Mohamed Chukri, una vida difícil. Una conversación (epistolar) con Rajae Boumediane El Metni | Juan Jiménez García



Mohamed Chukri

La vida de Mohamed Chukri no fue fácil. Ni cuándo no fue nadie (o fue un nadie más) ni cuando llegó a ser un escritor conocido (dudo en utilizar la palabra “reconocido”). Su aventura editorial en España tampoco. País al que amó profundamente, con un idioma que conocía bien, le dio la espalda como le ha dado la espalda a todo ese continente que prolonga nuestro sur, formando un espacio geográfico y literario del que poco, mal y nada conocemos. Pero entonces, un día, Cabaret Voltaire empezó a recuperar su obra. Cuatro años después, son siete los libros suyos publicados y Chukri se ha convertido en uno de nuestros autores de cabecera. El sueño de una literatura surgida de una ciudad tantas veces imaginada, Tánger. Y tras esos libros, tras esa aventura editorial, se encuentra igualmente Rajae Boumediane El Metni, traductora de cuatro de ellos (incluida su obra más conocida, El pan a secas) y reciente Premio Nacional de Traducción en Marruecos, precisamente por El loco de las rosas. Con ella hemos mantenido durante los últimos meses un prolongado y rico intercambio epistolar alrededor del escritor marroquí y, a través de ella, hemos seguido el retrato y el relato de una vida difícil.



¿Cómo fue tu encuentro con la literatura de Chukri y qué te impulsó a traducirlo (y además, con todo lo que significó de encontrar a los herederos y conseguir sus derechos)?


¿Cómo fue mi encuentro con la literatura de Chukri? Buena pregunta para arrancar con un kan yamakan, érase una vez…


Mi primer contacto con la obra de Chukri fue, como todos los de mi generación, a través de Al Jubz Al Hafi (El pan a secas). Yo también leía, a escondidas, la obra. Te voy a ser sincera: no leí la obra entera porque me parecía chocante por su temática: sexo, prostitución, homosexualidad… todos temas tabúes en la sociedad árabe en general.


El verano de 2003 fui de visita a Tánger, compré Paul Bowles, el recluso de Tánger y me puse a leerlo. Me gustó y decidí traducirlo, por mi cuenta, al español.  Volví a Tánger para solicitarle a Chukri la pertinente autorización pero él se encontraba tan mal que me aconsejaron posponer la visita.


Cuando murió Chukri el 15 de noviembre de 2003, murió, en cierto modo y el mismo día, mi proyecto de publicar la traducción de Paul Bowles, el recluso de Tánger. Mis viajes a Marruecos fueron muchos. En todos los medios se hablaba de la Fundación Mohamed Chukri, tardé siete años en averiguar que dicha fundación nunca existió y que todos los derechos de autor estaban en manos de sus herederos. Así que me encontré ante un nuevo reto: contactar con los herederos. Los viajes entre España y Marruecos volvieron a hacer acto de presencia y cada viaje hacía mella en mí dejándome una dosis de desilusión. Algunos conocidos y amigos me repetían una y otra vez: «Es muy difícil tratar con los herederos. ¿Conseguir los derechos de autor? ¡Imposible!»


En 2011, y precisamente en verano, opté por tirar la toalla, encuadernar mi traducción y disfrutar, en la medida de lo posible, de mi primera obra traducida y no publicada. En diciembre del 2011 fui a Tánger, tenía que ver a Mohamed Mrabet, pintor, narrador oral y autor de Amor por un puñado de pelos, transcrita del árabe dialectal, traducida y publicada en inglés por Paul Bowles en 1968. En Tánger se celebraba la fiesta de la lectura, acudí a uno de sus eventos y allí conocí a algunos amigos íntimos de Chukri como el dramaturgo Zoubeir Ben Bouchta o el periodista Abdellatif Ben Yahya. Mi odisea terminó participando en un acto dedicado a Chukri, hablé de mi proyecto. Luego decidí ir a Tetuán y contactar con Abdelaziz, el hermano de Chukri. De este modo, volvió a renacer mi proyecto de las cenizas.


