Aprovechando su paso por Cinema Jove, nos encontramos con un cineasta que consideramos esencial: Rithy Panh. Esencial por muchas razones. Por encima de todas, su trabajo como documentalista y su búsqueda, traumática, en la memoria. La suya propia y la de un país, Camboya, devastado por un genocidio que acabó con buena parte de su población, entre ellos, su familia. Para él quedó el exilio en Francia y esa búsqueda, posterior, de las imágenes que debían restaurar esa memoria. Una memoria íntima y la memoria de un pueblo. Unas imágenes muchas veces inexistentes que él ha buscado reconstruir de múltiples maneras: desde la representación, la pintura, las figuras talladas en madera o el ensayo. Documentos en los que víctimas y verdugos se enfrentaban a su propios fantasmas. Porque los fantasmas están por todas partes.
Todo esto apareció en nuestra conversación de algún modo. Una conversación demasiado breve para una vida demasiado intensa, para un drama demasiado grande, para un cine tan conmovedor. Pero sirvan sus palabras como una invitación a adentrarse en su obra, una obra que también abrió las puertas a la forma de tratar experiencias similares. Y ahí están películas como The Act of Killing o The Look of Silence, de su amigo Joshua Oppenheimer, para dar testimonio de ello. Maneras de enfrentarse a lo terrible y al terror.
El trabajo de la imagen, la recuperación de la memoria
La cuestión de la imagen inexistente tiene dos vertientes, dos posibilidades. Por un lado, una imagen que existía pero que ha desaparecido; y, por otro, una imagen que tenemos en nuestra mente pero que en realidad no ha existido nunca. En L'image manquante buscaba una imagen que estoy convencido de que existe, una imagen del genocidio. Sin embargo, no toda imagen es presentable. Por ejemplo, la fotografía de una ejecución. Cabe preguntarse, ¿la fotografía realmente explica un genocidio? Además, está también la idea de la imagen que falta, la imagen inexistente, como la de mis sus padres, a los que perdí a una edad muy temprana. Esa imagen inexistente de mis padres, que solo vive en mi mente en lugar de en alguna fotografía; en el recuerdo de haber salido, tomado un café juntos, tenido una discusión, como cualquier familia.
Hay varios niveles de memoria, de recuerdo. Mi trabajo comienza con los documentos de los jemeres rojos, documentos de archivo donde, entre otras cosas, aparecen registros de las confesiones. Por supuesto, las confesiones de las víctimas, de los torturados, nunca son fiables, porque evidentemente fueron obtenidas bajo tortura. Pero, incluso en esas declaraciones conseguidas bajo tortura, hay un trasfondo que sí refleja una verdad. Ideas, por ejemplo, de la resistencia, del valor, la protesta; son el tipo de elementos que podemos sacar de estos testimonios y que nos ayudan a nosotros, a los que estamos vivos. De ahí que sea necesario, a veces imprescindible, poder separar esos niveles de información, de memoria, de testimonio. Pero realmente el testimonio constituye una prueba de lo que sucedió.
En cuanto a las imágenes, una cosa que me interesa mucho, en las fotografías está presente no tanto el contenido central de la imagen, sino su contexto; algo así como el ambiente de la imagen. Y ese es un nivel de memoria que es difícil de expresar con otros medios, pero que el cine sí puede hacerlo. Una cosa que me interesa mucho es la memoria del cuerpo, la memoria del gesto, porque las víctimas de los interrogatorios, incluso treinta años después, mantienen esa memoria del cuerpo; la zona del dolor, en alguna parte del cuerpo, en la rodilla, etc. Los verdugos, por su parte, también sufren treinta años después. Sufren con la memoria, con el recuerdo de su participación en todos estos hechos. Y la verdad es que los torturadores, los verdugos, sienten una gran dificultad para describir su experiencia porque no existe un vocabulario que pueda hablar de una violencia tan grande. Entonces, esa falta de vocabulario se completa a través del gesto, a través de una memoria del cuerpo. Esto es algo que no podía anticipar, porque no sabía cómo funcionaba, cuál era la dinámica de una sesión de tortura. Por eso, entonces, son cosas que surgen de la imagen del cine. Y esa es una cosa que el cine sí que puede hacer, por encima de otros medios de análisis. No obstante, el hecho de contar todo esto a través del cine también entraña el riesgo de caer en el sensacionalismo. A fin de cuentas, la violencia es siempre sensacionalista. El cine es un medio un poco peligroso, un poco difícil de manejar para contar la violencia. Hay cosas que no puede capturar, y que sí que pueden hacer por ejemplo la escritura o los trabajos de investigación. Pero, en fin, con todo esto, y con la memoria del gesto, los testimonios y los documentos, se crea una especie de memoria global, que es lo que intento mostrar en mi obra.
