Primer cuadernillo de viajes | Eleutheria Lekona



Dirce Hernández | Primer cuadernillo de viajes

I. La descripción de paisajes


Querría poder escribir el cuaderno de viajes de José Vasconcelos. Uno de sus cuadernos más entrañables. A veces imagino que Eleutheria quedara convertida en un repositorio de mis viajes, que en lugar de pergeñar ensayos filosóficos con tediosas abstracciones, me limitase a solamente retratar la viveza del paisaje.


Pero qué difícil es describir los lugares, traducir las sensaciones que te produce un paisaje a través de su narración. No hay palabras para describir cómo palpita la naturaleza dentro de nosotros. Ni tampoco para hablar del artificio, de las invenciones humanas y sus geometrías de concreto.


Quizá por eso me dedico últimamente a la fotografía; dejar que ella hable sola, que diga lo que tenga qué decir.


No, no querría escribir ese cuaderno. Por eso no fui novelista.


Es más, pretender la descripción es ya un fracaso.



II. El espacio


Viajar es una actividad complicada, no hay dulzura en ello contra lo que se sostenga. Es decir, no hay dulzura en la reservación de los tickets, el acarreo de maletas, el despegue, el arribo, la ubicación, el taxi, el acarreo otra vez, el checking y finalmente el cansancio. O el jet lag en algunos casos. Sin embargo, nuestra concepción de viaje difícilmente está codificada así. Más bien, cuando pensamos en viajes pensamos en lugares apacibles o exóticos, en parajes desolados, en paisajes sublimes, en nubes y en tormentas. También en hojarasca. Por supuesto, hay algo de razón en ello. El viaje terrestre -el viaje espaciotemporal- es también un viaje en el tiempo, en el tiempo-ilusión de la física de nuestras creaciones mentales en donde retrocedemos y avanzamos en años con respecto a nuestros lugares de origen en relación a los cuales nos movemos en paralelo. Si estamos exiliados por motivos políticos o simplemente para huir de una situación complicada, nunca se está del todo en el lugar nuevo. No se abandona nunca el lenguaje materno, se piensa todo el tiempo en esa lengua o lenguaje por mucho que se entrecruce con pensamientos cifrados en el lenguaje nuevo, siempre exquisitos. De hecho, el pensamiento múltiple entre lenguajes es una forma peculiar de viajar mental y constituye además una huída invalorable. A veces, si estamos nerviosos o tristes, permitirnos pensar en otro idioma es salvarnos. Y no es necesario ser políglota si aceptamos que la capacidad filológica es independiente de toda erudición. A veces inclusive inventamos nuestros propios lenguajes secretos para estar.


Ahora bien, si nuestro viaje es voluntario, si fue evaluado y planificado, entonces el panorama es tal vez más alentador, sin que ello no signifique que no nos conflictúe el cambio. Pero, tampoco, sin que ello nos impida disfrutar la exploración de los nuevos lugares. Quizás la experiencia más maravillosa de haber viajado de México a Indiana, sea precisamente deambular por los rincones del nuevo lugar. Disfrutar y conocer el nuevo clima, inspeccionar las hojas de los árboles, la flora y la fauna, oír a la cigarra cantar o a los grillos, observar los tonos que toma el crepúsculo en esta latitud. Es difícil, es muy difícil comunicar con eficacia y fidelidad la experiencia del paisaje. No en vano los grandes novelistas se distinguen por esta habilidad. Inevitablemente pienso en Murakami que, por muy best seller que sea, es un soberbio narrador de cuadros paisajistas. Pienso también en Sylvia Plath, sus descripciones tan minuciosas poseedoras de una armonía única en el lenguaje y, además, en quien últimamente pienso con más asiduidad dado que radico ahora en el norte de Estados Unidos -en el midwest- y es inevitable no pensar en Sylvia cuando cocino, o cuando llega el invierno, o cuando leo su poesía y sus shorts stories en su lenguaje natal. En The Bell Jar, por cierto, es impresionante la capacidad descriptiva de esta escritora.


Junto a la inspección del paisaje del lugar en el que vivo -un sitio rupestre-, colocaría los viajes esporádicos que hemos realizado de Indiana a Chicago, de  Chicago a San Francisco y de San Francisco a California y viceversa. En los dos primeros casos, con fines recreativos; en el último, con fines de trabajo.


