Alexis Ravelo no ha necesitado demasiados libros para convertirse en uno de los referentes de la novela negra de nuestro país. El premio Hammett por La estrategia del pequinés confirma lo intuido en La última tumba; y Las flores no sangran, su última obra, que aquello no fue una casualidad. Atrás quedan las cuatro novelas dedicadas a Eladio Monroy y un montón de cosas más en otros géneros y terrenos. Inscrito en la tradición del noir americano más duro, Ravelo ha leído mucho a los clásicos y los ha entendido muy bien, y su escritura, trabajada desde el punto de vista formal, sigue el camino trazado por otros tantos que le precedieron. Por eso, no es extraño que entre sus obras figure un ejercicio de estilo como El viento y la sangre, en el que se hacía pasar por un desconocido escritor pulp.
Escritor comprometido, políticamente comprometido, estuvo en el Sporting Club Russafa de Valencia para hablar de refugiados en los Martes Negros organizados por Amnistía internacional y la librería Cosecha roja. Y allí estuvimos para conversar con él.
Cuando te leímos por primera vez, con La estrategia de pequinés o Las flores no sangran, pensamos que eras alguien que había leído mucho a los clásicos de la novela negra y los había asimilado muy bien.
Entiendo este trabajo como una constante actividad para intentar prolongar una tradición. Soy de los que piensan que (hay muchos maestros míos, como Andreu Martín, que se cabrea mucho cuando lo digo) todo está escrito desde la Epopeya de Gilgamesh, y lo demás son notas a pie de página. Pero esto no quiere decir que la literatura haya muerto, sino todo lo contrario. Está absolutamente viva y resulta muy útil en mi labor como escritor asumir que formo parte de una tradición, a la cual contribuyo con mis trabajos y con la que dialogo. A veces le doy la espalda, a veces le doy un abrazo. Como decía Cesare Pavese: todo está escrito, salvo lo que tienes que escribir tú. Siempre trabajo asumiendo esa tradición y, además, en el caso de la novela negra, estamos hablando de lectores que conocen muy bien el género. Se van especializando. Tienen unas determinadas expectativas, saben cuáles son los estereotipos. Además, tienes que reflejar esos estereotipos de alguna manera, porque los lectores de novela negra lo estamos esperando: el tipo duro, el amigo traidor, etcétera. Tienen que estar ahí, pero digamos que uno los incorpora al mismo tiempo siéndoles infiel. Incorporando rasgos nuevos a esos estereotipos, intentando enriquecer todo aquello que ya es suficientemente rico, que es heredado, e intentando, digamos, buscar nuevos caminos con ese material que la tradición te da. ¿Está todo escrito? Sí, pero no. Me parece que andamos a la mitad del camino si asumimos que esa tradición está ahí. No pasa nada si intentamos ahora dárnosla de originales, porque siempre hay un maestro que ha hecho lo que tú estás intentando hacer.
La última tumba se la dedicaste a Andreu Martí, Juan Madrid y Raúl Argemí. Era como instalarse en una línea...
