Antes de Pina, estar en Pina, no poder olvidar a Pina | por Paula Pérez López

Pina | Wim Wenders

Antes de Pina


A mi novia le gustaba Pina Bausch. A mí me gustaba Wim Wenders. Cuando nos enteramos de que Pina se iba a estrenar, sentimos, ególatramente, que esa película se había hecho para nosotras. Anotamos la fecha en el calendario y empezamos una ansiosa cuenta atrás. Cuando por fin llegó el momento, corrimos a la primera sesión, el día del estreno. Con ese nerviosismo que precede a las imágenes que aún no has visto, que todavía puedes imaginar. Piensas en esos vestidos largos de color rojo, sin cuerpo que los vista; en el agua, la tierra y el fuego todavía expectantes; en esos cuerpos todavía intactos, sin caricias, roces, golpes y heridas. Pienso en los pies aún no destrozados de las bailarinas esperando a que la película comience. 


Pina | Wim Wenders

Estar en Pina


La película empezó y lo que vieron mis ojos durante esos cien minutos jamás podré describirlo ni escribirlo ni olvidarlo. Ahí estaba la belleza que tantos artistas han intentado encontrar, perseguir, cazar y perpetuar. No sólo ante nuestros ojos: también estaba ante nuestra piel, que se estremece ante el frío, que se ensucia ante la tierra, arrastra y desliza su vientre por el suelo. Y, desde luego, la belleza estaba en la música, en los ojos tan callados y discretos del maestro Wenders, haciéndonos creer que no está ahí detrás; observándolo y sintiéndolo todo, pero a la vez estando más presente que nunca; acercándonos hasta lo imposible; enseñándonos que el cine es saber mirar y nada más.


Me enamoré de Pina porque no es débil. Ella te enseña la fealdad que hay detrás de toda esa belleza. Sus bailarines no son impolutos ni utilizan tutús, a no ser que sean hombres; no visten de blanco ni se dedican al ballet, si no es para romperlo violentamente; tienen arrugas y no se tiñen las canas; no esconden sus huesos ni tienen miedo al ridículo, siempre y cuando el ridículo sea la expresión de algo. Pina te enseña esa belleza por la que hay que trepar y escarbar hasta llegar a ser frágil o fuerte o ambas cosas; a utilizar las piernas, las manos, la cintura, las rodillas, los hombros como vehículo de expresión. Bailarines que pierden todo control, convirtiéndose en nuestros juguetes. Existen única y exclusivamente para el arte. Son títeres, piel y huesos sobre los que podemos volcarnos.


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Pina | Wim WendersMi novia, a la que le gustaba Pina Bausch, escribió también algunas palabras sobre la película. Dijo que lloró viéndola y que fue por la soledad que sintió. Siempre hay un problema que aparece cuando un bailarín se encuentra enfrentado a otro o a un grupo. Ahí donde la desmembración tiene lugar, donde la locura gana y la tristeza nos traspasa, dándonos a entender que, más allá de la dificultad de hablar, está la dificultad de encontrar a una persona que quiera escucharnos y, sobre todo, que pueda comprendernos. Estas frases las traduje de su francés y están llenas de errores y de palabras que he cambiado por otras que prefería. Porque eso también nos lo enseñó Pina, cómo romper esa barrera idiomática, esa sensación de lost in translation, cómo dejar de estar perdidos en el mundo (dance, dance, otherwise we are lost). Era tan fácil: sólo necesitábamos nuestros cuerpos. Hablar con ellos, quitarles el óxido. Con todo lo que no sea lenguaje. Pina no tiene apenas diálogos. Sus bailarines hablan idiomas completamente diferentes y, a la vez, todos se hacen entender sin palabras.


Si no he podido resistirme a meter palabras de ella entre las mías es porque, en el caso de Pina, la belleza más absoluta ha salido de una colaboración. Podemos pensar que los dos por separado, Wenders y Bausch, solos en el mundo, con sus dolores y sus pasiones, han cosechado resultados excelentes. Y es suficiente, quién osaría  pedirles más. Sin embargo, su unión consigue reflejar algo que parecía inalcanzable: la obra total. El cuadro que revela la belleza absoluta que tanto perseguía el pintor parisino de La bella mentirosa, que alcanzó y nunca nos enseñó, emparedándola con ladrillos.


Escritores, bailarines, pintores, coreógrafas, dibujantes, músicos, cineastas. Hace tiempo que el arte ha perdido sus fronteras, y cuando ves Pina comprendes que vale la pena desdibujar los límites y sumergirte en el arte sin nudos que te sujeten, entregando tus sentidos a lo que te ofrecen, sin miedo a perderlo todo; sin miedo a que una película pueda destrozar los cimientos de tu vida, desarmándote y dejándote indefenso y desnudo ante un plano, un baile, un rostro. Así nos buscamos sin fin. Y cuando nos encontramos: Pina.


Pina | Wim Wenders

No poder olvidar a Pina


Pina decía -y es lo que siento tratando de escribir sobre ella- que muchas veces las palabras no bastan, no son exactas, precisas. Es por eso que la película no las necesita. Apenas un recuerdo, un momento exacto con la coreógrafa. Su risa, su olor, su tenacidad, su sentido del humor, su presencia... Todos ellos habitando en Pina, y Pina, una vez abandonó la tierra, habitando en todos ellos.


Cuando la película acaba, sólo quieres tocar. Tocar a todo el mundo, todos los objetos. Tocar la vida, cerrar la boca. Vuelves a casa y no puedes arrancarte los ojos de Wenders, que se han dormido e incrustado sobre tu rostro sin querer abandonarlo. No comemos nunca más. No queremos dormir nunca más. No existen más películas en el mundo, nos cerramos a ellas. Y volvemos al cine. Volvemos a Pina, hasta quemar toda su belleza. Una y otra vez.


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