Mi discurso se dirige secretamente a todos, puesto que habla del amor, del rango y de la muerte. […] Pero mi lenguaje responde muy mal a lo que la mayoría espera, y la multitud, los hombres reunidos que forman la masa, no lo entenderán. En efecto, este lenguaje se dirige por separado a cada persona. Es confidencial, exige una audiencia secreta. (1)
Resulta extraño, por lo gratificante que resulta, vivir en un país en el que el cine se ve en versión original subtitulada. Gracias a esto, el dueño del pequeño cine que había a la vuelta de la esquina, Mikrokosmos, me recomendó ver The Tribe. Según sus palabras: “no tendrás problemas en entenderla, porque al contrario que otras películas que tenemos ahora, esta es la única que, a pesar de ser ucraniana, no tiene subtítulos en griego, ni diálogos, ni banda sonora, está rodada en lengua de signos... Te va a gustar.” Tras este aviso, una se enfrenta a la película con miedo de no entender nada durante las dos horas siguientes, pero lejos de esto, The Tribe, apuesta por transgredir la forma del lenguaje de la narración contemporánea en el cine. Es posible que, debido a la forma de expresión de los actores, que en ocasiones muestran efusivamente sus emociones, recuerde a la gestualidad de los maestros del cine mudo, pero nada tiene que ver con ellos. Seguimos a una tribu como si fuésemos a ver animales enjaulados donde la cámara evita darles la espalda, como estrategia práctica, facilitando así la comprensión de lo que ocurre en escena.
Miroslav Slaboshpytskiy nos sitúa ante la institucionalización del crimen, organizado en un colegio para sordos en Ucrania donde se ha erigido un centro que funciona como una jaula de violencia física y psicológica. Cubrir las necesidades básicas para sobrevivir en esta institución, e incluso con la vaga e improbable esperanza de salir de él, ha formalizado toda relación de poder existente.
The Tribe arroja a un grupo de adolescentes en un mundo que juega con sus propias leyes internas, lejos de lo que pueda parecer un lugar sin ley. Es al patio de atrás de la realidad social, lo que se nos oculta por grosero y desagradable, que tiene su origen en el corto Deafness de 2010. Sin embargo, el hecho de ser sordos no supone, aparentemente, un agravante de su situación ni tampoco es el motivo por el que la sufren, sino que se suma a la lista de cotidianidades a las que hacen frente, y de la que en ocasiones se aprovechan a su manera.
Si nos situáramos en aquella cultura oral de la que provenimos, donde prevalecía la palabra por encima de cualquier cosa, esa palabra que poseía un gran poder de comunicación y transmisión oral, el relato de La Tribu no tendría cabida. En este caso, tenemos que basarnos únicamente en aquello que vemos, que ancla sus bases en lo visual, en el entendimiento y la comprensión de lo puramente visual para narrarnos una historia que queda lejos de cualquier capital o urbe conocida. No hay tampoco música diegética o extradiegética que impulse nuestros sentidos hacia un lado u otro, sino que la imagen se convierte en la única guía.
De forma que, en lugar de jugar en su contra, Slaboshpytskiy utiliza este hecho para hacernos conscientes de un fragmento de la vida de este grupo de jóvenes que parecen estar al margen de todo, pero que su relación con la realidad que les rodea lo hacen extrapolable. De manera que, por muy complicadas que parezcan sus historias, hablan por sí solas, sin a pesar de la lengua de signos que la mayoría de espectadores no entiende. Pero más allá del análisis sobre el lenguaje no verbal, The Tribe se puede tratar como un ensayo sobre la violencia.
La violencia normalizada, generalizada y ubicua no proviene de una exacerbación en la agresividad y belicosidad subjetiva, sino al revés: esta belicosidad de los hombres es su manera de adaptarse a un régimen de violencia forzosa, en el sentido de inevitable, porque ya ha sido pensada e incorporada a nuestro “saber”, en tanto que permite prever las acciones y enderezarlas en la dirección deseada, esto es, la violencia como un fenómeno y técnica del poder en la medida en que éste ejerce para alcanzar determinados objetivos y cuya intención está invertida en prácticas reales y efectivas como podrían ser, siguiendo a Foucault, una vigilancia, una disciplina, una sanción normalizadora y, sobre todo, una jerarquización en el orden social. (2)
Sin embargo, la cinta no trata la violencia como disciplina para alcanzar una vigilancia tal como entendía Foucault, pero sí como forma de jerarquización dentro de la estructura de esta institución que, por otra parte, bien puede ser reflejo de la tesitura en la que se encuentra Ucrania.
