Pierre Minet


Pierre Minet nace en 1909 en Reims. Hijo de una familia acomodada, su vida viene determinada desde un principio. Estudiar para ser algo, para no defraudar, para seguir una línea trazada de persona bien. Pero en Minet algo no funciona. Ni los estudios, ni la relación con el padre, ni el futuro. Cualquier trabajo le resulta inasumible. Entra en Acción Francesa, grupo que hoy sería ultraderechista. En una concentración contra las manifestaciones del uno de mayo, con solo dieciséis años, conoce a Roger Gilbert-Lecomte y a René Daumal, fundadores del grupo surrealista (sin saberlo) El gran juego. Les atrae su provocación. De él esperarán un nuevo Rimbaud, y esa será una losa más en su vida. Este encuentro acabará por determinar la necesidad de escapar a su propia realidad. También a Reims. Se marchará a París esperando algo. O tal vez nada. Su libertad, su irrefrenable deseo de ser libre, se confunde con ese no ser nada, escapar a todo. Incapaz de asumir algo que no sea esa libertad o algo, sin más, vivirá en la miseria, entre surrealistas y noches interminables. Entonces, conoce a una mujer. Y el amor. Y también la enfermedad. Ambas cosas acabarán con un tiempo e incluso una época. Pierre Minet desaparecerá para volver muchos años después con un libro, La derrota, que es la narración de aquellos años. Su confesión. Para poder ser otra cosa, cuando ya lo es. Daumal ha muerto. Gilbert-Lecomte ha muerto. Todo un mundo, también el suyo, ha muerto. Y entonces es el momento de enterrar a aquel otro joven que fue él. ¿La derrota de quién? Tal vez la derrota de muchos de nosotros, incapaces de encontrar esa libertad, ese pasado, vencidos por un presente endeudado por el futuro.

La derrota acaba de ser editado por Pepitas. La edición y traducción es de Julio Monteverde. Y con él sentimos la necesidad de conversar sobre este libro extraordinario. Palabra justa aunque insuficiente para encerrar todo su misterio y toda su belleza.


Pierre Minet

Pierre Minet, La derrota: «Era necesario abandonarse a la vida como uno se abandona al sueño. Porque ella era un sueño, extraño, enervante, impreciso como todo sueño. Era necesario abandonarse como un nadador se lanza sobre la ola y se deja llevar. Alcanzar el éxtasis ofreciéndose a la penetración de sus perfumes, de sus ruidos, de sus silencios, de su poesía móvil como el mar, abismándose en la contemplación de su cortejo, y no resistiéndose a su paso. […] Sí, para mí aquello era perfecto: dejarme ir, ser como una balsa en el mar, y por medio de una disponibilidad prácticamente completa, una casi total aquiescencia del azar, una despreocupación categórica frente al inminente peligro, vivir como se sueña, soñar la vida.»


Pienso que, curiosamente, lo que nos queda de esa época, del surrealismo, de los movimientos y los protagonistas de aquel tiempo, no sus obras, ni tan siquiera sus ideas, sus frases, sino ellos mismos como propia obra. Ellos mismos en sus fotografías, en sus escritos autobiográficos. Es significativo Breton con Nadja, pero algo parecido les ocurre a todos. En ese sentido, La derrota es extraordinariamente emblemático, porque de algún modo también cuestiona sus vidas…

 Sobre lo primero que me comentas, la verdad es que estaba tentado en decir que si eso fuera así, si finalmente lo que quedase de ellos fuera solamente sus vidas, sería posiblemente su mayor triunfo. Aunque no estoy del todo convencido de una afirmación tan amplia, ya que gran cantidad de obras de aquella época mantienen todo su poder de fascinación. Lo que sí creo es que es muy importante no perder nunca de vista que para la mayoría de ellos lo principal era la vida. Siempre. Breton lo resumió perfectamente en un poema que luego apareció escrito en los muros de París en 1968: Plutôt la vie. Más la vida. Cuando en El Segundo sexo Simone de Beauvoir le reprocha a Breton hablar por Nadja, es decir, relegarla a un papel de inspiradora del libro, que él escribirá, da la sensación de olvidar ese aspecto esencial, esto es: que para Breton la vida es mucho más importante que los libros. Que el valor de los libros, para él, es secundario, y que únicamente se mide por el grado en que permiten acercarse a ese territorio en el que Nadja parecía vivir ya de forma natural. Por eso Nadja, como libro, no será jamás la culminación de la experiencia, sino siempre un pálido reflejo de aquello que ha tenido lugar realmente y donde se ha resuelto lo esencial, lo verdaderamente importante. Lo mismo sucede con Minet y La derrota: el libro es un documento, ya que es en la experiencia real, en esa creación de algo muy próximo, en mi opinión, a la «verdadera vida» de Rimbaud, donde el libro se trasciende a sí mismo, y sortea el peligro de convertirse en literatura para convertirse en poesía vivida.


