Mauricio Álvarez Mesa | Tarkovski en las tardes de verano berlinés



“La imagen es algo que no se puede recoger y mucho menos estructurar. Se basa en el mismo mundo material que a la vez expresa. Y si éste es un mundo misterioso, también la imagen de él será misteriosa”


Andrei Tarkovski. Esculpir en el tiempo



En la casa de Stalker y en el bar adonde va con sus acompañantes todo es muy amarillo, un amarillo dorado domina el ambiente dándole un aroma entre antiguo y exquisito en contraste con el barro y la lluvia que están tan presentes. Hay mucha agua en Stalker: lluvia, charcos, ríos, pozos, cascadas.


En La Zona vuelven los colores. En La Zona está Stalker tan contento, en su espacio natural camina entre las ruinas donde la Naturaleza ha crecido exuberante. Se tira al suelo sobre la hierba, pone las manos y la cabeza en la Tierra, un pequeño gusano camina entre sus dedos. Stalker se reconecta, se reúne con la tierra, con La Zona.


Su acompañantes el Escritor y el Profesor no creen en las indicaciones ni en los procedimientos que Stalker les indica. Stalker les advierte que en la Zona la distancia más corta entre dos puntos nunca es una línea recta, hay trampas por todas partes, las trampas viejas son cambiadas de lugar y las nuevas pueden estar en cualquier sitio. Todo depende aquí, les dice, del estado mental de todos y cada uno de nosotros. No ser cuidadoso, irrespetar a la Zona, no seguir las indicaciones es peligrosísimo. La Zona podría llegar a castigarlos.


Caminan el zig-zag hacia la Habitación que está dentro de una casa abandonada. Allá está el lugar donde, según Stalker, a cada persona se le concede su deseo más íntimo y genuino. Se detienen cerca de una cascada a descansar. Stalker y el Escritor se acuestan en la tierra; el Profesor se acurruca junto a una pared de roca. Stalker sueña, tiene visiones. Un tipo de visiones también aparece en otras películas de Tarkovski: en El espejo, en Nostalgia y en Sacrificio. Las visiones son planos con la cámara en movimiento, una observación a vuelo de pájaro de lo que sucede en el suelo, un suelo cubierto de agua, un riachuelo mismo; dentro del agua hay objetos: una jeringuilla, en los charcos de la Zona hay muchas jeringuillas, una ametralladora, papeles como trozos de libros rotos, y manchas de aceite. En su visión Stalker ve un perro negro al otro lado del charco. El perro aparece junto a él en la tierra donde estaba descansando.


En esta proyección del Stalker en el cine Arsena de Berlín había un grupo de espectadores que reía a carcajada suelta con los diálogos que sostenían Stalker, el Profesor y el Escritor. Bien visto hay en esos tres personajes una combinación de delirio, disparate y revelación.


Este diálogo llega a su culmen de dolor y absurdo cuando entran en la casa abandonada. Allí aparecen los miedos, las maquinaciones, los prejuicios, el ego, la miseria y la esperanza de los tres hombres. Están frente a la habitación donde se pueden pedir los deseos. Stalker les dice que ese es el momento más importante de sus vidas. Están en el umbral. No hay que apresurarse, les dice, piensen en sus vidas, en su pasado. Háganse blandos como el niño que acaba de nacer, como el arbusto joven. La muerte es dura, y los muertos son rígidos y fuertes. La vida es flexible. El Escritor y el Profesor dudan, ninguno de los dos se atreve a entrar. El Escritor con su locuacidad imparable reniega de Stalker; lo acusa de mentiroso y ambicioso. Para él todo esto es una estafa.


Stalker llora y habla de la música. Una música que aparece escondida detrás de los sonidos del tren. Stalker les pide que piensen en la música, en la más inmaterial de las artes, aquella que no significa nada en concreto, tan abstracta y etérea, y que aún así resuena en nuestro interior emocionando al alma, ¿qué cuerda vibra en nuestro interior en armonía con la música? se pregunta Stalker.


Al final cuando la hija de Stalker está sentada junto a una mesa mirando unos vasos llenos de leche, pasa el tren, y escondido en sus sonidos de metales crujientes aparece la melodía del comienzo del cuarto movimiento de la Novena Sinfonía de Beethoven. No es posible separar la música del sonido del tren, pero aún así allí está, reconocible, audible, inconfundible.


Stalker insiste en que para pedir un deseo en la Zona es necesario tener fe. Allí sólo van los que lo han perdido todo, incluso las últimas esperanzas, los destruidos como él, a los que no les queda nada. Los que como él no pueden ofrecer casi nada a su esposa e hija, pero que allí adentro lo tiene todo. ¿Cómo no lo pueden ver ellos?


Se queja Stalker cansado en su lecho al haber regresado de la Zona. Le dice a su mujer que ellos, el Escritor y el Profesor, la intelligentsia, han perdido la capacidad de tener fe, se les ha atrofiado por falta de uso. El perro negro ha venido con Stalker desde la Zona. Los sigue por la playa, mientras Stalker carga a su hija y camina en silencio junto a su mujer.


En la casa abandonada de la Zona cuando ya no tenían más que decirse, lo tres sentados en el suelo, comienza a caer una lluvia que llena la imagen de una luz muy blanca, un reflejo de una fuente de luz que se cuela en la habitación. Las gotas que caen forman un charco que es un gran reflejo luminoso siempre cambiante pero siempre igual. Los tres miran en silencio. Todos en la sala de cine miramos en silencio esos reflejos luminosos.


Cada proyección de Stalker es una experiencia diferente, es un viaje de ida y vuelta a la Zona. Lo que allí suceda es cuestión de la fe de cada uno en los poderes de la imagen, de la imagen cinematográfica. Suena el cuarto movimiento de la Novena Sinfonía. Termina la  película. Salimos de la sala de cine. Ha llegado la noche a la ciudad. Noche de verano en Berlín. Como cada año en verano, termina el ciclo de Tarkovski.

Mauricio Álvarez-Mesa



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