La película histórica: problemáticas
El cineasta francés Jean Renoir describe en sus Écrits lo que la tradición considera como una película histórica: «el comercio cinematográfico clasifica las películas en dos categorías: las películas modernas y las películas históricas. Las películas modernas son aquellas que pretenden suceder en nuestro tiempo. Las películas históricas son aquellas que pretenden suceder antes» (1). Sin embargo, Renoir añade que esta definición simplista no es valida porque él considera que muchas de esas películas llamadas «modernas» pertenecen a otra época que la nuestra y que, por el contrario, existen películas «históricas» que hablan mejor de nuestro presente que cualquier otra película contemporánea. El cineasta propone entonces otro adjetivo que define con mayor precisión la inscripción de una película a un tiempo determinado: para Renoir, las películas deben ser «actuales» (2).
La Marseillaise(Jean Renoir, 1937) pone en escena los acontecimientos revolucionarios que llevan a la desaparición de la monarquía de Luis XVI y a la instauración de la Primera Republica. La narración empieza en 1789 y reconstituye el viaje de un batallón de revolucionarios marselleses que dejan su pequeño pueblo para ir a París a reunirse con las otras fuerzas de rebeldes. Una película sobre la Revolución Francesa es casi inédita en 1936. El cine cuenta apenas con cuarenta años de existencia y quedan pues muchos «grandes temas» para ser tratados, aunque algunos cineastas ya habían tentado la experiencia (Octubre,de S.M. Eisenstein, 1927; La pasión de Juana de Arco,de C.T. Dreyer, 1927, entre otros). Sin embargo, algunos años antes, en 1921, el realizador David W. Griffith había escogido el período revolucionario como contexto de su película Las dos huérfanas, pero este se eclipsaba detrás de la intriga, lo que sucedía también en la película A tale of two cities (1935), de Jack Conway.
Jean Renoir emprende así, casi por primera vez, la reconstitución de este período de tensiones y enfrentamientos, muy mistificado en la tradición francesa. Como buen conocedor de su propia cultura, el cineasta es consciente de que existe una iconografía emblemática de la Revolución muy arraigada en el inconsciente del pueblo francés: la toma de la Bastilla, Robespierre, Danton, Napoleón. Renoir decide sin embargo dejar a un lado el aspecto emblemático de la Revolución para acercarse al relato individual de sus participantes. A propósito de La Marseillaise, el realizador explica que su intención era resaltar la grandeza del individuo delante de una historia colectiva. En la historia colectiva que es la Revolución Francesa, Renoir decide pues dirigir su retrato a través del recorrido de Jean-Joseph Bomier, un albañil marsellés que parte a París con un batallón para invadir el palacio de Versalles y destituir a la monarquía de Luis XVI. La historia personal de Bomier y sus compañeros de viaje se entrelaza así con la gran historia colectiva de la Revolución Francesa, y las dos se funden en lo que podríamos llamar la «historia del pueblo francés».
«Renoir utiliza la Revolución como modelo interpretativo del mundo que le rodea. No es el pasado en sí mismo lo que le interesa, sino lo que en el pasado nos ayuda a comprender el presente e incluso predecir el futuro » (3).La idea que Jean Renoir pretende a través su película, mostrar su presente político para conocerlo mejor, es compartida por la mayor parte de los especialistas en la obra del cineasta francés. Georges Sadoul lo compara a los escritores naturalistas como Émile Zola o Auguste Renoir (padre), pues considera que con la película Le Crime de Monsieur Lange, Jean Renoir y Jacques Prévert «habían expuesto los ecos de los sentimientos extendidos por toda Francia» (4). En La Marseillaisees la reconstitución histórica la que sirve a Renoir de reflejo de su presente, a través de la cual establece un paralelismo entre la Revolución Francesa y los acontecimientos de 1936 (el Frente Popular). Los fundamentos de la época revolucionaria no son muy diferentes de los del Frente Popular. Frente a la tiranía de los aristócratas y los fascistas, respectivamente, los franceses optan por la resistencia de la izquierda, que se ejemplifica con la exaltación patriótica, con la reunión fraternal. Los austriacos y los fascistas son ambos los extranjeros que traicionan a la Nación, mientras que el revolucionario de izquierdas encarna la identidad francesa. Para Renoir, este francés revolucionario es aventurero, apasionado, fiel a sus convicciones, amante del progreso; en definitiva, un hombre moderno que busca hacerse un lugar en una sociedad anticuada.
