Breve introducción al nunsploitation | por Juan Alcudia

Noribumi Suzuki | Seiju gakuen

Los orígenes del cine exploitation se remontan a la segunda década del siglo pasado. El periodo clásico comienza en 1919 y concluye en 1959. Ese año Russ Meyer estrena The immoral Mr. Teas. La película marca un antes y un después en el cine de las productoras independientes. Comienzan con ella las nudies, caracterizadas por los desnudos femeninos en pantalla con el único fin de engordar la taquilla. Será Herschell Gordon Lewis quien dé el paso siguiente en la configuración de la identidad de las exploits modernas. Por aquel entonces la exhibición de escenas de sexo explícito estaba prohibida. En una intuición genial, Lewis encuentra otro elemento con un poder de atracción igual o mayor al del sexo: la violencia. En 1963 rueda Blood feast; el gore ha nacido. La combinación de sexo y violencia será sobre la que se cimente en la década de los setenta el cine de terror independiente y, por ende, el nuevo exploitation.


Es necesario diferenciar entre el exploitation clásico y este que surge al amparo de los nuevos tiempos. Para empezar, debemos aclarar que exploitation no equivale a cine pornográfico ni tampoco a la serie B. A diferencia del primero, las primeras exploitation no mostraban material ilegal o prohibido, sino simplemente inmoral y de dudoso gusto. A diferencia de la segunda, no hay grandes estudios que las respalden, su contenido es mucho más limitado y sus circuitos de distribución de escaso alcance. Si tuviéramos que definir el espíritu del cine exploitation, diríamos que consiste en conseguir la mayor cantidad de público posible recurriendo a los reclamos publicitarios más sensacionalistas e invirtiendo en el proceso de producción el menor tiempo y dinero. Bajo la supuesta intención aleccionadora y moralista de sus películas, el exploitation abordaba temas que ninguno de los grandes estudios de Hollywood se atrevía a tocar: el aborto, las enfermedades venéreas, la drogadicción y todo aquello relacionado con la higiene sexual. A menudo se recurría a material documental y se intercalaba con escenas rodadas en estudio. Atendiendo a algunos de los testimonios escritos de la época, el impacto que estas producciones produjeron en los espectadores debió de ser notable: cesáreas, abortos, miembros sexuales afectados por la sífilis o por la gonorrea eran mostrados de forma explícita. Ninguno de estos contenidos guarda demasiada relación con el cine que décadas más tarde recibió la misma denominación. Hay un dato aún más importante, las exploitation clásicas tenían su propio circuito de distribución. Este rara vez pasaba por las mismas salas en las que se proyectaban las producciones de Hollywood. Muy al contrario, de cada exploitation no se hacían más de dos docenas de copias, y estas se solían mostrar en poblaciones pequeñas, con frecuencia aprovechando el tirón de alguna feria local. Eran transportadas, publicitadas y comercializadas por pequeños comerciantes que aunaban en una sola persona la figura del showman, el empresario y el feriante ambulante. La década dorada de la segunda generación de exploitation, es decir, los setenta, vio algo similar, aunque demasiado remoto como para compararse. Al margen de los autocines como espacio fundamental para la exhibición de los herederos de Lewis y Meyer, existió en Nueva York un circuito de salas, los grindhouse, localizado en la Calle 42 y sus alrededores, que la nostalgia y el tiempo han convertido en algo así como la meca del cine exploitation. En aquel lugar la prostitución, los sex-shops y los locales de dudosa moral convivían con un considerable número de salas de cine en las que se podía ver lo último y más atrevido del cine independiente.


