Prólogo.
En el que se exponen tres impresiones acerca del protagonista.
Primera impresión (basada únicamente en la contemplación de un número reducido de fotografías del sujeto): todavía no tengo muy claro si este personaje es un loco o un payaso. Tiene pinta de charlatán de feria, de asustaviejas. Sus uñas, su barba, su sombrero de copa... Todo en él me deja mal cuerpo. Parece un padrino del trash de tercera fila.
Segunda impresión (tras ver algunas de sus películas): a pesar de la mucha basura que ha rodado, creo que se pueden salvar unos cuantos minutos de metraje. Su cine es violento y delirante, salvajemente adelantado a su época. Sigo pensando que está loco.
Tercera impresión (una vez visto un porcentaje considerable de su filmografía, leídos varios artículos y entrevistas): he llegado a verlo claramente: Zé do Caixão es como un cura demente. Con la mano izquierda agita un hisopo, con la derecha blande una motosierra; tiene además un tercer brazo, que nace entre los omoplatos, pertrechado con una pluma de pavo real. Sin duda las apariencias engañan. De haber nacido en otro tiempo y en otras latitudes, habría sido el padrino del cine de terror moderno. La vida no ha sido del todo justa con este cineasta.
Capítulo I
Donde se habla de la infancia del héroe y se dicen cosas, unas más ciertas que otras.
Hay una serie de datos biográficos que no parecen admitir discusión:
1. José Mojica Marins es hijo de un matrimonio español. Su madre era ama de casa (y dicen que una estupenda bailarina y cantante), y su padre regentaba un cine de barrio (también se dice que toreaba en Sao Paolo los fines de semana) en cuya parte trasera se alojaba la familia.
2. Siendo niño, José asistió al funeral del frutero de su barrio. Durante el velatorio, el difunto se levantó del ataúd y los asistentes huyeron aterrados; por aquel entonces, poco o nada se sabía de la catalepsia por aquellas regiones. El propio José relata que, después de aquello, la mujer abandonó al resucitado y que éste tuvo cerrar el negocio porque ningún vecino se atrevía a comprar de su tienda. Tras mudarse de barrio y buscar trabajo sin éxito, terminó recluido en un manicomio, donde falleció al poco tiempo. Nadie, excepto el joven José, acudió a su segundo funeral; esta vez el definitivo.
3. José pasó su infancia y parte de su adolescencia devorando todo tipo de películas en la sala de cine regentada por su padre.
4. También era un lector voraz de quadrinhos (tebeos). Llegó a reunir una ingente colección que pudo verse muchos años después, perfectamente retapada, en el transcurso de una entrevista.
5. Hasta los dieciocho años, José y su familia vivieron en un barrio de Sao Paolo llamado Vila Anastacio. Era un barrio fundamentalmente de inmigrantes: portugueses, españoles, rusos, lituanos, húngaros... De ahí que se le conociera como la Torre de Babel. La particularidad de la zona estribaba en la cantidad y diversidad de cultos religiosos que allí se practicaban, tantos como culturas convivían en aquel lugar.
6. A los diez años su padre le regaló una cámara de 8mm por su cumpleaños.
7. A los doce le regaló una cámara de 16mm.
8. Antes de cumplir los dieciocho, José había rodado varias decenas de películas caseras, algunas de las cuales llegó a proyectar en ferias locales.
9. Sus dos primeros intentos de rodar un largometraje fueron un completo fracaso. Durante el rodaje de O Auge Do Desespero, la actriz principal murió ahogada en una piscina, su sustituta lo hizo de tuberculosis, y la tercera perdió una pierna en un accidente de tráfico, razón por la cual no hubo más remedio que abandonar definitivamente el rodaje.
Capítulo II
Donde se narra el despertar espiritual de José y de su estrecha relación con la gonorrea.
A día de hoy, parece incuestionable el hecho de que las interminables horas que el joven pasaba en la sala de cine, así como sus inseparables quadrinhos, ejercieron una influencia fundamental en el futuro artista, no ya sólo como cineasta, sino también como cultivador del género de terror.
Hay, sin embargo, otro acontecimiento en su vida que no siempre se cita y que juega un papel fundamental en todo esto. Por encima de los monstruos de la Universal y de los tebeos americanos de la editorial E.C., José Mojica Marins recuerda la fuerte impresión que le produjo un documental sobre enfermedades venéreas. Décadas más tarde, en una entrevista, rememora con espanto un fotograma que mostraba los efectos de la gonorrea en una vagina. «¡Es la película más terrorífica que he visto en mi vida!», confiesa. (1)
Capítulo III
En el que se relata el sueño que lo empezó todo y que despertó a la bestia, del origen de Zé do Caixão y de lo que aconteció después.
