Vivimos a tientas. ¿Vivimos acaso?
Tres tiempos y la esperanza, María Victoria Valenzuela
Y así la primera respuesta a esa pregunta formulada o tacita de por qué se es un exiliado es simplemente esta: porque me dejaron la vida o, con mayor precisión, porque me dejaron en la vida.
Carta sobre el exilio, María Zambrano
Ya lo decía Edward Said en su ensayo sobre el “Exilio intelectual: expatriados y marginales”: “el exilio es uno de los más tristes destinos” (Said, 1993: 59). La historia ha regalado muchos episodios bélicos y de miseria cuyo final, o bien desemboca en la muerte o bien en la expatriación. Países europeos como son Rusia, Alemania y España han perdido una considerable parte de su ciudadanía debido a estos hechos; miles de personas se han visto obligados a dejar todo aquello que amaban para emprender un viaje hacia territorio desconocido con el objetivo de encontrar una vida mejor o un refugio temporal avivado por la esperanza del retorno. Aunque bien es cierto que no todas las situaciones se corresponden con el exilio forzoso, también ha habido casos de exilio promulgado por una inquietud intelectual y cultural o simplemente por motivos profesionales, dentro o fuera del país –conocido como “insilio” o exilio interior. En cualquier caso, todos y cada uno se ven sometidos a una ruptura identitaria que los convierte en “turistas accidentales” de las condiciones históricas que les atañen (Jato, 2009: 9); en el caso de España: Guerra Civil y Franquismo. Es por ello por lo que muchos intelectuales españoles de generaciones como las del 14, 27 o 39, han tenido en consideración relatar de forma salvaje la convulsa historia que les ha llevado a partir, con el objetivo de crear conciencia sobre el trauma y, asimismo, formar parte de los cimientos de la memoria histórica.
Desde hace algunos años, se han ido rescatando algunas voces femeninas silenciadas por el canon y las antologías de la historia de la literatura, como pueden ser “Las Sinsombrero” Rosa Chacel, Maruja Mallo, María Zambrano, Concha Méndez, etc., pero sigue habiendo muchas figuras intelectuales femeninas que permanecen a la sombra, sobre todo si se habla de voces a nivel regional, más que a nivel nacional. Téngase en cuenta que el exilio no solo supone una inadaptación temporal o perpetua en el país de acogida, también supone un olvido por parte del país de origen. Uno de los casos es el de la protagonista de este artículo, María Victoria Valenzuela, gallega, mujer del escritor en lengua gallega y político Ramón de Valenzuela. El exilio de María Victoria y su marido comprende desde el año 1949 -año en que deciden irse a Buenos Aires cuando Ramón de Valenzuela consigue un indulto del régimen- hasta el año 1966 -cuando deciden regresar a España e instalarse en Madrid. La obra de Mariví Valenzuela recoge testimonios personales y críticos con respecto a la guerra y la condición de género, como es observable en Tres tiempos y la esperanza (1962), donde precisamente la autora narra los tiempos anteriores, coetáneos y posteriores a la Guerra Civil. La novela fue publicada en Buenos Aires en español, por la editorial Alborada, y más adelante reeditada en 1987 por Ediciós de Castro. En 2002 fue finalmente publicada en gallego por la editorial A Nosa Terra de Vigo (Mejía, 2011: 197). En el prólogo de la novela, Arturo Cuadrado describe el texto como “una ola violenta sobre el mundo arrastrando a hombres y pueblos para someter hasta el propio paisaje en la locura. Y sobre grises y sombras el florecimiento de la esperanza” (1962: 7). Un canto a la vida, sin duda alguna, plagado de dolor y nostalgia, ya que quien escribe en estas circunstancias, escribe no solo para entenderse cómo individuo en sociedad, sino también para recordar y crear conciencia a partir de un hecho verídico, tal y como vuelve a mencionar en el prólogo Arturo Cuadrado: “La vida que nos rodea, en sus detalles y en sus sueños, es un enigma. Estamos acostumbrados a los hechos cotidianos, vulgares o dramáticos, y pasamos sobre ellos como si fuésemos un juego del tiempo. Nada nos asombra hasta que la canción nos advierte, nos ilumina y despierta” (1962: 7). Es por ello por lo que la memoria de la protagonista de Tres tiempos y la esperanza recrea el trauma de una desterritorialización forzosa. La novela reproduce un intervalo diacrónico que está compuesto por sucesos pasados, si bien estos siguen permaneciendo y formando parte del trauma en el proceso de la memoria. Además, se desconoce si se está hablando de un hecho autobiográfico o simplemente de una separación entre autor y personaje, por lo que podría considerarse un texto para-autobiográfico. En cualquier caso, la presencia de sucesos auténticos y del yo-narrador, categoriza a Tres tiempos y la esperanza como una novela de exilio y memoria.