Noribumi Suzuki | Seiju gakuen

En Europa el cine sigue su propio recorrido. En vísperas de los setenta todo se vuelca. Es la eclosión del cine de género de la mano de cineastas como Jesús Franco, Jean Rollin, Mario Bava, Walerian Borowczyk o Robbe-Grillet entre otros muchos. Títulos como Los ojos sin rostroLa máscara del demonio o las primeras películas de Rollin marcan el devenir del género fantástico en el continente. Hay en él un predominio de la forma sobre el contenido, de la estética sobre la coherencia argumental. Al recuperar el cine fantástico, los europeos continentales vuelven la vista hacia el valioso legado del cine expresionista de principios de siglo. En los setenta, con la relajación de la censura a nivel global, se permiten grandes dosis de sexo y violencia.  A menudo, lo vulgar se mezcla con lo sublime, el erotismo con la pornografía y la violencia con el sadismo. Los Fulci, D´Amato o Franco son paradigmas del director todoterreno fruto de aquella época, curtido en todos los géneros, en todas las circunstancias y en todas las geografías, y con una amplia filmografía a sus espaldas.        


Las nunsploitation son una creación del viejo continente, una de las muchas variantes del sufijo y de la filosofía exploit aplicados a los temas más descabellados.  Si bien es cierto que el nunsploitation tiene su origen más inmediato y reconocible en las nazisploitation y en el cine de mujeres encarceladas (women in prison), no lo es menos que es un producto eminentemente europeo. Las nunsploitation se producen en su mayoría durante la década de los setenta en Italia, pero también en otras latitudes más impensables como Japón, México, Brasil, Grecia o Filipinas. Al igual que el mondo, el spaghetti western o las zombisploitation, se trata de un subgénero inequívocamente italiano. Su esplendor le llega durante la citada década al abrigo de los filone, es decir, la producción masiva de películas pertenecientes a un determinado género en boga, llámese peplum, giallo o bélico. En común con las nazisploitation y las women in prison tiene el punto de partida: un grupo de mujeres confinadas en un espacio reducido del que no pueden salir. Las nunsploitation vendrían a variar el desarrollo según una serie de factores, por un lado, la naturaleza y el potencial del propio material que se maneja, que está directamente relacionado con lo sacro, por otro, las fuentes literarias e históricas de las que a menudo beben: el célebre episodio histórico de la monja de Monza, el Decameron de Boccacio, los Diálogos de Pietro Aretino o La religiosa de Denis Diderot.



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Noribumi Suzuki | Seiju gakuen

En lo fílmico, algunos precedentes pueden encontrase en Haxan (1922), Narciso Negro (1947) o Madre Juana de los ángeles (1961). Sin embargo, se tiene de común acuerdo que el pistoletazo de salida lo da Ken Russell con Los demonios (1971), el nunsploitation por excelencia. La película se estrena en medio de un gran escándalo a nivel mundial. Es censurada y prohibida en varios países y condenada públicamente por la iglesia. Russell no llegaría a ver su obra editada en su versión íntegra en vida. Como buena parte de su filmografía, combina lo sublime y lo obsceno, la belleza y lo repulsivo, lo sacro y lo pornográfico. Para la posteridad queda la interpretación de Oliver Reed, tal vez la mejor de su carrera, el diseño de escenarios de un joven Derek Jarman, y algunas de las escenas más memorables e impactantes de la filmografía del autor. Russell se basó en Los demonios de Loudon de Aldous Huxley, al igual que la citada Madre Juana de los ángeles, para componer su obra.


A raíz del escandaloso éxito de Los demonios, fueron muchos los productores que se apresuraron a producir sus propias películas de monjas pecaminosas. Los italianos fueron los más adelantados, seguidos muy de cerca por los japoneses. No debe sorprender este último hecho pues, en el caso de los nipones, las nunsploitation se integran perfectamente en el cauce del pinku eiga, que por aquel entonces vive su esplendor. Sorprende en estas producciones el uso recurrente de la imaginería sadomasoquista y de los castigos corporales. Seiju gakuen (1974), de Noribumi Suzuki, tal vez el mejor nunsploitation rodado en aquellas latitudes, ejemplifica lo dicho. El contexto religioso se convierte en un mero pretexto para plasmar una serie de fantasías sádicas, recreadas con un sentido de la belleza barroco y ligado al dolor, como solo los japoneses saben hacerlo. La gran diferencia con sus congéneres mediterráneas radica en que, mientras las primeras beben de la filosofía judeocristiana, las orientales toman la religión occidental simplemente como una fuente inagotable de motivos estéticos, hasta el punto de degenerar en el fetichismo más vacío.  