En 1963, José había rodado ya dos largometrajes: El western A sina do Aventureiro (1959), la primera película rodada en cinemascope en Brasil, y Meu Destino em Tuas Mãos (1963), un drama juvenil con el beneplácito de la iglesia católica. Su siguiente proyecto se titulaba Gereçao Maldita, una suerte de drama juvenil policiaco. José empezó a reclutar actores a través de la escuela de actuación que él mismo había fundado. Sin embargo, las cosas no tardaron en torcerse: en primer lugar, debido a los acuciantes problemas financieros, que culminaron en el desahucio de José y de su familia; en segundo lugar, problemas de índole personal, esto es, a pesar de estar casado, mantenía relaciones con varias mujeres, una de las cuales quedó embarazada.
Un noche, aplastado y vencido por la presión, tiene una terrible pesadilla fruto de la fiebre: ve a un hombre sin rostro a los pies de su cama. El desconocido lo arrastra hasta un cementerio. Allí ve una lápida con su propio nombre inscrito en ella y la fecha de su nacimiento y de su muerte, que prefiere no ver. Por último, el hombre sin rostro comienza a reírse a grandes carcajadas. Al mirarlo, José comprueba que se trata de él mismo.
Este sueño forma ya parte de la mitología particular del director brasileño. Dicen que a la mañana siguiente se levantó como un tiro con el título y el argumento de su nuevo largometraje ya decididos; sería una película de terror titulada À meia-noite Levarei sua Alma. El guión fue escrito aquella misma tarde y el rodaje duró trece días. El anecdotario en torno a este título, mítico ya entre los círculos de connoisseurs del terror, es enorme: José tuvo que vender todas sus posesiones para financiar el rodaje. El último día, los actores se negaron a rodar debido al mal tiempo; él les obligó a hacerlo a punta de pistola. Para acelerar el proceso, se establecieron dos turnos de doce horas al día, José era el único que no dormía. Durante el rodaje, tuvo una aparatosa caída y se rompió una pierna, hecho que produjo un cierto alivio entre el equipo, que veía por fin una oportunidad de pausar aquel ritmo de trabajo infernal; sin embargo, el director se presentó al día siguiente con la pierna escayolada para continuar. Fueron dos semanas muy intensas, rodando en condiciones durísimas, sin apenas tiempo para dormir. En una entrevista, el cineasta confiesa que tomó medicamentos para combatir el sueño los últimos días. Al terminar el rodaje, fue ingresado en un hospital porque era incapaz de dormir. «Desde entonces», a causa de aquellas pastillas, admite en el documental Demônios e Maravilhas (José Mojica Marins, 1987), «mi vida es un poco diferente».
Es difícil de creer que À meia-noite Levarei sua Alma viera la luz por aquel entonces: en primer lugar, es una película rabiosamente anticlerical para la época, en un país ya de por sí fervientemente católico; su protagonista, un sepulturero nihilista y sarcástico llamado Zé do Caixão (algo así como Pepe el del ataúd), se mofa de los ritos y las creencias populares más enraizadas durante la noche de Todos los Santos; en segundo lugar, la película sufrió enormes problemas de financiación, tal y como se ha explicado en el párrafo anterior. El tercer y cuarto motivo son más bien de índole artística. Tercero: nunca antes se había rodado un largometraje de terror en Brasil; José Mojica Marins está considerado con justicia el padre del cine de terror brasileño. Cuarto, no por último el menos importante, sino todo lo contrario: Mojica es un adelantado a su tiempo, y evito el término visionario por todas las connotaciones despectivas que conlleva (lunático, charlatán, mesiánico...).
Hay que tener en cuenta que la película se rueda en 1963, es decir, que se adelanta en cinco años a La noche de los Muertos Vivientes (Night of The Living Dead, George Romero), que aparece en 1968. A destacar también el hecho de que fuera en 1963 cuando Herschell Gordon Lewis estrenara la que está considerada por muchos como la primera película gore de la historia: Blood Feast, el primer título de la Trilogía de la sangre: Dos mil maniacos (Two Thousand Maniacs, 1964) y Colour Me Blood Red (1965). Así que Mojica Marins se adelanta a Romero y se empareja, cronológicamente, con Lewis; pero Zé do Caixão es mucho más.