André Bretón: «Aquel que sabe hablar de la libertad como él lo hace está menos vencido que nadie […] ¡Y cuántos pasajes exaltantes, contagiosos! Muchas veces, me he sorprendido de no saber si era él o yo quién hablaba».


La frase de Breton (que está sacada de una carta, es decir, de un documento privado no destinado a hacerse público), tiene todo el sentido si se recuerdan ciertos episodios de su vida. Porque cuando abandonó la facultad de medicina sus padres le cortaron la asignación y vivió una larga temporada casi sin recursos en París, sin poder comer todos los días -como se comenta en el Manifiesto surrealista a tenor de la alucinación del «hombre cortado en dos por una ventana»-, y pasaba los días sentado en un banco de la plaza del Châtelet porque no tenía adonde ir. Es claro que nunca se prostituyó ni durmió bajo un banco de las Tullerías, pero durante su vida pasó muchos periodos de auténtica pobreza, y la experiencia de la vida de las calles de París la conocía mejor que nadie. Igualmente, creo que Breton también se refiere aquí al espíritu de rebeldía, al asco por los oficios y la vida asentada, y al desafío a la autoridad paternal ya sea real o simbólica. Hay un episodio en el que Minet abofetea a un trabajador que acaba de recibir la medalla a los 25 años de trabajo que sería perfectamente creíble por parte de Breton, no digamos ya por parte de Benjamin Peret. En el caso de Minet, por supuesto, hay además una gran radicalidad, una vocación ciega de conducirse a tumba abierta, que evidentemente superó a lo vivido por Breton, pero también a lo vivido por Daumal, por Aragon, por Eluard…


Pierre Minet

Pierre Minet, La derrota: «Evidentemente no escribo todo esto por el simple placer de escribir. No, valgo más que todo eso. No voy a confesarme más que porque le encuentro una utilidad. Tengo una gran necesidad. Por otra parte, no está probado que no ayude a nadie. Pretendo interesar. No siempre he sido lo que soy ahora. También creo que mi experiencia es bastante significativa. No me ha faltado el valor: aquello de lo que los otros hablan yo lo he conocido, probado. Realmente tengo muchas cosas que contar. Y es importante que las cuente.»


¿La aspiración de Pierre Minet era la de la libertad o la de la nada? O ninguna de las dos, sino que simplemente rehuía cualquier tipo de atadura o compromiso y eso le hacía alcanzar todo aquello sin ni tan siquiera pretenderlo. La derrota no es un libro de alguien que busca ser libre, sino de alguien que es libre sin buscarlo, porque es su actitud vital frente a todo.

Creo que tienes razón, La derrota no es el libro de alguien que intenta ser libre, sino de alguien que ya lo es, y esa es la razón principal de su abrumadora belleza. Y en cierto modo, el motor inmóvil, lo que pone en movimiento este libro, es el rechazo, ese «no» que al ser sistematizado se convierte en actitud de revuelta. En eso está perfectamente de acuerdo con sus compañeros del Gran Juego. Para ellos, el «no» es lo que funda al individuo, lo que le aparta de sus determinaciones y le lleva a un desprendimiento, una separación en la que las condiciones materiales de la existencia dejan de jugar un papel cardinal y se convierten en meras contingencias. «La libertad no es libre arbitrio sino liberación» decía Daumal. Y eso es lo que hace Minet todo el tiempo, ejercitar su libertad, no como algo a conquistar sino como algo que ya está materializado en cada «no» que sale de su boca. Y el aspecto «arcangélico» que adquieren sus actos se debe precisamente a esa inocencia -inocencia del mal por supuesto- que Minet parece poner en cada una de sus negaciones de manera natural.


