Ese misterio llamado amor. Una conversación con el profesor Francisco Bengoechea | por Susana Herman

Susana Herman | Una conversación con el profesor Francisco Bengoechea

A finales del año pasado asistí al seminario que impartió Francisco Bengoechea en el Institut d’Humanitats de Barcelona: Diez historias de amor*. Bengoechea es profesor de Filosofía en la Universitat Autònoma de Barcelona y, desde hace varios años, dedica unas jornadas filosóficas a  “ese misterio llamado amor” a partir de propuestas literarias y cinematográficas. La fórmula funciona y es inagotable. Porque el amor es huidizo y se escapa cuando lo nombran.


A pocos días de finalizar las clases, el profesor accedió a tener una charla conmigo para hablar del estado del amor en el siglo XXI. Y esto es lo que sucedió.


Empezaré con una cita del cantante Joe Jackson: “El amor es la prueba de que Dios tiene sentido del humor”. Con el paso del tiempo, cuando uno mira atrás siempre tiene la sensación de que hay algo de humor en cómo empiezan y acaban las relaciones  ¿Cree que Dios (o el Destino) tiene sentido del humor cuando juega con nosotros en cuanto al amor se refiere? ¿Es así como tenemos que tomarnos el amor, como un juego en que alguien ajeno a nosotros mueve ficha sin tenernos en cuenta?


Puede que no estés de acuerdo conmigo, pero creo que muchas de esas frases que gozan de una aureola de sabiduría probablemente podrían expresarse de otra forma, con más extensión y de una forma más clara. Este tipo de frases no suelen gustarme. No me gustan las frases con enigma.


De todas maneras, siempre que las relaciones humanas se ponen en contacto con la divinidad nos encontramos con el juego. No es raro, dada la diferencia de poder. También en la tragedia, los dioses griegos jugaban con las tragedias humanas. El amor puede tener un carácter trágico, puede tener un carácter cómico, y no creo que la distancia en el tiempo te aclare su verdadero significado. La distancia suele ser un factor de engaño, a según qué edad puedes considerar que un amor que tuviste a los 16 años fue una tontería sin importancia. Pero uno ha cambiado tanto entre los 16 y los 40 que es otro el que ahora juzga, desde una atalaya ajena. Solamente si nos situamos en la etapa en que lo vivimos se puede juzgar la verdad de un sentimiento.


Hay que intentar restablecer el afecto en el momento en que se vivió y no considerarlo a distancia. Y entonces, ese efecto cómico quizá se atenúe.


Y volviendo a la frase que comentabas al principio sobre los dioses y la raza humana. Los dioses ya jugaban malas pasadas a los humanos en la Odisea, para no aburrirse, para ponerlos a prueba. Con el amor parece que haya pasado eso. La literatura está llena de casos de amantes burlados, y no me refiero solo a los cornudos. Parece que los dioses promuevan los lances de amor para que se puedan escribir grandes historias.


Actualmente no se trata el amor como una gran cuestión filosófica, recibe un tratamiento secundario, cuando es algo tan importante en nuestras vidas. De hecho, prácticamente todas las canciones, las novelas, las películas y los poemas hablan de amor. Es un hecho central en nuestras vidas, muchas decisiones se toman (o se dejan de tomar) por amor y cambian el rumbo de nuestra biografía. ¿Por qué ese tratamiento secundario?


No es que la Filosofía haya dejado siempre de lado el amor. Cuando la Filosofía se interesaba por lo que podríamos llamar la Vida, tenía por finalidad última la Felicidad en esta Tierra. No había Cielo y el sentido de la Filosofía residía en la Felicidad terrena. Se trató y se escribió mucho sobre el amor, del amor como filia, es decir como amistad. Era tal la diferencia entre la mujer y el hombre que la relación amorosa, heterosexual, por decirlo de alguna manera, no era algo noble y carecía de rango. Con todas las excepciones que se quiera, pero siempre excepciones. Más tarde cambia la ubicación de la Felicidad y ya no se busca en la Tierra, es cosa de otro mundo, y entonces se abandona el tema del amor. Hablo del vínculo de la filosofía y el amor terrenal, porque el amor preocupa siempre, al poeta por ejemplo. Pero no al filósofo como filósofo. El amor a Dios sí, San Agustín habla mucho, pero eso no viene al caso. En el siglo XX solo destacaría a Ortega y Gasset, mientras que los literatos han escrito cosas maravillosas. Hay un suizo, Denis de Rougemont, pero sospecho que lo que me interesa de él lo ha sacado de Ortega.