Cuando conseguí los derechos de autor de los herederos, tenía que superar otro desafío: encontrar una editorial dispuesta a reeditar a Chukri. Tras varios intentos fallidos, di con Cabaret Voltaire. Cuando hablé con Miguel del tema de Chukri, pensó que se trataba de una broma porque la editorial llevaba mucho tiempo tras la obra de Chukri. 



¿Por qué Chukri y no otros escritores?


 Chukri fue considerado como un autor maldito por hablar de temas tan tabúes como la prostitución, la homosexualidad o la marginalidad.


Se le reconoció, mundialmente, por El pan a secas pero él no es autor de un solo libro. Cuando me puse a leer toda su obra, comprendí su desesperación cuando, en una entrevista a Javier Valenzuela, afirmó que quería matar la fama de El pan a secas.


Ahora bien, he de reconocer que la primera traducción empezó con una ilusión y terminó siendo un desafío. Las traducciones posteriores fueron por iniciativa de Cabaret Voltaire. Además, ninguna editorial me ofreció traducir a ningún otro autor.


En fin, son varias razones, unas personales y otras ajenas. El hecho de que ‘El mirlo blanco de Tánger’, como se le conoce a Chukri, optara por Tánger como escenario principal, me facilita la tarea de traducir.


Todos los lugares que menciona me resultan familiares. Ahora bien, si cita algún sitio que me resulta desconocido, voy a Tánger y lo busco. Me gusta empaparme de cualquier tipo de información antes de empezar a traducir.



El pan a secas sería un libro sobre el hambre, en el que la muerte del hermano a manos del padre ocupa menos espacio (sin ser menos terrible) que otras tantas cosas, como si fuera una anécdota más. Es una narración entre la oralidad, la deriva, la repetición, pero siempre atravesada por ese hambre atroz, ¿no?


Ese hambre atroz, como bien lo defines, es el punto de arranque de El pan a secas.  Es el telón de fondo de la obra. Las primeras líneas de la obra «Lloro la muerte de mi tío junto con otros niños. Ya no sólo lloro cuando me pegan, o pierdo algo. Ya había visto llorar a más gente. Es época de hambre en el Rif; de sequía y de guerra» parecen preparar al lector para que pueda enfrentarse a un panorama desolador en el que el hambre es la protagonista indiscutible. La familia de Chukri tuvo que emigrar a Tánger en busca del pan. La madre, para calmar a su hijo, dice: «Cállate, que nos vamos a Tánger. Allí hay montañas de pan. Ya verás cómo no llorarás más por el pan cuando lleguemos. En Tánger la gente come hasta hartarse». No obstante, una vez en Tánger, no había las montañas de pan que la madre había prometido. El hambre hacía acto de presencia en ese paraíso terrenal.  Chukri buscaba en la basura, prefería la de los cristianos porque «lo que tiran los cristianos era mucho mejor de lo que tiran los musulmanes». (p. 19). La muerte terrible del hermano a manos de su padre aparece como un acontecimiento más. ¿Será porque Chukri presenció tantas muertes, en su rumbo al exilio, que la relata como una anécdota más? Sea como sea, el hambre está también presente: «Mi hermano llora y se revuelve, sacudido por el hambre y el dolor». (p. 21)



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Ese afán en sobrevivir y conseguir un trozo de pan acaba, a veces, en un desenlace trágico. La muerte del tío de Chukri junto con su mujer y sus tres hijos es un fiel reflejo de esa desesperación acompañada de orgullo: «Levaban demasiados días sin comer. Ni él ni su mujer quisieron pedir nada a los vecinos. Tapiaron por dentro la puerta con piedras y arcilla, y allí murieron todos». (p. 61)


En fin, todos los acontecimientos giran en torno al hambre y en busca de un trozo de pan. El hambre está presente a lo largo de toda la narración. Por hambre, se hace lo imposible. Por conseguir un trozo de pan, todo está permitido. Recordemos que el título original de la obra fue: Por un solo trozo de pan. Paul Bowles respetó el título cuando publicó la obra en inglés For bread alone. Cuando Tahar Ben Jelloun tradujo la obra al francés le propuso a Chukri el título Le pain nu señalando que sería Al Jubz Al Hafi en árabe.