El primer tiempo: los años felices
Tres tiempos y la esperanza está compuesto por una estructura tripartita. Estos tiemposestán ligados al tiempo homogéneo y al tiempo de la experiencia. El primer tiempo, es un canto nostálgico a la infancia y a los años anteriores a la Guerra Civil. La infancia de la protagonista está marcada por hermosos recuerdos cercanos al hogar y al mar. Ella misma explica que “aquélla era una casa grande” y que “aquélla era fundamentalmente una casa de mujeres” (Valenzuela, 1962: 11). La narradora vive con sus padres y sus tías y cuenta que cada una tenía una responsabilidad en la casa, por lo que se habla de un hogar matriarcal, más que patriarcal, puesto que la narradora aclara que el padre “no se mezclaba para nada en el manejo de la misma” (Valenzuela, 1962: 11). Así pues, los años transcurren felices, donde no se ofrece más que una descripción de la rutina de la familia durante el transcurso del tiempo. El lector se enfrenta a un pequeño ejercicio de introspección de la protagonista -quien parece encuadrar con exactitud en palabras todos los recuerdos y las imágenes de aquellos años- con el objetivo de que, por una parte, se pueda advertir el tono nostálgico de la narradora y, por otra parte, se contextualicen los años anteriores a la Guerra Civil y se procesen como un testimonio de sus recuerdos. De esta manera, el lector se enfrenta a una lectura donde la experiencia personal se fusiona con la colectiva y la histórica. En el primer tiempo, la memoria individual es la raíz de la evolución de la protagonista, puesto que está dentro de los límites de la coexistencia y la casualidad. Esta rememoración personal de la infancia es lo que advierte que la herida del trauma aún está abierta y que la acción está sincronizada con el tiempo social actual; por tanto, nada se escapa a la trama concurrente de la existencia individual, quien consigue, desde luego, que el recuerdo emerja y que sea trasladado posteriormente al lenguaje (Echeverry, 2004: 126). Esto hecho se puede ver en fragmentos como el siguiente, que refleja la alegría de vivir en tiempos de cotidianeidad y calma:
Cuando no teníamos colegio, yo acompañaba a mi tía a las compras del mercado. Quedaba cerca del mar, y era a manera de un galpón grande. En hileras paralelas estaban situadas las pescas, cada una delante de sus cestas de pescado, que de vez en cuando pregonaban. Mi tía, que conocía el nombre o mote de todas ellas, se dirigía a uno de los puestos. Comenzaba el regateo.
–¿Cuánto quieres por esta merluza?
–Quiero tres pesetas.
–Parece que hoy no tienes ganas de vender.
–¿Y luego, no vale tres pesetas esta frescura? (Levantaba entretanto las aletas de la merluza para enseñar las agallas rojas.)
–En diez reales me dejaba la Tula una más gorda que esa.
–Yo no se la doy menos (Valenzuela, 1962: 16-17).
Sin embargo, con el transcurro de los años, el lector comienza a percatarse de que en este primer tiempo empieza a surgir un malestar en el pueblo -tiempo transcurrido aproximadamente durante la dictadura de Primo de Rivera y posteriormente durante la Segunda República Española-, fruto de la confrontación ideológica entre blancos y rojos: “Por primera vez, dos palabras, que hacía poco todavía tenían un valor convencional, se transformaron hasta el punto de crear barreras infranqueables. Esas palabras eran simplemente: derechas e izquierdas. Se las oía por todas partes, a todas horas” (Valenzuela, 1962: 36). Esta situación parece repercutir en las amistades de los conciudadanos hasta el punto de producirse una ruptura de intereses emanada por los ideales personales: “Indudablemente había en el pueblo malestar. Las gentes no se entendían. Era un continuo acecharse. Se enfriaron las amistades de toda la vida. La tía Carlota, incluso cambió de médico” (Valenzuela, 1962: 37). Es aquí donde se observa que la memoria de la protagonista comienza a tornarse en un proceso traumático, donde el desconcierto del yo-narrador es producido por una alteración de la cotidianeidad, aunque bien es cierto que a las niñas se les intentaba mantener fuera de los asuntos políticos, tal y como ella misma relata:
Sólo las chicas de nuestra edad nos manteníamos al margen de estas cuestiones. Vivíamos todavía como siempre, y disfrutábamos del mar, del sol y de la arena, sin tener en cuenta las dimensiones de los trajes de baño. Nos dábamos cuenta de lo que pasaba porque en nuestras casas se actuaba de acuerdo a una u otra corriente, pero nada alteraba nuestra alegría de verano (Valenzuela, 1962: 38).
