Irena Dubrovna | por Laia López Manrique

(i)


necesitaba tocar una sombra

como apremio del vacío

tras mis pasos

una corona amarilla

la mueca que secunda

el gesto inacabado de los dedos



tocar

la inversión del mundo

la devastación

del lenguaje parco del sintagma


la correa animal

que anida

en este cuerpo

grácil

como un yugo


(ii)


me acerco

al rostro noche

de mis antepasados

a su ayuno

a la honda irrenunciable

de su miedo


soy una mujer que se abalanza

sobre la carne fibrosa

de la vida

la descorre y la tensa

con un ronco fruncido

de los dientes

como ellos la esculpieron

con un ronco fruncido

de la llave


(iii)


la locura de los otros en mí

simiente

rastrojo

la vasta oración de quien procrea

conociendo

el límite


un pensamiento consistente como un bloque de granito

la estirpe y la cal sobre la lengua


y todas las palabras que aprendí

se parecen a la misma palabra

un bosque dormido

en el cuerpo que transmuta

su corteza

salvaje

y canta


dijeron que debía salir del sueño

entrar en la memoria

beber del sol

corona amarilla

rota

luz

desheredada


(iv)


el día de mi muerte

volverá a ocurrir


circulará de nuevo

el caudal limpio de la sangre

entre los ojos


el cuerpo galería

desplomada

será cebo de pastores hambrientos

que observan

detrás de las rejas


cumplir un destino

será sentir

la expiración de una piedra

en el cuello

la matriz volcada a los pies

el radio descompuesto de la vida

que miente una vez más

su interminable

rescate


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