Una posible justificación práctica de un canon literario es el registro de los autores que crearon una innovación artística, ya sea dentro de una etapa cultural o movimiento artístico específico; aquellos que protagonizan la continuación y ruptura de la tradición literaria. Si este argumento suena demasiado angloamericano, sigue siendo apto para presentar al autor David Foster Wallace, ya que en ese esquema crítico es considerado como uno de los principales exponentes de la tercera ola del modernismo inglés o el post-posmodernismo. Nacido en Ithaca, Nueva York en 1962 de una pareja de profesores universitarios, Wallace murió hace diez años en septiembre del 2008 (unos días antes de que Lehman Brothers declaró la bancarrota y ocurriera la quiebra financiera, algo que su obra pareció anunciar) y aunque aún nos falta distancia histórica para hablar con precisión sobre su importancia e influencia artística, queda claro que la obra de Wallace sigue siendo discutida y encontrando nuevos lectores.
David Foster Wallace fue un autor prolífico que publicó en vida tres libros de cuentos y dos libros de ensayos y crónicas, además de un libro de difusión cultural sobre el concepto del infinito en las matemáticas. Pero sobre todo es considerado como un novelista, a pesar de sólo publicar dos novelas en vida. Su obra magna es La broma infinita, un texto que rebasa las mil páginas, que sobresale del resto de sus trabajos por razones que mencionaré más adelante.
En cuanto a su estilo, Wallace rechazó la prosa pulcra y realista en imitación a John Cheveer, que enseñaban en la maestría de creación literaria que él cursó en la Universidad de Arizona. Al mismo tiempo, el estilo de los autores postmodernistas que le interesaban, como John Barth y Thomas Pynchon, ya no era de vanguardia sino repetitivo e incapaz de representar la realidad de una nueva generación. La prosa de Wallace puede considerarse como una síntesis de ambos estilos. Por un lado, la claridad de Wallace mantiene el texto accesible a cualquier lector y evita elitismo, para así discutir con sinceridad temas humanistas y políticos, algo evidente en sus ensayos y crónicas. Por otro lado, es indudable que a Wallace le interesaba la innovación artística y entendió que el estilo de los posmodernistas se desarrolló para representar y enfrentar un tiempo y cultura específicos. Era un autor en busca de nuevos terrenos literarios. Con hojear la obra de Wallace se nota una constante variedad formal, y es en sus novelas donde encontramos sus más importantes innovaciones literarias. Éstas no alejan al lector del texto, la complejidad de la obra de Wallace reside en el compromiso que le exige a su audiencia: leer con atención, paciencia, y cuidado. Esto tal vez parece poca cosa, pero si tomamos en cuenta que hoy en día el multitasking es una virtud laboral y social o que nuestros días son constantemente interrumpidos por notificaciones del móvil (¿cuántas veces revisarás el móvil u otras páginas durante la lectura de este artículo?), dicho compromiso no es sencillo, y con Wallace se vuelve un asunto moral.
La broma infinita es la novela que pone a Wallace por encima de los demás autores de su generación, la que justifica atención mediática, reimpresiones, e interés crítico. Escrita y publicada durante el periodo de “Pax Americana”, entre la caída del muro de Berlín y el 11 de septiembre, la novela no es una celebración sino una fuerte crítica a la cultura estadounidense. Por ello presenta un tapiz de depresión, adicción, y terrorismo, con la misma cantidad de personajes y actos, incongruentes y cotidianos, que una pintura de Brueghel. Puesta en un futuro cercano en el que los Estados Unidos anexó a Canadá y a México para volverse la O.N.A.N., la Organización Norteamericana de Naciones (con un guiño al onanismo), donde los años no son numéricos sino subsidiados por el gobierno para que lleven el nombre de diferentes productos. En este entorno la novela busca “entender una especie de tristeza que es inherente al capitalismo, algo que está en la raíz del fenómeno de la adicción.” (1) Wallace diagnostica la alienación de la cultura norteamericana: la mayoría de los personajes, sin importar su clase social o económica, son incapaces de comunicarse de manera sincera y directa, sus diálogos suelen parecer dos monólogos coexistiendo más que una conversación. Pero esos mismos personajes son parte de una institución: una academia de tenis, una casa de recuperación para adictos, un grupo terrorista, el gobierno. En su sociedad del futuro, Wallace presenta una cultura obsesionada con el entretenimiento, que elige la televisión como método para ahogar problemas existenciales en lugar de resolverlos. De esta manera, la novela anuncia cualidades contemporáneas como el binge watching o un presidente misófobo que antes de su puesto político fue una celebridad. La broma infinita también presenta la característica tensión estadounidense entre el hiperindividualismo y la lealtad a una comunidad. Por ejemplo, uno de los protagonistas, Hal Incandenza, es un prodigio atlético y académico. Es el segundo mejor jugador de tenis en la academia y puede recitar diccionarios completos, pero es incapaz de hablar con su padre, de comunicar su depresión a otras personas.