La transformación intelectual de la protagonista comienza a notarse a medida que avanzan los hechos, por lo que la imagen de conciencia se transmite a partir de la realidad vivida. La narradora es consciente de que su infancia está siendo interrumpida y que se acerca a un final. Esta abrupta ruptura del yo demuestra que se procede lentamente a la construcción de una nueva identidad partiendo del proceso traumático: “Poco tiempo después, al volver del colegio, encontré la casa trastornada. Acababan de detener a mi padre por supuesta complicidad con los sucesos ocurridos. (…) Volví a tener la rara desazón de noches pasadas, y comencé a pensar que no todo era simple y natural, como generalmente yo creía” (Valenzuela, 1962: 48). Incluso sabiendo que aquello no podía terminar de manera pacífica, en la familia se intenta apaciguar las inquietudes pretendiendo llevar una vida normal y, aunque en la casa se trataba de no pensar demasiado en ello, llega un día en el que todo estalla. Es así como concluye la primera parte de la novela: “Todo presagiaba un verano feliz. Días después ocurrieron cosas graves. En Madrid asesinaron a un capitán de asalto. En revancha, al día siguiente, apareció muerto Calvo Sotelo. ¿A dónde nos llevarían estos apasionamientos?” (Valenzuela, 1962: 63).
El segundo tiempo: la Guerra Civil
El segundo tiempo da comienzo con la sublevación de las tropas militares en África y en algunas provincias de España. La memoria individual sigue fortaleciéndose a la par que la histórica; mientras tanto, la niña crece deprisa y afronta con madurez los hechos. Si bien es cierto que la protagonista sigue siendo una cría, también se ha de tener en cuenta que cada vez es más consciente de la gravedad de la situación. El distanciamiento del yo del primer tiempo al yo del segundo tiempo es notable. Algo está pasando y aunque ella no sabe exactamente de qué se trata, padece igualmente una “tortura nocturna” (1962: 78). Los detalles históricos son relatados con el tono de alguien ingenuo que no entiende lo que sucede, pero que sin embargo empieza a inquietarse porque la vida de su familia corre peligro. El lector advierte desde el primer tiempo que la familia se inclina por el lado liberal, aunque en ningún momento la niña manifiesta estar a favor o en contra de la izquierda. Sin embargo, se sabe que el padre es rojo y republicano, y se mantiene activo en el conflicto, mientras que las mujeres permanecen en casa, inquietas, intentando mantener los pensamientos intranquilos ocupados con las tareas del hogar. Empiezan a refugiarse en otras casas como son la de las tías, la de la abuela, etc., huyendo de los militares que las persiguen por estar emparentadas con un republicano. La protagonista, que durante su corta vida siempre había estado poco unida a su padre, asimismo comienza a percatarse de que es ahora cuando tiene que estar más cerca de él que nunca: “Yo sentía una extraña sensación; mi padre necesitaba de mí. Ya en la calle empezamos a caminar lentamente, no hablábamos, cada uno iba remoliendo sus propios pensamientos” (Valenzuela, 1962: 65). Finalmente, el lector descubre en Tres tiempos y la esperanza la catarsis emocional cuando el padre descubre que el bando de los falangistas se ha hecho con el gobierno civil y tiene que huir: “Era ya anochecido cuando salieron. Papá nos abrazó a todos con emoción, y le recomendó a mamá que tomase muchas precauciones. Ni él, ni ninguno, sabía qué clase de precauciones eran necesarias” (Valenzuela, 1962: 70). Así pues, comienza un tiempo de incomodidad y desolación. La narradora cuenta cómo se distribuían los alimentos y las tareas en casa, y cómo recibían las visitas inesperadas de los militares en busca de pruebas con las que indultar al padre, e incluso detenciones de alguna de las tías, como es el caso de la tía Juana, a la que acusan de comunista por obligar a las niñas de la escuela a llevar un uniforme rojo (ref. 1962: 80). También relata las manifestaciones públicas de los blancos, quienes sembraban el terror en las calles al grito de “¡¡Viva el Ejército Salvador!!”, ¡¡Mueran los rojos!!”, “¡¡Vivan los héroes del Alcázar!!” (Valenzuela, 1962: 85), incluso cantando el “Cara al Sol”. Hay un episodio donde los militares cortan el cabello de la madre, las tías y de la protagonista, quien se muestra valiente ante aquel acto de humillación bromeando con ahorrarse un largo tiempo sin ir a la peluquería; violaciones, persecuciones, ejecuciones y destierros comienzan a suceder en el pueblo y los habitantes solo se alimentan de terror y miedo. Cuando la situación es insostenible, la familia decide tomar la decisión de exiliarse, con tristeza, miedo y una cierta ausencia de esperanza: “Así dejamos el pueblo: sin mirarlo. Pensando sólo en llegar, sin volver la cabeza atrás” (Valenzuela, 1962: 114), “Todo lo bueno y todo lo malo quedaba atrás. Una nueva vida nos aguardaba, una nueva vida y una nueva espera” (Valenzuela, 1962:116).