Me considero, sobre todo, muy deudor de Andreu Martín y Juan Madrid, porque a ellos los había leído cuando era un pibe. A Raúl lo descubrí más tarde, cuando ya había publicado algunas novelas, y, aparte de una persona maravillosa y un amigo al que le tengo mucho afecto, me pareció uno de esos autores que escriben con las tripas y que se inscriben en la tradición del noir norteamericano más duro. Con él comparto la afición por autores como Horace McCoy, James M. Cain, David Goodis y el gran Jim Thompson. Entonces, en ese sentido prefiero pensar que mis novelas se mueven más cerca de ese tipo de historias o de las que pergeñaban Madrid y Andreu en los años ochenta, que de otro tipo de novela policíaca que se da en la actualidad. Raymond Chandler ya hablaba de ella en El simple arte de matar, ¿no? Ese tipo de novela, digamos más limpia, en la que hay más conformidad con la cultura, finales cerrados, etcétera. Para decirlo pronto, no sé si conoces El placer del texto, un ensayo de Roland Barthes en el que explica que hay dos tipos de texto: los textos de placer y los textos de gozo. Los textos de placer se acomodan a la cultura en la que viven, forman parte de una tradición, buscan la belleza, pero simplemente por el mero deleite de la lectura. Y luego hay textos de gozo, que son aquellos que te hacen replantearte tu relación con el mundo en el que vives, tu relación con la cultura y con el propio lenguaje. Son textos incómodos, muchas veces desagradables. Él habla en su ensayo de los textos del marqués de Sade o de Georges Bataille. Recuerdas Historia del ojo y este tipo de novelas eróticas muy duras. En ese sentido, me interesan más los textos noir que están inscritos en esa tradición del polar francés, del neo polar o del pulp norteamericano, que las novelas policíacas que, digamos, son más adoradas por el público. Que son más inanes, más confortables, pero que cuando acabas de leerlas, el lector está exactamente igual que antes de haberlas leído. Me gustaría que, por lo menos, mis libros inquietaran, incomodaran de alguna manera al lector. Me interesa mucho indagar en la condición humana y, sobre todo, más en las sombras que en las luces. Y me interesa que el lector sienta que moralmente no está muy alejado de los villanos. A veces queremos creer que somos buenos, que no hacemos el mal, pero en realidad es muy fácil hacer mal. Me gusta inquietar e incomodar en ese sentido. Los textos importantes son los que te plantean preguntas, no los que intentan darte respuestas. Esos se llaman catecismo. Y, bueno, me gustaría que mis textos llegaran a provocar ciertas preguntas incómodas en el lector. Al margen de que se lo pasen bien, que es lo que menos se despacha en literatura, me gustaría eso. Por decirlo pronto, si otros escriben sobre sus sueños, yo escribo sobre mis pesadillas.
Eso nos lleva a pensar que, en cierto modo, un ejercicio como El viento y la sangre solo lo podías haber escrito tú.
El viento y la sangre fue un pequeño ejercicio de estilo. Forma parte de la tarea de aprendizaje, y yo entiendo la literatura como una tarea de aprendizaje. Por ejemplo, mis primeras novelas son las de la serie dedicada al personaje de Eladio Monroy. Era muy cómodo trabajar la serie, porque además se vendían como churros, a los lectores les gustaba mucho, y yo las escribía con cierta comodidad. Estoy muy hecho al personaje, trabajo en la ciudad de Las Palmas, en zonas que conozco y, bueno, podría seguir haciendo eso. Pero lo que intento siempre es hacer algo distinto para aprender, porque si no me aburro. A El viento y la sangre llegué por varios caminos. Uno de ellos era un ejercicio de estilo privado; en un principio, no la escribí con intención de publicarla. Empecé a escribirla en un año en el que apenas encontraba trabajo. Dependía mucho del trabajo institucional en ese momento, para impartir talleres y ese tipo de actividades. Seguramente, te sonará el 2012 porque fue el año en el que las bibliotecas en Canarias fueron las bibliotecas Activia; tuvieron un 0% de presupuesto para actividades complementarias, y bueno, me quedé en la más pura miseria. Yo soy escritor y vivo al día, así que me dije “bueno, me voy a dedicar a escribir y voy a escribir lo que me pete”. Y me apeteció hacer ese ejercicio que, por un lado, era un homenaje a muchos escritores que fueron grandes en su momento y luego cayeron olvidados. Los descubrimos por vicisitudes editoriales con mucha suerte, pero a veces no los descubrimos. Por otro lado, me apetecía obligarme a mudar de estilo y de razones; a escribir con un idiolecto que no es el tuyo, en un espacio que no es el tuyo. Además, también estaba un poco harto de que siempre se hablara así: Alexis Ravelo, qué bien refleja el ambiente de Las Palmas de Gran Canaria. Coño, a ver si el único valor que voy a tener como escritor es hablar de Las Palmas de Gran Canaria. Por eso me apeteció hacer ese pequeño ejercicio de estilo. En esa época estaba leyendo mucho a Erskine Caldwell, que fue un absoluto best-seller en Estados Unidos en los años treinta y cuarenta, y que, sin embargo, por aquellas cosas de las vicisitudes editoriales, en España no lo hemos conocido. Y, bueno, pensaba en la vida que tuvo este hombre, que fue muy grande y terminó pobretón, o en Jim Thompson, que no publicó en tapa dura en su vida. Cuando se fue a morir le dijo a su mujer: guarda todo lo que he escrito porque dentro de veinte años seré grande. Y, efectivamente, en los noventa empezamos a redescubrirlo y hoy lo tenemos como un absoluto mito.