En el prólogo de El pan a secas, Chukri  sentencia: «Yo digo: saca al vivo del muerto. Lo saca del hediondo y descompuesto. Lo saca del empachado y del famélico. Lo saca de los hambrientos y de los que sobreviven a base de pan a secas».  (p. 13) Ese final parece la antesala del escenario donde se van a desarrollar todos los acontecimientos donde “hambre” es el término que más resalta en la narración. Una narración cargada de repetición, deriva, tragedia pero marcada siempre por ese hambre atroz.



Rajae Boumediane

Pese a las circunstancias que rodearon a este primer libro (ser un libro dictado, la intervención de Paul Bowles, etcétera), El pan a secas ya define perfectamente su estilo. Chukri nunca abandonó esa oralidad, esa frontalidad, esa poesía en bruto, desgarradora. Una primera impresión tal vez transmita la idea de inmediatez, pero conforme seguimos adentrándonos en su obra uno tiene la impresión de que, por el contrario, su escritura está muy elaborada, que había un profundo trabajo tras ella…


La polémica ha rodeado, y sigue rodeando, El pan desnudo, la obra maestra de Chukri revisada y rebautizada como El pan a secas. En 1973, Paul Bowles publicó en inglés For bread alone (Min ayli al jubzi faqat, título original en árabe cuya traducción sería Por un solo trozo de pan). En Paul Bowles, el recluso de Tánger, Chukri cuenta cómo iba relatando oralmente la obra a Bowles. En la entrevista concedida a Javier Valenzuela (El País, 5 de octubre de 2002), Chukri subraya : «Yo traducía en mi cabeza del árabe al español y se lo dictaba a Bowles, que hablaba un buen español, que luego lo traducía al inglés. Oye, un moro y un americano se entendían en Tánger en español». La obra autobiográfica fue traducida al francés por Tahar Ben Jelloun en 1980. La versión árabe fue publicada en 1982 pero inmediatamente censurada. En el 2000, se volvió a publicar el libro que incluía revisión y prólogo de Chukri. Ahora bien, independientemente de toda la polémica que suscita el libro, El pan a secas define el estilo de Chukri: un estilo directo, descarnado y sin adornos. Chukri opta por un estilo simple y llano por un objetivo en concreto: que su obra esté al alcance de todo tipo de lector: desde un catedrático hasta una persona con estudios mínimos. Así que no es extraño toparse, en la versión árabe, con términos en árabe dialectal, tarifit, francés, inglés o español. Chukri deja claro que para él la escritura no es un ejercicio de complacencia sino un medio para describir la sociedad: «Yo no sé escribir sobre la leche de los pájaros, ni sobre el delicado abrazo de la belleza angelical, los racimos del rocío, (…). No sé escribir con un pincel de cristal. Para mí, la escritura es una denuncia, no un desfile». Pero Chukri sabía embellecer la mierda y camuflarla con su peculiar toque poético. 


El pan a secas es un fiel reflejo de esa escritura cargada de oralidad, una escritura espontánea y directa, descarnada y sin rodeos, una escritura sin adornos que Chukri aplicaría a todas sus obras.  Es una escritura que adopta esa oralidad característica de una “halqa”, una técnica específica del cuento tradicional de Marruecos que queda plasmada en  la “hicaya”, la “jrafa” o la “hyaya” (cuento oral). Chukri adopta el papel de un contador tradicional en una “halqa” donde el narrador se sitúa en el centro de un círculo formado por la gente en medio de una plaza como la de Jemaâ El Fna de Marrakech, y va contando cuentos populares.  Ese mismo escenario de la “halqa” se refleja en la escritura de Chukri pero con un abanico de lectores más amplio y variado a la vez. De ahí, el estilo directo y sin rodeos del autor. No obstante, a pesar de esa escritura espontánea, hay detrás una gran formación. Chukri era un lector empedernido. Leía como aprendió a escribir a la edad de 20 años. Devoraba los libros, no tenía preferencia ninguna a la hora de leer un libro. Chukri reconoce su obsesión por la lectura: «Yo leía como aprendí a escribir después de la edad de 20 años. Yo era un lector maniaco y obsesionado con la lectura, una obsesión que rozaba la locura, porque había empezado tarde a leer. Leía día y noche. En cuanto abría los ojos, me ponía a leer. La manera con la que leía era una especie de venganza. Me vengaba de todos los años que pasé siendo analfabeto».