El tercer tiempo: el exilio y la posguerra
La última etapa de la novela se basa en la huida. El exilio toma en este tiempo la forma de una necesidad, que se consolida en el texto como una problemática existencial. Recuérdese que el exilio forzoso es un fenómeno social llevado a cabo por la obligación de abandonar el Estado de origen a causa de conflictos violentos o confrontaciones políticas generalizadas o individuales. Buscar refugio en un lugar seguro se convierte en el objetivo principal del exiliado, y por tanto también de la familia y de la protagonista de la novela de Valenzuela. No se debe olvidar, en todo caso, que “el exilio se termina cuando las condiciones políticas que dieron lugar a la partida dejan de existir” (Bolzman, 1996: 2009) (1). Tanto la protagonista de Tres tiempos y la esperanza como sus seres queridos huyen a París para despistar a los militares y para reencontrarse con el padre, instalándose finalmente allí durante una temporada. En París comienza un nuevo período de adaptación que consiste en rehacer una vida fragmentada, intentando hacer frente al desarraigo y la nostalgia de la tierra abandonada. Es por ello por lo que el papel de la memoria y de la identidad se engrandece en este episodio. Si se tiene en cuenta la afirmación de Joseph Brodsky en el artículo “La condición a la que llamamos exilio”, el exilio, “como mucho (…) alude al momento justo de partida, de la expulsión; lo que sigue implica demasiada comodidad y demasiada independencia para describirse mediante una palabra de connotaciones tan justificadamente desoladoras” (1987: 6). Esto es, por un lado, que lo que realmente viene después del “acto de exiliarse” es un conflicto tanto interno como externo producido por una búsqueda constante de identidad -una identidad rota (identidad que plantea siempre los mismos interrogantes: ¿Cómo?, ¿por qué?, ¿hasta cuándo?) y que, en el caso de la protagonista de Tres tiempos y la esperanza, también se fusiona con una infancia arrebatada. Por otro lado, la unión de este conflicto junto con el desarraigo y el extrañamiento o desterritorialización produce una atemporalidad en el exiliado -esto viene a ser la constante relación dicotómica entre la marginación (en algunos casos autoproclamada) y la melancolía del exiliado en su nueva geografía. En Tres tiempos y la esperanza estos elementos se reflejan en fragmentos como el siguiente, donde la soledad de la protagonista y el esfuerzo que hace para adaptarse a su nueva vida son constantes:
Charito y yo hacíamos grandes paseos. Al principio aquella ciudad inmensa sin mar, me asfixiaba, después me fui acostumbrando. El bosque primero, las grandes tiendas después, fueron nuestros objetivos. (…) Después Charito se fue. A su padre lo nombraron agregado al consulado de Argentina. Ella se hizo la permanente. A mí también me hubiera gustado, pero ella se iba a América. ¡Tan lejos! ¡Qué pena! Yo me sentí sola (Valenzuela, 1962: 118).