Lo que se puede afirmar es que la violencia se ha normalizado y aunque Slaboshpytskiy no lo haga intencionadamente, el episodio que vive el país desde hace años y que estalló en 2013 obliga a imaginarse los paralelismos que existen con la situación que viven hasta día de hoy. El director decía lo siguiente en una entrevista (3) para The Guardian:
I have studied film history, it says in books that German expressionists sensed the coming of fascism and that was reflected in their films. I was not very entertained by that idea. I thought it was a foolish statement. We had no idea what would happen to Ukraine when we started The Tribe. And I fear that, when I cease to be, some student will read the history of Ukraine and see The Tribe as a prophesy.
Y es que la violencia habla sobre personas, muchos de ellos adolescentes, que viven en este entorno de supervivencia, que se ven abocados a elegir un bando, participar en él y adaptarse al medio, ya que se rigen bajo sus propias normas, tal como ocurre con Sergey. Sin embargo, éste acabará por revelarse manifestándose con la misma violencia con la que ha sido instruido durante su estancia en el centro en el que ha estado internado. Y es que no cabe esperar otra respuesta.
La muerte individual no es más que un aspecto del exceso proliferador del ser, decía Bataille (4) y es que el acto final no es más que una catarsis, un momento liberador, que forma parte del propio Sergey, así como del resto. Es un acto de violencia brutal a través de la que se revela contra todo el sistema corrupto, del que se ve incapaz de seguir participando. No es sino el reflejo de una transgresión en oposición a los cambios sociales que se están produciendo debido a las reconstrucciones políticas de esa profecía que antes mencionaba el propio director.
Pero la violencia habla también de mentalidades, de formas de pensar que desembocan en actos, en rituales, pero también en tabúes.
Nada más llegar, Sergey es sometido al ritual de aceptación del grupo de poder. Primero es obligado a desnudarse para revisar y requisar sus pertenencias, hasta el punto de comprobar que no tiene marcas en su cuerpo, al igual que ocurre a la entrada de una cárcel. En un primer momento es rechazado por el grupo de estudiantes que tiene el control, pero tras salir airoso de una pelea contra uno de ellos, es finalmente aceptado cuando demuestra que es capaz de pegar y robar en beneficio de esta comunidad. A partir de aquí, comienza su deshumanización a través de la pertenencia a la tribu, la única vía.
El amor no existe, presenciamos un acto sexual que resulta igual de violento por obsceno, por el frío que evoca y la frontera con lo erótico que no llega a cruzar el límite del efectismo fácil. Tal es el grado de deshumanización inmanente en Anna, que incluso Sergey se da cuenta de que solo guía sus decisiones por dinero, porque sabe que allí solo sobrevive el más fuerte. Hay una ausencia de lo que entendemos por valores y esto es lo que justifica la violencia.
No podemos considerar como representativas del Mal a esas acciones cuyo fin es un beneficio, un bien material. Ese beneficio, es, sin duda, egoísta, pero importa poco si lo que de él esperamos no es el Mal en sí mismo, sino un provecho. En el sadismo, en cambio, se trata de gozar con la destrucción contemplada, siendo la destrucción más amarga la muerte del ser humano. El sadismo es verdaderamente el Mal: si se mata por obtener una ventaja material, sólo nos hallaremos ante el verdadero Mal, el Mal puro, si el asesino, dejando a un lado la ventaja material, goza con haber matado. (5)
El Mal, que también pertenece a la naturaleza humana, se ha apoderado de ellos, pero en forma de supervivencia.
Este proceso, insensibilizada hasta neutralizar el sentido común, pero es la manera de entrar en el sistema que se ha estructurado y establecido. El único momento que parece conectado con la realidad es la violencia física a la que se somete Anna en casa de una desconocida que le practica un aborto poco ortodoxo. Sin embargo, no llega a traspasar el límite de la frivolidad, no es necesario mostrar nada explícito, tanto en el citado aborto de la chica como en el acto sexual previo. Es la sencilla representación de la libido y sus consecuencias cuando se distrofia.