The Act of Killing / The Look of Silence
Conozco a Josh, somos muy amigos desde hace tiempo. Me gusta el hecho de que pueda haber una correlación, un diálogo, una respuesta de una película a otra. Una vez haces una obra, esa película pertenece a los demás. Y la idea de que una obra pueda influir, pueda mejorar, pueda contribuir en trabajos futuros, es algo que me parece muy interesante. Creo que The Act of Killing es una película sobre la idea del genocidio. No puedo negar que algunos de sus temas me resultan perturbadores, porque los he vivido en mi propia experiencia. Sin embargo, The Look of Silence se desprende de esas escenas para convertirse en un documento, en una memoria muy relevante, hecha a partir de las características propias del cine. Y, en ese sentido, me parece que es una grandísima película, un regalo para el pueblo indonesio.
La relación con los torturadores y la búsqueda de la fraternidad
Siempre es complicado enfrentarse a un antiguo torturador. Es doloroso, es difícil, llevar a cabo este trabajo. Muchas veces no ha sido cuestión de pasar dos o tres meses con los antiguos torturadores, sino que he pasado cuatro años con ellos, y con algunos sigo manteniendo el contacto de vez cuando. No para hacer más grabaciones, más imágenes, sino simplemente para poder comprender. Una cosa que siempre intento comprender es cómo pueden suceder este tipo de atrocidades; el hecho de si los torturadores tienen la elección o no de pasar a la barbarie. Creo que siempre existe la opción sobre el hecho de matar o no matar. Evidentemente, los verdugos utilizaban el argumento de que les obligaban a practicar la tortura; de que no tenían otra elección. Si no obedecían las órdenes, también a ellos mismos los ejecutarían. Sin embargo, esto no siempre era así. Es decir, los verdugos que se negaban a proceder de ese modo, no siempre eran ejecutados. A veces, los enviaban también a campos de trabajo, de concentración. Lo que parece realmente interesante es que la gente que comete estas atrocidades es gente normal, es gente como tú y como yo. Son humanos. Y realmente no tengo una respuesta a cómo se produce ese cambio. Cómo una persona normal puede empezar a cometer actos atroces. No tengo una explicación para ello, aparte de un sentimiento de profunda tristeza, porque no son crímenes habituales como un crimen callejero. Son crímenes en masa. Son crímenes no solo contra las personas sino contra la identidad de las personas. Y ahí hay un proceso de deshumanización, tanto de deshumanización hacia la víctima como también deshumanización del verdugo, que es indispensable para llegar a esos extremos, a los crímenes en masa.
No sé, no he conseguido entender, cómo se produce ese salto. Lo que sí puedo decir es que cuando se llega a una situación de guerra ya es demasiado tarde, es demasiado tarde para volver atrás. Lo importante sería empezar desde la educación. A fin de cuentas, la mayoría de la gente lo que quiere es vivir de una forma decente. Los torturadores, los ejecutores, tal vez sí hayan tenido algunas experiencias personales, en sus biografías, que les hagan pensar en una idea de venganza. Pero también tiene una presencia muy destacada el proceso de adoctrinamiento, que contribuye a que estas personas se conviertan en asesinos. Esa herramienta parte de los líderes, de los jefes de los movimientos, gente inteligente que crea un sistema, digamos, una teoría. Y el pueblo, cuando acaba convencido por esa teoría, cuando se involucra en el proceso de la revolución, en realidad lo que quiere es justicia. Pero, después, la revolución misma los transforma y los lleva a una deriva distinta. Por lo tanto, los ejecutores no son víctimas al mismo nivel que las víctimas de sus ejecuciones, pero igualmente sí que es gente que de algún modo ha sufrido un abuso. E insisto en que lo importante es que exista una base, en trabajar con los conceptos de la convivencia, de la fraternidad, que cada vez existe menos, cada vez se diluye más. Cada vez más, cuando llega gente a nuestras puertas, lo que hacemos es cerrar las puertas por esa falta de fraternidad, que es lo que está pasando ahora con la cuestión de los refugiados. En lugar de acoger a los refugiados y ver lo que está pasando en sus países de origen para intentar ayudar a ese nivel, la respuesta es la de una falta de fraternidad. Entonces hay que ver quién es el que organiza todas estas atrocidades. Siempre es la misma gente. Gente que erige una dictadura. Y para tener éxito esta gente tiene que crear situaciones caóticas. Es a través del caos por el que los ciudadanos al final pierden esa noción de fraternidad y se convierten también en responsables de las atrocidades. En el momento en el que se lleva a cabo ese paso, ya es demasiado tarde.
Traducción: Carlos García Aranda (Cinema Jove). Revisión y edición: Óscar Brox.
Agradecimientos: Rafa Maluenda y Cinema Jove; Rafa Calatayud.
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