De los narradores actuales, tenemos la impresión de que eres uno de los más preocupados por el estilo o el lenguaje. ¿Cómo ves la relación entre estilo y novela negra?
Hay algo de lo que no se percatan mucha veces los críticos, y te agradezco muchísimo que me digas eso, porque se trata de un trabajo que pasa desapercibido. Me preocupa muchísimo el estilo. Digamos que me preocupa más el estilo que los argumentos. La originalidad está en el estilo, pero hablamos de un género en el que muchas veces el estilo consiste en no tener estilo, sino en ir cambiando, y adaptando tu lenguaje, tu discurso, a la historia que tienes que contar. Siempre digo a los talleristas que me soportan en los cursos que imparto que hay que tener un estilo cuidado, no decorado. Muchas veces, los escritores de novela negra tenemos que sacrificar una buena imagen, una buena metáfora, un buen símil, porque lo que cuenta es la historia que estamos narrando. E, incluso, a veces tenemos que acabar haciendo una limitación léxica. Jim Thompson, por ejemplo, en 1280 almas, muestra cómo el lenguaje del narrador está limitado por el idiolecto del personaje, porque está contada en primera persona, al margen del slang. Se las ingenia para introducir algún guiño culto. Por ejemplo, cuando en un momento suelta la frase “todos los hombres matan a lo que aman”. Claro, está citando a Oscar Wilde, a la zorruda; lo está citando para decir, oye, yo no soy esta bestia que está hablando. Porque la limitación léxica está ahí. De todos modos, sí es cierto que en los últimos años, en España, estoy descubriendo autores y autoras que manejan muy bien el estilo, que sacrifican muy bien cosas y hacen apuestas muy arriesgadas. Uno es Carlos Zanón, otro Víctor del Árbol, interesantísimos me parecen Marcelo Luján y David Llorente. Sus apuestas son apuestas muy fuertes. Y luego hay literaturas que simplemente es una delicia leer... las prosas de Marta Sanz, o de Rosa Ribas, son estupendas. Son gente que vale. Cuando te llega un texto suyo sabes que va a ser una delicia, te cuenten lo que te cuenten. Y creo que deberíamos preocuparnos más de eso. No hay nada tan triste como tomar un libro y darte cuenta de que solo está redactado. Y eso ocurre cada vez con más frecuencia en la literatura española y está ocurriendo sobre todo en autores que editan con grandes grupos editoriales. Problemón. Ahí tenemos un problema. Eso lo mezclas con la ausencia de crítica y ya está, se nos jodió la generación.
Siempre hemos tenido la impresión de que la literatura de género, aunque parezca lo contrario, seguramente concede más libertad para escribir. ¿Te sientes más libre al trabajar en el noir?
No sé quién lo decía pero es cierto: cuantas más reglas tiene el arte, más libre es. No hay nada más libre, por ejemplo, que aquellas cosas maravillosas que hacía el OuLiPo: Georges Perec, Raymond Queneau... ¿Por qué? Porque ellos mismos se constreñían en juegos que tenían unas reglas muy firmes que se prohibían violar, por lo cual hacían verdaderas virguerías. Y es cierto que cuando trabajas un género eres libre para crear otras cosas. Por eso, porque tienes ya una estructura prefijada. Yo sé que si voy a hacer un Eladio Monroy, que es un hardboiled al uso, sé con qué estructura voy a trabajar. Puedo innovar en cuanto a temas. En cuanto a estilo y a estructura, a lo mejor no demasiado, porque estamos hablando de una novela de serie, y al lector no se le puede cambiar el esquema de golpe. Pero sí es cierto que puedo innovar, por ejemplo, al llevarme ese hardboiled a una ciudad como Las Palmas de Gran Canaria, que es la ciudad menos hardboiled del mundo. No se parece a San Francisco, a Los Ángeles o a Nueva York ni de coña. Esa fue mi pequeña innovación, mi pequeña aportación, y es verdad es que tienes más libertad para trabajar en ese sentido.
En La última tumba hay un intento de crear una geografía noir canaria que, en tus siguientes novelas, ya no parece preocuparte tanto.
