Que sea feliz en L’Atalante | por Mauricio Álvarez-Mesa

Jean Vigo | L'Atalante

“Todo hombre que sea lo bastante afortunado para beneficiarse en mayor o menor medida de aquel legado cultural se me antoja responsable de él, su fideicomisario ante el género humano.”


Adriano (Memorias de Adriano), Marguerite Yourcenar



1. El chatarrero Rasputín tiene un disco


En algún viaje (¿San Francisco?, ¿Melbourne?, ¿San Sebastián?) el tío Jules consiguió un viejo fonógrafo averiado, añadiendo así un objeto más a la colección, que ya parece un museo, que tiene instalada en su camarote, y donde según él sólo hay cosas hermosas. El silencio del fonógrafo averiado se parece a la música que dirige el títere que el mismo Jules saca de vez en cuando de una caja: un director de orquesta que ordena a unos músicos imaginarios interpretar una vieja canción de marineros, quizá recogida en algún puerto (¿La Habana?, ¿Shangai?).


En las noches de bruma y niebla donde los canales se hacían invisibles y la penumbra se extiende por todos los sentidos, un poco de música, una vieja canción acompañada de un acordeón, es más que un alivio, un presagio, una caricia en cuerpos acostumbrados a la dureza.


En una de aquellas estaciones, en un puerto de un pequeño pueblo, el viejo Rasputín trajo un disco que Jules adquirió de inmediato, y aunque el fonógrafo sigue dañado ahora estamos más cerca de la música. Quizá ese disco pudiera sonar sólo con mirarlo o tocarlo ¿por qué no?, si hemos visto cosas aún más raras. Qué no haríamos por un poco de música en las largas travesías silenciosas, viendo pasar pueblos, campos, inmensas planicies y chimeneas dibujando torres de humo.



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2. París ciudad infame y maravillosa


Allí te llevé por primera vez después de navegar días y noches enteros sin descanso. Por la radio te enteraste que la moda es el violeta. Y desde lejos la gran ciudad se te insinuaba misteriosa, llena de secretos y de una vida oscura, presentida o anhelada.


Fuimos a bailar al Cuatro Naciones y allí conociste una sala de baile de la ciudad y mis celos, tan potentes que con ellos podría destruir el camarote-museo del tío Jules, y aún hasta abandonarte en un puerto de la ciudad.


Te imagino llegando al muelle vacío, las grúas solitarias, en tren pasando, la neblina de la tarde de finales de otoño, y una inmensa nada similar a la que me deja tu ausencia. París, amada por los enamorados y los grandes bandidos, eres una hechicera.


Como en el amor y en la poesía, el espíritu se alimenta de imágenes: una tarde en tu pueblo caminando hacia el río mientras doblan las campanas; tú vestida de blanco caminando sobre la cubierta del barco y tu sonrisa iluminando la tarde gris; al fondo una casa con una luz encendida, la niebla que cubre el barco, tu rostro cuando el niño te dice que seas feliz en L’Atalante. Esa imagen tuya que ahora puedo ver, aun si cierro los ojos, o si los abro bajo el agua.



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3.  ¿Es verdad que somos unos Don Nadie?


El niño camina cargando el fonógrafo, detrás está el tío Jules y detrás de él voy yo. Vamos en una procesión por el barco, han arreglado el fonógrafo y suena esa canción, también tuya, de los marineros. Desfilan ante nosotros los grandes árboles plantados a la orilla del canal y las chimeneas lejanas. Nos detenemos, hemos llegado a Le Havre, corro para ver el mar, ¿qué hay allí? corro detrás de una imagen ¿una visión? quizá, no puedo decirlo. El tío Jules me salva el pellejo y alguien me pregunta si es verdad que somos unos don nadie.


¿Dónde pasarás estas noches de ausencia? Sueño con tu cuerpo, me despierto y te veo, siento tu calor cerca, en medio de la oscura noche del río. Tu imagen se me pega. Tú ¿me ves? ¿En el agua, en el aire, en la noche, en los puertos vacíos, en las miradas de la gente?


El niño dice que el tío Jules ha ido a buscarte y que vendrá contigo de nuevo a bordo. ¿Cómo podría encontrarte en la gran ciudad? Sólo un milagro podría salvar tu pérdida. Tarareo una canción de marineros como una forma de augurarte, escucho tu voz junto a la mía, unida al ruido del barco, al olor del río en invierno, a la tarde fría y gris, a los rostros de la gente que se queda en la orilla mirando.


Una mirada de un pájaro, o de un espíritu, pasa volando sobre nosotros. Navegamos juntos de nuevo.



Jean Vigo | L'Atalante

Apéndice. Carta a Jean Vigo de un espectador anónimo


“Ideally, it is possible to elude the interpreters in another way, by making works of art whose surface is so unified and clean, whose momentum is so rapid, whose address is so direct that the work can be… just what it is.”


Against interpretation. Susan Sontag



Señor Vigo,


He vuelto a ver su película L’Atalante, corre ahora el año de 2013. He visto la restauración de 1990. Quizá usted no alcanzó a saber que hay al menos 5 versiones de su película. Como dice Bernard Eisenschitz, toda restauración es una interpretación. Él mismo se encargó de una restauración fechada en 2011. Como puede ver, su película no está terminada aún, sus admiradores, cineastas de su misma estirpe, siguen trabajando en ella.


En la versión que he visto aparece la escena de Rasputín que había sido eliminada de la versión de 1934 por los mismos que se atrevieron a cambiar la música (!la música!) y hasta el título de la pélicula (a la que pusieron “Le Chaland qui passe”). Todo mientras usted yacía enfermo de muerte. Ellos declararon que su obra era “confusa, incoherente, estrafalaria, larga, aburrida, nada comercial, farragosa, inverosímil e inútil” y quisieron reemplazarla por otra película que no era la que usted había hecho. Quizá por eso le pusieron otro nombre.


Para mí su película está en la música, en las tardes que pasan como los pueblos por la ventana del barco, en esas imágenes que revelan la misteriosa naturaleza de la realidad y del amor, si es que este no pertenece a aquella. Por eso son tan importantes Rasputín, el fonógrafo, la canción, los tiempos abiertos, y quizá por eso mismo quisieron eliminarlos.


Estuvimos a punto de perder definitivamente L’Atalante, la película que usted imaginó y rodó por allá en 1934, sino fuera por un fideicomisario del género humano que guardó una copia que ha sido preservada hasta nuestros días, y que ha permitido estas restauraciones que devuelven a su película el espíritu original con que fue hecha. Una película limpia, directa, fluida, y al mismo tiempo abierta, múltiple, reveladora, emocionante y transparente.


A veces, como en la escena en que el tío Jules sale de su camarote y regresa con un nuevo corte de pelo, aparece una rápida escena intermedia de un vendedor sentado junto a una mesa de madera y se escucha una voz que dice “pobre chiflado”. ¿Es este un trozo perdido de alguna de las restauraciones o una más de las imágenes llenas de poesía que componen su película?


Le escribo para agradecerle por las imágenes y la música de L’Atalante, ambas forman ya parte de mi memoria y de la de muchas personas que como yo las han asumido como parte de su propia vida, y que cuando las ven y oyen en el cine -o en los recuerdos- les devuelven esa mínima confianza en el cine y en el ser humano que necesitan para poder seguir.


Mauricio Álvarez-Mesa



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