Una revolución jovial
Aunque son Bomier y sus camaradas más cercanos los que conducen la narración, encontramos en La Marseillaiseun mosaico de historias individuales que participan en la historia colectiva tanto como el obrero marsellés. De este modo, la aparición de la mayor parte de los revolucionarios se sigue de una presentación del individuo. Lo que les define es un nombre, un oficio, un origen, y todo esto funciona como una carta de visita: «Soy pintor en un pequeño pueblo llamado Les Batignoles» o un «Yo me llamo Anatole Roux, pero aquí en la región me llaman Cabri». Estos revolucionarios representan a los verdaderos franceses, los patriotas que conocen y aman su territorio. Renoir tuvo, a este propósito, una idea brillante: como su intención era mostrar al verdadero pueblo francés, escogió verdaderos marselleses como actores. De este modo, Bomier, Arnaud, Moissan o Ardisson tiene genuinos acentos de marselleses; no se trata de una imitación, pues es la cultura de los actores la que es retomada por los personajes, el verdadero pueblo que es puesto en escena.
A pesar de la naturaleza de los acontecimientos presentados por la película, en La Marseillaisede Jean Renoirpermanece sobre el tono humorístico, cordial, de la alegría patriótica. Los propósitos de los aristócratas son con frecuencia ridiculizados por los ciudadanos que se alejan cada vez más de las ideas del Antiguo Régimen. Esta distancia entre el pueblo y el poder se ejemplifica en la secuencia del juicio de Cabri, un vagabundo marsellés, quien ha matado a una paloma en un territorio perteneciente al reino. El marques de Saint Laurent, que ejerce de juez, declara: «Esta paloma es el símbolo del orden que intento mantener», a lo cual el propietario de las tierras responde: «Yo encuentro un poco flaca a vuestra paloma». Esta paloma flaca simboliza el Antiguo Régimen que ha perdido su razón de ser, que es anacrónica, obsoleta. Los franceses ya no creen en él. Las secuencias de los cantos de «La Marseillaise» constituyen un ejemplo excelente del clima jovial que pone en escena la película. La Revolución de Renoir es familiar, intimista, los estereotipos no han lugar pues todos los personajes son seres humanos. El espectador de 1936 no es el mismo francés del período revolucionario, pero los personajes de La Marseillaisetienen tal frescura y espontaneidad que no podemos inscribirlos en una época determinada, pues hablan de su tiempo pero también de la época del Frente Popular, e incluso hablan también de la nuestra.
El primer plano de la película, después de los títulos de crédito, constituye un ejemplo del valor que Jean Renoir otorga a las historias individuales. Un fundido nos presenta en plano americano la figura de un guardia real, el cual es relevado por otro guardia. Se trata del cambio de guardias, una de las liturgias de la monarquía francesa. En La Marseillaise, esta ceremonia no tiene nada de grandilocuente, justo lo contrario, pues representa de forma tediosa los valores del Antiguo Régimen. Pero lo que es más importante, Renoir decide empezar su película con la puesta en escena de un hombre, de un hombre común, y no con una figura emblemática de la Revolución o con la magnificencia del Palacio de Versalles. La película continúa, y después de habernos cruzado con diversos personajes de la corte, conseguimos entrar en la habitación del Rey Louis XVI. Podríamos esperar encontrarlo ataviado con sus mejores galas, aguardando con una sonrisa espléndida, pero es en su cama donde lo encontraremos, en pijama, dispuesto a tomar su desayuno. En la película de Renoir, el Rey es un mortal como los otros, él, Louis XVI, que fue el primer «Rey de los Franceses».
Jean Renoir toma partido, con toda evidencia, por el pueblo revolucionario. El cineasta escribe en el diario comunista Ce Soir: «Mentiría si dijera que soy imparcial. No, no lo soy, y nosotros estamos de todo corazón con los Marselleses que vienen a París con un objetivo determinado» (5). O aún, en Regards, que «estos revolucionarios son personas valientes, firmes, disciplinados, simpáticos, de comercio agradable. Nos dan ganas de frecuentarlos. Querríamos ser sus amigos» (6). La simpatía de Renoir hacia este grupo de personajes es evidente, manifiesta, pues personifican la idea que el cineasta se hace del pueblo francés, de la Nación que es «la reunión fraternal de todos los franceses».