À meia-noite Levarei sua Alma funciona como un crisol sembrado de turbulencias: el cine de la Universal, los tebeos EC, la religión católica y los ritos paganos. Es todo esto y muchísimo más. A veces da la impresión de que Mojica Marins se sacó aquella película de la nada; era imposible presagiar que alguien pudiera concebir una historia así a principios de los sesenta; sólo una sensibilidad excepcional. En la cinta hay sangre, mutilaciones, tortura, espíritus, arañas, serpientes, asesinato, violación... Y todo con una intensidad y una autenticidad como Lewis, Romero, Corman y todos sus contemporáneos juntos no habían llegado a soñar jamás. Mojica se adelanta a todo el grindhouse, tiene vísceras, pero también pezones asomando debajo de las transparencias de un camisón; contempla la crítica social y tolera las actuaciones más casposas; se restriega contra los desconchados de las fachadas más humildes, se revuelca en el fango y mastica tierra, pero al mismo tiempo alza la vista al cielo y desafía a los dioses. Se burla de las supercherías al tiempo que predica la mística del superhombre. Cinematográficamente resulta deficiente, pero plagada de soluciones geniales, y con una fotografía apabullantemente buena. Es una película tremenda, salvaje y brutal, en un grado mucho más profundo y auténtico que lo meramente gráfico y visual; primitiva, en tanto que no sabe de imposturas ni de trucajes; cada uno de los planos ha sido sudado, sangrado y llorado. Es como si su director hubiera vomitado toda la rabia y la frustración que venía acumulando con los años, fruto de sus continuos proyectos truncados.
Y luego está Zé do Caixão. Si un mérito hay que reconocerle a José Mojica Marins es el de haber creado un monstruo intrínsicamente brasileño. En su país forma ya parte del imaginario popular del terror y se codea con Drácula, Frankenstein o Freddy Krueger (cuyas cuchillas, por cierto, están inspiradas en las larguísimas uñas de Zé, tal y como ha reconocido su creador, Wes Craven). El personaje alcanzó gran popularidad en los sesenta y cayó en el olvido a partir de los setenta. Su aspecto es inconfundible: siempre de negro, barba espesa, sombrero de copa, capa, y unas larguísimas uñas.
Si hay algo que distingue a Zé do Caixão y, por ende, a À meia-noite me llevare tu alma de la mayoría del cine de terror contemporáneo, es su notable desdén por los elementos fantásticos y sobrenaturales como generadores del miedo. Ya se ha dicho, À meia-noite es casi un drama rural. Su protagonista es un sepulturero que vive en un barrio humilde y se relaciona con campesinos. Aquí el terror lo genera la figura de Zé do Caixão, un tipo desencantado, cruel y sin escrúpulos, que recurre a la violencia extrema para conseguir aquello que desea, y que desprecia a sus timoratos congéneres, subyugados por las supersticiones y la veneración a lo sagrado. Aquí no hay vampiros, ni licántropos, ni tampoco resucitados caníbales; simplemente un antihéroe nihilista, enamorado de la violencia, que cultiva la tortura, el estupro y el sadismo sin miramiento alguno. Casi cinco décadas después, la primera película de terror brasileña contiene dosis de violencia que impresionan aún, no por lo explícito de sus escenas, ni por la calidad de su sangre, sino por la naturalidad y sencillez con las que se muestran al espectador; parecen reales, factibles, probables y consustanciales al ser humano.
Afirma John Carpenter en el documental Nightmares in Red, White and Blue: The Evolution of the American Horror Film (Andrew Monument, 2009) que, hasta la década de los sesenta, el terror consistía en la descripción de una amenaza externa y sobrenatural: momias, vampiros, marcianos, monstruos gigantes... «The enemy is out there» (el enemigo está ahí fuera), dice el cineasta, implicando que el terror provenía de una fuente externa y totalmente ajena a nosotros. Pues bien, con la llegada de Psicosis (Psycho, Alfred Hitchcock, 1960), se pasó de ese out there a un «the enemy is us» (el enemigo somos nosotros), esto es, ya no era necesario buscar fuera la amenaza y el miedo, a partir de ahora podíamos encontrarlos dentro de nosotros, en nuestras propias cabezas, en nuestra psique. Ese giro, de dimensiones copernicanas, define el terror moderno. Psycho es un título seminal en este aspecto, junto con La semilla del diablo (Rosemary's Baby, Roman Polanski, 1968) y La noche de los muertos vivientes. Si Norman Bates es el epítome perfecto de ese nuevo terror, Zé do Caixão supone una nueva vuelta de tuerca en la misma dirección, tiene los rediles y la brutalidad de los que carece el primero. Uno va de puntillas y por la espalda, y practica la puñalada florentina; el otro de frente, machete en mano, mira a los ojos y raja en canal; terror moderno disfrazado de antiguo.
Como todo personaje épico, como todo villano de dimensiones planetarias, como todo mad doctor que se precie, Zé do Caixão tiene un discurso, fácil de pillar, puesto que lo repite hasta la extenuación: el hombre está anclado a la superstición y la superchería, es esclavo de la religión; sólo el poder de la mente puede convertirlo en el hombre-superior, ese ser que no teme a nada ni a nadie y que se rige por sus propias reglas, que somete a la naturaleza con el poder de la mente, que es infinito. Hasta aquí la primera parte, donde no es difícil ver a Nietzsche y su Zaratustra.