¿Podemos decir entonces que el amor es también una invención cultural? Es bien cierto que es un sentimiento humano, pero a lo largo de los siglos también lo han definido la economía, la política, la cultura,… Dependiendo del momento histórico que nos toca vivir, su papel puede ser muy diferente. Y eso me hace pensar un poco en el juego del que hablábamos al principio, en que el amor no depende tanto de nosotros. ¿Nos influye más la idea del amor que se nos transmite, fruto del momento histórico concreto que vivimos, que el amor mismo?


Sí, pero al formular así la pregunta estás suponiendo ya la existencia de un sentimiento, de un afecto muy real al que llamas “amor”. Un afecto que te importa mucho y por el que estás dispuesto a según qué renuncias, y eso tiene un valor. De todos modos, creo que habría que definir ciertos conceptos para no hablar en el aire. El problema cuando hablamos del amor es la polisemia: amas a la patria, amas los donuts y amas la vida en el campo o vivir en Nueva York. Ese es el problema. Yo he evitado plantearlo en el seminario,  pero fíjate que todo el mundo sabía de qué estábamos hablando sin haberlo nombrado, porque es inefable. Nadie se ha confundido, nadie ha creído que estábamos tratando del amor a la patria o el amor al hermano pequeño. Ni siquiera del amor a un amigo. En el momento en que lo nombras, el problema se hace mayúsculo. Yo creo que si consigo fijar una nomenclatura, algo que no está hecho, ya habré realizado la mitad del trabajo.


Permíteme que hable aquí de Montaigne. La amistad de Montaigne con La Boétie equivale exactamente a lo que para una persona del siglo XIX o XX era el amor romántico sexual, y, en cambio, en Montaigne no es un amor sexual. Él no lo reconoce así, ni tampoco como amor platónico. El mundo desde entonces ha cambiado una barbaridad. Yo creo, volviendo a lo que tú decías, que son elementos sociales, culturales, los que construyen el sentimiento. No siempre en la misma proporción y con el mismo grado, pero son una serie de circunstancias las que inciden en su creación. Sin embargo, lo que se siente ahora es muy similar a lo que se sentía hace quinientos años, aunque se le llame de forma distinta.


Los sentimientos no cambian tanto, aunque cambien sus nombres. En cuanto al sentimiento de amor que tratamos, cometemos esa pequeña trampa de no nombrarlo sino de forma genérica. Porque en cuanto lo nombras el barullo que se organiza es de espanto.



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Ahora que lo comenta, es cierto. Durante el seminario no hemos nombrado el amor o elaborado un catálogo de sensaciones o requisitos del sentimiento amoroso, pero todos sabíamos a qué nos estábamos refiriendo. Y me viene ahora a la cabeza la dedicatoria que Manuel Cruz ha escrito en su libro Amo, luego existo, que habla precisamente sobre los filósofos y sus idas y venidas con el amor: “Para los que aman, porque ellos están en el secreto”. Y esto viene a corroborar un poco la naturaleza inefable, casi secreta, del amor, y que solo los que han amado pueden entender. Pasa un poco como con el dolor. De igual manera que todos tenemos un umbral para el dolor, ¿cree que tenemos un umbral para el amor?


Que hay un umbral es seguro, el ser humano es finito y sus capacidades también son finitas. En cuanto a lo demás, habría que saber de qué tipo de amor habla Manuel Cruz porque, si no, te hace cómplice y no sabes dónde te has metido. Está claro que no he leído el libro. Si se trata de la pasión amorosa está claro que no es una experiencia secreta, quien más quien menos se ha enamorado en su vida y sabe de qué le están hablando. Otra cosa es que haya grados, pero eso no impide la comunicación.


