El alcance de la obra breve de Aleksandr Petrov | por Juan Francisco Gordo López

Aleksandr Petrov

¿Who lives in a pineapple under the sea?


Dice la leyenda urbana que a Matt Groening se le suelta la barriga cada vez que oye esta pregunta. Se le descompone la imaginación, atrofian los sentidos y, mientras su serie de animación estrella persiste en todas las televisiones del mundo gracias a su ya consumadísima reputación, la de Stephen Hillenburg se aferra con fuerza a los viejos conceptos vanguardistas de extrañamiento y distorsión para ganarse unos espectadores sin pretender competir con nadie. Una esponja purificadora que limpia la atrofiada imaginación infantil, tan repleta de Doras exploradoras y Caillous cabezasandía.


El universo de la animación corresponde a un público mucho más amplio que el que erróneamente se le ha atribuido. Al fin y al cabo, la gran mayoría de genios del género han hecho sus incursiones en seriales o películas para adultos, muy a pesar de los episodios para niños que ya están cargados de guiños y metáforas que harían a más de un progenitor devolver a su retoño a la realidad a golpe de mascota. No obstante, esta estúpida separación entre “dibujitos” para niños y animación para adultos es otra de esas invenciones de los occidentes por adaptarse a un mundo más facilito, más masticado y de fácil digestión. Afortunadamente, quedan Miyazakis culturales.


Las diferentes tradiciones asignan un sesgo propio en la transmisión de conocimientos a partir de los elementos destinados a enseñar y entretener. Ni lo uno ni lo otro es nada fácil, de ahí que el señor Hillenburg se decante por técnicas embaucadoras y argumentos tendentes a un humor más bien absurdo y una imaginación desbordantemente infantil, próxima a la pureza de la inocencia -de no ser porque es un negocio más, claro. Además, la animación, ya sea en cortometraje, serial, medio o largometraje, está respaldada por la categoría de arte. Y decir arte es decir libertad para experimentar. El éxito posterior ya sólo depende del espectador.


Aleksandr PetrovA menudo ocurre, debido a esta inestabilidad de la recepción artística, que un autor y su obra se pierden en el tiempo y más adelante, cuando ya no hay nada que hacer por él, se le rescata del fangoso mar del olvido. Mientras en los occidentes triunfa cada vez más la fugacidad del placer inmediato, en los orientes se mantienen, gracias a una tradición incorruptible, los aspectos ancestrales de los trabajos y los días. Pero en ocasiones, con la frescura de un clásico desconocido, aparece alguien que trata de unificar hechos y valores de ambas culturas, emergiendo de una genialidad pubescente el atrevimiento de un carácter que se consolida con el desinterés por la fama.


La situación geográfica facilita la frontera limítrofe entre los dos mundos por encima del Ecuador. Una Rusia discreta, por primera vez en su historia, entre la disolución de la URSS y la actividad vigente; esos años de calma interior que esperan a que los órganos vitales de un cuerpo maltrecho se recompongan de nuevo. Un artista, Aleksandr Petrov, heredero de las tradiciones de su nación, de su medio de trabajo y de las mayores ambiciones del hombre prometeico. El medio en el que se expresa es, como otros muchos, el del cortometraje de animación. Sin embargo, a pesar de ser poco conocido -debido al alejamiento del país de las estepas vírgenes de cualquier otro lugar, su obra bien merece el reconocimiento de la Academia que en su día premió su incursión en la literatura sin patria de Hemingway.


Las obras de Petrov, muy esforzadas y con cierto éxito a partir de 1989 con su brevísimo trabajo para la enemiga compañía del ratón más popular de aquellos años -que se encontraba de aniversario mientras los niños que lo vieron nacer agarrotaban sus huesos en la vejez de sus vidas-, que se encontraba en pleno auge de sus fuerzas, son un cúmulo de elementos de unas y otras culturas. Amalgama de medios e imaginación que arrastra contenidos y formas de otras disciplinas y costumbres.


Es un error pretender que una obra sea absolutamente original pasado el siglo XIX, a partir del cual las cornejas desplumadas vuelan hasta los contornos de la investigación, incluso. Aunque tal vez Maupassant se excediera en sus cálculos. Pero en todo caso, la originalidad total o parcial, en especial a partir de la época de vanguardias, no proviene tanto de la narración de la obra de arte sino de la forma de comunicarla. El cómo por encima del qué. Fuera de academicismos, esto quiere decir que todo arte vale si entretiene, si habla, si erosiona la erudición del espectador. De tan manidas expresiones estamos hartos hoy, pero no de las novedades artísticas de una vasta red en la que todo lo que tocamos es joven, pequeño o desconocido.


Aleksandr Petrov hereda la educación fílmica de su maestro Iuri Norsteyn, la aplicación de técnicas cinematográficas, el gusto por las historias de precario argumento y las dotes de difusión de la imagen e iluminación que tanto predominan en ambos autores. Mientras Norsteyn prefiere las narraciones oníricas y alambicadas, Petrov se decanta por el arraigo de la pasión, de la afectación directa a la emoción del espectador que se recrea en cada imagen, formando una fina línea argumental en torno a una imagen central, muy en consonancia con Iván Ivanov-Vano.


Al igual que este último, Petrov también adapta en sus cortometrajes cuentos, especialmente de procedencia patria. No se centra, sin embargo, en las fábulas o cuentos tradicionales, sino más bien en consumadas obras cumbre de la literatura nacional. Son textos de Pushkin, Platonov o Dostoievski los que toma el cineasta para traducir el lenguaje literario que en ellos encuentra al cinematográfico.