Ahora la segunda: la inmortalidad se alcanza mediante la perpetuación de la sangre, esto es, mediante los hijos. A pesar de su crueldad manifiesta hacia la raza humana, Zé do Caixão no duda en proteger y cuidar a los niños pues, según él, en ellos está el futuro. Zé sabe que la única forma de alcanzar la inmortalidad es mediante un hijo que lleve su sangre. Este será el verdadero leit motiv de los tres largometrajes protagonizados por él, la búsqueda de un vástago que asegure la continuidad de su sangre; pero, para crear al hijo perfecto, hace falta encontrar primero a la mujer perfecta... Esta segunda parte es casi shakespeariana, en tanto que la inmortalidad queda cifrada en la descendencia y en el arte, que vienen a ser lo mismo. Cada soneto es un hijo para el bardo, del mismo modo que cada largometraje lo es para Mojica Marins. «Las imágenes no mueren», dice el propio director a través de Zé en O encarnaçao do demonio (2008), su última y tal vez definitiva aventura, consciente de que sus películas serán su verdadero legado, no sólo al cine brasileño, sino a la cinematografía mundial. El sentido de esta frase bien puede rastrearse, cual vector de significado, a lo largo de toda la obra de Mojica Marins, esto es, la imagen extrema y agresiva, aquella que salta de la pantalla al ojo, anida en la retina y echa raíces en el subsconsciente, como generadora del terror, de la inquietud y de los sueños más salvajes.
À Meia-noite fue todo un éxito de taquilla, sin embargo, su director no vio un céntimo de los beneficios debido a su pésima gestión de los derechos (su mal hacer como empresario ha sido una constante a lo largo de su carrera). Cuatro años después llegó la secuela, Esta Noite Encarnaire no Teu Cadáver, más sádica, más violenta, más cruel, si cabe, que su predecesora. Mojica se propuso sobrepasar con creces su anterior largo y lo consiguió con nota; tanto que fue la primera película censurada en brasil por la recién llegada dictadura militar.
Todo el mundo parece coincidir en que lo más destacable de Esta Noite, cinematográficamente hablando, es la secuencia que transcurre en el infierno. En primer lugar, se rodó en color, al contrario que el resto de la película y que À Meia-noite. En segundo lugar, la visión del infierno ofrecida por Mojica es altamente singular, casi sin parangón entre sus colegas contemporáneos. Mojica nos retrata un infierno nevado, cuyas paredes están literalmente cuajadas de cabezas, torsos, pechos, nalgas y extremidades humanas (reales), que se agitan sin cesar. Unos demonios rojizos, armados con tridentes y látigos, se dedican a castigar a los condenados: los pisotean, azotan, ensartan... El catálogo es variado y colorido. Hay también un puente compuesto de cuerpos humanos que Zé pisa para cruzar, y otra serie de lindezas en la misma línea. En suma, un compendio de bizarradas impensables para la época.
Capítulo IV
En el que se narra el apogeo y descenso del cine del héroe y sus problemas con la censura.
Esta Noite Encarnarei no Teu Cadáver fue un taquillazo incluso mayor que su predecesor (de nuevo Mojica se quedó sin ver nada de la recaudación). Sin embargo, la película tuvo el honor de ser la primera censurada por la dictadura militar en virtud de la aplicación del Acto Institucional Número 5, o simplemente AI-5, un decreto que modificaba la Constitución de 1969, elaborada por la cúpula de la dictadura militar y que, a su vez, invalidaba la de 1949, anterior al golpe de estado de 1964. En el terreno artístico, esto se traducía en que el Consejo Censor gozaba de plenos poderes para aplicar la tijera y el típex allí donde se le antojase; y así lo hizo. Esta Noite fue recortada veinte minutos. Por si esto fuera poco, la escena final fue reescrita por la mano censora. Originalmente, Zé fallecía entre estertores agónicos renegando de Dios y de los hombres. La censura modificó las palabras del sepulturero para darle un significado diametralmente opuesto. Además, añadieron la imagen sobreimpresa de un crucifijo y los siempre piadosos arpegios del Ave Maria de Schubert.
Sea como fuere, el estreno de Esta Noite Encarnarei no Teu Cadáver marcó el apogeo de Mojica como cineasta y el de su personaje Zé do Caixão, que alcanzó la cima de su popularidad. Al mismo tiempo, los cineastas del Cinema da Boca do Lixo (Cine de la Boca de Basura), un nuevo movimiento cinematográfico emergente en Brasil caracterizado por un tipo de cine de bajo presupuesto, crudo y provocativo, veían a Mojica como uno de sus modelos artísticos. Sin embargo, a pesar de ser el cineasta más exitoso del momento, nadie se atrevía a producir el rodaje de su tercera película con Zé, la que debía cerrar la trilogía, concebida originalmente como un ciclo de seis películas. El motivo no era otro que la censura. Los productores temían que la película nunca llegara a las salas y, de ahí, el fracaso de la inversión.
