La característica más importante de Paisaje en la niebla es que es una road movie estática. Dos horas de desplazamiento hacia adelante que son la contradicción del movimiento. La película-poesía de Theo Angelopoulos que lleva a dos niños de Grecia a Alemania detrás de un padre que no existe está más en conexión con una fotografía que con una corriente de imágenes. La belleza y la emoción en esta aventura inquietante comienzan en la composición de cada escena y, por eso, es importante recorrerla, veintiséis años después de su presentación en el Festival de Venecia, a través de siete instantes congelados.
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1. “Al principio, fue el caos. Después se hizo la luz. Esta se separó de las tinieblas. La tierra del mar. Nacieron los ríos, los lagos y las montañas. Y después las flores y los árboles, los animales, los pájaros.”. La adolescente Voula comparte habitación y cama con su hermano pequeño Alexander y en la oscuridad le susurra las primeras líneas del Génesis. La madre de ambos, en forma de luz que se filtra por debajo de la puerta, interrumpe el cuento todas las noches y lo deja sin una conclusión. Únicamente ella podría explicar a sus hijos cómo nacieron en vez de mantener su origen en sombra. |
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2. “Son hijos del azar. ¿Qué padre, qué Alemania? Es todo una gran mentira. Por no decirles que no tienen padre y para que sueñen con algo.”. El tío de Voula y Alexander revela temprano que la búsqueda con la que arranca el viaje de los niños carece de sentido. La policía los encuentra acurrucados en el vagón de un tren y los detiene en una comisaría, pero precisamente aquellos que deben devolverlos a su casa quedan paralizados cuando empieza a nevar. La fascinación por lo que en ese momento ven en la ventana es tan poderosa que permite a los dos hermanos reanudar su huida sin que les presten atención. |
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3. Las ciudades que los protagonistas atraviesan están heladas y son irreconocibles. Grecia es un territorio en el que la industrialización se ha estancado: las fábricas, los vehículos y las construcciones, desgastados, corresponden a otra década. La desorientación de los niños está simbolizada por una compañía nómada de actores ancianos que busca sin éxito una sala que quiera acoger su representación. “Todo ha cambiado”. En este estado intemporal, sin embargo, hay necesidades que resisten. Alexander está limpiando las mesas de un restaurante a cambio de un sándwich cuando un violinista callejero lo interrumpe con su música. Su aplauso entusiasmado contrasta con la ira del dueño en una de las situaciones más hermosas del filme. |