Sin embargo ni los aristócratas ni el Rey son realmente antipáticos, su conducta no es exactamente cruel sino egoísta, pues estos solo siguen sus propios intereses para mantener su estatus y su nivel de vida. No obstante, comparten con los revolucionarios el deseo de aprender, de establecer un diálogo, como bien lo demuestran las secuencias de batalla, tanto en el castillo como en la corte de Versalles, donde los aristócratas se interesan por los propósitos de los revolucionarios (« ¿Nación? ¿Que queréis decir con esto?» exclama el Marqués de Saint-Laurent durante la invasión del castillo). Entre estas figuras más o menos amables existe en La Marseillaise una figura que simboliza al Enemigo, una especie de Mal absoluto que conduce las ideas conservadores del Antiguo Régimen. Se trata de la Reina Maria Antonieta, «una mujer diabólica, la ogresa de los cuentos de hadas, la bruja de los tiempos malditos» (7). La tradición nos la presenta como una mujer fría, altiva, amante del lujo y un poco déspota, si le damos crédito a la famosa frase que Jean-Jacques Rousseau atribuye a la Reina en sus Confessions: «¡Si no tienen pan [los ciudadanos], que coman brioches!» (8).
En la película de Jean Renoir, la Reina es siempre el lado maldito de las dicotomías, pero esta visión puede reducirse a una cuestión de aprendizaje. Marie-Antoinette está paralizada en su mundo y su momento, rechaza el progreso y las nuevas ideas. Además, no tiene realmente rasgos humanos (en La Marseillaiseno la vemos ni comer ni beber, sus sonrisas son escasas y no revela sus sentimientos). En el clima de alegría que acompaña a la Revolución, la Reina representa el pesimismo de un mundo que no se mueve. Es doblemente malvada pues, en primer lugar, constituye el polo femenino repulsivo con respecto al papel positivo que encarna La Marsellesa (9). Es el movimiento contra lo estático, el progreso de la Revolución contra la decadencia del Antiguo Régimen, la alegría de vivir contra el tedio de la vida en la corte. En su libro sobre la revolución en el cine, Jean-Claude Bonnet y Philippe Roger afirman incluso que a los ojos de Renoir, «la Reina (…) traiciona sobre todo (…) más que la Patria, el principio de placer» (10).
En segundo lugar, la Reina representa el lado radical del sector conservador de la Revolución. Al lado del Rey, que es presentado como un bonachón simpático y simple, desbordado por los acontecimientos, Marie-Antoinette es «la justificación de los peores excesos de la Revolución» (11). Louis XVI acepta sin embargo su tendencia a una conducta pasiva cuando exclama, a propósito de las primeras revueltas, que «somos actores en esta situación, lo que es menos cómodo que ser simplemente espectadores». Amante del confort, el Rey prefiere degustar los tomates que «son mejores desde que los marselleses han llegado a París». Para Louis XVI la Revolución tiene pues sus ventajas. Marie-Antoinette es sin embargo presentada como una mujer manipuladora y caprichosa: para conseguir sus propósitos y convencer al Rey de tomar medidas radicales contra los revolucionarios utiliza sus encantos femeninos, vierte algunas lágrimas, echa una mirada amorosa, y Louis XVI, quien parece amar realmente a su mujer, acepta sin dudar: el manifiesto de Brunswick es el resultado.
Acabamos de hablar de la oposición que representa la figura de la Reina al concepto de aprendizaje que domina la narración de La Marseillaise. La película es una apología de la novedad, sobre todo porque se estructura a través de un viaje, de Marsella a París. Los batallones de revolucionarios van a la capital de Francia con un espíritu de combate, pero los individuos que los forman están sobre todo entusiasmados por ver «las cosas que pasarán en París». Podemos constatar que Bomier está más frustrado por no acompañar a sus hermanos en el viaje que por perder la ocasión de hacer la revolución en lugar de hablar de ella. Este entusiasmo de las tropas que parten a la batalla aparece también en una película como Paris, brule-t-il? (1966), de René Clement, en la cual los soldados de provincia pasan una gran parte de sus desplazamientos soñando con la capital francesa. Así, los revolucionarios marselleses van a París para hacer avanzar las cosas en su país, pero en su vida individual el viaje es mas bien iniciático, el progreso que defienden se opera también en su interior.
