Resistencias underground, cinefilias desde el límite | por Aarón Rodríguez

“I welcome you right into my head. My spirit. Strengthening spirit. Aren’t we all children?”


(The rapture, Come back to me)


“There is a big dark town, it´s a place I found. There´s a world going on… underground”


(Tom Waits, Underground)


1.


Hace unas semanas me preguntó un buen amigo cuándo demonios iba a escribir un artículo sobre Sasha Grey. Un icono pop tan capaz de autoparodiarse como de vestirse de musa indie para onanistas gafapastas en la inmisericorde The girlfriend experience (Steven Soderbergh, 2009), una niña mala de la cultura popular capaz de envenenar para siempre nuestros sueños, sueños húmedos e indescifrables de purísima y dolorosa pornografía.


Sasha Grey había llegado más lejos que ninguna otra en su debut. The fashionistas Safado: The Challenge (John Stagliano, 2006) fue considerada, en una típica boutade posmoderna, el equivalente pornográfico de El padrino (The Godfather, Francis Ford Coppola, 1972). Allí nuestra heroína preferida mostraba cómo podía merendarse –literalmente y sin la menor piedad- a varias estrellas consagradas de la industria de la triple equis y permanecer estoica ante una colección de perversiones tan variadas como deslumbrantes. Stagliano se sacó de la manga una figura inhóspita y demasiado compleja para el porno, una erudita, mitad intelectual y mitad fantasma depredador. En los mentideros de Internet se comenta que antes de decidir que Sasha Grey sería su nombre artístico, la señorita Marina Ann Hantzis pensaba autopromocionarse nada menos que como Anna Karina en honor a la primera esposa de Jean-Luc Godard. Así era ella y así nos llegó: cinéfila, enferma de pasión y cultura, exquisita en el interior del lodo, una danza entre Dostoievsky masturbándose en un delirio epiléptico y una camionera sucia de la Ruta 66. ¿Cómo no íbamos a enamorarnos?


Sasha Grey

Godard afirmó en las Historie(s) que el montaje era su bella preocupación. Mi bella preocupación se llamaba Sasha y llevaba los conceptos de femineidad, inocencia, violencia, crueldad y goce hacia nuevos territorios para los que incluso un apasionado diletante del porno nivel usuario podía exigirse. Ella nos conmocionó con su brutalidad y nos invitó a salir a los cruces de caminos para pregonar un nuevo sermón: Jenna Haze había muerto. La caballería del placer recorría otras llanuras y los perros de la lluvia –los niños abandonados que no crecimos con la Nouvelle Vague sino con Spielberg- teníamos motivo para celebrar nuestra nueva joya cinéfila. Una joya obscena de saliva, piel, mohín de puta sabia y sonrisa de sacerdotisa ancestral.


Sasha Grey, a su manera, también ha reinventado el cine.


2.


A veces creo que la Nueva Cinefilia es una excusa para tomarse un café frío –el café de Godard, el café francés del 68 pero ahora transmutado en firma iraní, coreana, exótica de vanguardia- con los amigos a nivel global. La ropa sucia que da vueltas en la lavandería cinematográfica de las minisalas no sabe nada –ni sabrá nunca- de la Nueva Cinefilia porque, en esencia, es probable que la Nueva Cinefilia no sepa gran cosa de sí misma. Es una etiqueta para colocar bajo el nombre en los correos electrónicos, un punto excitante de savoir faire estupendo para lucir en funerales y celebraciones de la cosa, una cosa que pretende ser on-line y plural y comunicativa cuando, mientras redacto estas líneas, decenas de chiquichonis comparten sus películas (la enésima revisión del coche tuneado y la señorita asiática embutida en cuero que nunca vería Sasha Grey), opinando con incontables faltas de ortografía en los foros de Internet.


La Nueva Cinefilia es la generación de los que no tuvieron una generación, el Cahiers de los que no tuvieron Cahiers. De ahí que la lectura a día de hoy de Movie mutations: The changing face of world cinephilia sea la antítesis misma de Sasha Grey: nos deja fríos, indiferentes, con la sensación de algo ya dicho que flota en el ambiente y a lo que se intenta dar una pátina de originalidad y de novedad (1). Igual resulta que la Nueva Cinefilia es una novia aburrida que no se deja meter mano porque intuye, ay, que no pasará a la Historia. Y que no tendrá su Godard, un Godard hermoso y juvenil que la lleve a los bailes de la cultura popular los sábados por la noche en un descapotable revolucionario. La Nueva Cinefilia no entiende mucho de posmodernidad y emite sonoros bostezos por las minisalas de arte y ensayo, esperando a Godot/Godard. Esperando.


Al menos, la Nueva Cinefilia -muy al contrario que sus viciadas pero históricas hermanas mayores- a veces intuye que se equivoca, se encoge de hombros y se susurra a sí misma: “Quizá todo este discurso no encierre gran cosa”.


Too Fast, Too Furious. Too New, Too Cinephile.


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3.


