Siótilis da una autoconferencia sobre el asunto de lo visible y lo invisible | por Mauricio Álvarez-Mesa
Verano 2011

“Esto no es una lamentación, es el grito de un ave de rapiña. Irisada e inquieta. Un beso en la cara muerta”

Clarice Lispector. Un soplo de vida



Preludio


Conocí a Siótilis en la sala de cine Aquitania de la Filmoteca de Catalunya. Era uno de esos habituales que uno comienza a reconocer de tanto ir a ver películas. Interiormente yo lo saludaba cuando lo veía de nuevo en las sesiones de tarde de algún ciclo de cine documental polaco de los años sesenta. A veces cuando terminaba la película lo veía ponerse de nuevo en la cola para ver la siguiente. Por su aspecto físico llegué a pensar que podría ser un profesor de cine jubilado prematuramente a causa de algún temblor mental. Siempre llevaba papeles bajo el brazo: periódicos viejos, hojas con notas, libretas y otras cosas. Era un verdadero incondicional de la filmoteca. Lo vi ver el ciclo completo de Sharunas Bartas, y eso es ya mucho decir. En esa época pensaba que coincidíamos en muchas películas, lo que no sabía era que él iba a verlas todas. O al menos eso me reveló después. Siempre iba y salía solo y nunca hablaba con nadie. Llegué a pensar que era un famoso crítico de cine, pero debo reconocer que no conozco (la cara) de ningún crítico (famoso). Incluso pensé que era un trabajador de la propia Filmoteca, o un personaje salido de una película de Tsai Ming Liang. Siempre se sentaba en el mismo sitio, en la primera fila de la segunda parte de la sala. La gente ya no se sentaba allí por que sabían que ese era “su” lugar.


Siótilis

Después de muchos meses (o años) de verlo en múltiples sesiones y ciclos de cine empecé a considerarlo un ser familiar, un conocido, casi un amigo. Una vez, y no recuerdo cómo y por qué, terminamos hablando. Creo que fue al final de una película de Cassavetes, la última sesión en verano. Estábamos afuera, solos, y con la película todavía en los ojos. Nos reconocimos como si fuéramos personajes de una gran película en la que estábamos metidos, como si acabáramos de salir de la pantalla o como si fuéramos amigos personales de John Cassavetes o de Jonas Mekas. Recuerdo que hice un comentario estúpido de esos que uno usa para “romper el hielo”. Le dije algo como “... me he dado cuenta que es usted un gran cinéfilo”. Todavía puedo ver su cara de rechazo y frustración, como si yo no hubiera comprendido algo que debía ya estar claro para mí “a estas alturas”. Entonces me dijo que fuéramos a un lugar tranquilo, que si yo quería él me leería una “autoconferencia” que estaba preparado sobre el tema de “lo invisible y lo visible”. Yo accedí sin saber muy bien adónde me metía; nos sentamos en una banca de un parque cercano, él sacó un papel con algo escrito a mano y me leyó esto:


siguiente columna
 

La cinefilia es una enfermedad”