Gracias a la ayuda de otros cineastas brasileños, Mojica consigue rodar un par de antologías de terror. La primera fue Trilogia de terror, en 1968, en la que firma el tercer segmento, titulado Pesadelo Macabro, una historia sobre un hombre que teme ser enterrado vivo (recordemos la anécdota del frutero narrada en el Capítulo II). El mismo año rueda una segunda trilogía, O Estranho Mundo de Zé do Caixão. Esta vez los tres segmentos serán dirigidos por el propio Mojica. De todos ellos, es quizás el tercero, Ideología, el más recordado, pues se trata de una de las piezas más violentas rodadas por el de Sao Paolo. No sólo incluye escenas de tortura, mutilación y canibalismo, sino que además expone de forma explícita y bastante ilustrativa la filosofía de Zé do Caixão, a pesar de que éste no aparezca en la película, más que a través de una suerte de alter ego llamado Oxiac Odez (Zé do Caixão al revés). De nuevo, O Estranho mundo tuvo problemas con la censura, que obligó a modificar el final.
Entonces llegó O Ritual dos Sádicos (1970), y a partir de ahí la carrera de José Mojica Marins dio un giro de ciento ochenta grados.
Dice su autor que si O Ritual dos Sádicos hubiera llegado a los cines en su día, hoy sería el padre del cine brasileño moderno. Aunque la afirmación pueda sonar algo exagerada, lo cierto es que la película pasa por ser la más extraña de todas las que el autor ha rodado hasta la fecha, la más personal y, posiblemente, la mejor.
Es difícil explicar en qué consiste O Ritual dos Sádicos: por un lado, recupera la figura de Zé do Caixão, aunque en esta ocasión se trate de un ser fruto de las alucinaciones de los protagonistas, un ente que anda a medio camino entre el mundo real y el de las pesadillas (y, de nuevo en esto, vemos una conexión con Freddy Krueger); por otro, potencia hasta límites insospechados la habilidad de Mojica para crear imágenes delirantes y surrealistas, como ya había apuntado en la escena del infierno en Esta Noite Encarnarei no Teu Cadáver. Alcanza un grado de perversión y de degradación cuasi lúdico, que no anda demasiado lejos del pinku eiga; introduce el metalenguaje en su cine y, por si fuera poco, no se parece prácticamente en nada a sus anteriores trabajos.
La película se inicia con una conversación entre varios psicólogos, el propio Mojica entre ellos, que se interpreta a sí mismo, que discuten los efectos de las drogas en el comportamiento humano. A continuación, se ofrece una sucesión de cuadros que ilustran casos particulares. El primero de ellos es prodigioso. Narra una orgía entre un puñado de hippies y una colegiala, que termina con la muerte de ésta. El hecho, de naturaleza truculenta, está rodado con frescura, ligereza y desenfado. Los personajes se comunican cantando, mientras ejecutan una suerte de coreografía en el escenario de una habitación, dando a la escena el aspecto de un musical. Hay un momento en que todos comienzan a silbar la famosa melodía de El puente sobre el río Kwai (The Bridge on The River Kwai, David Lean, 1957) mientras desfilan como soldados. La tensión sexual, sin embargo, no deja de crecer: la chica juega con su falda, un hippie mete la cabeza entre sus piernas y aspira profundamente, las braguitas se deslizan muslos abajo... Hasta que al fin aparece un tipo disfrazado de Moisés con un largo cayado, y aplica el instrumento a modo de falo entre las piernas de la chica. Asistimos a esto último mediante la proyección de una sombra en la pared. La escena, ya decimos, resulta extraña; a pesar de lo siniestro de la acción, hay un sentimiento de desenfado que sobrevuela la pantalla en todo momento, una ironía que no termina de definirse y que hace que el visionado no resulte desagradable sino, más bien, estimulante desde un punto de vista cinematográfico. Mojica no había rodado nada así hasta el momento, y tal vez sea esta la cima de su cinematografía.
Hay una segunda parte, en la que se ilustran las alucinaciones lisérgicas de cuatro personas sometidas a un experimento con LSD. Ésta es sin duda la más celebrada de toda la cinta y, por extensión, de toda la filmografía de Mojica Marins. Digamos que en este fragmento, rodado de nuevo en color, a diferencia del resto del metraje, Zé do Caixão hace acto de presencia para encarnar los miedos más profundos de cada uno de los sujetos: el infierno, la muerte, el sexo... Mojica es capaz de tejer una red de imágenes a cual más audaz, a cual más imaginativa y extraña (imposible olvidar los caraculos), que dan testimonio de su especial sensibilidad. Con O Ritual dos Sádicos, demuestra que no es sólo un director de terror extravagante y extraviado, sino también un creador de imágenes poderosas, preñadas de una belleza irreal y terrorífica, del todo alienígenas, sensuales, de gran calado y valor, no sólo para el cine de terror, sino para el cine en general; un poeta de lo macabro, sería un bonito apodo para esta gesta, que con el tiempo se ha convertido en una de las principales razones por las que Mojica ha sido apodado con frecuencia el Buñuel del terror, una mezcla extraña entre el director aragonés, Lynch y Mario Bava.