Yo diría que se refiere a ese amor que deja de ser un ideal (que la mayoría de nosotros tenemos), y que pasa a materializarse en otra persona… Y ahí, de pronto, tenemos un espejo en el que mirarnos y que nos reconoce.


Supongo que estamos hablando de dos modalidades de amor distintas, de dos momentos que presentas como consecutivos. Un momento de idealización del objeto del amor, otro segundo de realismo. En este segundo amo a una persona real y ella a su vez no se engaña sobre mí, me ama tal como soy. Se crea así una dinámica circular, especular, de reconocimiento mutuo. La primera modalidad sería inauténtica y solo la segunda forma de amor merecería ese nombre.


Es el método típico del filósofo, intentar definir la esencia del amor, encontrar una forma que valdrá como arquetípica y de esta manera descalificar las otras como puros simulacros o como amores menores. Es lo que se hace ahora. Lo mismo que hacía Platón y se ha hecho siempre, porque esa es la forma normal de trabajar del filósofo. Una vez que ha llegado a una definición, esta sirve como instrumento de descalificación de todas la demás formas. Entonces, ¿qué ocurre? Si tienes veinte años, coges el amor-pasión y descalificas los demás. Si tienes cincuenta, lo haces al revés. Es un mal procedimiento. Por eso creo que en este punto hay que ser afilosóficos y tender a la inclusión en lugar de a la exclusión. Y procurar entonces caracterizar esas formas distintas que comprende el concepto de amor, en lugar de ir al revés. O sea, ver la diferencia dentro del concepto, en lugar de buscar un tipo simple y homogéneo y descalificar el resto. Es precisamente lo que está ocurriendo: la descalificación actual del amor-pasión como una ilusión pasajera, como egoísmo, narcisismo, como el amor del amor… ¿No será una manera crepuscular de ver las cosas? Cuando una forma de amor está muriendo en uno y ya no la puede revitalizar, en lugar de reconocer su valor, la descalifica.


Precisamente una de las cuestiones que quería tratar es la libertad de elección de compañero, de pareja, de amante. Parece que actualmente gozamos de esa libertad para dejarnos llevar por el amor-pasión, algo que en otras épocas no existía. ¿Nos has sobrepasado esa libertad? Lo digo en el sentido de que ahora podemos elegir, hay muchas personas disponibles, podemos optar por no tener pareja, el matrimonio puede basarse solo en el amor y ya no es tanto una institución de soporte de la familia o una manera de estar en sociedad. Ahora el amor es válido por sí solo. ¿El hecho de que seamos más libres nos ha hecho prisioneros de nuestras propias decisiones?


Quieres decir que el miedo a quedar atado se convierte en miedo a la libertad. Nuestras  decisiones nos pueden encadenar, se le coge miedo a la libertad de decidir.


Efectivamente, todo ha cambiado. Pero los cambios bruscos suelen ser superficiales en el momento en que se viven. Los cambios profundos suceden lentamente. Supongo que tú estás pensando en el siglo XXI. Yo viví un cambio muy brusco que ocurrió aquí, en los setenta. Concretamente en el medio universitario de Barcelona, que es donde yo me movía. En aquella época hubo un cambio en las ideas, en los comportamientos, pero no un cambio en los sentimientos. El intelecto pensaba una cosa y el corazón sentía otra, para expresarlo en términos un poco cursis. Pero es así.


Te voy a contar una anécdota curiosa. Vamos, más que una anécdota, una situación curiosa. Tengo un amigo psiquiatra que a finales de los setenta y principios de los ochenta tenía muchos pacientes que eran profesores, estudiantes y gente que procedía de un ambiente un poco bohemio y que se distinguía por una forma de vida muy distinta en aquel entonces de la ordinaria. Un caso recurrente con el que se encontraba era el paciente que le venía con el problema de la libertad sexual de la pareja. Pero claro, la libertad sexual lleva aparejada una cierta libertad sentimental, y esto es más complicado. Se trataba de un principio casi moral, o del todo moral, la no coacción de la libertad del otro y la obligación de ejercer la propia. Podía uno ser progresista, anarquista, marxista, marcusiano… Había una cuestión puramente ideológica, ¡pero esto creaba una serie de traumas que no te puedes imaginar! No se estaba preparado, no se cambia de la noche a la mañana.


