El mar del color del cemento. Un encuentro con Íñigo Domínguez | por Juan Jiménez García

A Íñigo Domínguez lo encontramos por primera vez con sus Crónicas de la Mafia. Sí, fue un poco tarde, pero desde ese momento no hemos dejado de seguirle, a través de periódicos, revistas o sus propias páginas. Hay en él una ironía iluminadora no exenta de rigor. Una visión del mundo que empieza en sus contradicciones y que acaba por encontrar que esas contradicciones en realidad no son tales, sino más bien su propia condición. Aquellas crónicas sobre una Mafia que devora un país con la complacencia (cuando no la colaboración) de los propios poderes, no están demasiado lejos de este Mediterráneo devorado por el cemento y la corrupción con el beneplácito o la participación entusiasmada de sus gobernantes, mientras nosotros, habitantes, miramos hacia otro lado. Tal vez España solo sea una alumna aventajada de aquella Italia, con unas maneras demasiado parecidas y todos los matices necesarios.


Su último libro, Mediterráneo en descapotable, es un recorrido por la España profunda de la especulación inmobiliaria y la horterada. De rotonda en rotonda, de campo de golf en campo de golf, de complejo fabuloso a complejo fabuloso, el país mostraba los sucios pies de barro de un crecimiento artificial. Estábamos en 2008 y aún creíamos en algo. Sombras no faltaban, pero cuando algo no quiere ser visto, no se ve. Y sobre este libro, este país y más cosas, hablamos con su autor.



Francisca Pageo | Íñigo Domínguez

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El momento que vivía España durante la redacción del libro, lo vivió Italia en los Cincuenta y en los Sesenta; el boom del progreso, la fascinación por el futuro, la modernidad y el bienestar. De hecho, eso es algo que las películas italianas de la época explicaban muy bien. Aquí sucedió algo parecido con una diferencia importante: Italia se resiste al cambio -quizá a raíz de esa explosión en los Sesenta-, es un país muy conservador. En España no; aquí queremos dejar atrás el pasado, con lo que conlleva también en cuanto a tradición y cultura. Asfaltarlo todo. Hacerlo todo nuevo, reluciente, y quitarnos de encima lo viejo. Es la sensación que tuve durante el viaje: la obsesión era asfaltar, construir, alicatar y dejarlo todo reluciente. En ese sentido, Italia es diferente. Allí aprendí el valor de conservar lo que tienes sin el frenesí de correr hacia delante, como si estuviera mal visto lo viejo. Para mí era desolador encontrar todos esos centros comerciales que son iguales en cualquier sitio del mundo.


Llegué a Italia en el año 2000, justo en el momento en el que comenzaba esa carrera en España, y cada vez que regresaba, en vacaciones o en verano, veía un contraste enorme. Cada vez veía que iba todo más rápido, y no podía evitar compararlo con Italia, donde era completamente distinto. Eso, en parte, fue lo que me movió a hacer ese viaje; a dedicarme a reconocer mi país. La verdad es que no sé por qué lo han hecho, cómo se ha permitido e, incluso, le ha parecido bien a la gente. Creo que la gente admite esa falsa idea de ser modernos; de decir que lo tiren todo y hagan un paseo marítimo bonito. Les hace hasta ilusión. A lo mejor es falta de cultura. Si aprecias la belleza, la tradición o la Historia, tienes cuidado. Si no, te da todo igual.


Cuando vivía en Italia veía que España estaba cambiando y se empezaba a parecer a Italia. Era más materialista, más superficial, con las modas y las tonterías. Y políticamente, en efecto, cada vez se parece más. Italia es un país avanzado, a su manera; es un laboratorio interesante. Berlusconi es un fenómeno de vanguardia para su momento. Aquí no creo que haya un personaje equivalente, capaz de algo así. También de esa inteligencia política, con esos medios; que haya un hueco vacío de poder y que llegue un tío listo aprovechado y un jeta. Berlusconi es eso. Aquí puede ocurrir, no sé. Todavía no lo conocemos, pero todo es posible. Quién se iba a imaginar en los últimos dos años lo que ha sucedido con Podemos o Ciudadanos. De un mes para otro cambia todo. Pero, sí, sí que nos parecemos a Italia.