La secuencia final de La Marseillaise olvida, como decíamos, la historia colectiva de las batallas y los grandes acontecimientos para focalizarse en la historia individual de Bomier, que es herido y agoniza entre los brazos de sus amigos. La única imagen que vemos de la batalla nos es dada a través de una arcada que conecta el pasaje donde Bomier reposa y el lugar de los enfrentamientos, donde la prometida del marsellés abandona la celebración de la victoria para despedirse de su enamorado. Jean Renoir nos recuerda de este modo que aunque los propósitos de los revolucionarios estaban justificados y su victoria fue legítima, no hay que olvidar las numerosas pérdidas humanas. Contra la gran victoria colectiva, las derrotas individuales no pueden despreciarse, pues como muy bien dice Bomier, en su agonía, «nunca mas volverá a ver a su madre».
La historia es una reconstrucción
En el documental de Pierre-François Glaymann, Un certain regard sur « La Marseillaise », el historiador Noël Simolo recuerda que Jean Renoir había dicho en una ocasión que la Historia no era el acontecimiento en su inmediatez. Esta tesis propone la idea que la Historia -los acontecimientos históricos- no devienen Historia una vez esta se piensa, se escribe, se explica en el futuro. Pierre Nora afirma, siguiendo esta misma idea, que la Historia es «una reconstrucción problemática e incompleta de lo que ya no es». Lo que ya no es pues se trata del pasado, un pasado que ha dejado su lugar al presente desde el cual el acontecimiento será considerado, juzgado (pues toda reconstrucción del pasado es finalmente el juicio de un historiador sobre ciertos hechos). Así, Jean Renoir puede considerarse como un visionario, porque logra utilizar el acontecimiento histórico que representa la Revolución Francesa para construir la historia de su presente, las tensiones políticas que dominan Francia en 1936. La problemática es el hecho de establecer los límites entre el presente histórico y el presente de la película: ¿hasta que punto se puede reconstruir una época, la cual es dominada por una cultura y un modo de vida determinados, desde otra época, otro punto de vista, otra concepción del mundo? ¿Cuánto del presente encontraremos en la narración histórica?
La respuesta nos es dada por Jean Renoir mismo: «debemos hacer películas actuales» (12). Las películas, históricas o no, deben hablar del presente, exponer las problemáticas, proponer soluciones, hacer visible el espíritu de una época. La Marseillaiselogra este propósito, pues reconstituye una época pasada dejando a un lado las construcciones emblemáticas y los estereotipos al mismo tiempo que habla del presente, del Frente Popular y de la escena política francesa en 1936-1937. La actualidad de La Marseillaisepuede explicar el éxito de la película en los Estados Soviéticos, que supieron ver en la obra de Renoir un reflejo de su situación política. La reconstitución histórica de Renoir es en ella misma emblemática pues la película ha creado sus propios símbolos e iconos (sobre todo el de los marselleses), pero esta construcción encierra elementos de la época de su realización: la simbología del Frente Popular permanece especialmente unida a la simbología de la Revolución Francesa. La Marseillaisepone así en relación dos momentos de la Historia y parece retomar las tesis de Friedrich Nietzsche sobre el eterno retorno. La esencia de los acontecimientos revolucionarios de 1789 es la misma (con sus diferencias, evidentemente) que la del Frente Popular. ¿La Historia se repite? Renoir no nos da la respuesta, pero logra esclarecer esta Historia que es quizás siempre la misma.
(1) RENOIR, Jean. Écrits (1926- 1971), Belfond, 1974, página 333.
(2) RENOIR. Jean. Op. Cit., página 335.
(3) RENOIR, Jean. Op. Cit., página 132.
(4) SADOUL, Georges. Le cinéma français, Flammarion, 1962, página 72.
(5) RENOIR, Jean. Op. Cit., página 322.
(6) RENOIR, Jean. Op. Cit., página 332.
(7) BONNET, Jean-Claude y ROGER, Philippe (dir.), Op. Cit. página 135.
(8) ROUSSEAU, Jean-Jacques. Les Confessions (Livres I-VI), Livre VI, Le Livre de Poche, 1998.
(9) BONNET, Jean-Claude y ROGER, Philippe (dir.), Op. Cit. página 134.
(10) BONNET, Jean-Claude y ROGER, Philippe (dir.), Op. Cit. página 135.
(11) BONNET, Jean-Claude y ROGER, Philippe (dir.), Op. Cit. página 133.
(12) RENOIR. Jean. Op. Cit., página 333.