Linas Phillips y Frank V. Ross son dos cineastas (o videoastas) que orbitan en la periferia del llamado mumblecore. Sus trabajos presentan otra mirada a esa generación DIY, más formal en el caso de Linas y conceptual en el cine de Ross, a veces pasada por alto por la crítica o el circuito de festivales, pero necesaria para obtener una visión global de la New-Talkies Generation. Una generación que debemos analizar desde todas sus voces, tanto a nivel fílmico como sociológico, pues está formada por cineastas que, en mayor o menor medida, se caracterizan por trasladar a la pantalla la realidad que les envuelve. El cine de Linas Phillips aporta el punto de vista de un outsider, rodando prácticamente solo, ajeno a las etiquetas de un movimiento al que pertenece por edad y moralmente, constatando que sigue habiendo sitio para otro cine en Sundance. Frank V. Ross rueda bajo el paraguas del círculo de amigos, alternando realidad y ficción tanto en su trabajo como en sus películas, habitando la frontera en la que el cine se vuelve vida y la vida cine. Dos cineastas que se mueven en la misma órbita pero en puntos opuestos, girando alrededor del mumblecore, tomando desde otras perspectivas fotografías satelitales que, a medida que las unimos con otras, nos dibujan el mapa del nuevo realismo digital estadounidense.
La mirada documental
Linas Phillips, actor de formación, empezó su carrera actuando en calles, clubs y teatros de Nueva York, para después trabajar cuidando niños con diversidad funcional, con los que empezó a realizar pequeños vídeos y cortometrajes. Atraído por el filmmaking de un solo hombre, plasma en imágenes la realidad que le rodea, incluyéndose él mismo en ese mundo que quiere capturar.
En Walking to Werner, su primer largometraje documental, recorre a pie los más de 1900 km. que separan Seattle de Los Ángeles, donde vive Werner Herzog, en homenaje a uno de los realizadores que más admira. Great Speeches from a Dying World, su siguiente documental, supone un acercamiento a la vida de nueve personas sin hogar de Seattle, a las que Linas propone pronunciar un discurso histórico con el que se identifiquen, otorgando a las palabras de Shakespeare, JFK o Lincoln un nuevo significado. Después de realizar estos trabajos, que pueden considerarse documentales puros (el documentalista enfrentando a la realidad que le rodea), Phillips se adentra en el terreno de la ficción con Bass Ackwards.
La road movie imposible
Bass Ackwards es la road movie imposible. Bebiendo de un género aparentemente de capa caída después de los 70, Linas Phillips construye su primera película no documental combinando autobiografía y ficción. El resultado, una joya realizada a contracorriente, donde la vida del realizador se confunde con la de los protagonistas de aquellos filmes, mientras que la película se forma (y transforma) a través de la carretera y sus personajes.
"Me encanta esta forma de hacer cine. Sean, con la cámara, y yo, los dos solos en la granja de Alpacas, en plan, dos tíos ahí fuera haciendo una película. Me pongo muy romántico, lo siento de una forma muy especial".
Así describe Linas una forma de rodar en la que se respira la pasión de los artesanos, vinculando estrechamente el cine, la vida y la creación colectiva. Realizada por intuición, planificada día a día durante un viaje real de 7.000 Km. de un equipo formado por tres personas, Bass Ackwards plantea dos historias paralelas, una delante y otra detrás de la cámara.
"Los días se sucedían conduciendo. Llegábamos a las 22h a una ciudad, localizábamos, rodábamos, nos íbamos a dormir a las 2h y al día siguiente volvíamos a empezar".
El término rodaje de guerrilla adquiere aquí su significado más puro, el combate del equipo de rodaje ante la película no escrita socializa la experiencia del autor frente al papel en blanco. Una sucesión de carreteras, escenas improvisadas, ciudades anónimas, personajes de paso y largos planos secuencia lleva al equipo a Nueva York, final del viaje. Entonces todo se desmorona.
"Fue duro. Tuve que decirles... lo siento, no tenemos una película."
El realizador vuelve a convertirse en personaje de road movie del cine indie de los 70: ha recorrido el país buscando un sueño que la realidad le ha demostrado irrealizable. Como en tantas de esas películas, este podía haber sido el fin del proyecto Bass Ackwards, dejando al espectador invadido por la desazón y el desconcierto, al estilo Carretera Asfaltada en dos Direcciones o Easy Rider, por citar dos clásicos. Con los brutos bajo el brazo, Linas vuelve a casa a intentar ordenar todas las horas de material en una línea argumental coherente, y vuelve a pasar de personaje a realizador. El año que vive encerrado montando la película es realmente el año en el que realiza la película.
Todas las imágenes de grandes y pequeñas carreteras norteamericanas, todos los encuentros, los hallazgos, las decepciones... van pasando por la pantalla del ordenador y, poco a poco, van mutando, uniéndose, separándose y dando lugar a nuevas combinaciones. El viaje, pasado por el prisma documental de Linas Phillips ensamblando una ficción, se convierte en una película viva, una de esas películas que el espectador puede sentir respirar e incluso llevarle a pronunciar las poco técnicas (pero maravillosas y a veces menospreciadas) palabras: “tiene algo". La intelligentsia más conservadora y los fundamentalistas del guion consideran a Bass Ackwards una obra menor, incluso anecdótica, calificativos habituales cuando el cine independiente no cumple con los imperativos técnicos, formales y, sobre todo, de festivales que garanticen una auto-complacencia rápida para el espectador de ese otro cine de consumo.