Diría que Chicago es una ciudad absolutamente espectacular. Es la ciudad paradigmática de este país; con sus rascacielos, Millenium Park, el lago Michigan, el viento helado golpeando deliciosamente mi rostro y raspándolo, sus salas de museo, sus salas de concierto, sus librerías, sus cafés, su magnífica pizza estofada -no hay pizza más deliciosa que la pizza estofada de Chicago-, el hermoso edificio de la estación de trenes -Union Station-, con líneas que van tanto a la costa atlántica como a la costa pacífica, sus avenidas anchas y limpias, sus estaciones de metro, sus hoteles y hostales de todos precios, etcétera. Eso sí, para andar por Chicago hay que tener pasta. Bueno, en general, para vivir en Estados Unidos hay que tener pasta. No es un país amable con sus indigentes y sus pobres. Nunca lo ha sido; es más, sabemos que tiene una gravosa tradición esclavista sobre sus hombros e intervencionista, por mucho que el país y sus gobiernos traten de implementar políticas públicas amigables. No abundaré más, sin embargo, sobre los aspectos políticos. No me parece adecuado, en calidad de foránea, hacer, por ahora, más observaciones al respecto. Además, y esto tengo que decirlo muy alto, hay personas aquí tan primorosas y amorosas como personas uno puede encontrar en cualquier parte del mundo y eso hace que el país, como sociedad, sea merecedor de nuestra consideración. Hay gente amable, muy tierna y gente buena también. ¿Alguien habría supuesto lo contrario? No lo creo. Hablemos mejor de los sitios.


San Francisco. San Francisco es el lugar en el que todo humano libre querría vivir. No solamente porque la ciudad tiene una tradición importante en costumbres libertarias -llamativo fue encontrar una estatua al libertador Simón Bolívar en el centro cívico de la ciudad, por ejemplo-, sino porque es simplemente hermosa. Las corrientes marinas del Océano Pacífico en esa latitud del globo, junto a la altitud del lugar, hacen de sus costas un lugar idílico. ¿Quién no querría quedarse a vivir allí en calidad de pescador o de restaurador? O como office boy de un hotel acomodando maletas. No obstante, todo esto es un hecho turístico y también es necesario contar con ciertos ahorros para andar la ciudad. Si tuviera que hacer un dibujo de San Francisco y tuviera que ser muy plástico y elocuente, entonces, dibujaría el tranvía, sus edificios de la zona financiera, sus saxofonistas de calle y, sí, me perdonen por el lugar común, el golden gate. También añadiría que Chicago es la ciudad perfecta para perderse. Half the fun of travel is the aesthetic of lostness, en palabras de Ray Bradbury, sustraídas de San Francisco a fin de rotular mi relación con Chicago.


En cuanto a California, quiero decir que para mí es muy significativo pasar tres meses al año en California. Soy mexicana y en California hay una importante comunidad latina en donde un alto porcentaje de esa comunidad está constituido de mexicanos. La experiencia de hablar en español o de encontrar comida mexicana y productos alimenticios mexicanos es imponderable para alguien que, como yo, ha estado toda su vida acostumbrada a la comida de su país. Es un martirio separarse de la dieta.



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¿Qué aconsejaría a quienes piensan viajar o que deben viajar a Estados Unidos? Llevar ahorros, reservar con tiempo el hospedaje, investigar rutas e itinerarios, llevar moneda corriente, un GPS -de inapreciable utilidad-, hacerse de ropa cómoda y de una mochila ligera y, sobre cualquier cosa, no perderse de sus librerías e ir a leer poesía escrita en lengua inglesa a esos lugares, a empaparse, en suma, de su literatura. Como ha dicho Borges, la lengua inglesa es una lengua bellísima y de una riqueza expresiva inmensurable. Por lo demás, siempre he creído que en la poesía de un pueblo asimos en general el alma de ese pueblo. Podemos leer a los poetas ingleses o irlandeses -Yeats y Chaucer, por ejemplo- y aun así obtendríamos una radiografía fiel de este pueblo.


Sylvia Plath, Allen Ginsberg, Louise Glück, Anne Sexton, Edgar Allan Poe, Emily Dickinson, William S. Burroughs, Dylan Thomas, Robert Lowell, William Faulkner, Robert Frost, Ernest Hemingway.



