La primera secuencia de The Killer (Dip huet seung hun, John Woo, 1989) muestra al asesino Ah Jong en una iglesia en reformas, rodeado de velas hasta la exageración y ante el altar de una virgen. Nada de esto llama tanto la atención como la proliferación de palomas blancas, una imagen que se repetirá posteriormente, cuando la iglesia sea escenario del esperado enfrentamiento final.
La relación entre John Woo y las palomas en sus películas posteriores es tan reconocible que se ha convertido en su firma e incluso en motivo de parodia. Él no oculta que se crió en un barrio conflictivo, violentado por las bandas, y solo encontraba descanso entre los muros de la Iglesia. Más por respeto que por la devoción del creyente, Woo se convirtió al cristianismo. Es sencillo despachar que es tan solo una referencia privada de un autor que, si bien ha hecho su marca de fábrica en cine de acción violento, es un declarado humanista y pacifista.
Aunque El silencio de un hombre (Le Samouraï, Jean-Pierre Melville, 1967) sería una referencia que marcaría todo el cine de acción hongkonesa posterior -con Johnnie To llevándolo a su máximo exponente-, lo cierto es que la mayor influencia de The Killer surge de Malas Calles (Mean streets, 1973), del también católico Martin Scorsese. Ese equilibrio entre la depravación humana y la oportunidad de la gracia divina late tanto en la filmografía de Woo como en la de Scorsese.
La paloma no es solo el espíritu santo, la llegada de la gracia divina a través del bautismo, es también la esperanza de tierra firme que permite a Noé y los suyos desembarcar tras el Gran Diluvio. Cristianismo aparte, la paloma blanca se muestra como un animal grácil cuyos hábitos de apareamiento monógamo la emparentan con divinidades del amor y la fertilidad, como la babilónica Ishtar o Venus, que se desplazaba en un carro conducido por palomas. No son solo animales mensajeros en el sentido más literal de la palabra: se muestran, como ángeles o las almas que escapan del cuerpo, intermediarios entre lo celestial y lo terrenal.
El papel que la paloma adopta en el cine de John Woo es de contraste: es el elemento bello que irrumpe en lo mundano, la calma que precede a algún violento clímax. Si The Killer es la primera de sus películas en usarla es porque refleja en concreto ese tema: el asesino Ah Jong aprende, a través del amor con la cantante Jennie, que su vida puede tener sentido al margen de las tríadas, mientras que, por el contrario, el detective Li Ying empieza una búsqueda por la justicia para acabar siendo brazo ejecutor de la más iracunda venganza.
No es solo al comienzo y en el clímax donde las palomas hacen acto de presencia en The Killer. El primer cara a cara entre Jong y Ying en casa de Jennie es una aguda escena de suspense sustentada en la ceguera de esta, que no puede percibir que ambos hombres no son amigos como afirman, sino asesino y policía con armas en ristre. Cuando Jong encuentra la oportunidad de huir por los tejados, Ying dobla una esquina para ser abordado por varias palomas que permiten escapar al asesino. Es demasiado pronto para un enfrentamiento final, todavía hay más sangre que hacer correr.
La paloma acompaña a Woo en posteriores películas. En Una bala en la cabeza (Die xue jie tou, 1990), la película abre con varios dibujos, entre los que se encuentra una bandada de palomas con el sol de fondo, que parecen estar expuestos en una capilla donde Ben (Tony Leung) ensaya sus pasos de baile en el Hong Kong de 1967, un comienzo apacible que pronto se desarrollará en un infierno que le llevará hasta Vietnam.
Su desembarco en Hollywood, Blanco humano (Hard Target, 1993), contiene a una paloma blanca que enseña a Chance (Jean-Claude Van Damme) la pista que está buscando. Más tarde, otra paloma defeca sobre el casco de un matón motorizado; el cual malgasta balas en castigar al ave; y, finalmente, una paloma se posa en el hombro de Chance antes del último tiroteo.
En Cara a cara (Face/Off, 1997), Archer (en ese momento de la película, Nicolas Cage) acude al funeral de su compañero Lazarro para dar fin a su enfrentamiento con Castor (ahora, John Travolta). Camina por la playa, entre gaviotas, pero al cruzar el umbral de la iglesia, le acompañan las palomas. Enciende una vela. La tensión se acumula. Una virgen, casi idéntica a la de The Killer, asiste como testigo mudo al duelo. La imagen crucificada de Cristo otorga al calvario de Archer una nueva luz sobre el trato a su familia y, en especial, a su hija. Cuando la pelea es llevada al exterior, las palomas distraen a Castor para que Archer pueda prevalecer.
La aparición de las palomas en Misión Imposible 2 (Mission: Impossible 2, 2000) anuncia la llegada de Ethan Hunt (Tom Cruise) al lugar de la reunión del villano, Sean Ambrose (Dougray Scott), siendo, de nuevo, distracción para el matón de turno pero también una imagen interesante de gracia y sigilo que, como en el clímax de Los límites del control (The limits of Control, Jim Jarmusch, 2009), hace de la elipsis la más eficaz de las infiltraciones. De esas palomas oscuras pasamos a una blanca, ahora desde el punto de vista de Ambrose, que percibe a Ethan Hunt como una figura mítica provocándole desde el umbral de una puerta en llamas. La muerte ha venido a buscarle. Cuando Hunt engaña a Ambrose, su huída vuelve a ir acompañada de las primeras palomas de plumaje oscuro, enfatizando sus habilidades de espía.
En Paycheck (2003), la visión divina se hace de rogar, pero, como en el caso de Ambrose, representa una visión profética de la propia muerte, situándose después de la principal acción del clímax para dar mayor énfasis al duelo entre Jennings (Ben Affleck) y Rethrick (Aaron Eckhart). El ave expresa aquí la claridad mental que Jennings, dentro de la tradición gnóstica de Philip K. Dick, adquiere al conocer su destino y, sin embargo, encontrar el modo de quebrantarlo, de traicionar a la propia naturaleza a través de la razón o logos. Para los gnósticos, la paloma que desciende sobre Jesús en el bautismo del río Jordán es el matrimonio entre Sophia y Christos, una unción de la sabiduría, del conocimiento celestial.
En Acantilado rojo (Chi Bi, 2009), el señor de la guerra Cao Cao utiliza una paloma blanca mensajera para contactar con su espía en territorio enemigo, en una secuencia que da especial importancia al viaje del ave sobrevolando el río Yangtsé. Tanto en esta película como en Paycheck cabe destacar que las aves son, a diferencia del resto de las aquí indicadas, recreadas virtualmente.
La paloma de John Woo deviene en algo más que iconografía y firma. Se forma como un contrato tácito con el espectador, una marca de tono que permite que nos adentremos tanto en la atmósfera indicada como en las normas de juego. Es, curiosamente, un sordo y grácil pistoletazo de salida para que entendamos que las escenas y concesiones que les siguen forman parte de un terreno más lírico. Es la aceptación formal de que, en el cine de John Woo, entramos en otro mundo.
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