Mohamed Chukri

Esa lectura feroz se convertiría en fuente de inspiración para Chukri que llegó a reconocer: «Yo, para escribir mi trilogía autobiográfica, me he servido más bien de ejemplos occidentales, como san Agustín y sus Confesiones, Jean-Jacques Rousseau, Somerset Maugham, Colin Wilson, Les mots de Sartre, Juan Goytisolo y Coto vedado... Estas lecturas me han dado coraje para expresarme».


En definitiva, para Chukri la escritura es una especie de denuncia y protesta que le brinda la oportunidad de hablar de temas tan tabúes como la marginación, la prostitución o las drogas. Su estilo es tan espontáneo que sufre todo tipo de transgresión con palabras en árabe dialectal o tarifit pasando por alto todas las normas dictadas por la gramática árabe porque según él las lenguas evolucionan de acuerdo con el uso que de ellas hacen los hablantes y no con los academicismos establecidos. 



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Para concluir, te voy a contar una anécdota que el mismo Chukri recuerda. Nutahara, el arabista que tradujo al japonés El pan a secas, se trasladó a Marruecos para conocer de primera mano los lugares descritos en la obra. Un día le comentó a Chukri: «He pensado que si visito los lugares donde ocurren los acontecimientos del libro, la traducción me resultaría más fácil, más precisa y clara». En su visita a Tetuán, pasearon junto a la alberca de Ain Jabbaz y Nutahara, sorprendido, reprendió a Chukri: «En tu libro describes esta alberca y lo que hay a su alrededor con mucha belleza y, sin embargo, no es así ni parece que lo haya sido». Chukri responde: «Ésa es la función del arte, la de embellecer la vida hasta en los aspectos más horribles. La alberca se grabó en mi memoria de niño como algo hermoso y debo recuperarlo con esa misma impresión, aunque esté llena de agua turbia».



Fernando Arrabal decía que uno escribe porque no vive. Sin embargo, ¿Mohamed Chukri escribe porque vive? Cuando leemos a Chukri, y aun con lo que comentas de su posición de ofrecer una realidad más poética, más bella, uno tiene la sensación de que cuente lo que cuente, en primera persona o no (pienso en los relatos de El loco de las rosas), todo lo ha vivido de alguna manera, por él mismo o través de los demás, de aquellos con los que se encontró...

Si Fernando Arrabal decía que uno escribe porque no vive, Mohamed Chukri, igual que Paul Bowles, escribe porque sigue en el mundo de los vivos. Chukri vivió una dura infancia que marcó su línea de escritura, una escritura dura y descarnada igual que su vida propia. 


Jorge Semprún dice: «Si supiese por qué escribo, tal vez no escribiría» pero Chukri sabía perfectamente porque escribía. Él escribía para expresar, con plena libertad, todo lo que vivió y como tiene «dos memorias: la memoria analfabeta y la memoria de un hombre que ha aprendido a leer una vez cumplidos los 20 años» puede  «escribir sobre las moscas de la sociedad” porque “donde hay moscas, hay algo podrido…» De hecho, el autor concede siempre la palabra a los más desfavorecidos de la sociedad: prostitutas, marginados, pobres, locos,  ladrones, alcohólicos, etc. y teniendo en cuenta que el mismo Chukri se dedicó durante su  juventud al contrabando, sexo, alcohol, etc., parece decir a sus lectores: “Veis todo esto, veis a todos estos hombres, niños, viejos o locos, a todas estas putas y borrachos, todo esos soy yo. La ciudad soy yo. Las calles soy yo.”  Desde su posición de narrador situado en un círculo y rodeado de lectores en su caso va contando historias, historias que  están, a menudo, narradas en tercera persona. Adoptando siempre la posición de un narrador oral en una Halqa, Chukri se inclina por un estilo llamo y sin rodeos. Opta por una descripción visual y dinámica para captar la atención del lector y hacerle partícipe y cómplice a la vez. No permite que el lector pierda el mínimo detalle.


