Muchas veces se ha dicho, hasta transformarse en un lugar común, que cualquier película puede verse como un documental sobre sus actores. Entonces, la filmografía de un actor sería la mejor película posible sobre su vida. Nuestros encuentros en el cine con los intérpretes que están todavía en activo son como esas relaciones de amistad sincopadas pero muy duraderas, en las que los amigos atraviesan por periodos en los que se ven mucho y otros en los que apenas si saben el uno del otro, aunque tarde o temprano se acaban encontrando de nuevo. Así, hay actores a los que vemos en un buen montón de películas en un periodo muy corto de tiempo. Más tarde, nuestras citas con ellos se van espaciando aunque siempre vuelven a nuestras retinas por una razón o por otra.
Pero también hay otra forma de visitar la filmografía de un actor, inevitable en la mayoría de los casos: de forma aleatoria. Como es casi imposible ceñirse en estricto orden cronológico a los trabajos de un intérprete, intercalamos títulos recientes con otros más antiguos sin un orden aparente. Y es que el cine nos permite contemplar la juventud y la vejez casi simultáneamente. Así, podemos disfrutar por la mañana de la candorosa juventud de Catherine Deneuve en Los paraguas de Cherburgo, la cinta que la convirtió en una estrella, y verla por la noche tal y como es ahora en En un patio de París, el último de sus trabajos estrenados en España.
¿Qué ocurre si le aplicamos a la Deneuve, una actriz de filmografía larguísima, a la que todavía (quizás) le queda recorrido, la concepción del tiempo del filósofo Henri Bergson (1)? Este intento de explicación del tiempo, recogido y aplicado con gran acierto a la ficción por Proust y por Gilles Deleuze a la imagen cinematográfica, consiste en afirmar que la percepción que tenemos del tiempo como de instantes sucesivos está condicionada por nuestra representación del espacio y que, si reflexionamos profundamente, podemos llegar a percibirlo como un todo en el que se mezcla el pasado con el presente. Así, el presente es una amalgama de recuerdos y sensaciones con las que conformamos nuestra realidad, un todo difícilmente separable en unidades, ya se trate de minutos o días, de un solo fotograma o una película. De este modo, ver a la Deneuve en una película, en un post en Tumblr o en una foto en el ¡Hola! nos trae de golpe a la memoria una riada de imágenes más antiguas, de recuerdos extraviados y súbitamente recobrados, de ademanes, de entonaciones, de ideas preconcebidas, de rumores nunca confirmados, de viejas páginas de revistas ya descoloridas, de vídeos de YouTube pixelados y sobre todo de películas: obras maestras, mediocridades y navets, que dirían los franceses, todas se embarullan detrás de nuestros ojos para conformar una imagen que puede que no corresponda a la real pero que siempre es nuestra personal e intransferible Catherine Deneuve.
Porque cualquier cinéfilo tiene la suya, eso es innegable. Martin Scorsese dijo que ella es el cine francés. El entrañable Martin no cayó en la cuenta: esa afirmación circunscribe a Catherine Deneuve a ese cine francés al que el público mayoritario no hace ningún caso. Ni siquiera el público francés, tan acostumbrado a ir al cine a ver productos nacionales. Porque si uno se pone a revisar la lista de las películas más taquilleras de la historia en Francia no se encontrará ninguna en la que aparezca la pobre Catherine. Ninguno de sus trabajos ha alcanzado los 4 millones de espectadores, cuando un verdadero éxito de taquilla en el país vecino comienza cuando se rebasan los 5 millones. Y su popularidad e influencia, aunque enormes, muchas veces se quedan encerradas en los límites del hexágono: si preguntamos por actrices francesas a un no iniciado en los rincones más recónditos del séptimo arte seguramente salte mucho antes a la palestra Brigitte Bardot, a la que todo el mundo conoce aunque nunca haya visto una película suya. Y no es que la Deneuve haya hecho nunca ascos al cine comercial, llegando a aparecer en una de las inefables cintas de Astérix y Obélix, su trabajo más taquillero hasta la fecha. Pero su especialidad es lo que todos conocemos, algunos despectivamente, como cine de autor. Porque si la Deneuve ha hecho algo para convertirse en una actriz patrimonio casi exclusivo de la cinefilia más recalcitrante es su empeño en trabajar con los directores a los que saludamos como maestros, desde Jacques Demy, algo así como su descubridor, hasta Lars Von Trier, pasando por Truffaut, Buñuel, Polanski, Oliveira, Ferreri, Varda, Ozon… Para mi gusto, le falta un Godard, aunque el suizo y la esfinge todavía están a tiempo, nunca se sabe.