Merece la pena señalar que Mojica, que había tenido muchos problemas en la vida real al ser identificado por el público con su propia creación, aprovecha desmarcarse de ella. Uno de los contertulios le pregunta algo acerca de Zé do Caixão, y Mojica responde tajante: «Zé do Caixão se quedó en el cementerio», dejando bastante claro que, fuera de la pantalla, nada tiene que ver el personaje de ficción con el actor que lo interpreta, aunque lo cierto es que hubo una etapa en su vida en la que esta separación no estuvo tan clara. Al final de la película, Mojica deja el estudio de grabación, se detiene en mitad de la calle y, mirando directo a la cámara, lanza una pregunta al espectador. Se rompe así la cuarta pared, introduciéndose por primera vez la noción de metalenguaje en su cine, que vendría a repetirse en títulos posteriores.
La censura no vio con buenos ojos O Rituales dos Sádicos. Su retrato del mundo de las drogas y de la prostitución, y su repertorio de perversiones sexuales, impidieron que llegara a los cines. Este hecho marcó un antes y un después en la carrera de José Mojica Marins, que no volvió a tener el control de nada de lo que rodó a partir de entonces. Entre los setenta y los ochenta, dirigió varias películas, casi todas por encargo, casi todas pura basura, zafias, sexplotation, trash, como él mismo reconoce.
Después de aquello, Mojica rodó Finis Hominis (1971), en la que encarnaba a un personaje completamente opuesto a Zé do Caixão, que iba haciendo el bien, predicando por el mundo y obrando milagros, y que al final resultaba ser un demente escapado de un manicomio. Rodó O exorcismo Negro (1974) y A Estranha Hospedaria dos Prazeres (1976), donde de nuevo aparecía Zé do Caixão, aunque poco o nada tenían estas cintas que ver con las primeras películas de Marins. También rodó un explotation en toda regla como Estupro (1979), cuyo final nada tenía que envidiar en cuanto a sangre y mal gusto al de La Violencia del Sexo (I Spit on your Grave, Meir Zarchi, 1978).
A mediados de los ochenta, comenzó a rodar pornochanchadas (softcore) y también porno duro. 24 horas de sexo explícito (1985) se hizo famosa por un doble motivo: primero, Marins buscó las actrices porno más feas que pudo encontrar; segundo, filmó la primera escena de bestialismo del cine brasileño, entre una mujer y un pastor alemán; y es que hasta en esto supo Marins aportar su granito de subversión y bizarreidad. 24 horas fue un taquillazo, del que, para variar, Mojica no vio ni un céntimo, más allá de sus emolumentos como director.
Mojica se lamenta de que la censura lo tuvo dos décadas secuestrado, durante las cuales no pudo rodar otra cosa que encargos de la más diversa índole, a menudo de dudosa calaña, para poder sobrevivir. Desastroso como empresario, probó fortuna varias veces para salir de la penosa situación económica a la que la censura lo había abocado: fundó su propia iglesia, se presentó a las elecciones... Ninguna de sus iniciativas tuvo éxito. En los noventa, cuando las cosas pintaban bastante mal, ocurrió algo.
Capítulo V
Final feliz, en el que se narra cómo nuestro héroe se ganó el reconocimiento de la crítica más allá de las fronteras de su país y cómo consiguió finalizar la Trilogía Zé do Caixão, treinta y cuatro años después de haberla concebido.
Lo cierto es que José Mojica Marins nunca fue profeta en su tierra. Menospreciadas sus películas, su autor era considerado poco más que un charlatán y un payaso, un personaje cómico, farandulero.
A principios de los noventa, el periodista brasileño Andre Barcinski viajó a Seattle por motivos de trabajo. Andre llevó consigo varias películas de Marins y se las mostró a Mike Vraney, creador de la compañía Something Weird Video, que había redescubierto un buen puñado de rarezas cinematográficas, entre ellas las películas de Herschell Gordon Lewis. La edición en Estados Unidos de la obra de Marins marcó un nuevo giro en su carrera y también en su vida. Poco a poco comenzó a recibir todo los halagos y el reconocimiento que durante años se le habían negado. Se produjo un movimiento exógeno, es decir, de fuera hacia dentro, y más tarde que temprano, como ocurriera, a una escala mayor, con cineastas de la talla de Welles o Hitchcock. De aquellos barros vinieron estos lodos, se podría decir.