Todos los temas que aborda Chukri tienen relación directa o indirecta con su vida. Los que conocieron a Chukri, perciben esos comentarios puestos en boca de otros. El mismo título de El loco de las rosas tiene una relación directa con Chukri. Rachel Muyal, la que fue encargada de  la Librairie Des Colonnes durante veinticinco años, me contó la siguiente anécdota: “Un día estaba en una terraza tomando té con unas amigas, se nos acercó un joven desaliñado ofreciéndonos rosas. No le hicimos caso y seguimos conversando. De repente, empezó a quitar los pétalos de las rosas, las fue metiendo en la boca y se puso a masticarlas con un aire tranquilo y sin dejar de mirarnos. Era la primera vez que vi a Chukri. Haciendo eso consiguió que nos fijáramos en él. Unos años más tarde, ese mismo joven, convertido ya en escritor, vino a la Librairie Des Colonnes. No me podía creer que se trataba del mismo joven que se comió las rosas con esa tranquilidad.”


Liam O’Flaherty, el novelista irlandés,  decía: «If you can describe a hen crossing a road you are a real writer», y Chukri lo describió todo, absolutamente todo. Consiguió salir de “Five Eyes: Stories” de Paul Bowles, un círculo de narradores orales formado por Abdeslam Boulaich, Mohammed Mrabet, Larbi Layachi, Ahmed Yacoubi y el mismo Chukri para convertirse en escritor internacional, calificativo que reza en su lápida en el cementerio de Merchan en Tánger.



Mohamed Chukri

Tras El pan a secas llega Tiempo de errores. ¿Por qué pasa tanto tiempo (diecinueve años) entre un libro y otro? 


Efectivamente,  Tiempo de errores llega al cabo de diecinueve años de silencio literario.  En una conversación con  Zoubeir Ben Bouchta y Yahya Ibn Al Walid, este último menciona los diecisiete años de silencio, y Chukri  replica: «Diecinueve años, de 1973 a 1992. Además todo lo que publiqué entre estos años (se refiere a El loco de las rosas; La Jaima, Tennessee Williams en TángerEl Zoco Chico) lo tenía escrito y me limité a revisarlo.»


Varios fueron los motivos de ese silencio literario: estrés en el trabajo (trabajaba de maestro y tenía que enseñar a cincuenta alumnos por la mañana y otros cincuenta por la tarde), problemas con la sociedad, la familia, los amigos y los editores. Recibió varios golpes pero el más duro fue la censura de su primera novela. Todos esos problemas fueron claves para que Chukri declarara: «Me he divorciado de la literatura y me he casado con los bares» y se internara, voluntariamente, en el manicomio “Mallorca” en Tetuán. Desde allí se intercambiaba cartas con su amigo Mohammed Berrada, cartas que se publicaron bajo el título de Ward wa-ramad. Rasa’il (Rosas y cenizas. Cartas, 2000).


Las cartas que dirige Berrada a su amigo Chukri revelan unos consejos cargados de incitación a la escritura: «La solución es simple (teóricamente). Tenemos que escribir ordenadamente...  (…) Necesitamos proclamar un estado de emergencia para retirarnos y escribir hasta agotar lo que tenemos dentro de nosotros, y después  volver a la práctica y la contemplación!»


En una carta, Chukri escribe: «El sentimiento de la escritura  empieza a apoderarse de mí en este asilo. Cuando salga de aquí, intentaré  cambiar mi vida.” Berrada le contesta: “No se te pide que cambies tu vida, sino que la escribas.»


Cuando Chukri salió del manicomio, se puso a escribir Tiempo de errores, la obra que le salvó de la depresión creativa como reconoce él mismo en 1992.