Esa tarea de, digamos, regodearse en el paisaje la había emprendido en novelas anteriores. Ten en cuenta que antes de La estrategia del pequinés hay cuatro novelas de la saga de Eladio Monroy y otras dos que no están ambientadas en Canarias. Ahí el paisaje lo daba por asumido. En La última tumba, por ejemplo, era importante, en el sentido de que tenía que contraponer la ciudad real, o el paisaje real, al paisaje que el personaje llevaba en la memoria. Era un tipo que había pasado un montón de años en la cárcel, y el mundo le había cambiado. ¿Se han parado a pensar en cómo ha cambiado el mundo en diez años, en cinco? Cuando vemos a alguien por la calle con un móvil de concha casi nos echamos a reír. Yo tuve un móvil de concha hasta hace seis meses. Y tengo ahora uno plano porque mi novia me lo incrustó, para que me pusiera el WhatsApp y esas cosas. Pero imagínate un tipo que se ha pasado veinte años en prisión, diecinueve años, como es el caso. Sale y resulta que no se puede fumar en ningún lado, te tienes que poner el cinturón de seguridad, este tipo de cosas. Y en el caso de Las Palmas de Gran Canaria, como a muchas ciudades de este país, le ocurrió que cambió muchísimo de golpe, creció exponencialmente, creció hacia los lados, empezó a tener pequeñas ciudades dormitorio, y todo eso me interesaba verlo desde la perspectiva de este personaje, que es un tipo de más o menos mi edad, y qué me hubiera pasado a mí si hubiera estado diecinueve años metido en el Salto del Negro, sin ver cómo ha cambiado todo. Porque tú sabes que van cambiando las cosas, en las cárceles hay televisión, pero hasta que no lo tienes delante... Ese choque tiene que ser muy duro y me importaba mucho eso. De todos modos, en todas mis historias me preocupa mucho el paisaje, aunque no haya descripciones, creo que es importantísimo. Yo soy hombre insular y creo que (y lo creo con Pedro García Cabrera, un poeta importantísimo... en La Gomera dio una conferencia que se titula El hombre en función del paisaje) el lugar donde te crías, donde se educa la mirada de la infancia, influye muchísimo en la forma que tú trabajas. Y es muy fácil constatarlo. Dime una autor cubano que no sea barroquista. Todos tienden a la frase larga. Y, sin embargo, luego lees a Julio Llamazares y es el rey de la parquedad, de la palabra justa, la frase corta, etcétera. Digamos que el paisaje del isleño es el paisaje de estar en un sitio quieto, pero continuamente sometido al movimiento del mar. Y además no trabajar sobre lo que tienes delante sino sobre el horizonte, que es de donde han de venir todos los evangelios, que decía Pedro García Cabrera. Desde que empecé a escribir, y tuve contacto con estas ideas, asumí que me tocaba mi parte de asimilar también ese paisaje y contribuir a mitificarlo. Eso es un problema que tuvo muchas veces la literatura canaria. Los libros se convertían en guías turísticas, y de lo que se trata es de crear un mito sobre el paisaje para comprenderlo. Grecia no existía hasta que apareció Homero. La India sin Camões no es nada. A través de la mitificación literaria podemos crear alegorías que nos ayuden a entender los sitios en los que vivimos. Cómo están en el mundo y cómo estamos nosotros, cómo nos relacionamos nosotros como individuos o como sociedad con ese espacio. En ese sentido, ya ves cómo somos los canarios, no paramos de hablar. Estamos siempre en movimiento. Precisamente porque vivimos en un sitio como muy estático, muy quieto, que va recibiendo influencias de todos lados. Entonces, en mis historias, ya transcurran en islas, ya transcurran en llano, digamos, siempre va a haber mucha influencia del paisaje, y mucho tratamiento del espacio, tanto los exteriores como los interiores.
La novela negra es, seguramente, la novela social, ya no de nuestro tiempo, sino del siglo XX. El género que mejor ha sabido reflejar esa sociedad. Pensamos que en tus últimas novelas hay todo un trasfondo político. Está en La última tumba, algo más diluido en La estrategia del pequinés y muy presente en Las flores no sangran.
