Frances Ha, elogio de la resignación | Rubén León



Noah Baumbach | Frances Ha

 “Si no tienes fuerza para imponer tus propias condiciones a la vida, debes aceptar las que ella te ofrece”


T. S. Eliot en El empleado de confianza



Frances Ha regresa a la soleada Sacramento, una de esas localidades americanas cuyo nombre conocemos de oídas pero no sabríamos a ciencia cierta decir dónde está ni tampoco qué podemos encontrar allí. Para Frances tampoco hay nada, excepto sus padres y el hogar de su infancia. Aunque Sacramento sea la capital del estado de California, no hay espacio en ella para los grandes destinos. Por eso, la ambición de Frances de convertirse en bailarina la ha llevado a mudarse a Nueva York, una ciudad en la que suceden las cosas. Cuando vuelve a visitar a sus progenitores, su estudiado aire cosmopolita la ha convertido en alguien excéntrico en un lugar en el que reinan los convencionalismos. Pero, cuando la vemos en Nueva York, tampoco parece encajar del todo: su disfraz se resquebraja y, por las rendijas, vemos perfectamente a la chica de provincias.


Porque el periplo de Sacramento a Nueva York es un viaje de proporciones bíblicas. No se trata solamente de atravesar el país de costa a costa: es casi como marcharse a otro planeta. Por eso, Frances se siente como una alienígena y observa los apartamentos de sus amigos neoyorkinos como si visitase un museo lleno de artefactos ultraterrenos. Pero no puede limitarse a ese estado de asombro perpetuo: quiere encajar entre esos seres extraños y fascinantes. Es la única manera que tiene de llegar a cumplir su sueño de trascender los límites de su condición de burguesa de provincias. ¿No es mucho mejor ser pobre en una de las ciudades más importantes del mundo?



"No eres pobre. De hecho decir eso es ofensivo para la gente pobre"


Frances Ha


Noah Baumbach | Frances HaPorque Frances, en comparación con el mundo en el que se mueve, parece siempre bordear la miseria. Su figura parece a veces la encarnación de la frustración cotidiana de millones de habitantes del primer mundo, un mundo en el que el poder adquisitivo de la mayoría no está a la altura de sus deseos: Frances no puede permitirse un piso en el centro de la ciudad (algo que se pone de manifiesto cuando su mejor amiga, con la que comparte alojamiento, decide mudarse al elitista barrio de Tribeca), no puede permitirse una tetera nueva, no puede permitirse una cena en el restaurante de moda, no puede permitirse un billete de avión a París… Cuando le cuenta a un amigo que, para costearse un extemporáneo viaje a la capital francesa ha pedido un crédito y este le advierte de los riesgos de tal acción, la película refleja, quizás de manera involuntaria, el mantra “habéis vivido por encima de vuestras posibilidades” que tanto nos han repetido nuestros dirigentes. Pero, ¿podía Frances conformarse con menos? ¿Podríamos nosotros? ¿No nos pidieron antes esos mismos dirigentes que ahora nos crucifican que consumiéramos desaforadamente?



"Siempre vas a estar confusa y siempre te vas a mirar demasiado en el espejo"


Frances Ha


Pero su frustración no es meramente económica. Frances no se sentiría satisfecha aunque le tocase el Euromillón y se comprase una casa en el 15e arrondissement. También ha de lidiar con otro de los grandes males del siglo XXI: el de llegar a ser alguien. Hubo un momento en el que alguien nos dijo que podríamos lograr todo aquello que nos propusiéramos. Pero hay espacios que están reservados para unos pocos. La danza es una de esas cumbres de muy difícil acceso, en cuyo ascenso Frances se ha quedado severamente rezagada. Así que, después de su fallido viaje a París, emprende un nuevo y arduo camino: el de la resignación. Es como si Frances, en el avión que la traía del Hexágono, hubiese leído La conquista de la felicidad, de Bertrand Russell (1), en el que una de las claves que da el filósofo británico para ser feliz al hombre del siglo XX es la de no compararse con los demás, no fijarse en los logros ajenos y centrarse más en uno mismo. Pero, ¿sigue siendo válida esa modesta enseñanza en el siglo XXI, en el que es más fácil que nunca compararnos con otros gracias (o por culpa de) las redes sociales? Noah Baumbach | Frances HaA Frances le sirve y, desde entonces, y con altibajos, decide no fijarse ni en los éxitos ni en el dinero de los demás para lograr levantar barreras contra esa frustración permanente que la asola. Para ello, no se detendrá pero modificará diametralmente su rumbo. Nuestra heroína decide empezar a amar lo que es bueno y bello en su vida.



