La vitalidad de los cines asiáticos es algo que seguramente no se le escapa a nadie, desde su posición de dominio en las dos últimas décadas. Como anteriormente los cines europeos, las olas se suceden, y cada una de ellas va dejando una serie de cineastas que perduran, que permanecen, y sobre las que se construye buena parte del cine actual. El comienzo del nuevo milenio trajo una de las olas que más fuertemente ha impactado en los cines internacionales, al ser capaz de aunar en un solo movimiento cine de autor y comercial. La nueva ola coreana de Park Chan-wook, Kim Ki-duk o Hong Sang-soo llegó a provocar incluso un boom del cine asiático, que arrastró consigo a otras muchas cinematografías de la zona, poniéndolas en un primer plano.
Pero las nuevas olas no habían acabado en el continente asiático. El sudeste despertaba, y cinematografías como la de Singapur (con cineastas muy interesantes, como Eric Khoo o Royston Tan), Tailandia (Apichatpong Weerasethakul, Pen-Ek Ratanaruang), Filipinas (Raya Martin, Brillante Mendoza o Lav Diaz) o una muy reciente, la malasia (Tan Chui Mui, James Lee, Amir Muhammad, Ho Yuhang o Woo Ming Jin, que pueblan los más recientes festivales internacionales), venían a completar (o a ser simplemente un paso más) cincuenta años de nuevas olas, nuevas rupturas y nuevos cines.
En Nuevas (y viejas) olas asiáticas nos planteamos seguir la estela que ha dejado cada uno de estos movimientos, desde la complicidad cinematográfica (y política y revolucionaria) que marcó las carreras de Masao Adachi y Koji Wakamatsu hasta el enorme empuje con el que cineastas como Edward Yang irrumpieron en el panorama cinematográfico, sin olvidar la incidencia que el cine comercial ha tenido a la hora de construir una serie de modelos y relatos.