El silencio | Marta  Rodríguez Iborra



El silencio aparece de pronto entre las rocas y el dolor. El silencio, vestido de sal y musgo, se hace cuando nado sin cuerpo o cuando camino bajo la luna llena de un cielo ajeno. El silencio desgarra cortinas de terciopelo y espolvorea el recuerdo que provoca la fuga de un perfume concreto. El silencio se muestra cuando bailo descalza frente a un mar de personas sin rostro o cuando siento miedo y vergüenza al recordar lo que no he sido. El silencio huele a sangre y a olvido.


Aunque no me pertenezca, el silencio me conecta íntimamente con el mundo. O con su ausencia. Desnudez y plenitud de estrellas a través del marco de la ventana. Aun conteniendo mi nombre, el silencio es impersonal y escurridizo, eterno y a la vez fugaz como una palpitación de verano en forma de suspiro. Es de textura indefinida y se filtra con disimulo por las paredes del alma convertida en materia. El silencio nace en el interior y se expulsa en vano, porque no existe, porque no se deja disolver o fragmentar, porque igual que se engendra sin previo aviso un día desaparece sin más, como el tacto del primer amor.


El silencio se da en constante metamorfosis; contiene la belleza de una mariposa de colores y la inocencia de una simple caja de zapatos. El silencio es gusano. El silencio es seda. Unas veces se desnuda ante el dolor de un tercero; otras, se disfraza de censura como el gemido de un animal que jamás llegará a nacer.


Por su profundidad, para conocerlo, hay que intentar escucharlo y nombrarlo. El silencio es corazón y garganta y se pronuncia al cerrar los ojos y sentir el último aliento de quien se acaba de morir sin compañía. El silencio huele a hierba mojada y su brillo se percibe a través de la verja de un jardín salvaje. El silencio es lenguaje también, es el éxtasis de la mañana y la calma de un atardecer color teja. Se mastica con suavidad entre menta fresca, tabaco y música de cuerda y no es, como algunos creen, aburrimiento o vacío.


El silencio no escoge destinatario


El silencio acecha


El silencio no se rompe,


el silencio nos encuentra


despistados


en medio del sentir y el pensamiento cinematográfico: largas secuencias de vida estallan en un ápice de tiempo


El silencio no es esto


El silencio no es aquello


El silencio no es


El silencio no llena



El silencio puede ser todo,


el silencio puede ser nada



El silencio vive dentro


aunque esté fuera



El silencio es tan dulce como la muerte y tan antiguo como el impulso. O el miedo.



Marta Rodríguez Iborra



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Francisca Pageo | Silencio