Dirce Hernández | Primer cuadernillo de viajes

III. La cultura


Bien, empezaré por decir que el país se halla prácticamente dividido entre la costa este (Boston, Nueva York, New Hampshire, Maryland, etc.), la costa oeste (San Francisco California, Seattle, Nevada, etc.) y el midwest (Ohio, Indiana, Chicago, Oklahoma, etc.), y que cada uno de estos sitios de pronto pareciera constituirse como una zona autónoma dentro del gran país en el que en sí se sitúan -o inclusive como un país dentro de otro-, con sus propias leyes, sus usos del lenguaje, una entonación, sus costumbres y sus políticas. Sin injerencismos en la vida de los otros estados o regiones. A pesar de ello, el país es una gran confederación y cuando se trata de cerrar filas frente a lo que aquí se podría considerar como una amenaza, entonces más o menos todo el mundo hace abstracción de sus diferencias y se vive bajo la ilusión de vivir en un solo país. No hay aquí, por cierto, una motivación patriótica cuando se adopta este modo, sino una motivación exclusivamente pragmática. Se tiene una idea de nación por cuestiones de supervivencia y por pragmatismo, no por una tradición nacionalista. En todo caso, el nacionalismo -los símbolos patrios, la noción de territorio, de lengua, etc.- son parte del folclore y la religiosidad del idus teológico a los que no sin cierta actitud utilitaria, apela siempre hasta el más justo de los gobiernos con tal de fomentar la armonía y la cohesión entre sus ciudadanos.


Ahora bien, aquí hay dos componentes básicos que configuran la vida social de este país. Una noción o necesidad de comodidad, de vivir bien, y una necesidad de hacer todo de la manera más rápida y eficiente posible, con tal de destinar la mayor cantidad de tiempo posible a convivir con la familia y  con los amigos en las mejores condiciones posibles. Es decir, confort y tiempo.


Así pues, tenemos dos aspiraciones clave que dan forma y que moldean los modos de hacer y de estar, además de la cultura, de este país. Esto que parece tan trivial, es sin embargo definitorio de dos cosas a su vez importantísimas para cualquier sociedad: qué y cómo se come aquí, y qué y cómo se recrean las personas. La oferta de comida desde luego está encaminada a optimizar los tiempos de preparación, puesto que así logramos, al mismo tiempo, el objetivo del ahorro de tiempo y el objetivo del confort. Abundan los restaurantes de cualquier clase de comida, en su versión fast food o no fast food, puesto que le ayudamos así a nuestro cliente a ahorrar tiempo y porque brindamos confort a nuestra sociedad al emplear gente para que prepare estas comidas y a la que se le paga un determinado salario con el propósito de que pueda vivir con cierta holgura a la par que pagar sus cuentas. Más confort.


Resuelto el tema del confort y de la maximización de tiempos en pro del confort, todo en este país es pragmatismo. Todo está hecho para que funcione con facilidad y en las mejores condiciones posibles. La medicina, la comida, el trabajo, el transporte público, las bibliotecas, las librerías, la terapia, el gym, las finanzas, el shopping, el camping, la escuela, el college, etcétera. Pero todo, bajo este mismo criterio pragmático y maximizador, tiene asimismo desventajas; ¿una imperdonable? la repostería. Es muy difícil conseguir aquí buen pan de dulce (lo que los hispanos conocemos como bizcochería) sin tener que pagar una considerable suma de dinero. En cambio, abundan las harinas, los azúcares, los panes y pastas procesados, aunque sin el sabor tan exquisito que caracteriza al pan de dulce de nuestras cocinas latinas. Un poco dramático si tenemos cierta tendencia a los azúcares, no tan dramático, si logramos ubicar los mejores sitios en donde se pueda comprar pan preparado a buen precio. La otra alternativa es, por supuesto, preparar nuestro propio pan. Aunque Sylvia Plath horneaba en Devon, nunca es imposible hornear pan en casa al tiempo que se escribe un poco de poesía o se lee.


