Fabio Nahuel Lezcano | Las penúltimas cosas | Por amor a Chester. Una reivindicación de Chester Himes



Según las crónicas periodísticas de ese día, el martes trece de noviembre de 1984, llovía sobre Benissa, en la costa de Alicante, España. En el cementerio sólo doce personas acompañaron el cuerpo sin vida de Chester Himes en su entierro. Lejos de su lugar de origen y de su lugar en el mundo, Harlem, Nueva York, moría uno de los más grandes escritores afroestadounidenses.


Extraño derrotero el de Chester Himes. Escritor negro de los EE.UU., que comenzó a escribir por los años ´30. Estando preso por robo a mano armada, fue en la cárcel donde se dedicó a la escritura. “Comencé a escribir en prisión. Eso me protegió de los convictos y los carceleros. Los convictos negros tenían respeto instintivo, e incluso miedo por alguien que podía sentarse a escribir a máquina y cuyo nombre aparecía en periódicos y revistas. Los carceleros no podían tocar a quien, pensaban, era una figura pública”-dijo alguna vez, al recordar sus comienzos como escritor. Al salir de la cárcel se instaló en Harlem, que fue su fuente de inspiración. Publicó varios relatos pero alcanzó su fama cuando cansado de las políticas racistas de su país, con el fracaso del American Dream, que a todas luces sucedía únicamente para los blancos, emigró a Europa. Se radicó en Paris, en una cultura y sobre todo con una lengua completamente ajena. Allí fue donde logró el reconocimiento dentro del género negro cuando su novela Le Reine des Pomes ganó el premio Quai des Orfèvres en 1958 y fue publicada por el prestigioso sello Gallimard de Francia.


Quizá, a causa del destino o del azar, la historia debía cumplirse así, con ese recorrido extraño, casi inexplicable. Tan inexplicable como que su obra, que en su mayoría sucede en Harlem, un barrio de negros en Nueva York, sea tan atractiva para públicos diversos y que, a pesar del microclima y el lunfardo que hacen más compleja su traducción, pueda generar adeptos en diferentes parte del mundo.


Así lo indica la edición en español que tengo en mi poder de la novela Por amor a Imabelle, de la colección de Juan Carlos Martini, de Bruguera, en la que al final se encuentra un glosario donde se trata de buscar palabras y términos del lunfardo de Harlem que sean equivalentes en castellano.


Y uno se pregunta cómo es que utilizando ese lenguaje y contando historias de un lugar al otro lado del océano, tan lejano, visto desde la perspectiva europea, haya despertado tanto interés en los lectores y en las editoriales del Viejo Mundo. Y la respuesta, a mi entender, es sencilla: Himes hace visible esa zona oculta de la sociedad donde habitan las minorías, los marginales (o marginados) empujados o forzados a habitar los límites.


En la novela Por amor a Imabelle, Jackson, un joven negro, especie de Simplicius (1) moderno en tanto inocencia o espíritu no corrompido, sufre una serie de acontecimientos en la odisea que emprende al intentar recuperar a la mujer que da nombre a la novela. Optimista, crédulo e ingenuo, este personaje, religioso hasta lo ridículo, deberá pasar cientos de obstáculos y pruebas por medio de las cuales Himes pinta un cuadro perfecto de Harlem, con sus lugares prohibidos, sus estereotipos y una dinámica particular, donde la ley está completamente subvertida.


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Como aquella novela alemana la narración se estructura en dos planos, el aparente, que es el plano donde se mueve Jackson sin ver lo que no quiere (o no puede) ver, y el plano profundo, el de la realidad, donde sucede todo; una especie de plano real, más descarnado, donde hace ebullición la más pura condición humana.         


Aparecen aquí, como en otras novelas, los dos policías prototípicos: Ataúd Ed Jonson y Sepulturero Jones, pero no son el núcleo ni el motor de la narración. Los ojos están puestos sobre este joven negro, Jackson, que se deja arrastrar por las vicisitudes sin hacerse demasiadas preguntas.


Tratando de hacerme una idea de la pequeña, casi secreta ceremonia llevada a cabo en ese lugar perdido de la costa de Alicante, pienso en que la vida de Himes estuvo signada por el territorio geográfico y simbólico y eso fue volcado de manera clara en esta novela, donde ese espacio (Harlem) está bien delimitado, no sólo por las definiciones que suelta Himes como disparos certeros, en diálogos como este, donde dos negros ven cruzar a un auto a toda velocidad y comentan:


 “-¿Y qué va a hacer con ese trasto?


-Venderlo, tío, venderlo. Aquí en Harlem te lo compran todo”, sino también en escenas memorables como aquella donde Jackson, desesperado, intenta escapar de la policía “Jackson siguió por la Calle 95 hasta la Quinta Avenida. Cuando vio la tapia circundante de Central Park comprendió que había salido de Harlem. Se hallaba en el mundo de los blancos, un mundo que no le ofrecía ningún lugar donde ir, ningún lugar donde esconder las pepitas de oro de su mujer, ningún lugar donde él mismo pudiera esconderse.”


Y es que Harlem puede dejarte entrar pero nunca dejarte salir una vez que te entregaste a sus vicios, sus reglas y sus leyes. Y sobre todo si naciste allí, tu destino está completamente cerrado. Incluso Dios puede darte la espalda, como lo indica en un pasaje de la novela, otro personaje prototípico, el reverendo Gaines, cuando le dice a Jackson: “¿Ponerte en manos del Señor? Jesús, Jesús, hombre, ¿quién te has creído que es el Señor? A ti lo que te toca es ponerte en manos de la policía. El señor jamás se ocuparía de esta clase de líos.


Pero volviendo a Himes pienso en otros escritores que tuvieron su territorio maldito, tal es el caso del Paris de Balzac, el Londres de Dickens, el San Francisco de Bierce, el San Petersburgo de Dostoievski o el Buenos Aires de Roberto Arlt, sólo por nombrar algunos. Es ese lugar, con límites bien definidos, ya sean físicos, geográficos, fantásticos y temporales, que en el caso de Chester Himes, aparece más acotado todavía. Es su Harlem, un barrio en Nueva York al que Himes no quiso renunciar jamás.


Entonces trato de imaginarme, sintiéndome parte de esa pequeña procesión que despide en silencio, bajo la lluvia, el cuerpo lastimado del escritor, y me pregunto si pudo salir de los límites impuestos o autoimpuestos que tanto asustaban a Jackson, y comprendo que a pesar de haber recorrido medio mundo, conocido otras culturas, la peor cárcel, la más dura y terrible para este grandioso escritor fue el olvido.




Fabio Nahuel Lezcano



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Francisca Pageo | Chester Himes

(1) Simplicius Simplicissimus es el protagonista de la novela picaresca alemana Las aventuras de Simplicius escrita por Hans von Grimmelshausen en 1668. Con el telón de fondo de la Guerra de los Treinta años, allí se relatan las aventuras de este personaje en un mundo al que no comprende y que muchas veces le es adverso.