Cinco películas D’Autor

L’Apollonide. Tengo buen corazón y seré obediente | por Paula Pérez


Mis únicos libros son los diarios de Sade y la Biblia, y aún no leí la Biblia


Para entrar en la casa cerrada tenemos que olvidar el exterior, la luz del día, el aire libre. Estamos en sus pasillos sin previo aviso, nos han encerrado ahí sin darnos explicaciones, las paredes parecen suaves, los colores son cálidos. De algún modo se siente como un refugio, tiempo después sentiremos que no podemos respirar. Nos dicen que estamos acabando el siglo XIX, en París. Aparece una chica en ropa interior. Aparece otra, y la primera le dice que está tan cansada, que podría dormir mil años. Títulos de crédito. The Mighty Hannibal e instantes en blanco y negro, mujeres en corsé que beben, ríen, fuman, se acarician o se besan en largas noches de satén blanco que nunca parecen alcanzar su final. Estamos dentro y estamos con ellas.


Conoceremos a estas mujeres poco a poco. Son vampiresas en ropa interior de encaje, se esconden en cuanto sale el sol. Cuando este vuelve a esconderse, un peluquero las peina, se echan perfumes y se preparan para salir al escaparate. La revisión médica, el enjuague bucal sistemático forman parte de una cotidianidad tétrica. Estas mujeres son putas que escuchan, que conocen a sus amantes, muchos habituales, muchos novios de una noche. Parecen sentir cierto cariño por algunos, sobre todo por estos que vienen con una promesa en forma de esmeralda verde, un pagaré tus deudas depositado sobre las sábanas. Sin embargo, el amor más real nace entre ellas. Es un amor absoluto y devoto exento de sexo, si es que eso existe. Y luego dicen que el peor enemigo de la mujer es otra mujer.


Si hay algo que comparten todas estas mujeres es un deseo de liberación. Siempre están esperando esa libertad, alguien que pague sus deudas y les abra la puerta. ¿Cómo será París, cómo será la vida tras esas paredes interminables de terciopelo? ¿Qué significa ese exterior, qué significa sexo por placer, construir tu belleza solo para ti? En este contexto de esclavitud que desea la libertad aparece Pauline, una adolescente que viene del exterior y entra para ser libre, para ser independiente. No deja de ser paradójico este personaje que es un contraste, que entra por voluntad propia y buscando dentro de esta casa cerrada aquello que todas las chicas de la casa cerrada esperan encontrar fuera.


Tengo un buen corazón y seré obediente


La carta que Pauline envía al burdel podría haber sido la carta que Nana escribe en un café de París solicitando empleo en un burdel. La carta de Pauline reza tengo la piel blanca y sin manchas. Soy bonita. Tengo un buen corazón y seré obediente. L’Apollonide establece un diálogo con muchas otras películas. Con Nana, que se ha quedado a las puertas de esta casa; con Sévérine, la belle de jour que entró por curiosidad y capricho; con Iris, la joven amiga del taxista llegado de Vietnam, que entra en la casa siendo una niña y envejece encerrada; con Irma la Douce, la puta triste; o Lulú, la puta amoral que se ha escapado de la caja de Pandora. La casa cerrada engloba a cada una de estas personalidades, que tuvieron su protagonismo en otro tiempo, en otra realidad, de igual modo que Clotilde salta un siglo para ser una versión de sí misma en la actualidad, saliendo de un coche con unos vaqueros sucios y viejos, tan distinta de aquella encorsetada que nadaba entre champán y opio. A L’Apollonide, a las muñecas articuladas, y especialmente al personaje de Madeleine, se les nota que también han hablado mucho con Fellini. Madeleine, también conocida como la mujer que ríe, es presentada como una persona serena y probablemente la más triste de todas ellas. Es la puta resignada que de algún modo presagia su desgracia. Todo este abanico de adjetivos que cada una de ellas ejemplificaba no nos dice más que una cosa: que toda mujer puede ser una puta, y que todas las putas son algo más que mujeres: también son muslos finos, son pequeñas, judías o dulces.


¿Quién será la belleza del S. XX?


En un momento dado, un cliente se pregunta ¿quién será la belleza del S.XX? Manet ya nos había presentado a mediados del siglo a esta mujer, la prostituta de lujo que posa desnuda y sin ningún tipo de pudor, estilizada como el gato negro que la acompaña a sus pies, y Botero aún no había nacido. Las mujeres se preguntan quién será esta belleza y una de ellas apuesta por La Judía. Tú serás la belleza del S.XX, le dice sujetando su rostro aún no deformado. Una belleza difícil y arriesgada, la nariz larga, la boca gruesa, los ojos tristes, demasiado delgada. No deja de ser llamativo que la llamada a ser la belleza del S.XX sea aquella que segundos más tarde es destruida en un baño de sangre y desgarro y un grito que funde a negro. La que a partir de ahora será la mujer que ríe fue en su momento la más triste, quizás porque era la que más soñaba. Madeleine vivía en un mundo paralelo donde el infierno existe y se pierde para siempre en un sueño de lágrimas de esperma. No puede reír sin dolor ni llorar lágrimas. Es una pena que sea ella la única chica a la que los sueños se le hacen realidad. A partir de entonces, solo será una atracción de feria, el monstruo escondido tras un velo al que algunos van a visitar de vez en cuando por morbo. Es una criatura felliniana destruida, y ya no pertenece a la casa cerrada porque está encerrada en sí misma y en su vergüenza, como una muñeca rusa.


Durante estas dos horas/años que pasamos dentro de la casa, solo en un momento nos dejan salir al exterior a respirar. Es un momento bello con el que no puedo evitar recordar Une partie de campagne, donde Jean Renoir filma un cuadro de su padre en una salida al campo. Tanto las putas como los burgueses viven en un mundo aparte, bien sea una casa cerrada o la ciudad, y es por eso que en su breve encuentro con la naturaleza se desinhiben y entran en contacto con la vida, el aire huele a día libre lejos de todo el mal. Las putas dejan de pensar en el amor, y los burgueses empiezan a pensar en él.


Condenar aquello que amas


En Springfield también hay un burdel llamado La maison derrière, que al igual que la maison close nos introduce en algo escondido y clandestino. En Los Simpson esta mansión victoriana sigue en pie porque todo el mundo acude a ella (desde el alcalde hasta los felizmente casados), de igual modo que L’Apollonide es también frecuentada por el prefecto y demás autoridades o intelectuales. No obstante, ambas casas corren peligro e intentan ser demolidas por una cuestión moral o de cambio en la sociedad o de hipocresía. Ya se nos dice en un momento de la película: las cosas cambian, lentamente, pero cambian. Este derrumbamiento de la maison close es inevitable, casi podemos escuchar cómo se queda reducida a escombros tras la muerte de una de las chicas por sífilis. Como vemos más tarde en las imágenes de la actualidad, no es que todo se termine, sino que todo se corrompe. Ya podemos salir de nuestro encerramiento y estas salvajes, que no necesitaban que las panteras fueran gatos para poder acariciarlas, podrán preguntarse ante ese futuro incierto marcado por las cicatrices si eso era la libertad. Ya lo decía la madame, hoy en día el amor está fuera, en la calle.


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