Disfrutar la vida en este país, si se tiene resuelto lo económico, es un estado mental; pero este estado mental, en el caso de quienes, como yo, somos personas extranjeras, no está siempre libre de perturbaciones. Influyen la cultura, la lengua, la nostalgia y el módulo desarraigo. Aunque no es improbable que por urbanidad dominemos esa nostalgia.



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IV. Reflexiones sobre el espaciotiempo de viaje


Yo no creo que viajemos sino para perturbar el tiempo, ya sea para acelerar y magnificar la sensación de cambio y mutabilidad, o para desacelerarla. Moverse es por definición la experiencia del cambio, es decir, del tiempo; moverse entre ciudades sería entonces una forma peculiar de esa experiencia, la experiencia del tiempo-ilusión de la física, a la que llamamos existencia, y sin la cual nos sería imposible pensar la vida, pues a partir de ella nos la recreamos y nos la representamos objetivamente, pero que en este caso se erigiría, además, enclavada en la otra experiencia, obligatoria o necesaria, del cambio.


Moverse –mudarse- es viajar en el tiempo, es perderse y es distanciarse. En realidad viajamos anclados a la estética del vagabundeo, como diría Bradbury. Uno viaja y construye una montaña con las manos y la mente. Uno se pierde en esta ilusión-tiempo de la física e inventa una morada. Horado el tiempo e imagino que ya tengo una forma de vencerlo. Lo organizo. Llamo estar fuera del tiempo al hecho anticipado de allegarme de todo el placer posible: en una pequeña flor que se mece al compás de las ráfagas; en un aire azul límpido sobre una meseta igual, bajo bóveda idéntica; en las piedras, en las fracturas del subsuelo, en la posibilidad del contacto humano. Pero me pongo fuera del tiempo antes; y mucho antes de estar en ese tiempo, ya lo alcancé. De modo que, cuando sea el instante llegado -y no esté yo allí-, estaré, como siempre, anticipándome a otra alegría. No habré de estar ni en el último instante. Pero luego se retorna, porque, como a toda alma curiosa, nos llama la vida y nos sostiene -ella sí- en su inteligibilidad, y nos dice cosas que de cuando en cuando vale urdir almacenar en algún sistemas de ficheros para intentar integrar cada hecho en un cuaderno de viajes. Se retorna y se vuelve vencido y a la vez triunfante.


¿No hemos vencido una mudanza? Parte de la vida es resistir a la mudanza que es el tiempo en sí y a su flujo incesante, mantener al menos resistencia; y luego, mudarse otra vez en medio de esa mudanza, estatuir una doble estancia -una doble, al menos-, en la cual vivir; es un doble ser, un doble estar aquí, un doble desplazarse con una doble -al menos- percepción del tiempo. Cada uno sabrá cuántos tiempos percibe y cómo los comparte. Pero el viajero, se lo aseguro, rehúsa a ser presa del tiempo o quiere despedazarlo, y como estoy segura que ese deseo sobre el tiempo es de hecho un problema filosófico no irresoluble, entonces no es baladí dedicar unos cuantos pensamientos a nuestra hipótesis.


Hipótesis. Hay dos formas de perturbar el tiempo. A. Moverse con toda celeridad, B. Fijarlo. A la opción A nos somete irremediablemente, con cada vez mayor fuerza y menos capacidad de resistir, nuestro espacio social. A menos que se fuese un perezoso, la verdad es que todos estamos todo el tiempo acelerados, haciendo compras, trabajando, estudiando, aprendiendo idiomas, cruzando una calle, yendo a mítines, de manera que nos movemos siempre con esa sensación de prisa. En cuanto a la opción B, mi intuición filosófica me dice que la negación lógica del tiempo es la eternidad (y en el fondo deseo que sea también su negación física); de manera que, sí, viajamos, también, con la ilusión de lo fijo, con la intención de sostener en la mente, el mayor tiempo posible, los lugares más preciados en nuestro paso por esta diminuta fracción del tiempo llamada vida (ocurrencia positiva del tiempo-real de la biología) a modo de estirarla en nuestra reconstrucción y consolarnos con una imitación de lo inmutable. La melancolía, como han dicho los grandes escritores, es precisamente una rebelión del cuerpo en contra del tiempo. Una rebelión de carácter fisiológico. Quizás en el fondo, el tiempo irreversible de la termodinámica es simultáneamente el tiempo reversible de nuestras percepciones mentales.