En un mes, ya estaba terminada la novela cuyo título original era Los pícaros (Ashuttar). De hecho, se publicó en  Dar Assaqi (Londres) con este título pero antes de que se publicara en Marruecos,  Berrada  le propuso el título de Tiempo de errores alegando que habrá lectores que no entenderán el significado  del término “pícaros”.


La segunda entrega de la trilogía marca la frontera entre sus «dos memorias, la analfabeta y la literaria». La novela se impone como una especie de liberación física y social pero siguiendo una línea narrativa picaresca. Igual que El pan a secas, Tiempo de errores encierra la miseria, la marginación, el sexo, la prostitución… Describe la juventud de Chukri, una juventud entre bares y prostíbulos, entre Larache y Tánger, entre luchar por el pan y entregarse a la vida nocturna, ... 


Parece que los diecinueve años de silencio literario le sirvieron a Chukri para devorar libros y más libros.  La segunda entrega de su trilogía es un fiel reflejo de esa larga formación en la escritura.  Con su Tiempo de errores , Chukri consiguió reconciliarse consigo mismo y con sus lectores.



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Pese a que buena parte de su obra es autobiográfica, en Tiempo de errores Chukri afirma: «Siempre busqué el juego de la vida y su simbología, no la realidad; la ambigüedad y el enigma, no la claridad ni lo simple; el misterio, no lo obvio». ¿Cómo podríamos interpretar esta aparente contradicción?


Me viene a la mente El hombre de El pan a secas (2014), una obra teatral del dramaturgo Zoubeir Ben Bouchta escrita en homenaje a Chukri en el décimo aniversario de su muerte. Ben Bouchta divide el nombre de Chukri en dos personajes: Chuk y Ri con el fin de reflejar una dualidad conflictiva, la misma dualidad que vivió Chukri, la misma dualidad que irrumpe en su escritura. Por eso precisamente no es de extrañar que haya esa contradicción: ambigüedad y enigma frente a la no claridad ni lo simple; el misterio y no lo obvio. Supongo que esa contradicción forma parte de esa dualidad conflictiva como si cada uno luchara por sus principios. Además, mientras El pan a secas fue escrito con las tripas, sin adornos ni misterios; Tiempo de errores, exceptuando los primeros capítulos que parecen ser una continuación de El pan a secas, rompe esa línea de escritura. En Así habló Chukri (1999), una entrevista cedida a Hassan Ahmed Biryich, el mismo Chukri reconoce que la segunda entrega de su trilogía está escrita desde una postura meditativa y que encierra varias sutilezas narrativas, las mismas sutilezas que trazan una clara frontera entre las dos memorias de Chukri: la analfabeta y la literaria.



Mohamed Chukri

Ya en Tiempos de errores, pero también en Rostos, amores, maldiciones, es como si el tiempo se hubiera detenido. Tánger ya no es Tánger y ese mundo de Chukri empieza a desvanecerse, a desaparecer, sin lamentaciones, silenciosamente, pero es así. ¿Cómo influyó esa pérdida de "un cierto Tánger" en Chukri y en sus libros?


A Tánger  llegó Chukri  con apenas siete años. Llegó ansioso de encontrar las montañas de pan prometidas por su madre. Pero no fue así. Chukri tuvo que buscar en la basura, preferentemente europea,  para comer.  Así que ese Tánger  internacional que «se convirtió en novia de todos y mujer de ninguno» para contentar a todo el mundo, chocó a Chukri desde el primer momento. Un choque cargado de acción que recoge perfectamente  El pan a secas.


Chukri vivió en ese Tánger y  poco a poco se fue conciliando con la ciudad hasta convertirla en  escenario principal de toda su obra. De hecho, al mirlo blanco de Tánger, le gustaba que le llamaran “escritor tangerino” y no “escritor marroquí.”


Parece que la historia verdadera de Tánger iba de la mano con la vida de Chukri y su obra. El Tánger que aparece en El pan a secas no tiene nada que ver con ese Tánger-paraíso de los miembros de la Beat Generation que fueron a Tánger en busca de todo cuanto anhelaban: sexo, droga, libertad, etc. Chukri, a diferencia de otros escritores, optó por escribir desde la pobreza y la marginalidad dando  voz  a los “sin clase”: marginados, prostitutas, drogadictos, etc. 