Hay pocas actrices con una filmografía comparable a la suya. Quizás Isabelle Huppert. Quizás Juliette Binoche. Y puede que precisamente por eso, el público ignora su extraordinaria contribución al cine. Catherine Deneuve permanece siempre fuera de su campo de visión, porque el cine es inmenso aunque a veces pensemos que es muy pequeño. Y por eso, cada uno tiene su territorio propio, en el que campa a sus anchas pensando que es gigantesco cuando es probable que no sea más que un minúsculo terruño. Eso sí, un terruño habitado por otros miles de cinéfilos con perspectivas similares a las nuestras, en los que la imagen de la fría y lánguida Deneuve es una constante tan poderosa que podemos fabricarnos con ella una pequeña y bella casita, como la que construía la gran Agnès Varda con los fotogramas de Les Creatures en Las playas de Agnès.
En la ciudadela que es nuestra experiencia cinéfila, todos tenemos una pequeña construcción como la que fabricó la Varda, hecha de retazos de Catherine. Mi casa hecha de Deneuves está construida con cientos de recortes, de secuencias, de relatos soñados y de datos leídos y escuchados, algunos que son solamente míos pero la mayoría de toda la cinefilia. Sus películas, claro, ocupan el lugar de honor, las que me gustan más y también algunas que me gustan menos: La sirena del Misisipi, de François Truffaut, la primera película que vi de ella (creo), con sus pájaros enjaulados y su topless. Y siempre que recuerdo esta película recuerdo también la maravillosa biografía de Truffaut (2) en la que se afirmaba que la actriz le había roto el corazón al realizador de Jules y Jim y que el pobre Truffaut, que dijo de ella que verla en la pantalla bastaba para alcanzar la felicidad, estuvo a punto de suicidarse a causa de su separación. La Deneuve como mujer fatal no solamente en el cine. Y en este punto, la Catherine actriz comienza a confundirse con la Catherine real, o con la Catherine que creemos real. Porque, ¿quién puede afirmar que la conoce? Y comienzo a ver su vida como una larguísima película, CatherineHood o DeneuveHood, en la que Los paraguas de Cherburgo me remite a una bella actriz desconocida y a una Palma de oro en Cannes; Repulsión a Nina Persson, la cantante de The Cardigans, por culpa de un vídeo musical; Piel de asno, a Delphyne Seirig, el hada que viaja en helicóptero…
Mi DeneuveHood, mi casa de Deneuve, incluye de todo un poco. Hay leyendas urbanas, como aquella en la que se afirma que la actriz tiene implantada una red de hilos de oro que hacen que la piel de su rostro se mantenga lisa y tersa, un tratamiento anterior al advenimiento y omnipresencia del botox. Me produce extrañeza pensar en las torturas a las que se someterá la actriz para disimular el paso del tiempo, la misma mujer que hace un tiempo dijo “ser bella era una carga”. Iluso de mi, pensaba que no se aferraría a toda costa a su belleza, como hacen la mayoría, y me sorprendo pensando en cómo hubiese contenido el envejecimiento la malograda Françoise Dorleac, su hermana igual de bella y glamourosa, fallecida en un accidente de tráfico en 1967. De haber vivido, ¿cuál de los dos se hubiese convertido en leyenda? Hay quien dice que Catherine comenzó a vivir la vida de su hermana cuando esta murió. Françoise tuvo una carrera fulgurante, que incluye trabajos con Demy, Truffaut o Polanski y, además, ella sí cantaba en Las señoritas de Rochefort, y parecía que se iba a comer el mundo, hasta que un fatídico azar nos la arrebató.