Entre las épocas de La derrota, entre el amor, su enfermedad y la necesidad de escribir este libro, pasa no poco tiempo y, desde luego, son años muy importantes para Francia, ocupación alemana incluida. ¿Qué ocurrió en ese tiempo, qué fue de él, y que le pudo llevar a escribirlo justo entonces?<

Algo se deja entrever en la paginas finales del libro. Aunque tampoco queda demasiado claro, y no es fácil hacerse una idea concreta. Es cierto que escribió varios libros más, sin demasiado éxito, aunque quizá las esperanzas que se habían puesto en él jugaron en su contra, ya que todo el mundo esperaba un nuevo Rimbaud, y no hay dos Rimbaud. Quizá fue un proceso lento de decantación y desencanto ante el papel que él mismo había intentado jugar tras su «vuelta a la normalidad». En el libro también hay un par de frases que parecen dar a entender que participó en la resistencia durante la ocupación, y eso es algo que tendría todo el sentido, aunque, claro, lo hiciera desde el sector gaullista. En todo caso, parece que volvió a la senda conservadora. A su manera, por supuesto, pero siguió frecuentando el ambiente legitimista del que salió.

Lo que sí está claro es que volvió a la «actualidad» en 1968, cuando puso todo su empeño en conseguir la publicación completa de la correspondencia de su querido Roger Gilbert-Lecomte, secuestrada por un familiar lejano que pretendía obstaculizar su publicación por cuestiones morales. El proceso fue todo un acontecimiento en Francia, y marcó un antes y un después en la ley de derechos de autor, ya que justificó que el valor literario prevaleciera sobre la decisión de los herederos. Existe un muy bello libro sobre todo este proceso escrito por Roland Dumas titulado: Plaidoyer pour Roger Gilbert-Lecomte.


Sobre la muerte de Roger Gilbert-Lecomte: «Sin embargo no era por él por quién lloraba, sino por mí. No era su muerte lo que me rasgaba de tal forma el corazón, sino la mía. Estaba llorando delante de mi cadáver. La verdad me tenía cogido por las tripas, me devastaba. Bajo su ímpetu nada quedaba en pie. Al fin podía ver claro. Si yo estaba muerto no podía estar vivo, y a partir de ahora todo sería mentira, simulacro. La nada, pero la de verdad, indiscutible, diaria, perpetua. Emparedado en la realidad que me serviría de ataúd. Fin. Se acabó. Fantasma.»


La derrota surge por y tras las muertes de Daumal y Gilbert-Lecomte. Tal vez para liberarse del peso que cayó sobre él, del que esperaban un segundo Rimbaud. Su papel en el Gran Juego es testimonial a nivel de obra (entiendo, por tu recopilación para Pepitas). ¿Qué papel le atribuirías en el grupo?

Está claro que nunca pudo responder a lo que muchos esperaban de él. ¡Pero es que él no era como Daumal y Gilbert-Lecomte! Ellos eran poetas y teóricos. Él era un poeta integral que vivió poéticamente su vida (o al menos una parte de ella) de un modo que muy pocos han logrado. Esa es su «obra», que ya no es obra sino vida. Minet no fue nunca un gran escritor, y el milagro de La derrota no se repitió. Pero eso es un detalle. Ya tenemos muchos grandes escritores. Lo que Minet hizo fue único.

Por lo que respecta a su papel en el grupo, la verdad es que Minet parece que tuvo más importancia como Simplista, ya que por entonces su ejemplo y sus habilidades «visionarias» dejaron estupefacto al resto del grupo. Él ayudó sin duda a crear el sorprendente clima en el que luego todos los demás miembros crecieron. Pero como aportaciones de «obra», la verdad es que no aportó mucho. En los cuatro números de la revista solo publicó los poemas que aparecen en la antología (y que yo metí fascinado después de leer La derrota, por encima de cualquier consideración sobre su calidad). Creo entender, por todo lo que se cuenta, que cuando el Gran Juego empieza a despuntar, Minet ya no está tan unido a ellos como antes, o en todo caso, tiene otros intereses en otros círculos sociales.

«[…] no podía ni imaginar que pudiéramos abandonarle. Porque le abandonamos. En el momento de su muerte ninguno de nosotros estuvo allí para verlo una última vez, antes de que él se abandonara a aquella invitación que tantas veces había imaginado y que se conocía de memoria, a esa cita en la que debía encontrar su redención. Él fue el único de los cuatro que no falló. Y fallar significó emparedarse en la realidad y tapar los orificios, y en esa cueva, desde las tinieblas, clamar por la luz, llamar victoria a la derrota, hacerse el valiente.»