El cineasta que trabaja en un restaurante
El director-escritor-montador-actor-fotógrafo-sonidista autodidacta Frank V. Ross cuenta con seis largometrajes en su filmografía. Cineasta de vocación, se gana la vida como camarero en un restaurante de Illinois porque, según él, "no sabría hacer otra cosa". Las propinas se transforman en películas, los amigos en actores y técnicos, y el cine se convierte en algo compulsivo, empujado por la necesidad de contar historias que le rodean, envueltas por escenarios y personajes cercanos.
Quizás Ross sea el paradigma del siglo XXI del cineasta DIY de aquellos 70 norteamericanos; aquel que alternaba el cine con un trabajo asalariado que le permitía ahorrar para realizar sus filmes en 16mm, venerados en pequeños círculos fuera de los circuitos comerciales. Sin embargo, la tecnología juega muy a favor del primero, permitiendo no solo una reducción drástica de costes de producción (por no decir prácticamente supresión), si no abriéndole una sala de exhibición global en la que los "pequeños círculos" pueden hacerse cada vez más grandes.
Insatisfacción laboral crónica
Audrey The Trainwreck es un retrato generacional. Cuando oímos este término, trillado hasta la saciedad por seis productoras californianas, es habitual pensar en comedias (románticas o no) en las que el protagonista (perdedor) y la protagonista (triunfadora o perdedora, según el grado de "independencia" del producto) se ven envueltos en un triángulo amoroso con el antagonista (triunfador), acompañados siempre por sus respectivos amigos y compañeros de piso (triunfadores y perdedores en desigual proporción, una vez más, en función de lo "radical" del producto). Fiestas locas, viajes exóticos, bizarras orgías o, sencillamente, situaciones pasadas de rosca aderezan y completan estos filmes. Enumerando las premisas podríamos estar hablando del mejor exploitation de los 70, pero no, se trata de la reproducción de unos estereotipos a menudo desconectados de la realidad que teóricamente les rodea.
Entonces... ¿qué retrata Audrey The Trainwreck? Una generación que acaba de cumplir los 30 en EE.UU. (extrapolable a gran parte del mundo occidental), que no está satisfecha con sus trabajos, pero a la que las cosas no le van mal. Son víctimas de una rutina formada por el trabajo, los amigos y los fines de semana, de la que es difícil escapar porque, precisamente, todo va bien. Hay una cierta precariedad laboral como telón de fondo, asumida y aceptada como algo inherente al mundo laboral, y también un discurso acerca de las cosas que nos molestan pero no hacemos nada por cambiar. Pero Frank V. Ross evita la autocomplaciencia y no permite al espectador una identificación total con unos personajes que prefiere que sean observados antes que empatizados.
"No digo que entienda al mundo o a la gente que me rodea en mi rincón particular de América. Y eso es Audrey The Trainwreck, lo que veo y no entiendo".
La realización, marcada por una cámara frenética en busca de primeros planos, se apoya en los diálogos de los protagonistas que, como en toda película mumblecore, hablan de todo y de nada al mismo tiempo: cine, trabajo, anécdotas, sueños... abriéndonos una ventana cercana y real a esta generación. La banda sonora, compuesta por el pianista de Jazz John Medesky, completa los recursos formales de una película que gira sobre su propio eje, construyéndose sobre la rutina y la repetición, dejando pequeños huecos libres para chistes visuales (el plátano en el suelo o el huevo en la nevera).
Ross sigue siendo uno de los nombres desconocidos del mumblecore, a pesar de formar parte de él desde el principio (1) y tener reconocimiento por parte de la crítica (Audrey The Trainwreck fue elegida una de las mejores películas de 2010 por varias publicaciones). Le podéis encontrar, entre película y película, en el restaurante Vincitori de Westmont, Illionois.
"La película del futuro se me antoja más personal aún que una novela, individual y autobiográfica como una confesión o un diario íntimo. Los jóvenes cineastas se expresarán en primera persona y nos contarán sus vivencias personales: podrá ser la historia de su primer amor o algo más reciente, como su posicionamiento político, una relato de viaje, una enfermedad, su servicio militar, su boda, sus últimas vacaciones, y eso tendrá que gustar casi a la fuerza, porque será verosímil y será nuevo. La película de mañana no será realizada por funcionarios de la cámara, sino por unos artistas para quienes el rodaje de una película constituye una excitante y fantástica aventura. La película de mañana se asemejará a su director y el número de espectadores será proporcional al número de amigos que posea el cineasta. La película de mañana será un acto de amor".
François Truffaut
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(1) Su película Hohokam fue proyectada en uno de los primeros ciclos dedicados a esta generación, The New Talkies, promovido por el IFC Center de Nueva York, que incluía las primeras películas de Joe Swanberg, los Duplass, Bujalski o Aaron Katz.