Por lo demás, la estructura de las nunsploitation es previsible. Por motivos voluntarios o involuntarios, la protagonista ingresa en un convento. A partir de ese momento sufre un proceso de iniciación en el pecado. El espectador es dado a ver, cual voyeur, todas las inmoralidades y fechorías que se cometen tras los muros del convento. La novicia es seducida, azotada, violada, pervertida (brilla con luz propia, como emblema del subgénero, la masturbación, con o sin crucifijo), torturada y, finalmente, ajusticiada por sus pecados por los agentes del Santo Oficio.


La monja de Monza (1969) se anticipa a la película de Russell. Es una de las primeras versiones del suceso histórico que sería revisitado en varias ocasiones en las dos décadas posteriores. No entra del todo en la categoría del exploit. Estamos ante una cinta donde el drama de folletín predomina sobre los contenidos explícitos y sensacionalistas. Jesús Franco hace su primera incursión con Les démons (1972) y repite años más tarde con una de sus películas más famosas, Cartas de amor de una monja portuguesa. Se dice que Cartas de amor de una monja (1978), de Jorge Grau, es un remedo de la cinta de Franco, pero lo cierto es que se trata de una obra que aborda el conflicto entre la sexualidad y el celibato desde una perspectiva más profunda, literaria y poética. En México se produce el primer título con Satánico Pandemónium (1975), aunque será Alucarda (1977), de Juan López Moctezuma, la fusión definitiva del erotismo y el terror en clave nunsploitation. Se trata de uno de los títulos más destacables de esta relación, cargado de una crudeza y de unas imágenes que rebosan violencia carnal. Flavia, la monja musulmana (1974) mantiene el equilibrio entre las primeras producciones, que disfrutan de un esmerado diseño de producción, como atestiguan el apartado musical, fotográfico, las magníficas localizaciones y el suntuoso vestuario de época, y las del segundo lustro de la misma década, que se zambullen en las aguas embravecidas del sexo y la violencia. Por momentos, la cinta de Gianfranco Mingozzi recuerda al Pasolini más visceral. Interior de un convento (1978),de Walerian Borowyczk, es uno de las aportaciones más personales al subgénero. En sintonía con el resto de su filmografía, el polaco ofrece una visión poética y lúdica del sexo. Al contrario que sus contemporáneos, Borowyczk se aleja del tono sombrío y trágico de aquellos. Por su parte, Noribumi Suzuki, inicia tendencia en Japón con Seiju gakuen (1974), tal vez la más retorcida y hermosa de todas las nunsploitation jamás rodadas. Del mismo país seguirían otros títulos notables, todos ellos redundantes en la icnografía S&M: Shudojo Rushia: Kegasum (1978), Shudojo: nure nawa zange (1979) o Shudojo: kokui no naka no uzuki (1980). Joe D´Amato será el primero en incluir escenas de sexo explícito en Imágenes de un convento (1979), mientras que Alberto Berruti introducirá la figura de la monja homicida en La monja homicida (1978). Pasado el hemisferio de los ochenta, la historia de Monza será revisitada en La monaca di Monza (1986), uno de los últimos coletazos del subgénero, que en adelante solo se prodigaría escasamente en títulos marginales y de valor residual.


Noribumi Suzuki | Seiju gakuen

Otros títulos de interés, ya sea por sus nacionalidades de procedencia, ya por su propuesta un tanto heterodoxa, son la brasileña Escola Penal De Meninas Violentadas (1977), la italiana La séptima mujer (1978), la filipina Cleopatra Wong (1978) o la griega O viasmos mias monahis (1983)



Filmografía recomendada: Los demonios, Alucarda, Flavia, la monja herética, Cartas de amor de una monja portuguesa y Seiju gakuen.



Juan Alcudia



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