Encuentro con Javier Diment | por Juan Jiménez García

Sitges, 2012. Hay que decir que esta conversación siempre será una conversación incompleta. De hecho, no puede ser otra cosa, simplemente porque es un breve fragmento de un diálogo que se prolongó durante varios días, reducidos a varias horas, ahora  a unos pocos minutos. Es más, simplemente es un fragmento de una conversación que se prolonga durante varios años y continuará quién sabe cuántos más, con nuestros meses de silencios y nuestras respuestas intempestivas. Es una conversación con alguien que presentaba su primera película en nuestro país (salvando aquella presentación barcelonesa privada, un asunto de unos pocos), luego un desconocido, después de todo (como si eso importara algo). Lo importante era hablar de cine desde la oportunidad que nos daba la amistad, el tiempo, el saber que podemos ir y volver, y seguir grabando, retomar temas tan viejos como nosotros o tan nuevos… Eso y la sinceridad. Conocer cómo se hace cine desde las dudas, temores y esperanzas personales.


Javier Diment comienza en el cine con el siglo. Escribe guiones, monta una revista inolvidable llamada Mabuse, empieza su colaboración con el director Fernando Spiner. Con él realiza Reflexiones de una vaca, un pequeño documental para televisión que tiene algo de inversión de La sangre de las bestias, desde la celebración social del asado. A él le seguirán más series documentales para televisión: Mi viejo (o los padres vistos, con una cierta crueldad, por los hijos) o Malentendido (sobre esperpénticos errores judiciales). En el año 2006 aparece Beinase, serie de ficción igualmente para televisión (convertida en película: El sentido del miedo) que es algo así como el disparadero del resto de su obra (hasta el momento). Protagonizada por Luis Ziembrowski (actor-presencia constante), Beinase avanza desde el policiaco al cine de terror, pasando por un buen número de temas que luego se irán desarrollando en siguientes obras. Tras ella, llegará El propietario (codirigida con Ziembrowski), o la historia de una actriz que alquila un piso a un arrendador que se dedicará a dormirla y acostarse con ella, en una nueva aproximación al tema del abuso. Con Parapolicial Negro: Apuntes para una prehistoria de la triple A, volvía al documental (aunque entremezclado con momentos de ficción), para reconstruir un momento de la historia argentina (algo así como peronistas contra peronistas, pero que, como viene a decir, en realidad era una cuestión de hijos de puta), que le traía hasta España, lugar de generoso refugio para algún que otro asesino de allá.


Último capítulo, La memoria del muerto (película con la que vino a Sitges), representa, en una cierta clave de giallo (el género, siempre el género, como excusa para poder hacer algo más personal), un intento de llegar más lejos, a más gente, sin renunciar a nada. El resto, está por venir… El futuro es largo.


Para intentar poner un poco de orden en nuestros pensamientos dispersos, dividimos las conversaciones en dos partes. En la primera, “Hacer cine”, nos acercamos al cineasta. En la segunda (próximamente), “Cine hecho”, a sus obras.


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