I. Proyecciones del Yo: Actuación
(LA Plays Itself, Fred Halsted, 1972)
“Dadme, pues, un cuerpo”: ésta es la fórmula de la inversión filosófica. El cuerpo ya no es el obstáculo que separa al pensamiento de sí mismo, lo que éste debe superar para conseguir pensar. Por el contrario, es aquello en lo cual el pensamiento se sumerge o debe sumergirse, para alcanzar lo impensado, es decir, la vida. No es el que cuerpo piense, sino que, obstinado, terco, él fuerza a pensar, y fuerza a pensar lo que escapa al pensamiento, la vida. Las categorías de la vida son, precisamente, las actitudes del cuerpo, sus posturas. “Dadnos, pues, un cuerpo” es, primeramente, montar la cámara sobre un cuerpo cotidiano. El cuerpo nunca está en presente, contiene el antes y el después, la fatiga, la espera. La fatiga, la espera, incluso la desesperación son las actitudes del cuerpo.
Pero hay otro polo del cuerpo, otro vínculo cine-cuerpo-pensamiento. “Dar” un cuerpo, montar una cámara sobre el cuerpo, adquiere otro sentido: ya no se trata de seguir y acosar al cuerpo cotidiano, sino de hacerlo pasar por una ceremonia, introducirlo en una jaula de vidrio o en un cristal, imponerle un carnaval, una mascarada que hace de él un cuerpo grotesco, pero que también extrae de él un cuerpo gracioso o glorioso, para acabar por último en la desaparición del cuerpo visible. (Gilles Deleuze, La imagen-tiempo)
(Normal Love, Jack Smith, 1963)
II. Proyecciones del Yo: El espejo y el mar
(Bike Boy, Andy Warhol, 1967)
Bike Boy proclama el relato de un atractivo, virgen e ingenuo representante de la clase media que se relaciona con los miembros de la clase acomodada. A través de la repetición, el relato asume el estatus de arquetipo. El patán que no puede hablar con propiedad ni conoce las reglas del juego se abre camino a través de las vacuas aspiraciones bohemias de la sociedad de clases de Nueva York. Él es su objeto de deseo, pero la que gente que le desea no deja de recordarle su lugar en el mundo. Él es el tema del filme, un motero, pero permanece opaco y reservado. (William E. Jones)
(Jerovi, José Rodriguez-Soltero, 1965)
(Les Antiquités de Rome, Jean-Claude Rousseau, 1989)
III. Destinado a ver lo que es iluminado, no la luz
(Garden of Luxor, Derek Jarman, 1972)
(The Angelic Conversation, Derek Jarman, 1985)
La carne no es materia, no es espíritu, no es substancia. Para designarla haría falta el viejo término “elemento”, en el sentido en que se empleaba para hablar del agua, del aire, de la tierra y del fuego, es decir, en el sentido de una cosa general, a mitad camino entre el individuo espacio-temporal y la idea, especie de principio encarnado que introduce un estilo de ser dondequiera que haya una simple parcela suya. (Maurice Merleau-Ponty, Lo visible y lo invisible)
(Oblivion, Tom Chomont, 1969)
La luz ilumina -lo que significa que se esconde a sí misma: ese es su astuto rasgo. La luz ilumina: lo que es iluminado por la luz se presenta a sí mismo en una presencia inmediata que revela ella misma sin tener que revelar lo que pone de manifiesto. La luz borra su rastro: invisible, se hace visible; garantiza su conocimiento directo y asegura su completa presencia, mientras frena en lo que es indirecto y se suprime como presencia. El engaño de la luz, entonces, estaría en el hecho de escabullirse en una radiante ausencia, infinitamente más oscura que cualquier oscuridad, ya que la ausencia adecuada de luz es el mismo acto de iluminar, su claridad, y que la luz cumple con su cometido sólo cuando nos hace olvidar que algo como la luz está obrando (haciéndonos olvidar, en la evidencia que la respalda, todo lo que supone la relación con la unidad de la que la luz regresa, y que es su genuino sol). La luz es, por lo menos, doblemente engañosa: porque nos engaña por sí misma, y también cuando nos ofrece como inmediato lo que no es inmediato, lo simple cuando no es simple. (…) Pero el problema más serio -en cualquier caso, aquel con las consecuencias más graves- continúa siendo la duplicidad a resultas de la cual la luz provoca que confiemos en la simplicidad del acto de ver, proponiéndonos la inmediación como modelo de conocimiento mientras que la luz misma, fuera de vista y ocultamente, actúa sólo como mediadora, jugando con nosotros a través de la dialéctica de la apariencia. (Maurice Blanchot, La conversación infinita)
(Death and Transfiguration, Jim Davis, 1961)
IV. Und immer Ins Ungebundene gehet eine Sehnsucht
(Fireworks, Kenneth Anger, 1947)
(Twice a Man, Gregory Markopoulos, 1964)