Para todos ya debería estar claro que yo vengo al cine a refugiarme, que voy al cine buscando un escondite. Huir es la palabra clave. ¿De qué?, eso es un asunto personal. Hay gente que huye de la policía y otros que huyen de su mala conciencia. Creo que no hace falta volver a repetir que el cine es una forma de evasión. Dejar tras la puerta de la sala lo que uno verdaderamente es y confundirse en la oscuridad con el “público”. Volverse oscuro, agazaparse. Yo vengo al cine para que no me vean, para no verme, para fundirme en la oscuridad con los demás y pasar desapercibido mientras miro a “otro lado”. Mi problema es que afuera no tengo nada que hacer y huyo de esa nada. La nada me persigue en todas partes, me atormenta mi nulidad y esa exigencia de los tiempos para que yo represente algún papel. Yo renuncié. Yo me salí por un agujero de todo ese bochorno artificioso que la gente obstinadamente denomina realidad. Y caí al cine como un ladrón llega a un callejón sin salida. Mi desventaja es que no llevo ningún botín. Estoy yo solo y nada más. He renunciado también a la posibilidad de establecer contacto. SiótilisAntes me dedicaba a mirar el mundo desde una “butaca” en las calles, en los parques, en las aceras, pero para todos debe quedar claro que un observador atento en las calles es visto como un tipo peligroso, y en cierta medida como un indeseable. Mucha gente termina pensando que uno “sabe demasiado” sólo por estar parado en una esquina durante años. Y yo no estoy tras la caza de ningún secreto. Yo sólo quisiera dejar pasar aquello que vuelve una y otra vez a mi mente impidiéndome ver lo que pasa realmente. Supongo que sabrán a qué me refiero. Algunos han llamado a eso lo “invisible” y han pretendido que el propósito del cine sea precisamente hacerlo “visible”. Pero no puede pretenderse que alguien serio crea que aquello que se cuela tan ingeniosamente por los pliegues de la realidad pueda ser presentado con total nitidez con un proyector sobre una pantalla de tela. Sería demasiado fácil. En el justo momento en que lo invisible se hiciera visible dejaría de serlo y “otra cosa” ocuparía su lugar en el mundo de la oscuridad. A lo sumo el cine puede pretender señalarlo, dirigir un guiño hacia esas zonas borrosas, indicar un punto de fuga. Hay que ser rigurosos en estas cuestiones. Ver mucho cine no te hace sabio, ni abre tu mirada, ni nada de nada. Ver mucho cine simplemente te expone. Decía Clarice Lispector que «de repente las cosas no tienen por qué tener sentido. Me satisfago en ser». Así mismo el cine no tiene por qué tener ningún sentido, o sólo el de satisfacerse en ser. Un director ruso dijo precisamente que «En el camino hacia este tipo de lógica poética uno encuentra muchos obstáculos». El más grande de todos es querer ir a ver “algo”, si de sobra se sabe que el cine no muestra nada, simplemente dispara el “proyector interno” para que uno vea lo que quiere ver. Creo que la limitación más grande del público es que no está preparado para “la nada”. La gente proyecta demasiadas películas durante la proyección de una película; llevan “sus películas” y todo eso se confunde, como si hubiera tantos proyectores como personas. Yo veo todo eso, y no porque tenga poderes especiales, sino porque lo veo dentro de mí, decenas, cientos de películas que compiten por ser reconocidas como la verdadera película, como la realidad. Ya entenderán entonces por qué hay que huir, meterse en un salón oscuro. Hay que dejar salir todo eso. Lo de la película en la pantalla es una disculpa, un gran pretexto socieconómico para que la gente vaya a ver sus “propios rollos”. Lo que pasa es que nadie aceptaría ir solamente a ver la pantalla oscura, sólo algún marginal de esos que escuchan a John Cage. ¿Acaso estáis seguros de que la gente ve lo que ve? Si el cine tuviera algún propósito sería el de inculcar una respetable duda sobre la naturaleza de la realidad. Pero no nos hagamos ilusiones, hay imágenes muy instauradas en la mente que sólo mediante películas de alto poder geométrico se podrían deshilar. Para llegar a que se descosa el tejido que uno cree que ve debe uno observar por dónde se dobla y pierde solidez. Porque el asunto fundamental en esa sopa que llaman “nuestra época” es ganar visibilidad, llegar a la orilla de la realidad. Algunos desmedidos han hecho del cine el lugar predilecto de su exhibicionismo, tanto dentro como fuera de la pantalla, pero afortunadamente la sala es oscura y desde allí uno tiene el derecho a pedir silencio usando esa onomatopeya que lo reclama shhhhhhh. Callad de una vez por todas, dejad ver, dejad pasar, dejad ser. Os conmino al silencio, voces de mi mente que atacáis sin tregua ni mesura. Y al cine, dejadlo ser lo que es, dejad de imponerle vuestros rollos, apagad ya esas máquinas desbocadas de ruido mental y permitid que la pantalla sea blanca por primera vez, que la sala sea oscura y silenciosa, dejad que yo siga siendo un anónimo refugiado, no me pidáis opiniones, no me exijáis un comentario a la salida, no me exijáis nada más que mi silencio consciente y mi atención anónima. Yo no soy un cinéfilo. No me hagáis parte de ninguna secta, yo veo todas las películas que hablen del hombre. Oh qué lejano ese tiempo en que un director ruso dijo que las obras de arte sólo surgen del esfuerzo por expresar ideales éticos. ¿ideal ético? No señoras ni señores, no se trata de vender ideas con películas. Dejad de hablar en el cine, por un momento. SiótilisDejad que la nada surja del silencio de la imagen que sigue con atención la realidad. Aquí os dejo un ideal ético: ser fieles a la realidad. Y otro: responder a la pregunta “¿Y nosotros, qué somos en el fondo?” Y uno más: hacer creíble lo invisible a los ojos. Señalar un camino para huir de lo visible. «Pues el mundo no está en la superficie, está oculto en sus raíces sumergidas en las profundidades del mar». Oh Clarice, por qué me dejaste solo, solo con tus libros. Antes de conocerte y de conocer a Messiaen y a Piazzola huía de mí mismo escondiéndome en salas de cine. Pero no me llaméis cinéfilo. No me pidáis que os diga nada sobre ninguna película que haya visto. Tampoco os diré nada sobre la tercera sinfonía de Mahler, ni siquiera sobre los poemas de Brodsky. No diré nada de nada. Tengo derecho a guardar silencio. Tengo derecho a dictarme esta conferencia a mí mismo sólo para confirmar que existo, que no soy un personaje. Tengo derecho a ser mi propia compañía, a dudar de cualquier otra, a sólo aceptar seres humanos callados y quietos metidos en una sala de cine. Pues esa es para mí su verdadera importancia: en el cine la gente hace silencio y deja de moverse.


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