Con la independencia, Tánger fue perdiendo su sello personal. Sin embargo, Chukri no sentía nostalgia por esa ciudad más abierta, viva y cosmopolita porque “vivía en el fango”. Además la agonía silenciosa de Tánger fue percibida por Chukri, él  que sabía todos sus entresijos se dio cuenta de su declive. Por eso decía que para escribir sobre Tánger, hay que residir en la ciudad y conocerla bien porque la escritura precipitada es como las tarjetas postales, se mueren en cuanto las recibas y leas.


Ahora Tánger parece, como dijo Tahar  Ben Jelloun, «una mujer que ya no se atreve a mirarse al espejo. Ha envejecido. Le han salido arrugas, grietas, que han terminado por desmoronar lo poco que quedaba de un pasado bohemio.» José Luis de Villalonga va más allá  cuando declara que “Tánger es como una puta vieja que vive de sus recuerdos.”


El mismo Chukri  reconocía en varias entrevistas: «Ese Tánger internacional murió. Gracias a la independencia fui a estudiar a Larache y pude convertirme primero en maestro y luego en escritor. Tánger es una ciudad donde si no sabes cómo comportarte, te aplasta. Tetuán supone la infancia y adolescencia, Larache mis estudios y el resto es mi vida tangerina.»



Tengo la sensación que nada en la vida de Chukri estaba llamado a permanecer. Quizás solo la bebida y la tristeza, los encuentros furtivos y el sueño de la ciudad tangerina. ¿Qué nos quedará de Chukri a nosotros, lectores? ¿Qué es lo que te ha quedado a ti y qué representa, hoy, para la literatura marroquí en particular?


A todos los que no llegaron a conocer a Chukri en persona, les queda el consuelo de conocerlo a través de sus escritos. A los lectores les queda Tánger,  esa ciudad que acogió a Chukri recién llegado de Beni Chiker, esa ciudad que le chocó nada más pisarla, esa ciudad que fue sueño y pesadilla, esa ciudad que se convirtió en escenario de su obra, esa ciudad a la que entiende y aprecia, a la que quiere y acepta, a la que odia y rechaza, esa ciudad en la que desgrana su vida diaria yendo de bar en bar o simplemente vagabundeando por sus callejuelas. A esos lectores les queda la curiosidad de conocer  ese Tánger.


¿Qué me ha quedado a mí de Chukri? Buena pregunta teniendo en cuenta que no tuve la suerte de conocerlo personalmente.  Me queda su obra, un fiel reflejo de su dura vida, me queda su tolerancia, imprescindible en estos difíciles momentos, me queda su sinceridad, me queda su humanidad, me queda su preocupación por los más marginados, me queda el recorrido que voy haciendo por los lugares que menciona en cada obra.


Y a Tánger le queda Au pain nu, un bar-restaurante donde se vende Au pain nu, un vino cuya botella vale 350 dhs., unos 35 €. A Tánger le queda la suerte de haber sido testigo mudo de esa vida -o mala vida- de un escritor que tuvo el coraje de vencer todos los obstáculos y convertirse en escritor internacional. A Tánger le queda la suerte,  desgracia para muchos,  de tener a Chukri sumergido en un profundo y eterno sueño. 


Chukri ya no está en el mundo de los vivos pero ha dejado todo un legado literario. Representa un hito en la literatura árabe en general y en la marroquí en particular. Ningún escritor marroquí  se atrevió a escribir su autobiografía con “las tripas”. 


No somos justos cuando tildamos a Chukri de escritor pornográfico, no somos justos cuando ignoramos su lado humano. ¿Acaso Chukri no escribió sobre el odio, la ignorancia, la miseria, el desamparo, el hambre o la desesperación? No somos justos con quien prestó su voz a los sin voz.  No somos justos con quien optó por escribir desde la marginalidad, no somos justos…



Juan Jiménez García




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