Marins se paseó por los festivales de medio mundo recogiendo premios y recibiendo homenajes. Estuvo en Sitges, donde compartió cartel con Christopher Lee, y protagonizó un desfile nocturno por las calles de la ciudad acompañado de toda su troupe. Estuvo en Sundance, donde fue galardonado, hecho que no deja de subrayar la calidad de Mojica como director de la escena independiente dentro del género del terror; todo un logro. Luego vinieron Italia, Holanda, Argentina, Portugal... Se escribió una extensa biografía titulada O Estranho Mundo de José Mojica Marins, que luego daría lugar a un documental homónimo.
Recuperado el prestigio en su país y gozando de una tímida bonanza económica, emprendió el rodaje de la tercera película de Zé do Caixão, con el fin de concluir la trilogía que había iniciado tres décadas antes.
Lo primero que llama la atención de Encarnação do Demônio (2008) son los títulos de crédito. La lista de benefactores es generosa. Son numerosas las entidades públicas que han aportado su granito de arena para subvencionar la película. Hecho insólito donde los haya, teniendo en cuenta que a lo largo de su carrera, Mojica no sólo no vio un céntimo del gobierno para sus películas, sino que además fue perseguido, censurado e incluso detenido por ellas. Desde fuera, parece un intento por parte de las instituciones brasileñas de congraciarse con el cineasta, un mea culpa por las injusticias pasadas, una suerte de resarcimiento.
Lo segundo que destaca es la escena inicial. En ella, vemos a un policía hablando por teléfono. Recibe órdenes de liberar a Zé do Caixão. Por la conversación y el posterior desarrollo, sabemos que ha estado cuarenta años recluido en una institución mental y que ha asesinado a decenas de personas. Los guardias, temerosos, visiblemente asustados, se dirigen a su celda. Las órdenes son claras: ha cumplido su condena y no queda más remedio que dejarlo en libertad.
El primer atisbo de Zé es una imagen de calado icónico, cargada de significado para todos aquellos familiarizados con su historia y sus películas. Por la ventanilla de la puerta de la celda, asoman unos dedos arrugados, rematados por unas larguísimas uñas. La puerta se abre, y vemos a un Zé do Caixão/José Mojica Marins visiblemente envejecido, pero con un vigor en la mirada, en el gesto y la palabra, que no dejan lugar a dudas de que estamos ante el mismo personaje de siempre: vehemente, viral, sádico, imponente e incombustible.
La escena no puede ser más elocuente y explícita. Es la metáfora perfecta, basta con cambiar la prisión por la censura para hallar el significado exacto. José Mojica Marins, libre de nuevo tras más de tres décadas de censura y desprecio, vuelve para rodar con total libertad aquello que más le gusta hacer, cine de terror sin tapujos.
Salta a la vista que Mojica vuelva con ganas y con mucha rabia contenida. Encarnação do Demônio carece de la frescura y del ímpetu juvenil de Esta Noite; carece de ese toque amateur que caracteriza la primera aventura de Zé do Caixão. Tampoco tiene su ardor filosófico y visionario. Nos encontramos aquí con un autor mucho más maduro, que no envejecido, que, en lugar de reafirmarse continúa machaconamente en su discurso y, como ya hiciera en sus primeras películas, pone todo el énfasis en un rosario de imágenes violentas y a menudo oníricas, que nos recuerdan que el esplendor y la inventiva de sus mejores días están lejos de marchitarse.
En cierto modo, Mojica busca el más salvaje todavía, y concibe toda una serie de escenas sanguinolentas y crudas: un pecho rebanado, una nalga arrancada y devorada, un torso con las vísceras fuera rodeado de arañas (animal fetiche recurrente en su filmografía). Los efectos especiales son bastante verosímiles, cuando los hay... En una escena, una mujer es obligada a hundir la cabeza en un bidón repleto de miles de cucarachas; es real. En otra, un hombre cuelga del techo, sujetado todo su peso por unos garfios metálicos clavados en la espalda; tampoco aquí hay trucos. En una de las escenas más impactantes de la película, Zé do Caixão pasea por un paraje desértico en el que contempla escenas de dolor y de tortura que resuenan con ecos del infierno de Esta noite encarnarei no teu cadáver o de las alucinaciones lisérgicas de O despertar da Besta. En una de ellas, un hombre le cose los labios y los párpados a una mujer; de nuevo, no hay trampa ni cartón, las costuras son reales. Mojica reconoce que quiso ir bastante lejos, y que tuvo que contenerse en algunos aspectos; a saber, en una de las escenas vemos a una chica salir del vientre de un cerdo. Mojica quería que el cámara se metiera dentro del animal para rodarlo en perspectiva subjetiva, pero como era de esperar, éste se negó, así que tuvo que conformarse con hacerlo desde fuera, en la clásica tercera persona. En una entrevista (2), Mojica explica que el verdadero actor debe ser capaz de superar el miedo y el dolor a través del control de la mente, y que debe estar dispuesto a realizar cualquier cosa que sea necesaria durante el rodaje: meter la cabeza en un bidón lleno de insectos, besar serpientes, rodearse de arañas, ser enterrado vivo... Se advierte que su extraño concepto de actor, de proyección puramente corporal, carnal, bacanal, tiene más de circense, incluso de teatral, que de cinematográfico.