“A veces, creo que soy más inteligente y mejor que los demás. No necesariamente en matemáticas o ciencias, o los puntos cardinales, pero sí en casi todo lo demás. Y si lograra encontrar un estilo propio, también sería la mujer más hermosa del mundo”


Mistress America


Frances Ha es básicamente una historia sobre el fin de la juventud. Cuando traspasamos esa casi imperceptible frontera que nos introduce en la edad adulta, nos detenemos un segundo para mirar atrás y pensamos que vamos a sentir añoranza de lo que dejamos atrás. Pero, en la mayoría de casos, lo que observamos es un paisaje desolado, las ruinas de una fiesta casi infinita. Eso es la juventud, mientras que la edad adulta es el momento en el que se ha de empezar a construir algo. Y eso es lo que hace Frances, dejando atrás una meta inalcanzable y haciendo girar su vida en torno a objetivos más humildes, que quizás, con tiempo y perseverancia, puedan elevarse más allá de sus constreñidos límites. Ya no se trata de París o el Olimpo de la danza, sino de conseguir una casa para ella sola o montar coreografías para espectáculos amateur. Se trata de sobrevivir, pero también de incorporar a nuestra vida, sean cuales sean su cotidianeidad y sus sinsabores, aquello que más nos gusta.


“You can like the life you’re living, you can live the life you like”


Roxie Hart en Chicago


Todo este proceso está ilustrado en un glorioso blanco y negro, en el que Frances se mueve como pez en el agua: baila en la calle por unas monedas, corre al ritmo de David Bowie, se pasea por unos brumosos Jardines de Luxemburgo, se refocila en la cama con dos hombres (muy castamente, como en un juego de niños), se duerme en el metro, bebe cerveza, divaga… ¿Por qué esta opción estética? ¿Por qué el blanco y negro y la música de Georges Delerue que suena en varias secuencias? El ascendente obvio de esta puesta en escena es la Nouvelle Vague, las películas de Jean-Luc Godard de los 60 protagonizadas por Anna Karina, como Vivir su vida o Banda aparte, las primeras obras de Éric Rohmer, como La carrière de Suzanne, y también otras cintas que perseguían de forma casi obsesiva el periplo de mujeres en busca de algo inefable, como El eclipse de Antonioni. En aquella época, todos los autores tenían su musa, que era mucho más que una actriz. En ocasiones, casi se podría afirmar que el director solamente ponía en escena el universo de la intérprete. Así de intensas eran las colaboraciones de Ingmar Bergman con Liv Ullmann, de John Cassavetes con Gena Rowlands o de Woody Allen con Diane Keaton: Manhattan es una de las influencias más identificables de esta cinta. Aquel cine trataba de plasmar un universo propio, completamente personal, algo que contradecía prácticamente todo el cine anterior pero, sobre todo, las películas de los estudios de Hollywood. Los directores se convirtieron en detectives de los sentimientos, creando piezas de cámara modestas pero cuyo alcance quería ser universal. El problema es que aquel tipo de cine era tan diferente que el público probó pero no repitió.