Cuando salía a la luz toda la porquería que hay en Italia, uno podía pensar que, en comparación, lo de España no es para tanto. Pero me he dado cuenta de que aquí estaba tan organizado que ya funcionaba solo. Se ha institucionalizado todo el sistema. Como allí hay tantos partidos, el poder está más fragmentado; uno de ellos se enfada, o le pasan un dossier, o chantajean, se lo pasan al periodista… de una manera u otra sale toda la porquería. Porque es difícil parar las cosas. Aquí, con un partido hegemónico en cada región o en cada ayuntamiento, no es tan sencillo. No es que en España haya menos, es que está todo mucho mejor organizado. En Italia todo es más complejo, el poder está muy roto.



Francisca Pageo | Íñigo Domínguez

El Mediterráneo


En el periodismo aparecen historias por todas partes, lo que pasa es que hay que invertir tiempo para encontrarlas. El desafío del viaje era ese. Ir sin plan, a ver qué salía; me la voy a jugar, aunque no consiga nada. Confío mucho en aquello de perder el tiempo, porque en realidad lo estás aprovechando de otra manera. El viaje, en parte, supuso una forma de demostrar al periódico que se podían hacer cosas así; un periodismo más lento, más de pasar el rato y dejar que las cosas fluyan. Si vas a un bar, te tomas un café y dices “bueno, voy a echar aquí media hora”, hablas con este, con el otro, empiezas a hablar y sacas alguna cosa. Si no te paras a lo que, aparentemente, es perder el tiempo, no te enteras. Has pasado por ahí, has estado en el sitio y ahí estaba la noticia. Pero estaba dormida y tú no la has despertado porque no le has dedicado ni un minuto. Esa prisa que tenemos con todo resulta fatal. En este caso, se trataba de un viaje que no tenía grandes noticias o exclusivas, por lo que lo importante era contar qué era lo que pasaba.


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Pasé por el pueblo de Miró, Mont-roig, y me entretuve una hora en un bar. Al final resultó que Miró tenía una casa allí y que la autopista pasa por encima de ella. Es una pequeña cosa, pero te dice mucho, es muy simbólica, de lo que estaba pasando en ese momento. Ves esa casa, símbolo de un pintor que es patrimonio nacional, y le hacen una autopista por encima. Es una imagen muy fuerte y significativa. Cuando viajas ocurren estas cosas, y ese es un detalle que quería transmitir en el libro. En El Ejido, por ejemplo, me hizo mucha gracia el contraste entre el pueblo, que es un lugar de inmigrantes, y Manolo Escobar. Él, un símbolo ibérico, y su pueblo lleno de africanos que no saben ni quién es. Algunos me decían “conocemos a un Manolo, pero no sabemos cómo se apellida”. Encima, hablamos de personas que ni siquiera sabían español. Un niño que había aprendido español en la escuela les hacía de intérprete. Y ya cuando llegaba uno que sabía inglés y podías hablar con él, se notaba que le hacía ilusión. De hecho, me dijo que era el primer español con el que hablaba. Llevaba aquí años y nunca había hablado con uno; en inglés, claro. Quién cojones iba a hablar con él en inglés en El Ejido. Era todo surrealista. Aparte de eso, como símbolo Manolo Escobar tiene ese componente casposo con el que se podía jugar. Pero también es significativo de lo que comentaba antes. Borrar la memoria, la identidad y los símbolos está muy presente, es lo que veía allí.


Uno de los gérmenes del libro era mi inquietud, sobre todo cuando vivía fuera de España, ante esa obsesión de correr hacia delante. Siendo joven estudié en Salamanca, y recuerdo una calle empedrada, preciosa, a la que de repente le quitaron su empedrado medieval de toda la vida para colocar en su lugar asfalto de paseo marítimo. ¿Por qué? Si aquello era mucho más bonito. A lo mejor fue la mera tontería de que a un amigo del alcalde le adjudicaron el proyecto y desembocó en eso, pero lo cierto es que tampoco hubo demasiada protesta. La gente lo asumía. Es esa sensación de que al final dejamos a los políticos hacer las barbaridades que quieran, que ellos no se mueven por necesidades ni nada; se mueven por la pasta. La mayoría (habrá gente decente) están para trincar ellos y sus amigos. Entonces, que esa gente tenga cualquier tipo de responsabilidad a la hora de gestionar el pasado o la memoria resulta gravísimo, porque no tienen ni puñetera idea y son unos ignorantes. Quizá no haya una predisposición a olvidar, pero estos políticos van a lo suyo y se cargan el pasado. Y lo admitimos. Y al admitirlo es verdad que no le damos el valor que tiene.