¿En qué momento asumimos que nuestro contacto con la pornografía era también una forma de cinefilia? ¿En qué momento se abrieron los diques de la confesión despendolada y subieron a la palestra la Serie Z, las pelis de la Troma, los delirios de Shinya Tsukamato, las alegres salvajadas de Jörg Buttgereit, esos desechos fecales cinematográficos firmados por Uwe Boll? ¿Quién fue el primero que se atrevió a sugerir que quizá era más interesante Watchmen (Zack Snyder, 2009) que los últimos quince años de Claude Chabrol? ¿Hasta cuándo seguiremos pagando las cuentas pendientes de Mayo del 68 y de las revoluciones frustradas de la generación Pre-Post-Pro-Nueva Cinefilia? ¿Podrá Debord dejarnos en paz de una puñetera vez para que podamos echarnos una partidita al Duke Nukem Forever sin sufrir un excesivo cargo de conciencia ideológico? ¿Se oyen risitas culpables en los estrenos de Albert Serra o de Javier Rebollo, risitas crueles cada vez que se cotejan las cifras en taquilla o las ventas en dvd? Hace apenas una semana -es necesario confesarlo y utilizar la primera persona del singular para airear las miserias- un importante catedrático de una importante Universidad pública patria no pudo evitar un gesto de desprecio al oírme hablar de las posibilidades que Herzog y Wenders estaban sacándole al 3D:


- Mire, joven, eso del 3D está muy bien, pero acabará por destrozar a los espectadores. A usted tiene pinta de que le gusten peliculitas [sic] como Réquiem por un sueño (Requiem for a dream, Darren Aronofsky, 2000), pero hágame caso: vuelva a ver a John Ford. Es el único que importa.


Algo parecido pronunció en una charla pública un emérito director de una emérita escuela de cine al ser preguntado a propósito de los experimentos on-line de David Lynch: “Mire, joven, hay gente a la que en las fiestas le gusta bailar con la más fea. El cine de David Lynch siempre me ha resultado insoportable”.


Y entonces uno comprende el cáncer de la Vieja Cinefilia, la metástasis hacia la Nueva Cinefilia, y consecuentemente, el callejón sin salida teórico. Entonces uno comprende que desde las últimas dos décadas se ha generado una oposición entre el Gran Hollywood (pertrechada por viejas glorias de la Crítica y secundada por los Opinadores-Oficiales-A-Lo-Jose-Luis-Garci) contra la Sagrada Modernidad Europea (de Rosellini hasta Leos Carax, pasando por la resaca de los Cultural Studies), dejando fuera del poliedro a todos los fantasmas posmodernos que incluso hacen cosas excitantes cuando se equivocan estrepitosamente -véase Sucker Punch (Zack Snyder, 2011), Silencio desde el mal (Dead Silence, James Wan, 2007) o A horrible way to die (Adam Wingard, 2010).


De lo que se trata -vamos a decirlo ya claro de una maldita vez- no es de encontrar al enésimo Gran Director de País Emergente y Exótico Capaz De Rodar Los Mejores Planos Fijos Espirituales (Marca Registrada). De lo que se trata no es de enarbolar una lista interminable de festivales visitados, amigos realizados, reivindicar la libertad de expresión de tal o cual realizador de vanguardia en un país totalitario. Los cinéfilos -para la Nueva Cinefilia- parecen ser al mismo tiempo teóricos, políticos, arqueólogos, abanderados de la paz, antisistema de salón, intelectuales, eruditos, revolucionarios. Pero del placer -del filia de Cinefilia- apenas se dice nada en sus textos. Nada que resulte realmente excitante, tan excitante como Sasha o tan excitante como la propia Anna Karina. Tan demoledor como un recopilatorio de la Fabrik, tan cercano como las curvas siempre sugeridas de nuestra taquillera de confianza, tan virulento y tan sagrado como Valhalla Rising (Nicolas Winding Refn, 2009).


Sasha Grey

4.


Frente a la línea oficial, la línea sumergida, la cinefilia de la resistencia, la pequeña cinefilia que se calienta entre las ascuas del autoaprendizaje y con un ojo puesto en las atalayas de la difusión crítica. Mónica Jordan, en el excelente artículo publicado en el número anterior de Détour (2), apuntaba una serie de líneas básicas que podrían unir a una generación de escritores de cine 2.0, con sus luces y sus sombras. Excelente porque resultaba clarificador y tenía la sana intención de proponer un nuevo marco generacional vertebrado por las nuevas tecnologías y por las nuevas intenciones.


Sin embargo, yo siempre he sido mucho más apocalíptico y mi punto de vista es algo diferente. La nueva generación 2.0 de cinéfilos está todavía por definir y muchas firmas ya se han escorado –metodológica y estilísticamente- hacia las líneas maestras heredadas principalmente de los Cahiers du Cinéma – España. Las referencias de los padres siguen estando claras, y de ahí que la fascinación por los tópicos de la Modernidad -de los que me quejaba amargamente hace un par de epígrafes- no sólo amenacen con continuar, sino que además actúan como una garantía sólida de Calidad Cinéfila, sea semejante cosa lo que sea. Mientras las nuevas generaciones de crítica literaria –encabezadas por el necesario ensayo Afterpop de Eloy Fernández Porta, redondeadas por los casos prácticos de las novelas/poemarios de Agustín Fernández Mallo o Manuel Vilas y secundados por todo un movimiento blog que se atreve a hibridar filosofía, literatura, cultura popular, bufonada y sampleado, la Nueva/vieja Cinefilia sigue sin atreverse a dar su salto mortal sin red y se acomoda al vermú nostálgico del XIX, de la Modernidad, del Papá cuéntame otra vez teórico.


Uno sueña con una cinefilia que suene a Portishead o a Björk, no a Ismael Serrano. Pero hasta que esa “Generación 2.0” de la que hablaba Jordan no termine (¿terminemos?) de asentarse en los medios de distribución tradicional, o por el contrario, hasta que nuestros espacios de reflexión on-line (blogs y revistas) estén investidos de la misma atención y la misma relevancia, no sabremos cuál es la cuenta histórica final. Por el momento quizá lo más sensato sería guardar silencio y esperar viendo de nuevo The Fashionistas Safado, preguntándonos si tiene sentido intentar parecerse más a Sasha Grey que a Eric Rohmer.


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(1) Nos remitimos a la fabulosa crítica de Roberto Amaba publicada en Shangri-La Textos Aparte Online.


(2) Cinefilia escrita