Dirce Hernández | Primer cuadernillo de viajes

V. ¿Qué hay de la flânerie?


Se habla de la flânerie en todas partes. Se quiera o no se quiera saber qué es esto, es inevitable al menos tener señales de la palabra puesto que se encuentra vertida hasta en la sopa. De acuerdo con lo que se lee y con la propia actitud de quien popularizara este término -Walter Benjamin- se trata de la actitud de quien inmerso en su historia, en su tiempo y en su ciudad, y llevado por una curiosidad innata, elabora expediciones sobre los territorios andados, hace planos, crea registros, comentarios, opiniones, establece conexiones y redes, y, en último término, la recreación completa de la ciudad por medios literarios. Ahora diré que, si bien la actitud se puso de moda con Benjamin pensada plenamente desde la modernidad, no creo que se trate de un asunto novedoso. Creo que Benjamin no fue el primero en incursionar en la vida urbana para pensar la cultura en su paisaje. Y me es imposible no traer a colación a todos aquellos cronistas de ciudad, célebres en México, desde tiempos de la colonia, quienes con sus relatos nos permiten reconstruir hoy las usanzas de aquella época con perfectas impresiones. Tampoco uno puede dejar de pensar en los Viajes de Marco Polo, o en La Rebelión de los Tártaros, con la belleza que concibiera De Quincey, ni en las relaciones de Indias de los antiguos moradores y exploradores que llegaron a América por primera vez. En lo personal, me gusta más una idea de viajes atemporal, en donde la técnica utilizada, tanto para viajar como para almacenar nuestras impresiones sobre el viaje, es apenas un accidente, lo mismo que (aunque menos) -eso sí- el espíritu de época que nos impulsa a estos movimientos. Soy también una creyente convencida de la libertad de tránsito de las personas por el mundo, a pesar de ser consciente de que en los “imperativos paradójicos” de la megalópolis globalista, nos dan chance de comerciar y vender “libres”, pero no de recorrer con igual libertad el aerolito gigante, situado en la Vía Láctea, llamando planeta Tierra.


Finalmente, igual que Walter Benjamin y que todo gran cronista de ciudad -aunque desde luego no me adjudico esa cualidad- estoy lejos del espíritu teórico y de academia cuando elaboro cuadros. ¿Y quién podría estar cerca, por cierto? Nadie, la sola suposición es ya ociosa y chocante. Así, surge primero la inquisición y la intuición naturales y nos sentimos después instigados a explorar y dar testimonio de todo ello. Cito a Beatriz Sarlo: “Benjamin no estudió ciudades porque fuera un tema a la moda. Buscó sentidos y, naturalmente, encontró a las ciudades como escenario. No viajó a Moscú para escribir el diario de la visita a una gran capital. Persiguió hasta Moscú a un amor doble: fue allí por una mujer y una idea de revolución”. Creo que la flânerie dota al flâneur de ese tipo de inactualidad que tanto suele gustar a mis contemporáneos y anuncia como estética el fin de una estirpe cultural en su movimiento de descenso. Cabría preguntar hasta qué punto la flânerie, como estética,consuma en Benjamin el advenimiento de la política mundial del nihilismo. Pero también creo que el concepto está destinado a no durar más allá de libros y almanaques, acaso como un último vestigio de las culturas humanistas, no sin preludiar el advenimiento de una nueva forma de estar en el mundo destinada, tal vez esta sí, a perdurar.


Sea lo que sea que la flânerie signifique, ha sido la belleza de los lugares y una disposición de ambiente la que me impulsó en esta ocasión a escribir este cuadernillo de viajes. No dudo, no obstante, que esta disposición no sea sino un modo entre muchos otros en que la flânerie fecunda. Aunque a veces creo que es casi imposible vivir la modernidad de otra manera. Hablo de la vida.


Septiembre 24, 2015



Notas


1. El texto en cursivas en la sección III del escrito es un texto poético de mi autoría publicado originalmente en mi blog personal, La Ciudad de Eleutheria, el día 25 de mayo del año 2012. 2. Dylan Thomas es un poeta de origen galés radicado gran parte de su vida en Nueva York. 3. En mi cuenta instagram «theriako» hay un álbum fotográfico que ilustra en parte  este cuadernillo.



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