En este sentido se ha avanzado mucho. En aquella época la promiscuidad en los ambientes universitarios era considerable. Y se ensayaron nuevas formas de amor; había gente que vivía en comunas. Pero había que tragarse los celos y eso era un martirio. Un trauma.


Yo creo que se ha seguido progresando. También está implícito en lo que dices, que el matrimonio no puede ser una condena para siempre. Porque la gente se sigue casando cuando la situación económica se lo permite, y si se divorcia vuelve a casarse o se vincula como pareja de hecho. Pero eso ya no pasa, lo de la cadena perpetua, no se siente así. Cuando yo era jovencito en todas las familias se contaba de algún pariente lejano que había dado la espantada y la noche antes a la boda había desaparecido. Eso ahora no es frecuente, porque ya no se ve el matrimonio como una cadena perpetua. Pero cuidado, porque a la hora de la verdad ocurre. En Francia el 40% de los matrimonios se divorcia, y se echan las campanas al vuelo porque el otro 60% ha tenido éxito. Lo cual es un espejismo, porque seguir juntos no es sinónimo de matrimonio conseguido.


Muchas veces esa libertad y esa facilidad para cambiar de pareja no es tal. Se tienen hijos, se crean dependencias económicas, se tiene miedo a la soledad, y la gente aguanta.


Susana Herman | Una conversación con el profesor Francisco Bengoechea

¿La idea es que en el ejercicio de nuestra libertad creamos nuestra propia prisión?


Y sabiendo, además, algo que en la época de matrimonio por conveniencia no se sabía: que podrías no estar ahí, en la prisión. Y que la culpa es toda tuya, por haberte engañado a ti mismo. Todo el mundo conoce gente para la que separarse es tan traumático que no tienen el valor de dar el paso, pero que si pudieran volver atrás en el tiempo no se casarían, al menos no con la misma persona. Antes el contrato matrimonial era como el contrato social de los teóricos de la política, un momento original en que decías sí libremente y quedabas atado de por vida. Pero ahora tampoco es un contrato que valga solo mientras uno quiera mantenerlo. A menudo se derivan unas situaciones desde las que resulta difícil volver atrás.



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El miedo al compromiso… Hubo un momento en una de las clases, a propósito de Desayuno en Tiffany’s, en el que comentó que el amor no es siempre inevitable, que es necesario autoconvencerse de ese sentimiento y darle ese nombre. No racionalizarlo, pero sí nombrarlo.


Yo estoy convencido de que hay una cuestión de reconocimiento del afecto. Digamos de identificación del sentimiento. Y esto se ve perfectamente en algunos casos. ¿Cómo es posible que Montaigne no reconozca en su sentimiento por La Boétie lo que Ortega llamaba “amor sexual”? Todas las notas del amor que Werther le profesa a Carlota, todas, están en Montaigne. Entonces, ¿qué es lo que falta aquí? Reconocer el sentimiento. Un reconocimiento que no se podía dar porque la homosexualidad era una aberración en aquel momento y Montaigne era una persona de orden. ¿Hasta qué punto la moral impide la identificación de un afecto e impide que se le dé el nombre correcto? Y no estoy suponiendo que Montaigne sintiera deseo sexual por su amigo.


Yo creo que la identificación y el nombre tienen que ver con la cuestión cultural que te comentaba antes. No solo influye, sino que es un elemento constitutivo del afecto mismo. El afecto se siente, de acuerdo, pero se siente de un modo distinto cuando lo nombras, cuando lo reconoces.


No deja de llamarme la atención que al final tenga que darse un elemento racional…  ¿Por qué da miedo nombrar el amor?


Porque una vez identificado nos reclama sus derechos. Porque darle nombre influye en el sentimiento mismo. Al nombrarlo se hace más fuerte porque sabes lo que es, sabes que es amor, mientras que antes era otra cosa. Y está culturalmente reconocido que el amor es un sentimiento muy grande y que obliga a mucho.


 ¿Gatsby sería un personaje que tiene un umbral de amor muy alto? ¿Simbolizaría el fracaso del idealismo, el fracaso del amor como motor de la vida?