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Viktor Shklovski, un teórico anterior a Petrov, decía que no es posible una traducción literal de un tipo de imágenes a otra porque en la traducción hay ya una interpretación de lo leído en el texto. Texto literario, texto pictórico o incluso texto cinematográfico. Las películas de Petrov son lecturas muy personales de los cuentos que reproduce, manteniendo la esencia de los mismos pero haciendo efectivo un cambio en la forma narrativa, como dijeran los propios formalistas y estructuralistas en su día. Tiene Petrov algo de vanguardista en ese sentido, pero también mucho de hábito en su forma de transmitir las imágenes de sus obras.


La técnica de producción consta de una imagen pictórica por cada fotograma. Lienzos en movimiento gracias a la magia de la cámara. Cada obra está construida con una cantidad ingente -El viejo y el mar consta de 22.000 cuadros-fotogramas- de capturas de imagen, siendo cada fotografía tomada sobre un cuadro pintado a mano. No sólo significa que cada cortometraje tenga un grandísimo trabajo para su elaboración, en ocasiones de varios años, sino también que además de la tradición fílmica y literaria, hay una documentación pictórica tras la labor de Petrov. Debido a las localizaciones de los cuentos y a la reproducción de las técnicas rusas y soviéticas en el campo de la pintura, el artesano muestra una formación histórica adicional en las diferentes escuelas de pintura europeas y movimientos artísticos en general que se deja ver en las escenas de sus películas. De este modo, se aprecia un gran dominio del claroscuro barroco, los trazos rápidos y superposiciones románticas, los diferentes tipos de encuadre impresionistas y diversas visiones costumbristas. Además, claro está, de las impactantes escenas descubiertas por las nuevas formas de perspectiva surrealista y futurista de estas vanguardias que tanto arraigaron en la estética de la Rusia soviética. No es raro que muchos fotogramas de sus películas nos recuerden a cuadros de Caravaggio, Goya, Turner, Renoir o Van Gogh, entre otros; y muchas de sus escenas a capítulos tan señeros de la filosofía de Platón, Spinoza, Hobbes, Voltaire, Montaigne, Jung o Heidegger.


La importancia de la obra breve de Aleksandr Petrov podría ubicarse dentro del saco de los sistemas de la complejidad que imperan en las líneas de investigación de las ciencias puras y sus derivadas, especialmente la física y la biología. En humanidades, esa complejidad la explora el campo de la semiótica, centrado en las fronteras que, como aquí se muestra, posibilitan el trasvase de información y comprensión del mundo desde diferentes perspectivas.


El valor que transmite el autor con todo su trabajo nos enseña que hay mucha más proximidad entre los extremos de lo que puede apreciarse a simple vista y que, en la mayoría de las ocasiones, lo simple es complejo y lo que consideramos una obra para niños, como su adaptación/interpretación del cuento La vaca de Platonov, puede encerrar un cúmulo de asociaciones culturales donde mezclar diferentes tradiciones, filosofías y formas artísticas de representación para transmitir no sólo un mensaje, sino también el impacto de la sensibilidad poética que persiste en toda obra de arte.


Aleksandr Petrov

La fuerza de la iconografía de las películas de Petrov es impactante. Cuando uno oye hablar, en su desconocimiento profundo en la materia, de cine ruso, la primera imagen a la que recurre su cerebro es a la de la escalinata de El acorazado Potemkin. Ni siquiera se detiene a pensar en la obra animada de Dziga Vertov o el maravilloso espectro insectil de Wladyslaw Starewycz. Sin embargo, la animación rusa ha pesado en el panorama artístico tanto como el cinematógrafo convencional. Petrov trata de reivindicar el poder de la disciplina por medio de la reinterpretación de cuentos procedentes de plumas magistrales, manteniéndose perfectamente a la altura de la literatura que toma como referente.


La técnica pictórica, el minimalismo tecnológico que apenas mancha su estudio, la genialidad lograda en la imbricación entre las diferentes disciplinas artísticas y el valor semiótico de su obra hacen de Petrov un genuino Nabokov sin exiliar, autóctono en las pasiones de los sentidos y del ánimo.


Aleksandr PetrovLa emoción encarnada en La vaca; el misticismo en la reproducción de la lucha entre la sabiduría y la irracionalidad en La sirena; la locura, el tedio, el abigarrado mundo de los hombres destructores de sí mismos, El sueño de un hombre ridículoMi amor.


La inocencia y la pasión, un marco de contrastes que encuadra la totalidad de las posibilidades del -¡terriblemente aburrido!- aburrimiento que debe ser combatido en la sociedad actual, tan necesitada de entretenimiento, de nuevas formas de placer, efímeras, fugaces. Contra el hombre del ennui, anciano ya desde que la poesía maldita lo invocara, va cada nueva manera de mostrarnos siempre los mismos argumentos. La necesidad hoy de un nuevo Shin Chan y un Spongebob Squarepants que lo suceda en el trono de la inmediatez, convierte el descubrimiento de una obra breve como la de Aleksandr Petrov en la bocanada de aire que el pez, viciado ya de las sorpresas del fondo marino, necesita para respirar y vivir con la moderación de sus excesos.


Enfrentados a una época como la que nos toca, invadida por una publicidad agresiva y un consumismo atroz, merece la pena indagar en la escasez de presupuesto de autores que sacan a relucir unos trabajos que enamoran a primera vista. No por desconocido es un amor menos valedero; mientras los demás se solazan con el dulce sabor de la fruta madura, atrévanse a paladear los quiméricos brotes más tiernos.



Juan Francisco Gordo López



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