Roland Topor | Dr. Jekyll y Mrs. Hyde


Roland Topor

De tanto oír a la gente delirar sobre esta película, he tenido que verla. Es lo más duro del oficio de crítico de cine: de vez en cuando estoy obligado a ir.

Al principio, la idea era divertida y no le faltaba su gracia. Cuando el Dr. Jekyll se traga su famoso mejunje, no se transforma en un monstruo, sino que se convierte en una arrebatadora mujer, tan perversa, tan diabólica, que a su lado el terrible Mr. Hyde parece un monaguillo.  Para ponerle la guinda, la prometida del doctor es extremadamente celosa y se imagina que él anda tonteando con Mrs. Hyde. Así que sigue a la abominable criatura durante sus noches londinenses, primero espantada, luego rápidamente seducida por la muy guarra. Finalmente, en una cama abarrotada, descubre que el Dr. Jekyll y Mrs. Hyde son una sola persona. Fin.

A partir de esta rudimentaria trama, el director y el guionista se han creído obligados a dar rienda suelta a su fantasía. Resultado: un lamentable espectáculo en el que el mal gusto supera a menudo los límites de lo tolerable. Pienso, entre otras, en esa escena en la que Mrs. Hyde tiene la regla y se convierte en el Dr. Jekyll, que sangra por la nariz. Aterrador. ¿Tenía alguna utilidad mostrarnos complacientemente a Mrs. Hyde introduciéndose una pequeña trampa para lobos en el interior de la vagina? ¿Qué necesidad teníamos de ver a continuación un primerísimo plano de esa misma trampa cerrándose sobre el pene de un pobre desgraciado? ¿Por qué Mrs. Hyde se cepilla a todos los perros con los que se encuentra? ¿Y cómo logra seccionar tal cantidad de pollas de una sola dentellada? Lo inverosímil pugna aquí con lo desagradable.

El episodio en el que el Dr. Jekyll, que sin contemplaciones está operando a su prometida del apéndice, arroja repentinamente los bisturís, trepa a la mesa de billar y le hace el amor en la herida, me ha parecido particularmente escabrosa. Y ese otro en el que Mrs. Hyde baila claqué, como Gene Kelly, sobre charcos de esperma, mientras en las ventanas del primer piso una quincena de marineros se masturban al compás, es un auténtico monumento a la vulgaridad.

Por lo demás, una puesta en escena eficaz, un sólido reparto con una buena dirección de actores e imágenes muy bellamente encuadradas, pero que no bastan para disipar una ligera impresión de algo ya visto. ¿No valdría más prohibir este tipo de películas a los espectadores de más de trece años?


P. S.: Es evidente que Mrs. Hyde se depila las piernas y, sin embargo, el Dr. Jekyll es peludo como una chiva. Otra inconsistencia más.

Texto incluido en El par de senos más bello del mundo, publicado por Pepitas de Calabaza, a los que agradeciemos la autorización para su publicación.

Roland Topor


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