Personajes excesivos como Gatsby no hay muchos. Pero hay otros anteriores y posteriores en la literatura. Son personajes singulares, son raros. Gatsby construye un mundo para que una mujer quede seducida por él. Aunque no es un acto generoso. Es un amor idealista, pero no generoso. En realidad no ofrece nada, solo desea poseer a Daisy y todo lo que hace no es sino poner los medios para poseerla.


Y si la llegara a tener, ¿qué? Pero esa es otra cuestión. La cosa es que se siente enamorado de ella, y ese sentimiento es real, y es un motor de vida, como tú dices. Crea un pequeño imperio, que se derrumba, claro. Como todos, como el Imperio romano. Desde ese punto de vista no hay fracaso. Desde otros es un desastre.


¿Cómo han cambiado las relaciones  amorosas con la irrupción de Internet? ¿Qué trae de nuevo el amor 2.0? Ahora estamos siempre disponibles para el otro, no hay posibilidad de poner distancia real. Siempre podemos encontrar al otro en el momento en que lo necesitamos.  Pienso en Romeo y Julieta… la tragedia se hubiera evitado con un simple WhatsApp. O en la típica escena cinematográfica del tren que se marcha, sin posibilidad de volver a alcanzar al otro. Ahora la sensación es que ese amor se puede ir, pero siempre podrás reencontrarlo en una red social, “en la nube”. Es  más difícil echar de menos…


Lo de Romeo y Julieta se hubiera evitado, sí, pero eso es algo mecánico, ajeno a la cualidad del sentimiento, de la relación. Otra cosa es la influencia de Internet en el amor. Por ejemplo, la disponibilidad que me comentas puede producirle a uno el sentimiento de sufrir un acoso light, un acoso políticamente correcto.


Si el otro se va en un tren y te interesa en serio, lo mejor que puedes hacer es coger el siguiente tren e ir a buscarlo. Hoy, como ayer, basta un “ciao” para liquidar una relación de veinte años. Puedes llamarle al móvil, enviarle whatsapps, que si el otro no te contesta lo tienes crudo.


Hoy en clase quería introducir precisamente a Bauman y  su “amor líquido”. De él me interesa la distinción que hace entre conexión y relación. Él ve la conexión como la forma moderna de vincularse (y ojo, porque “vínculo” es todavía más fuerte que “relación”, pero de alguna manera tenemos que llamarlo): conecto, desconecto, conecto… La conexión sería un vínculo débil, de bajo compromiso, de poca implicación. Estás dispuesto a mandarle un whatsApp para ver cómo respira, pero no a presentarte en su casa. No a molestarte, no a correr un riesgo. De todos modos, yo no he llegado a conocer una sociedad sin teléfono, aunque fuera fijo.


¿Y qué hay de la “imposible ausencia” que nos han traído las redes sociales? Internet ha cambiado el modo de relacionarnos. Me viene a la cabeza la típica escena de película en la que el avión despega con tu verdadero amor en él, ¡que se va para siempre! Ahora piensas, bueno, ya le enviaré un WhatsApp cuando llegue y a lo  mejor lo arreglamos… Puede que esa “imposible ausencia” haga más difícil dar un nombre a los sentimientos, que haga más difícil el autoconvencimiento del que hablábamos antes.


Me presentas una situación límite. Antes estaba el recurso de la carta. El otro podía desaparecer sin dejar sus señas, pero hoy puede comprarse otro móvil y cambiarse la dirección del correo.


Pero la relación que apuntas entre la “imposible ausencia” y la identificación del sentimiento me parece de mucho interés. Es cierto que la sensación de carencia intensifica el deseo y hay una tendencia a la disponibilidad a tiempo completo. La verdad es que no lo había relacionado con la red. No había pensado en la relación de esa convivencia electrónica permanente y la intensidad del deseo.


Ahora que hay tanta disponibilidad y libertad, el amor es casi una cuestión de limitarse, de decidir estar con una sola persona. Las posibilidades son tan variadas que es difícil elegir y optar por alguien. Bauman también habla de esto en El amor líquido.