Por otra parte, esta situación deja a la luz la nula labor de las instituciones. El centro está gobernado por unos niños que no superan la quincena de edad y que han estructurado un sistema de supervivencia que los profesores no sólo consienten, sino en el que también participan con el objetivo de sacar su propio beneficio, aprovechándose de esa deshumanización en la que está representada una sociedad que oprime, asquea y angustia a la vez que perturba, por su cercanía, por la sensación de identificación y de dominación, aquí representada en su extremo y conectada con lo real.
The Tribe construye la violencia a través de un sistema de jerarquización que resulta arriesgado, ya que basa muchos de sus principios en la supervivencia, lo que les hace conectar con su lado más animal o instintivo. Son jóvenes, en los que no queda rastro de inocencia. Es por ello que encontramos dos niveles de violencia: una psicológica y otra puramente física. La primera se manifiesta a través de la explotación y de la presión que ejerce el grupo como forma de sumisión irracional, donde tan siquiera la prostitución ocasiona un conflicto moral, sino que cuenta con la aprobación de los propios compañeros y del profesor de tecnología.
La violencia puramente física se presenta dentro de la tribu como una estrategia, en forma de extorsión. Funcionan como una mafia en la que los que tienen más poder maltratan a los que están por debajo a cambio del dinero que sacan vendiendo peluches en los vagones de tren. Tan eficaz es el sistema que cualquiera que rompa esta estructura, es inmediatamente relegado e inhabilitado. Como en todo, actúan en grupo reprimiendo violentamente el intento de Sergey de impedir que Anna se vaya a Italia, probablemente a ser explotada sexualmente por una mafia aún más peligrosa. Sin embargo, también somos testigos de esa violencia hacia la sociedad en general, que no pertenece a ese microcosmos, pero que participa de él. Por lo que finalmente, nos obliga a pasar de observadores a confrontarnos con ella.
Por otra parte, el innecesario a la vez que inexistente lenguaje verbal y textual (en forma de subtítulos) hace que, inevitablemente, nos enfrentemos al lenguaje puramente visual y gestual de los propios jóvenes. Pero esto no es suficiente, sino que, para reforzar el entendimiento, así como la lógica de funcionamiento que tienen establecida, cada acción tiene su reacción o consecuencia. Sergey, no acepta la dirección que están tomando los hechos y asalta la casa del profesor de tecnología para intentar manejar y cambiar el rumbo de su vida y la de Anna, pero fracasa en su intento y experimenta el poder psicológico que ejerce la tribu.
El silencio del lenguaje verbal no implica un vacío en el discurso, sino que, apoyado en la lengua de signos, conforma un lenguaje de la violencia desde el silencio de la palabra. Josep M. Català se cuestionaba, en relación al silencio y la poética de la imagen, en qué punto la palabra puede liberarse de su propia opresión (6). The Tribe no trata la metáfora visual desde el silencio de la palabra, ni como elipsis en la imagen, ya que no hay silencio en la imagen ni de la imagen. La palabra deja simplemente de existir para dar paso a la comunicación visual y al lenguaje corporal, así como a la relación de entendimiento que hay que establecer entre ellos. No es una vuelta al cine mudo, existe sonido ambiente y los actores no sobreactúan para facilitar ese entendimiento, sino que la consecución de los hechos nos lleva a su comprensión.
Habría que cuestionarse hasta qué punto sorprende la frialdad con la que actúan teniendo en cuenta las circunstancias en las que se encuentran, ya que entornos así nos siguen quedando lejanos. Es por eso que llegamos a sentir empatía con Sergey y todo su proceso dentro de la tribu, pero raramente con el resto de la comunidad, puesto que lo contrario supondría cometer el mismo delito que ellos contra los propios principios.
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(1) BATAILLE, Georges (1996). Lo que entiendo por soberanía. P. 59.
(2) JIMÉNEZ, Marco Antonio (2007). La subversión de la violencia. P. 88, 89.
(3) Extraído del artículo Silent horror: the director of The Tribe on his brutal film about life in a deaf school, de Tom Seymour. The Guardian (13/05/2015).
(4) BATAILLE, Georges (2000). La literatura y el mal. P. 28.
(5) BATAILLE, Georges (2000). La literatura y el mal. P. 30.
(6) CATALÀ DOMÈNECH, Josep M. (2012). El murmullo de las imágenes: Imaginación, silencio y documental. P. 199.