La forma misma de la novela parece representar los ciclos de la adicción y la comunicación fallida. Su estructura tiene algo circular, el final nos remite al comienzo. Pero es un círculo incompleto ya que el desenlace de las varias tramas de la novela ocurre fuera de la narración, es decir, entre el final y el comienzo; leemos lo que ocurre antes y después mientras que el gran evento de la historia se nos niega, no tiene representación. En La broma infinita, Wallace logra juntar las lecciones literarias que aprendió de Kafka y Dostoievski. De Kafka, a utilizar humor trágico para representar dilemas existenciales. De Dostoievski, la seriedad y la valentía de presentar y defender una ideología y sus valores. Escribir ficción que sea “moralmente pasional y pasionalmente moral” en una cultura que Wallace describió como “adolescente”, incapaz de discutir temas humanos con firmeza. Cabe mencionar que La broma infinita también es una novela cómica y divertida, al punto que Wallace se quejó de que las primeras críticas de la novela se enfocaron demasiado en el aspecto cómico de la novela en lugar del trágico.
Mencioné que Wallace publicó dos novelas en vida. También hay una novela póstuma que no terminó llamada El rey pálido, y una versión de ella fue publicada en 2011. Digo una versión porque la novela que encontramos en bibliotecas es el resultado del trabajo editorial de Michael Pietsch, quien editó a Wallace en vida. Pietsch encontró un documento de 250 páginas que Wallace consideró mandar a su editorial (2) para conseguir un adelanto junto con varios otros borradores y notas. La novela publicada rebasa las 500 páginas, es decir, que leemos una novela ensamblada por Pietsch y no por Wallace. La novela se enfoca en unas oficinas del IRS (el equivalente a Hacienda) en el estado de Illinois y en varios de los contadores que trabajan ahí. Hay aspectos que podríamos considerar de realismo mágico: un contador que se concentra tanto que levita sin darse cuenta, otro que de golpe recibe información precisa e inservible, los fantasmas de trabajadores que aún se presentan a sus escritorios. La novela está dividida en secciones narradas por diferentes voces, en primera o tercera persona, y no es fácil entender cuál es la trama general de la novela, si aquellas voces llevan a la lectora a algo específico.
La mayoría de las primeras críticas de El rey pálido notaron (llevadas de la mano por el prólogo de Pietsch) que el tema del aburrimiento es importante en la novela, a tal grado que algunos la describen como una novela sobre el aburrimiento. (3) Estas descripciones ignoran su indudable carácter político. Wallace escribe sobre contaduría e impuestos para tratar el concepto del aburrimiento, pero también presenta a la IRS (que probablemente es la institución más odiada en los Estados Unidos) y a los impuestos como medio y acto de participación democrática. Si la novela es sobre el aburrimiento, también es sobre el civismo, sobre los deberes y obligaciones de un ciudadano. En la cultura del entretenimiento el aburrimiento es un pecado, pero también es necesario para ir más allá de los eslóganes políticos, de los titulares mediáticos, del pensamiento panfletista. Será necesario concentrarse, aburrirse, y prestar atención. Cuando nuestra única meta es el entretenimiento, desarrollamos una ética de lo inmediato, sin tiempo para la participación política, para el bienestar ajeno. En español uno presta su atención, en inglés se paga con atención. El posible juego de palabras no se pierde en una novela que narra la recolección de impuestos. Así como uno paga impuestos como parte de sus deberes cívicos, también uno debe pagar atención al entorno en el que habita como parte de su compromiso cívico.