Sí, y eso lleva al temor al compromiso. El compromiso cierra el futuro. Y el futuro siempre nos puede deparar algo mejor. Eso es lo que dice Bauman. Pero cuando te enamoras no experimentas la sensación de que estás eligiendo. Todo se te impone, a veces a pesar tuyo. Bauman imagina el amor líquido como un paseo por unos grandes almacenes: ¿Qué me conviene, esto o aquello? Eso puede ocurrir si el objetivo es emparejarse, si hablamos del amor en un perfil bajo.



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Incluso podríamos decir que la libertad nos paraliza…


Conozco una persona que si va sola a comprarse unos calcetines no se los compra. ¿Por qué rojos y no azules? Él plantea la cuestión del siguiente modo: no acepto la relación porque quiero seguir relacionándome. Es una paradoja que, si la examinas, no lo es tanto. En realidad lo que critica Bauman es relacionarse de un cierto modo, mantener abierta la relación, mantener vivas las expectativas. No comprometerse consigo mismo. Pero no hay paradoja en eso, ni engaño ni contradicción. No necesariamente, aunque puede haberlos. ¿Pero en qué tipo de relación no?


Y aquí podría aparecer el personaje que interpreta George Clooney en Up in the Air. Que no está nunca en ningún lugar para poder estar en todos, que no se compromete y al final acaba llegando tarde. Up in the Air sería una paradoja de los tiempos que vivimos, de esa nube en la que nos hemos instalado para poder estar en todas partes, y que al final nos sitúa lejos de donde realmente pasan las cosas importantes. Todo pasa demasiado deprisa y, cuando por fin decidimos “quedarnos”, ese lugar ya no está.


(El profesor asiente)


Ahora que conocemos más sus mecanismos (hay estudios biológicos, psicológicos, sociológicos, sexuales… ¿Por qué sigue doliendo el amor? (referencia al título del libro de Eva Illouz)


Para empezar, te diré que no he leído el libro. En cuanto a lo del dolor, la pasión amorosa es violenta. ¿Cómo vamos a dominarla con el conocimiento? Los hábitos, la cultura, las prácticas, sí tienen ascendiente sobre el amor. Pero el saber…


Sobre la película Vértigo y su interpretación, una de las clases en las que hubo más desacuerdo. En definitiva, ¿todos nos enamoramos de un fantasma?


Estamos otra vez en el asunto de los dos tipos de amor, el amor a una persona idealizada que solo existe en mi imaginación y el amor a una persona real. El primero es inauténtico y el segundo auténtico. Yo no creo que una convivencia prolongada te dé la exacta medida de la realidad del otro, pero esa es otra cuestión. En una hora puede variar tu juicio sobre él en aspectos fundamentales, y nadie puede ser algo y su contrario.


Lo que me interesaba de Vértigo es la idea de amor a un fantasma que otros te han construido, no el que te construyes tú por proyección. El artífice conoce al personaje que interpreta James Stewart y crea una mujer a la medida de su deseo. Un dispositivo extensible a la construcción de los mitos en el Star System. Woody Allen, por ejemplo, hace de Scarlett Johansson un objeto de deseo en Match Point, crea un mito erótico.


Volviendo a Vértigo. Madeleine, el personaje que interpreta Judy Barton que a su vez interpreta Kim Novak, es un objeto real de deseo. El afecto que Scottie (Stewart) siente por ella cumple con todas las condiciones de un amor verdadero. Lo que no se puede es descalificar ese amor como no auténtico porque Madeleine sea un personaje ficticio.  El afecto está ahí, ¿qué es lo que no es auténtico? ¿Que el objeto es un fantasma? Qué más da…  Qué más da postrarse ante una piedra o ante la catedral de Colonia si el sentimiento de piedad es el mismo. Esta es la cuestión.


Susana Herman | Una conversación con el profesor Francisco Bengoechea

¿Será entonces que todos nos enamoramos de la sábana que cubre al ser de carne y hueso? Y cuando pasa el tiempo y la sábana cae, viene el desengaño… O descubrimos nuestro propio autoengaño: que la sábana siempre estuvo ahí… ¿Entraría aquí el concepto de cristalización de Stendhal?