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“A los cineastas cuyas películas me inspiraron cuando estaba escribiendo el guion: Antonioni (...) y Godard y todos los demás”


Sofia Coppola en 2003


Cuando Sofia Coppola agradeció su Oscar al mejor guion original por Lost in Translation, yo me pregunté si de las películas de Godard o Antonioni quedaba alguna influencia en el cine norteamericano contemporáneo. Un profesor me dijo una vez que aquellas películas de autor de los sesenta habían conducido al cinematógrafo a un callejón sin salida, porque los directores se habían empeñado en replicarlas una otra vez, en plasmar sus sentimientos en la gran pantalla, y esos sentimientos, pasado el asombro inicial, no interesaban en absoluto al espectador, que quería más o menos lo mismo de siempre. Por este camino se entra a la eterna cuestión de si el cine es un arte o un medio de comunicación social, pero no nos vamos a perder por ahí. La cuestión es bien simple: ¿sigue vivo el legado de los autores de los 60? Baumbach parece elegirlo precisamente porque forma parte del estado de ensoñación de Frances.



Noah Baumbach | Frances Ha

“No soy una persona de verdad todavía”


Frances Ha


Frances Ha no es una película de verdad: es más bien el sueño de una película, sus dos autores sueñan cómo sería narrar una historia según los postulados de la Nouvelle Vague, aunque no sea nada práctico y escape a toda lógica en el cine contemporáneo. Porque aquellos escenarios reales en los que se rodaban las películas, aquella naturalidad de los actores, aquel blanco y negro, todo se rodaba de aquel modo porque era más barato, más rápido, más realista. Pero ahora es mucho más complicado hacerlo así. Porque Baumbach sigue los postulados de la Nouvelle Vague, no así sus métodos, como demuestra lo que han contado varios de los implicados en el proyecto: para conseguir interpretaciones más espontáneas de los actores, de cada escena se llegaron a rodar más de 15 tomas e, invariablemente, se utilizó en el montaje definitivo alguna de las últimas. Así que Frances Ha es una especie de Nouvelle Vague impostada, un trampantojo de la Nouvelle Vague, pero asombrosamente efectivo. Por eso, la forma de ilustrar la transición de Frances de la ensoñación al pragmatismo mediante un mecanismo antiguo nos parece a los cinéfilos un tanto avezados terriblemente efectiva, del mismo modo que un melómano asegura que la música suena mejor en los discos de vinilo o que un fotógrafo sentencia que los matices que se consiguen con la fotografía analógica no se logran con la digital. Es un autoengaño. Ese estilo es marginal y, como tal, se manifestará de tiempo en tiempo pero no conducirá a un nuevo paradigma del séptimo arte. Hemos de ser conscientes de sus limitaciones, como tiene que serlo la pobre Frances.



“Me gustan las cosas que parecen errores”


Frances Ha


Así es esta cinta: un enorme error, una anomalía dentro del cine contemporáneo. Un artefacto imperfecto al que se le ven las costuras y que es consciente de que no narra solamente una historia, sino que se eleva como una profunda reflexión metacinematográfica. Así, mientras Frances no renuncia a sus aspiraciones, pero se vuelve pragmática, del mismo modo el cine ha de aceptar que la estética nouvellevaguiana es algo que ha de quedar atrás, por mucho que nos duela. Es como esa juventud enloquecida de la que hablaba antes, una fiesta que pensábamos eterna pero que se acabó. Y, aunque intentemos quedarnos en ella, el resto de los invitados se han marchado hace tiempo. A veces algún despistado vuelve a ella, pero la gran mayoría ha avanzado y ya se ha puesto con otra cosa.



“Cuando veo películas así, me doy cuenta de lo poco cinéfilo que soy. De que el 98% de las películas que existen no me interesan absolutamente nada. Y de que, más que gustarme el cine, a mí lo que me gusta es Godard (que además, para el 98% de la población, es el anticine por excelencia). Pues eso, muerte al cine”.


