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True love | Ion de Sosa

True Love (Ion de Sosa, 2011)| Por Henrique Lage


La construcción fílmica de un diario personal siempre despierta cierto interés. Hay en la idea de lo privado, de lo efímero, una sensación de que la cámara se introduce en un punto inaccesible, que tiene el valor del testimonio. Hoy por hoy, ese juanpalomismo autobiográfico tiene más relevancia que nunca ante la explosión de redes como Youtube, Facebook o Tumblr, que parten de cierta dinámica de culto al ego.


Ion de Sosa ejerce un viaje de autoexploración y exorcismo personal, donde proyecta sobre su propio cuerpo -el interior en la endoscopia, en el exterior con el tatuaje y el cuerpo desnudo- fragmentos desordenados, caóticos y sucios de una vida que, como el propio documento, se retroalimenta. El compromiso, sellado ante el espectador al principio de la película con la secuencia del tatuador, nace de dos partes: por un lado, la necesidad física y emocional de hacer cine, movido y fundamentado por el deseo; por otro lado, y a consecuencia de ello, una relación recíproca entre la obra y el discurso, entre el trabajo que proporciona los apoyos para continuar rodando y el rodaje que se sustenta en mostrar ese mismo proceso de trabajo y financiación del proyecto.


Así, Sosa no distingue entre los distintos tipos de material, saltando del celuloide al digital, de un fragmento de conversación a un momento silencioso, de una pequeña ficción introducida a un lapso de tiempo privado con su pareja pasando por un momento musical o una grabación en super 8; llega a incluir brevemente un plano de Val del Omar fuera de sus casillas [Noosfera, Aurora Fase II] (Velasco Broca, 2010). Para ello requiere de una frontalidad visual que asume, sin tapujos ni adornos de ninguna clase, la escasez de contenido del que parte, la necesidad de cubrir, como un collage, un espacio llamado a ser un largometraje añorado, que motiva en sí la grabación. La meta de concluir, de convertir todo ese material en apenas una hora y unos pocos minutos que se conviertan en una meta vital, que justifiquen el ciclo que el propio Sosa pretende explicarnos, el anhelo del cine a cualquier precio, del qué contar cuando solo nos queda el cine como refugio anímico.


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