La mayoría de las secciones de El rey pálido narran la experiencia laboral en el IRS, en el servicio, y qué llevó a los contadores a trabajar ahí, sus historias de reclutamiento. Queda claro que son puestos despreciados en Estados Unidos, donde los contadores del IRS son el opuesto cultural de los miembros de las fuerzas armadas. Por ello, Wallace inventa un lema en latín para el IRS que podríamos traducir como: “Alguien tiene que hacer el trabajo difícil”. En este contexto, las historias de reclutamiento parecen historias de conversión o de llamado espiritual. Quiero decir que más que preferencia, hay un elemento trágico que los lleva al servicio: la muerte de una madre o un padre, una expulsión universitaria, alguien que durante la guerra de Vietnam aprende contaduría con el ejército. Los contables de Wallace son héroes que no salen del purgatorio, llamados a hacer un trabajo difícil sin resolución ni aclamo. En diferentes pasajes de El rey pálido los contadores son una máscara o espejo para el lector de novelas, sentados durante horas en silencio, girando páginas. El contenido político de la novela también tiene una dimensión estética: ¿Quién tiene tiempo para leer libros que rebasan las 200 páginas? ¿Leer libros que no prometen un uso práctico y productivo?
En el ámbito académico se ha vuelto un lugar común interpretar la obra de David Foster Wallace a través de una entrevista y un ensayo publicados al comienzo de la carrera del autor, a tal grado que el crítico Adam Kelly llamó a ese método el “nexo entrevista-ensayo”. (4) Aun así me parece válido utilizar la conclusión de dicho ensayo para un artículo como éste, tal vez porque no he abandonado de todo el nexo. En “E Unibus Pluram” (1993), Wallace analiza la influencia ubicua de la televisión en la cultura de Estados Unidos al comienzo de los noventas y busca las posibilidades de la literatura para representar y criticar dicha cultura. Wallace cierra el ensayo declarando que los escritores rebeldes de su generación tendrán que “arriesgar el bostezo”. (5) En otras palabras, se tendrán que atrever a escribir en contracorriente a la cultura televisiva. Me parece válido, si no es que obvio, decir que la relación que Wallace identificó entre la televisión y su cultura ya no existe, o existe de una manera diferente, subsumida por el internet. Según Wallace, la gente en Estados Unidos ve un promedio de seis horas de televisión diaria. (6) Ver entretenimiento es diferente hoy que en los noventas, pero me parece indudable que hoy pasamos la mayoría de nuestro día interactuando con una pantalla. (7) Por ello, la observación de Wallace sigue siendo igual sino es que más válida que cuando la publicó: ¿qué autor arriesga ir en contra del entretenimiento? La necesidad de entretenimiento constante es un bozal para la novela, es Moby Dick abreviado, el Quijote simplificado, Woolf censurada. Las novelas de Wallace mantienen esa pregunta actual y pertinente porque la dirigen al lector, a la audiencia: ¿quién se atreve a arriesgar un bostezo cuando hay tanto entretenimiento al alcance de un dedo?
Notas
(1) “La broma infinita’ es un intento de entender la tristeza inherente al capitalismo”
(2) Lo cual no implica que las consideraba terminadas.
(3) Maximized Revenue, Minimized Existence
(4) David Foster Wallace: the Death of the Author and the Birth of a Discipline
(5) A Supposedly Fun Thing I’ll Never Do Again (1997) p. 81
(6) Idem p. 26
(7) People spend most of their waking hours staring at screens