interiores llevándose la gracia de la luz, horadando intimidades, logrando cotas de sinceridad entre unos personajes que se abren tanto que parecen nuestros compañeros y compañeras de toda una vida. En Out 1, los laberintos diurnos sonríen afablemente en habitaciones nocturnas. Hay ternura, hay una atmósfera que consigue que un suspiro inaudible quiebre el vidrio más austero. Hay magia sin trucos y música sin órganos. Hay gente que ha vivido y gente que puede sentirlo. Han pasado 3 años desde Mayo del 68. No se menciona, pero se ve en esas miradas perdidas que para sobrevivir se agarran al amor, al juego de pupilas brillantes, a los latidos a distancia, a la fraternidad. Un par de años después Jean Eustache cogería el lazo con el que iba a estrangular al fantasma. Y quizás también a sí mismo. Nosotros, que vivimos el 15-M, seguimos errantes pensando de vez en cuando en aquella sombra, pero sintiendo continuamente su presencia. Han pasado casi 6 años. La intensidad de un instante, bien real, bien inventada, hipoteca el resto de una vida. No nos importa, nos queda el refugio del cine, el amor y el juego. Quizás sea todo lo mismo, quizás volvamos a intentarlo. Quizás Out 1 nos dé la fuerza.



Jacques Rivette | Out 1, noli me tangere

Faustino Sánchez



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