Sedmikrásky (2)


Noah Baumbach | Frances HaNoah Baumbach, director, y Greta Gerwig, actriz y guionista, no se rinden, aunque se resignen, consiguiendo articular un relato insólito, tanto en el fondo como en la forma.  Esa estética se transforma en una declaración de intenciones, continuando una tradición que a veces creemos perdida y que sigue presente en todo el mundo, desde la española Los ilusos (Jonás Trueba, 2013) hasta la coreana The Day He Arrives (Hong Sang-soo, 2011). Y la historia que cuenta es igual de inhabitual. La inacción es un tema que se ha tratado ampliamente en el arte, desde el famoso relato de Herman Melville Bartleby el escribiente, cuyo nombre se ha convertido en sinónimo de desidia, hasta el manga recién editado en España El Hombre sin Talento, de Yoshiharu Tsuge (3). La apatía puede ser tan extrema como la genialidad. En cambio, la resignación, entendida como conformidad ante lo que nos va aconteciendo, no ha sido retratada en igual medida, ya que no resulta tan espectacular, pues no supone un enorme fracaso: conlleva seguir intentándolo, pero con expectativas más realistas. Es como atenuar la luz que nos guía para que alumbre objetivos más cercanos. Esta historia no habla de grandes sacrificios, de ese concepto de resignación que se ensalza en las películas de Dreyer o de Lars Von Trier, sino de sacrificios cotidianos, esos que todos (o casi todos) hemos tenido que asumir al hacernos mayores, como renunciar a vivir en el centro de la ciudad o trabajar en algo que no nos gusta.


Eso es lo que hace Frances, se arremanga y decide ganarse la vida de una vez por todas. Y, aunque a veces le cuesta y quiere esconderse, como cuando su mejor amiga visita su antigua universidad, en la que trabaja de camarera, sabe que no puede aspirar a parecerse a ella, viajando con su marido a Japón semana sí, semana no y dejándose ver en los saraos culturales. Pero en eso consiste exactamente la resignación: en no ver un trabajo de camarera como un callejón sin salida.



“Es grandioso finalmente apreciar la vida que nunca planeaste”


Greenberg


Noah Baumbach y Greta Gerwig han colaborado juntos en tres películas, de momento, algo así como una “Trilogía de la resignación”. Este tema ya estaba presente en las obras anteriores del realizador de Brooklyn, así como en Mientras seamos jóvenes, la película que realizó Baumbach sin su musa intermitente. Aparece más marcadamente en Greenberg su primera cinta juntos, en la que Greta solamente actuaba, y en Mistress America, en la que una Gerwig más madura sigue experimentando las mismas inseguridades. Pero en Frances Ha, la resignación no toma un cariz destructivo (como en Greenberg) ni paralizante (como en Mistress America), sino que es un sentimiento que acaba conduciendo a una suerte de felicidad. O, al menos, de estabilidad.



“Me siento enamorada de todo, pero no logro descubrir cómo funcionar en este mundo. Ojalá viviéramos en la época feudal, cuando era imposible cambiar tu posición en el mundo”


Mistress America


Frances Ha, a pesar de ese poso de melancolía por un cine y una juventud perdidos, lanza al final un mensaje optimista. Sugiere que cada persona puede alcanzar todo su potencial, por modesto que este sea. No es que pretenda ser uno de esos manidos manuales de autoayuda en los que la protagonista siempre se muestra resuelta y decidida y consigue lo que quiera. Nada más lejos: Frances es a veces cobarde, incluso pusilánime y, por momentos, tenemos la impresión de que la vida va a llevársela por delante. Y, aunque la resignación la ayude, no sabemos si continuará siendo feliz durante mucho tiempo. De hecho, en Mistress America, el personaje que interpreta Gerwig podría ser una Frances un poco más mayor, que sigue sin encontrar su lugar en el mundo, que emprende proyectos sin ningún sentido que difícilmente llegarán a buen puerto. Pero no todo es el resultado, a veces el camino es lo verdaderamente apasionante.


Finalicemos con otra sentencia de la última película de Baumbach & Gerwig: “el camino no está contra ti, es solamente el camino”



Rubén León



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(1) La conquista de la felicidad. Bertrand Russell. Madrid, 1991. Espasa Calpe. Colección Austral nº 189.


(2) Una mujer casada, en Sedmikrasky


(3) Yoshiharu Tsuge. La creación y la nada, por Juan Jiménez García