A la mitad del tercer tiempo se produce un cambio temporal: la narradora pasa de escribir diacrónicamente a escribir sincrónicamente durante unas páginas. El lector se sitúa pues en el tercer tiempo como si fuera el tiempo actual de la protagonista, por lo que se pueden llegar a declarar los dos tiempos anteriores como intervalos históricos introspectivos que han permitido reflexionar sobre el origen de su condición de exiliada (2). Ya lo dice Ana Ruiz Sánchez en su artículo “Literaturas de exilio y migración en la era de la globalización”, mientras hace un recorrido sobre los orígenes de la escritura del exilio: en realidad escribir sobre el exilio se trata de “escribir para entendernos a nosotros mismos, para entender nuestra sociedad, o los cambios a los que ella nos aboca, para tratar de encontrar razón a lo inexplicable o describir lo inconcebible, o volver a nombrar lo que se convirtió en innombrable” (Sánchez, 2005: 102). Cinco años transcurren en este tercer tiempo hasta la vuelta a Vigo: “De pronto los cinco años de espera se borran. Sólo los cinco días están ahí, ahora quiero llegar pronto. Sí, estoy segura. Quiero llegar” (Valenzuela, 1962: 123). La protagonista contrae matrimonio con un tal Gerardo, un gallego involucrado en la causa republicana durante la Guerra Civil, y ya desposada se instala con su marido en una aldea de Vigo -exilio interior- hasta que la situación se vuelve de nuevo peligrosa a causa de la dictadura:
–Este es un país de evadidos -solía decirnos; cada cual trata de escaparse como puede de la realidad que le rodea. (…) Cada cual elige su sistema, pero todos conducen al mismo fin: no pensar, no ver, no sufrir. Renunciamos, día a día, a la esperanza y, a fuerza de renunciar, a fuerza de evadirnos, vamos incluso olvidando el deseo de volver a vivir, de volver a ser. Ya hemos perdido hasta la conciencia de nuestro estado actual. Que no os quepa duda… nos aniquilamos en este afán nuestro de huida sin remedio (Valenzuela, 1962: 149).
El marido de la protagonista, Gerardo, se ve obligado a pedir un indulto al Jefe del Estado para poder salir el país. Tras unos meses de larga espera, la pareja consigue el indulto y se exilia nuevamente a Argentina. La decisión es inapelable: “–Esta vez no nos veremos más –la tía Rosa. / –Pero os dais cuenta, abandonar todo de nuevo –la tía Luisa” (Valenzuela, 1962: 152). La protagonista finaliza su historia mientras se aleja de Vigo. Escribe: “Allí quedaba la Tierra. ¡Nuestra Tierra! ¿Hasta cuándo? Cuando todos recuperemos la esperanza” (1962: 152).
Hasta aquí la pequeña aproximación a Tres tiempos y la esperanza. A manos del interesado queda adentrarse en la lectura completa del texto y reflexionar por sí mismo sobre el horror de la guerra y sus consecuencias. Pero por favor, téngase en cuenta siempre el valor de la vida, la importancia de la misma en la palabra, y cómo esta describe y solidifica el recuerdo y la imagen de la conciencia individual e histórica. Un ejercicio, desde luego, más que necesario para que la memoria prevalezca.
Bibliografía:
VALENZUELA, María Victoria: Tres tiempos y la esperanza. Editorial Alborada. Buenos Aires, 1962.
BETANCOUT ECHEVERRY, Darío: “Memoria individual, memoria colectiva y memoria histórica: lo secreto y lo escondido en la narración y el recuerdo”. En: Unidad Pedagógica Nacional. 2004.
BOLZMAN, Claudio: “Elementos para una aproximación teórica al exilio”. Pp: 7-30. En: Revista Andaluza de Antropología: Migraciones en la globalización. 2012.
BRODSKY, Jospeh: “La condición a la que llamamos exilio”. En: Del dolor y la razón. Ensayos. Editorial Siruela. 1986.
JATO, Mónica: Mujer, creación y exilio: España 1939-1975. Icaria Editorial. Barcelona, 2009.
MEJÍA, Carmen: Dos vidas y un exilio. Ramón de Valenzuela y María Victoria Valenzuela. Estudio y antología. Editorial Complutense. Madrid, 2011.
SAID, Edward: “Exilio intelectual: expatriados y marginales”. 1993.
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(1) Citado por BOLZMAN, Claudio en el artículo “Elementos para una aproximación teórica al exilio”, 2012. Pág: 19.
(2) En este último tiempo, se relata no solo el fin de la Guerra Civil española y los primeros años de la dictadura Franquista, sino también la invasión de las tropas alemanas e italianas en Europa -incluyendo Francia, por lo que la familia se ve obligada de nuevo a emigrar. Esta vez a Argentina.