Leí Génesis de La defaite con un cierto malestar. Tenía la sensación de que a Pierre Minet no le gustaba nada aquel otro Pierre Minet. Nada. Es más: ya ni tan siquiera parecía entenderle. Y que, de hecho, si había escrito La derrota para escoger, porque había llegado la hora de escoger, su elección había sido clara. Y fíjate que ahora me viene (misterio) el propio Rimbaud, renunciando a sí mismo y su obra para convertirse en un mercader africano. ¿Qué te pareció esta «génesis»?

Pues la verdad es que tuve la misma sensación que tú. Pero también me dio la sensación de pertenecer a una tradición muy, muy francesa, que se manifiesta en una mirada retrospectiva hacia posiciones vitales ya superadas por una evolución cualquiera, pero que no reniega de sí misma, y mantiene una cierta fidelidad a aquel que uno fue. Esto es muy claro en otros escritores de la misma época como Aragon, Cocteau, Adamov o Caillois. Una mezcla de respeto, incomprensión y fidelidad hacía el propio pasado, que a nosotros nos desconcierta, pero que habida cuenta de las agitadas biografías de muchos de los integrantes de los movimientos poéticos de entreguerras, es casi una necesidad vital. En el caso de Minet, esta fidelidad, este respeto, es completamente paradójico, ya que se deja entrever que hay tres personas: el que vivió, el que escribió, y el que finalmente se llegó a ser. Tres personas muy diferentes, pero unidas por una experiencia que lo cambia todo y cuyas presencias se reflejan mutuamente por todo el libro. En todo caso, la honestidad de Minet, su percepción clara de las trampas y celadas de la memoria, impidió cualquier intento de superación «retrospectiva» del hombre satisfecho de sí mismo que ha evolucionado y ve su juventud como una «locura». Ese, que es el gran peligro de todo memorialista, está perfectamente conjurado, como muy bien explica Minet, por el recuerdo de la mirada de Gilbert-Lecomte, un recuerdo muy intenso, tutelar, que le impide arrojarse en la complacencia y la satisfacción mientras escribe. Ahí está para mí, el gran milagro del libro, su recinto amurallado e indestructible.


Pierre Minet

«Cuando me curé, morí. Encontré la vida como se encuentra la muerte. A fin de cuentas no encontré nada.»


Pienso en lo que podríamos ver como el reverso de La derrota. Porque en el libro no está solo su libertad, sino también algo así como dos temas que abren el libro de algún modo y dos temas que lo cierran. Los dos temas que lo abren serían el padre y Acción francesa (que encuentro también ligados a su relación con Dios) y los dos que lo cierran: el amor y la enfermedad. ¿Qué papel les das en el relato? Porque parece ser que esa derrota estuvo condicionada por ellos...

Sobre lo que me comentas de la Acción Francesa, a veces cuando estaba traduciendo, me parecía que aquello era el típico elefante dentro de la habitación. Pero la verdad es que al final llegué a la conclusión de que, en el fondo, la clave de todo el asunto es que en definitiva es indiferente que fuera la Acción Francesa o el partido comunista. La experiencia que narra el libro es un polo, y en el otro se encuentra todo lo demás. Da igual que se convirtiera en un reaccionario, o que se hiciera revolucionario. En el libro sugiero que en aquella época Minet se veía a sí mismo como el hijo de Daudet, que intentó matarlo. Si puse esa nota es porque me parece que en esa historia asombrosa, que se cita casi de pasada, se esconde algo de extrema importancia para entender al Minet de 16 años. Y eso es algo que quizá seguía asustando al Minet adulto.

En todo el juego que se establece en el libro entre los diferentes Minets hay algo perverso, que creo que Minet entendió perfectamente: cuanto más traicionase el Minet adulto al adolescente, más RAZÓN tendría este último, y más amplia sería su «Victoria». En cualquier caso, el juego de espejos que se dispone en cada página abre abismos por los que lanzarse y es una de las claves de bóveda del libro.

Sobre la enfermedad de Minet, creo que tienes razón. De hecho, ¿no sería la única forma de acabar con el adolescente rimbaudiano? La enfermedad, la postración, la pérdida de la pierna. Creo que la coherencia de la que hablas bien podría partir de ahí. El que reta a los dioses es castigado. Pero el castigo demuestra que los ha retado. Y el amor entonces parecería de algún modo funcionar como un nexo, un puente para pasar de un estado a otro…




Número nueve