Para Stendhal la cristalización es la condición del enamoramiento. Es un proceso de falsificación. Proyecto sobre una mujer de carne y hueso las cualidades que se me van ocurriendo, las que me vienen a la imaginación. Podríamos decir que la mujer me sirve solo de soporte para las cualidades que yo le cuelgo como si fueran adornos. Como cristales brillantes, es la metáfora de la cristalización.


Si las cosas son así, entonces no me enamoro de otra persona, en realidad no salgo de mí mismo, me enamoro de  las perfecciones que imagino. Amo en la otra persona las cualidades que yo le he atribuido. Desde Ortega los filósofos vienen criticando el amor pasión porque se han tomado en serio a Stendhal. Y es verdad que las cosas a veces pasan así, pero otras veces no. Uno se ve enamorado como un tonto de quien imaginas que no te conviene, de alguien con quien no te puedes imaginar conviviendo, porque sería un infierno. Y luego resulta que descubres en esa persona cualidades o facetas que no sospechabas. Descubres en el otro, ¿eh? No las proyectas sobre él. Pero antes de ese descubrimiento ya estabas enamorado y lo asumías como un destino. Como una maldición.


Quiero decir, que también ocurre hoy todo lo contrario de lo que dice Bauman. Aunque a lo mejor es cierto que vamos hacia un individuo calculador, al modelo del consumidor que se acerca al mercado del amor con el mismo talante con que entra en el Corte Inglés. Pero no creo que se lleguen a mercantilizar tanto las relaciones como en tiempos de nuestros bisabuelos.


¿Nos ofrece el amor 2.0 un amor cristalizado, un objeto de deseo ya terminado? ¿Nos perdemos el descubrimiento?


Descubrir cualidades en el otro no es descubrir “calidades”. En lugar de cualidades hablemos mejor de “propiedades”. Si no tienes una piel de rinoceronte descubres en una persona propiedades, una forma de sonreír, una forma de sacudir la cabeza para apartarse el pelo de la cara, y cosas por el estilo. Y otras propiedades, digamos morales, que a lo mejor crees que no te convienen, pero uno no siempre se inclina por lo que cree que más le conviene. Considero fundamental para cualquier relación amorosa posterior, una relación de cincuenta años por ejemplo, una etapa anterior de pasión amorosa. De pasión intensa, violenta. Confiere carácter a la relación, parece mentira que sea algo que se olvide.


Otra cosa es el amor-Meetic, una versión remozada de la antigua agencia matrimonial. No lo estoy criticando, perseguir una relación madura y estable me parece una opción. Cada uno cree conocer su situación y sus necesidades. Pero esas formas se encuentran en el límite del campo abarcado por el concepto de amor. 


En definitiva, no hay categorías nuevas... ¿Ya no se inventará nada nuevo?


No lo sé, ya veremos… O ya lo verán otros.


Parece que el amor nos traerá de cabeza, también en el siglo XXI. Pero, mientras tanto, no dejará de prometernos la Felicidad y la Belleza; de inspirar a novelistas, cineastas, poetas y músicos, que intentarán acercarse a “ese misterio” como tantos otros antes que ellos. Después del café compartido con el profesor Bengoechea, se me ocurrieron más preguntas, más matices, en un bucle interminable. Y al no poder parar, eché mano de un poema de Iván Tubau que llevaba conmigo y que olvidé compartir con el profesor:


Juraremos amor eterno si es preciso
para ser algo más felices un instante.
Ni la mejor mentira, amor, es la verdad.



Susana Herman



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(*) Temas y obras propuestas para el seminario: 1.- Celos de una idea: Stendhal, Vanina Vanini; 2.- Arte y deseo: George Bernard Shaw, Pigmalión; 3.- Amor a un fantasma: Alfred Hitchcock, Vértigo; 4.- Una atracción funesta: Philip Roth, Los hechos; 5.- Vivir para una obsesión: F. S. Fitzgerald, El gran Gatsby; 6.- Rivalidad: Luchino Visconti, El inocente; 7.- Un pretensión disparatada: J.M. Coetzee, Hombre lento; 8.- Viejas fórmulas para situaciones nuevas: Jason Reitman, Up in the Air; 9.- El poder de la debilidad: Truman Capote, Desayuno en Tiffany´s; y 10.- El otro, ese desconocido: Woody Allen, Alice.