La novela negra es un género que nace con las grandes crisis del capitalismo. Cosecha roja debe de ser el año 29. Entonces, digamos que habla de la violencia, y la violencia es una cesión en el supuesto orden. Me voy a poner marxista, ¿vale? Se supone que toda sociedad crea un relato en torno a ella para que parezca justa y ordenada. Dentro de las democracias liberales, que son la transposición política del capitalismo, hay un discurso en el que se proclama el discurso de la igualdad de oportunidades, que todo el mundo debe de hacerse a sí mismo, etcétera. Todo ese discurso muere cuando hay un acto de violencia. Cerrarte a los velos de la ideología. Descubrimos el caos que habita por debajo. Y entonces, claro, el material, la materia prima con la que trabajamos los que escribimos novela negra, es la violencia. A mí me interesa desde un punto de vista social y político, pero también desde un punto de vista humano. Lo que me interesa son las pasiones humanas, lo que pasa es que, claro, nadie es una isla, todos vivimos en sociedad, y la forma en que está organizada esa sociedad nos influye muchísimo. Por supuesto, la novela negra es una gran novela social y una novela de contenidos políticos duros. Porque hay una cosa interesante en la novela negra: aunque los autores no tengan por qué ser de izquierdas, no le podemos pedir el carnet de comunista a alguien para que escriba historias de violencia. Ahí tienes a Mickey Spillane o a James Ellroy. Sin embargo, nunca es burguesa. Nunca mira de una manera digamos confortable a la realidad. Lo que hace es sacarnos de la zona de confort de ese discurso oficial que nos comemos en el telediario, que nos comemos, en fin, en todas las instancias digamos públicas que tienen algo que ver con el poder. La novela negra nos saca de esa zona de confort. No, mire, perdone, esto no es así. Y esto es lo que veo en mi barrio cada día. A las personas, además, cuando nos dejan sin leyes y tal, nos convierten en unos malos bichos. Imagínate cuando vivimos en un sistema que se comporta como si fuera un individuo. Porque eso es lo que ocurre con el capitalista. El capitalista se comporta como un individuo que no tiene normas. Tiene todo el terreno del mundo para depredar. Es más, si deja de depredar se hunde. Entonces nos viene muy bien para analizar eso. No nos olvidemos que no es el único género que ha trabajado esto. La ciencia ficción lo ha trabajado muy bien. Qué sería de nosotros hoy en día, culturalmente, sin cosas como 1984. O el propio El juego de Ender, que lo escribió un facho, un mormón. Tiene que ver con cómo somos como sociedad.
En tus novelas nunca encontramos a personajes buenos…
Tú tienes una cara de buena persona, estupenda y tal, pero seguro que tienes tus pecados escondidos, igual que yo. Esa tendencia al maniqueísmo que tenemos. Que además nos la enseñó Walt Disney. ¿Ves?, ahí la ideología hizo su trabajo. Entre Walt Disney y el cura de tu barrio nos convencieron de que existe el bien absoluto y el mal absoluto, y en realidad no existe. Nadie es perfecto, todos tenemos algo de lo que arrepentirnos y algo de lo que enorgullecernos. Por eso procuro imprimir a los villanos de mis libros algún rasgo de humanidad. Porque es verdad que hasta el mayor villano quiere a alguien, ha sido querido por alguien. Tiene un perro, cuida de una planta... El maravilloso ejercicio de amor por la vida que supone cuidar un croto. A mí me parece loable. Entonces, me gusta introducirlos también en las novelas en la medida que puedo. Así, como cuando tengo un personaje por el que siento simpatía, una barrera que me pongo siempre, para que el personaje sea de carne y hueso, introducir un aspecto negativo en su personalidad. A mi eso me importa mucho. Que los personajes sean de carne y huesos, que se puedan oler, que se puedan palpar. Que tengas ganas de estar tomándote algo en el bar con ellos o tengas ganas de no encontrártelos en tu vida.
¿Qué influencia ha tenido el cine negro en tu trabajo?