Al final de la película, Zé do Caixão consigue su ansiado propósito, que no es otro que concebir un hijo que lleve su sangre, la continuación del linaje del hombre-superior. Los no familiarizados con las aventuras de Zé verán en esto una suerte de continuará no demasiado ingenioso, y en O encarnacao do Demonio una película de terror simplemente gore y pasada de rosca, protagonizada por un viejales bastante heavy. El verdadero aficionado al terror, cinéfilo omnívoro del subgénero, será capaz de apreciar un número nada desdeñable de aspectos interesantes, una sabiduría del terror palpable, que quizá merezca una mirada retrospectiva de la obra de su autor. Los que ya sabemos quién es y dónde viene, asistiremos emocionados al reencuentro con el maestro, a la culminación de un empeño y de un sueño, y a un acto de justicia tardío para con uno de los cineastas del género más injustamente olvidados de la cinematografía mundial.
El futuro se presenta incierto. Se desconoce si José Mojica Marins retomará su carrera después de O Encarnacao do Demonio. En una entrevista (3) declara su intención de rodar una nueva película, pero lo cierto es que, a día de hoy, nada se sabe sobre nuevos proyectos en marcha del director. A sus seguidores no nos queda otra cosa que la incertidumbre.
Epílogo.
En donde se dan consejos para acercarse con mucha cautela a la obra de José Mojica Marins y disfrutarla de la mejor manera posible.
Si tuviera que presentar el cine de José Mojica Marins a un amigo, me aseguraría, antes que nada, de que tuviera un paladar amplio en términos cinematográficos, el tipo de paladar libre de prejuicios y recelos, que permite sentarse delante de la pantalla sin fusilar ningún tipo de plano, ningún tipo de encuadre, ningún tipo de color ni de banda sonora, de antemano.
Me aseguraría también de que no fuera un fan irredento del cine gore (mal llamado cine de terror), en busca de rarezas pretéritas que supuran sangre y vísceras por los cuatro costados, y que duermen el sueño de los justos a la espera de ser rescatadas en alguna comunidad forera de cine de terror extremo.
Por último, me aseguraría de que no tuviera un concepto demasiado solemne ni trascendental de sí mismo cada vez que se sienta a ver una película (ni tampoco del cine en general), y que no trate de diseccionarla como quien rumia en la noche del escritorio un texto de Schleiermacher.
Si mi amigo cumpliera con lo arriba descrito, le prestaría À Meia-Noite Levarei Sua Alma, y después de verla hablaría con él. Si la experiencia fuera positiva, entonces pasaría a Esta Noite Encarnarei no Teu Cadáver y O Ritual dos Sádicos, no necesariamente en este orden. Estos tres son sin duda sus mayores logros. O Estranho Mundo de José Mojica Marins ofrece una visión bastante cercana del cineasta, y Encarnação do Demônio cierra la mítica trilogía de Zé do Caixão.
Desde que empecé a preparar este artículo, mi percepción de José Mojica Marins y su obra ha pasado del repudio al afecto, a medida que descubría detalles sobre su vida, sus motivaciones artísticas y los escollos que ha superado a lo largo de los años. Para Mojica, rodar resulta tan natural como respirar. Cineasta de impulsos transgresores pero profundamente sinceros, autodidacta, desprecia la formación académica y los dogmas artísticos, y se reconoce como un hombre sin formación alguna. Entiende que el cineasta se forma en la calle, cámara en mano, y no en las aulas; de ahí la factura salvaje y un tanto deslavazada de sus películas, ingenuas en lo técnico, hondas y desgarradoras en lo humano. Curtido en mil batallas, se ha manejado casi toda su carrera con presupuestos bajos y con un sinfín de inconvenientes durante los rodajes, que ha superado (no siempre) tirando de oficio, ingenio y talento, de ahí la admiración que le profesaban los integrantes del Cinema do Lixo.
Para mí, no es otra cosa que un ingenuo enamorado del cine con algunos brotes narcisistas, al que las circunstancias han privado de la libertad artística y, por tanto, de la felicidad que todos buscamos en vida. Un artista que hizo extrañas películas de terror a su medida, con un personaje único que articulaba, justificaba y sostenía todas las tramas, y del que se sirvió descaradamente para airear sus propios conflictos. Un hombre que se comunica con el mundo de la única forma que sabe, filmando, materializando sus inquietudes, que conciernen básicamente a la vida y a la muerte, y que busca la trascendencia, casi la inmortalidad, a través de la imagen. Como dice su alter ego en Encarnação do Demônio: «Las imágenes no mueren».
Has de saber, amigo Mojica, que mientras haya márgenes y marginados, las que tú has creado no lo harán jamás.