Françoise cantando con voz grave y ligeramente desafinada me lleva a otro de mis pensamientos recurrentes sobre la Deneuve: Demy no la obligó a cantar de joven en sus musicales, en los que siempre era doblada. ¿Y no es una paradoja que de joven fuesen otras las que cantasen por ella mientras que, bien entrada en la cincuentena, dos directores tan distintos como Lars Von Trier y François Ozon hicieran que cantase con su propia voz? Y ni tan mal, oiga. Por otro lado, ya había cantado en un disco compuesto y producido por Serge Gainsbourg a principios de los 80, época en la que el inefable músico se empeñó en escribir canciones para divas del celuloide (también compuso el primer disco de Isabelle Adjani). Porque, como toda actriz francesa que se precie, la Deneuve también canta y hasta lo hizo para Malcolm Mclaren, el mítico manager de los Sex Pistols en su disco dedicado a París. Ah, aquel vídeo en tonos sepia tan noventero...
Y es que la Deneuve se ha esforzado por estar siempre en contacto con los cráneos privilegiados de la cultura europea de las últimas décadas, desde el ya citado Lars Von Trier, al que escribió después de ver Rompiendo las olas para concretar una posible colaboración entre ambos, que se materializó en la feérica Kathy de Bailar en la oscuridad, al reciente Premio Nobel Patrick Modiano, junto al que escribió un libro sobre su hermana, Elle s'appelait Françoise. Asimismo su familia ha devenido en una suerte de Casa Real sin títulos nobiliarios (excepto la Legión de Honor que ella misma recogió en 2009) en la que se engarzan Marcello Mastroianni, el padre de su hija Chiara, su ex marido, el afamado fotógrafo inglés David Bailey, el diseñador Yves Saint-Laurent, del que fue musa durante varias décadas o el cantante Benjamin Biolay, su yerno por un corto periodo de tiempo. Y recuerdo aquella fotografía en el periódico de la boda entre Chiara y Benjamin, con un aire de cuento de hadas, con él pasando súbitamente a formar parte de la realeza, como si se casase con una infanta.
Y también recuerdo, claro, todas las películas que he visto en las que sale ella, las buenas, las malas y las peores: su corta y paupérrima carrera en inglés. Vale, trabajó con Terence Hill pero El ansia no estaba tan mal, el papel de vampiresa altiva y despiadada le iba como anillo al dedo, aunque seguramente su momento de gloria en Estados Unidos le llegó con su nominación al Oscar por Indochina; sus trabajos con Luis Buñuel, entre los que se encuentra la que es quizás mi película favorita de todas las suyas, Tristana; su etapa en los 80, en la que todo hacía presagiar que su estrella se perdería entre una oleada de cintas mediocres; su resurgir en los 90, con trabajos con Oliveira, Garrel, Leos Carax... Y es que Catherine siempre se las apaña para volver a la primera línea de las retinas cinéfilas. Cuando todo el mundo piensa que puede dar su carrera por terminada, vuelve con alguna obra maestra indiscutible. Yo colocaría sin ambages sus trabajos con Arnaud Desplechin Reyes y Reina y Un cuento de Navidad entre sus mejores películas, así como sus impagables papeles, casi autoparódicos, en las películas de Ozon 8 mujeres y, sobre todo, Potiche, donde su estropeada figura en chándal resulta tan cómica como entrañable.
Este año se han celebrado los fastos de su 71 cumpleaños. Otra gran actriz francesa, Danielle Darrieux, a la que Catherine Deneuve se refiere como su “madre cinematográfica”, trabajó en el cine hasta los 93 años (ahora tiene 97). ¿Va a durar 20 años más la carrera de Catherine? ¿Cuántas obras maestras le quedan todavía por hacer? En un par de décadas, para un cinéfilo sus películas futuras, presentes y pasadas formarán un todo indivisible, la mejor historia posible de su vida, un documental mucho más largo que la más larga cinta jamás filmada.
Catherine Deneuve concedió una entrevista hace poco en la que declaró: “El cine ya no es lo que fue” (3), remitiendo a la manida idea de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Lo que ella no parece haber aprehendido todavía (te queda tiempo, Catherine) es que el cine no “era” o “será”. El cine simple y llanamente ES.
Tweet |
|
(1) Memoria y vida. Henri Bergson (Alianza, 2012)
(2) Truffaut. Antoine de Baecque & Serge Toubiana (Blanco y Negro, 2005)