El dos de noviembre de mil novecientos setenta y cinco moría Pier Paolo Pasolini. No celebramos, pues, nada, ningún número redondo. Nada. Unos días después, durante su funeral, Alberto Moravia le dedica unas palabras, un largo lamento sobre todo aquello que se perdía con su muerte, con su ausencia. Hemos escuchado una y otra vez esas palabras. Y tal vez las hemos escuchado una y otra vez porque para nosotros quieren decir algo más. Pero qué…
*
Hemos perdido a un semejante. Alguien que se alineó con nuestra cultura, al lado de nuestros mayores escritores, de nuestros mayores directores de cine. Un elemento esencial de cualquier sociedad. Cualquier sociedad habría estado contenta de tener a Pasolini en sus filas. Hemos perdido, por encima de todo, a un poeta. Y poetas no hay tantos en el mundo. Solo nacen tres o cuatro en un siglo. Cuando termine este siglo, Pasolini estará entre los pocos que contarán como poetas. El poeta debe ser sagrado.
También hemos perdido a un novelista. El novelista de los suburbios, el novelista de los ragazzi di vita, de la vida violenta. Un novelista que había escrito dos novelas ejemplares, que unían a una observación muy realista las soluciones lingüísticas, las soluciones, digámoslo así, entre el dialecto y la lengua italiana, que eran también ellas extrañamente nuevas.
Hemos perdido a un director de cine conocido por todos. Pasolini fue un ejemplo para los japoneses, fue un ejemplo para el mejor cine europeo. Ha realizado una serie de películas en las cuales se han inspirado, en su realismo, que yo llamaba románico. Es decir, un realismo arcaico, un realismo amable y, al mismo tiempo, misterioso. Además de inspirado en los mitos (el mito de Edipo, por ejemplo). Además de en su gran mito, el mito del subproletariado, portador, según Pasolini (y esto lo ha explicado en todas sus grandes películas, en todas sus novelas), portador de una humildad que podría llevar a una palingenesia del mundo.
Este mito él lo ha ilustrado también, por ejemplo, en su última película, que se llama Las mil y una noches. Ahí se ve como este esquema del subproletariado, este esquema de la humildad de los pobres, Pasolini lo había ampliado, en el fondo, a todo el tercer mundo y a la cultura del tercer mundo. Finalmente, hemos perdido un ensayista. Me gustaría decir dos palabras particularmente sobre este ensayista. La de ensayista era también una nueva actividad y ¿a qué correspondía esta nueva actividad? Correspondía a su interés cívico. Y he aquí otro rasgo de Pasolini. Aun siendo un escritor con fermentos decadentistas, aunque fuera extremadamente refinado y manierista, aún tenía una especial atención por los problemas sociales de su país, por el desarrollo de este país. Una atención, por así decirlo, incluso patriótica, que pocos han tenido.
Todo esto ha perdido Italia. Ha perdido a un hombre esencial que se encontraba en la flor de la vida. Ahora digo yo: esta imagen que me persigue, de Pasolini huyendo a pie, seguido de alguna cosa que no tiene rostro y de aquel lo que lo ha asesinado, es una imagen emblemática de este país. Es decir, una imagen que debe empujarnos a mejorar este país, como el mismo Pasolini habría querido.