Creo que, en algún momento de la historia, todos quisimos dar un salto para ser modernos y europeos, y pensamos que dar ese salto conllevaba quitarnos de encima todo lo que sonase a viejo. Como los parientes del pueblo que molestan cuando vienen de visita a la ciudad. Lo paradójico, y lo gracioso, es que cuando todo se derrumba y empiezas a tirar del hilo, lo que sale a la luz es igual de chusco. De película de Berlanga. Las grabaciones, los vídeos, las fotos, las facturas… Todo cutre. Te cargas parques naturales, te cepillas un montón de cosas de valor, no dejas de hablar del futuro, pero sigues siendo el cutre de siempre.


Fui hasta Marina d’Or en busca de lo hortera, pero al llegar allí alucinaba; era tan perfecto como símbolo que no me lo podía creer. Ni aunque se tratase de un desafío para entrar en el libro Guinness de los récords. Y, además, no solo por lo que estaba ya construido, sino por lo que querían hacer. Como decía una de sus promotoras, Marina no es lo que es, es lo que va a ser. Y te enseñaba las pistas de esquí, la torre de Pisa... Tengo el catálogo en casa y un DVD que me dieron que es para conservar. Algo increíble. Fue increíble a lo que llegamos. Aunque la crisis ha sido algo trágico, menos mal, a propósito de este ejemplo, que sucedió. De otra manera en Marina d’Or hubieran seguido imparables hasta hacer lo que querían hacer.  


Podemos pensar que ahora hemos aprendido la lección, que hemos visto las consecuencias… pero, qué coño, imagínate que empieza la recuperación y vuelven a construir, como si no hubiera pasado nada. Ocurriría lo mismo que ha pasado: recuperación, creación de empleo, puestos de trabajo, y a la gente le va a dar igual si se cargan esto, lo de allá o lo siguiente. Al final, lo único que hay es la construcción y el turismo. Y el problema, también, es una cuestión de modelos.



Francisca Pageo | Íñigo Domínguez

Crónicas de la Mafia


La Mafia se ha extendido y está también en España, lo que pasa es que no se habla al respecto. La Camorra y, sobre todo, la N'Drangheta están por todas partes, en especial en el litoral mediterráneo. Con la burbuja inmobiliaria han comprado hoteles, restaurantes… Se mueven más en el mundo de los negocios, sin necesidad de corromper.  Están lavando dinero. Aquí se establecen y viven felizmente porque no tienen la misma presión policial. En la última década, de hecho, el número más alto de camorristas detenidos fuera de Italia se encuentra en España. Hasta había grabaciones con un detenido al que metían en la cárcel y decía que, en comparación a las prisiones italianas, esto es como un hotel de cinco estrellas. Les dejan llamar por teléfono, cosa que en Italia es inconcebible. Las cárceles italianas son tercermundistas, con una saturación brutal. Las de aquí, en cambio, tienen instalaciones más modernas, así que están encantados. A veces detienen a algún mafioso, pero siempre se dice que se esconden en nuestro país, no que tienen negocios en España. Ese es un tema del que se habla poco.


En España no hace falta la violencia ni la intimidación. Al no haber un grupo intermedio que compita por el poder, los partidos políticos se organizan de la misma manera. Saquean sin necesidad de amenazar, a través de comisiones. En Italia ya existía la Mafia y es un actor más del juego. Sin embargo, aquí no hay necesidad y no surge. Quizá sí comportamientos parecidos a otros niveles. Las Mafias, como decía, andan por aquí, pero se mueven en otro ámbito. No buscan, como en Italia, esa complicidad con la política. No intervienen de esa forma. Pero, sí, los mecanismos son idénticos: el saqueo y el botín del dinero público.



Agradecimientos: Llibrería Ramón Llull, Libros del K.O..



Juan Jiménez García


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