Me influye mucho, sobre todo, el cine negro de los setenta. Películas como La noche se mueve o la versión de las novelas de Richard Stark que hizo John Boorman con A quemarropa, protagonizada por Lee Marvin. Ese resurgir del cine negro crepuscular que hubo en los años sesenta y setenta. Las películas inspiradas en las novelas de Ross MacDonald, protagonizadas por Paul Newman: Harper investigador privado, Con el agua al cuello. Y luego cierto cine europeo, por ejemplo, el francés. Me influyen mucho las películas de Jean-Pierre Melville. Me interesan muchísimo. Me parece un director artesanal maravilloso. Lo fascinante de sus películas es que ves cómo se hacen las cosas, casi no hay elipsis. Y luego tiene un tratamiento absolutamente conductista de la psicología de los personajes. Nunca sabes por qué están haciendo las cosas. Los ves haciéndolas, entonces eres tú quien tiene que preguntarse por qué las hacen. Ese tipo de cine me interesa muchísimo y te confieso que muchas veces me ha influido a la hora de trabajar. Más que el gran cine negro de los cuarenta y los cincuenta, que me encanta. Tú ponme Perdición, aquella de Billy Wilder sobre la novela de James M. Cain con guion de Chandler, y soy feliz. Pero, bueno, en realidad si hay algún tipo de cine negro que me haya influido es más bien ese, el europeo y el norteamericano independiente de aquellos años, de los sesenta y setenta.
¿En qué se traduce, para un novelista y también para un lector, todo este movimiento de innumerables festivales de novela negra, de clubs de lectura y librerías especializadas en novela?
Tiene dos vertientes. La primera, que me parece muy interesante, es la del acercamiento del público en general a la literatura, a través de la novela negra, que es un género muy atractivo, y la de poder proporcionar a los asistentes a esas charlas y a esos debates una cierta bibliografía básica del género. Hacer reflexionar sobre los temas que nos parecen importantes. Que, como escritores, consideramos que son caros a la literatura y que deben estar ahí, y que como seres humanos consideramos que debemos debatir. Estamos aquí, por ejemplo, para hablar de inmigración, de crisis de los refugiados, de la percepción que tenemos en Occidente de todos estos flujos. Son temas importantes que tratamos a través de nuestros libros. Esa vertiente me interesa mucho. Por otro lado, la visibilización de la literatura y el contacto directo, tanto de los escritores con el público como con los escritores mismo, que nos vamos conociendo, e incluso van saliendo proyectos de escritura común, está muy bien. Lo que pasa es que luego físicamente es muy cansado. En estos festivales siempre nos encontramos todos los compañeros, y siempre decimos que el problema es ese: día que estás fuera de casa es día que no escribes. Hay años en los que te apetece estar en todos los festivales, hay años que no te apetece. Vas a los que puedes, vas a los que te tocan. En todo caso, en principio está bien. Y con los festivales, porque también es verdad que se están organizando festivales en sitios muy pequeños y que no tienen esa respuesta, con los festivales va a pasar como con los libros. Andando el tiempo habrá festivales que resistan y festivales que no. Pero eso no quiere decir que no los haya de calidad. Ahora mismo hay fenómenos muy interesantes, y personalmente los disfruto mucho, me lo paso muy bien, y hay sitios muy acogedores. He hecho muchísimos amigos, grandes amigos, y de hecho, yo, que soy lector y, de alguna manera, he sido prescriptor, llevaba una sección literaria hasta hace poco en una emisora de radio, en la que me preciaba de conocer a todo el mundo, y de saber quién es quién, pues gracias a estos festivales me he ido encontrando con muchos autores que de otra manera no los hubiera descubierto. Así que me imagino cómo será para el público en general.
¿Qué quedará de la novela negra cuando acabe el boom en nuestro país?
Cuando me dicen que la novela negra está de moda, les respondo que, sí, desde 1929. Nunca hemos dejado de consumir historias de semen y de sangre. Nos interesan. Puede que pase de moda para las grandes editoriales, pero siempre va a haber sellos independientes que apuesten por la novela negra, porque siempre va a tener su público. Y bueno, si al final cesa ese boom editorial, digamos, ¿qué quedará?, pues la literatura. Porque no es lo mismo valor y precio de la obra de arte. Muchas veces, lo que tiene mucho precio ahora luego a la larga no tiene ningún valor, y viceversa. Lo que quedará será lo importante. Fíjate cómo hemos logrado redescubrir a Jim Thompson, a Chester Himes, a David Goodis, a Horace McCoy, que en su momento eran unos cualquiera y no se les nombraba nunca. Todo el mundo pasaba de ellos. Y hoy en día los llamamos clásicos. Cuando pase el boom de la novela negra, quedará la literatura, y sobrevivirán los textos. Los buenos.
Agradecimientos: Miguel Fuentes (Cosecha roja), Sporting Club Russafa.
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