D’entre les ombres. Apuntes unidireccionales sobre Història de la meva mort | por Andrés Rubín de Celis

Historia de la meva mort | Albert Serra

Preestrenada en Madrid con motivo del apreciable y confuso ciclo “Historias sin final. Narraciones del otro cine (2010-2013)”, organizado por el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, y exhibida de nuevo en la Sala Berlanga, en el marco de una semana de “Un nuevo cine español en festivales internacionales”, ni el fulgor del Leopardo de Oro de Locarno ni la controversia crítico-cinéfila en torno a la película y su autor aseguran a Història de la meva mort una distribución comercial comme il faut  (algo que, por el momento, se reduce a pases en una única sala en Girona, Barcelona y Madrid). Desaprovechar estas ocasiones para escribir unas líneas sobre su película sería, en cambio, una insensatez.


Història de la meva mort no es otra cosa que el relato de un viaje -he estado tentado de escribir “periplo”-, que no es tanto el (físico) de Giacomo Casanova cruzando Centroeuropa en un fabuloso extravío que le lleva a la funesta Transilvania de nuestro imaginario colectivo, como el (ideológico) tránsito de las Luces dieciochescas a la gótica oscuridad decimonónica del Romanticismo, encarnado por un Drácula simbólicamente despojado del título de voivod (príncipe) para verse rebajado a boier (señor rural). No olvidemos que la línea de sombra marca la región donde la luz, obstaculizada, no penetra. Y aunque Honor de cavalleria o El cant dels ocells, por citar dos buenos ejemplos, nos hubieran prevenido del ánimo de su autor por desentrañar la maraña del mito (y en ese sentido la doble elección de Casanova y Drácula, lejos de representar la oferta de un dispar 2X1 -al estilo de los viejos cócteles de monstruos del fantastique clásico-tardío-, ratifica dicha intención), ese escrutinio queda en esta ocasión aprisionado entre las numerosas capas que dan forma y contenido al filme.


Y así, el acto de enfrentarse a la cinta me hace pensar en desenterrar los restos de un dinosaurio o un mamut prehistórico -colosales y delicados, complejos pese a estar reducidos a mero armazón- atrapados entre estratos de sedimento. Hay quienes pretenden, además, hacerlo impacientemente y sin mancharse las manos. “Esencial” ha sido uno de los adjetivos que han perseguido hasta la fecha al cine de Albert Serra, un mantra con el que viajar cómodamente. Pues bien, Història de la meva mort, en su ambiciosa amplitud (genérica, tonal, emotiva, etc.), supone el reto de recuperar todos los huesos del esqueleto y colocarlos en su lugar. Evidentemente un reto maximalista.


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Historia de la meva mort | Albert Serra

Pero me obstino en retomar su -para mí- dimensión fundamental: no hace falta ser muy agudo para asociar a Casanova con la cofradía libertaria de los ultras de las Luces desglosada por Michel Onfray: un “puñado de  pensadores (…) a contracorriente del pensamiento mágico y místico, en las antípodas de las ficciones, las fábulas y otros recursos mitológicos, que aportan antorchas, candelabros, lámparas y linternas para terminar superando la pequeña y endeble claridad de la vela” (1) alumbrada por la emancipadora razón moderna. En sus memorias, él mismo radiografía la Francia prerrevolucionaria en unas líneas preclaras que nada tienen que envidiar a las observaciones de sus doctos rivales Voltaire y Rousseau: “así eran bajo el gobierno monárquico todos los departamentos del gobierno francés. Prodigaban el dinero que no les costaba nada para enriquecer a sus criaturas, a las personas que querían seducir; eran déspotas, pisoteaban los derechos del pueblo, tenían al Estado endeudado y las finanzas en tan mala situación que la inevitable bancarrota lo habría destruido: era necesaria la revolución” (2). Drácula y sus rurales Cárpatos, por su parte, representan de forma evidente la negrura del horror. En la confrontación de ambos personajes -y ahora no lo afirmo yo, sino su propio creador- "Casanova es un hombre de diálogo e intercambio [en las mayores dimensiones de los términos], un demócrata en cuerpo y alma. No es un hombre en conflicto. (...) [Mientras que] Drácula, por su parte, es un hombre de posesión, tiene más que ver con [la figura] de Don Juan. Sólo seduce a las mujeres para demostrar que son corruptibles. Busca ante todo una victoria moral que a Casanova le deja indiferente, puesto que él persigue el placer. Drácula es el deseo, el control, la metafísica" (3). Desterremos pues de nuestra mente aquello de que “la sangre es vida” (4). En “Història de la meva mort”, ya sea goteando de la boca del vampiro o embadurnando las enjoyadas manos del amante, la sangre no es sino una inseparable compañera del espanto, de la muerte y la descomposición.


Difícil no desembocar en Bataille, aunque mi camino sea sólo eso, el mío: "la vida humana incluye de hecho la rabia de ver que se trata de un movimiento de vaivén de la podredumbre al ideal y del ideal a la podredumbre" (5). Y en este sentido comprendemos que Serra, en el fondo, no habla en Història de la meva mort de Casanova y Drácula, ni de su dudoso encuentro, ni siquiera de la oposición, lucha y triunfo de la oscuridad (y la Muerte, como la completa oscuridad) con/sobre las luces (y la desencumbrada Razón), sino de la vida misma. Y de su desconcertante lógica profunda. Ciertamente una aspiración de mucha mayor envergadura que la de desarmar el resorte del/os mito/s, ya de por si valiosa y atractiva.


Ningún lugar menos adecuado para el ejercicio de facultades tan raras, que no recurren al espectáculo ni a la prestidigitación, al atajo ni a la banalización. Pocos españoles quieren hoy disfrutar (y reconocer) un acontecimiento excepcional. Y más aún si la naturaleza de dicho acontecimiento es cinematográfica. Siguiendo a Cocteau, ni investigan su origen ni se atreven a reflexionar sobre su objetivo, “prefieren burlarse y dedicarse a insultarlo” (6) entre tinieblas.



Andrés Rubín de Celis



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(1) Los ultras de las luces. Contrahistoria de la filosofía  IV, Anagrama, 2010, p.19.


(2) Historia de mi vida, Atalanta, 2010, p.1222.


(3) Reflexiones sobre Drácula y Casanova, por Albert Serra en SoFilm #6, Noviembre 2013. La revisión de la traducción es mía.


(4) Drácula, Círculo de Lectores, 1992, p. 190.


(5) “Le gros orteil” en Documents número 6, 1929, p. 300.


(6) La dificultad de ser, Siruela, 2006, p.46.