Lo que guardan los libros | Fabio Nahuel Lezcano



Francisca Pageo | Erich Auerbach

Todo el mundo sabe que los buenos perdieron 

Todo el mundo sabe que la pelea estaba arreglada 

Los pobres se quedan pobres, los ricos se hacen más ricos 

Eso es lo que pasa 

Todo el mundo sabe.


Everybody Knows. Leonard Cohen.



Roland Barthes dijo alguna vez que no existe una doctrina para la lectura, que no es necesaria para el goce del texto, para ese placer que encuentra el lector insaciable. ¿A quién no le ha pasado volver a ciertos libros, una y otra vez, como a puertas que se abren para mostrar otros universos y donde siempre hay algo nuevo que encontrar? En mi caso, siempre que vuelvo a ese grandioso libro que es Mímesis de Erich Auerbach no puedo evitar representarme su imagen recortándose en la ventana de la Universidad de Marburgo donde enseñaba, observando desde esa altura el cambio de fisonomía que el nazismo le había impregnado a la ciudad. Lo imagino sintiendo lo mismo que cuando le informaron formalmente que ya no tendría más lugar en esa institución debido al decreto del 21 de diciembre de 1935, donde se determinaba el despido de "académicos, profesores, médicos, físicos, abogados y notarios judíos que todavía eran empleados públicos".


Varios colegas y amigos ya le habían advertido sobre el asunto. Incluso algunos, judíos igual que él, ya habían emigrado a diferentes puntos de Europa y de América. 


Supongo que habrá recordado sus días de niño, en el barrio de Charlottenburg, en las afueras de Berlín. Sus días de juventud y su trabajo como bibliotecario en la Staastsbibliothek de Berlín para concluir, con una amarga certeza, que todo aquello había terminado, no por una cuestión temporal sino porque se había instaurado un régimen terrible, y que él en ese instante intuyó para siempre. En esa misma biblioteca conoce a Walter Benjamin, cuando ambos investigaban los temas que después se convertirían en sus obsesiones. Y a quien le escribe en octubre de 1935, a propósito del pedido de opinión de Benjamin sobre un texto suyo, diciéndole: “En cuanto a su libro parisino, sé de él desde hace bastante tiempo -en cierta época se lo titularía Pariser Passagen (Pasajes Parisinos). Será un verdadero documento, si es que todavía quedan seres humanos que lean documentos”.


Después llegarían sus días en Estambul, casi como refugiado, en un exilio obligado y la confirmación atroz de la amenaza que se cernía sobre el mundo: la guerra.


Con esa sensación y esa angustia escribió Mimesis, que él mismo aclara fue un hecho extraordinario por el contexto de producción: “Añádase a esto que la investigación fue escrita en Estambul durante la guerra. Ahí no existe ninguna biblioteca bien provista para estudios europeos, y las relaciones internacionales estaban interrumpidas, de modo que hube de renunciar a casi todas las revistas, a la mayor parte de las investigaciones recientes, e incluso, a veces, a una buena edición crítica de los textos.”


Así las cosas, él está viendo el mundo cambiar, transformarse en algo que lo asusta o que lo sorprende y en un gesto supremo, con las herramientas que tiene a mano, hace lo único que puede hacer, tratar de conservar lo que queda de ese mundo en la tradición literaria; que aquellos que sobrevivan a ese Apocalipsis que vislumbra en la guerra, puedan leer lo que sucedió en la Literatura precedente. Y construye un canon. Y como aquellos personajes de Fahrenheit 451 que reunidos ante una hoguera le cuentan a Montag cómo hacen para salvar a los libros de la destrucción, Auerbach se propone conservar en Mimesis, un pedazo de la literatura occidental.



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Ante el avance terrible del Régimen, no sabe si habrá un mañana y, si lo hubiera, cómo será ese mañana. De ahí el tono en el que está embebida su obra, por eso es que me gusta pensar a Mimesis como una obra de emergencia, entendiendo que ahora le estoy dando una interpretación distinta en esta nueva lectura actualizada, porque observando al mundo en este presente, me pregunto entonces, ¿Quién dará cuenta en EEUU del tiempo de Trump? ¿O en Francia del triunfo de la derecha más reaccionaria? ¿O en España de la crisis de representación de los partidos políticos? ¿O del golpe mediático-judicial en Brasil que ha derrocado a Dilma Rousseff? ¿O en Argentina del triunfo de Mauricio Macri, donde por primera vez la derecha conservadora llega al poder a través de las urnas y no por los fusiles, como lo hizo en la mayor parte del siglo XX? Porque la clave de aquellos que escriben en medio de las crisis es tratar de aclarar los palimpsestos que produce la llegada de un nuevo Régimen, que como tal quiere imponer un nuevo paradigma y comenzar desde un grado cero, borrando con violencia todo aquello que se construyó antes de su aparición. Y fabrican, para tal tarea, enemigos ficticios que siempre son las minorías, léase los judíos, los homosexuales, los inmigrantes, los militantes de cualquier ideología contraria al régimen, a los que persiguen y utilizan como chivos expiatorios.


La responsabilidad del intelectual ante semejantes procesos, en definitiva, es hacerse la pregunta “¿Cómo llegamos a esto?” y analizar cuáles fueron las condiciones históricas y sociales para que se produjeran y se instauraran estos Regímenes, Auerbach ve esto claramente y en el último capítulo, llamado La Media Parda, escribe:


“La tentación de confiarse a una secta -que, con una receta única, solucionaba todos los problemas, exigía solidaridad con una energía interior muy sugestiva y excluía todo lo que no se sometía y encuadraba- era tan grande que, con muchísima gente, el fascismo no necesitó apenas violencia exterior cuando se extendió por los antiguos países civilizados de Europa, absorbiendo las pequeñas sectas”.


Francisca Pageo | Erich Auerbach

Y en este lado del mundo, uno comienza a ver ciertos movimientos peligrosos, trabajadores públicos despedidos o amenazados que son espiados en sus redes sociales; el crecimiento de la xenofobia hacia los inmigrantes de países limítrofes; la falta de control del Estado hacia las fuerzas represivas con el concepto de “bien común” o en la idea de que la sociedad anhela eso; el encarcelamiento de dirigentes políticos, el mejor ejemplo es la detención arbitraria de Milagro Sala en la provincia de Jujuy y una propensión al vaciamiento de los organismos de Derechos Humanos acompañado del falso debate sobre la cantidad de desaparecidos que hubo en la última Dictadura militar.


Orwell, otro escritor de emergencia, en la misma época que Auerbach habla del impulso histórico que tiene el escritor y que es el “deseo de ver las cosas como son, de hallar la verdad, de almacenarla para su buen uso en la posteridad”. Y uno podría caer en la tentación de dejarse arrastrar por las controversias que se generaron alrededor de Mímesis, su autor y su situación de producción, desde Edward Said pasando por Leo Spitzer y terminando en los biógrafos del propio Auerbach, que han escrito sobre esto, si fue o no un condicionante el estar exilado, si tenía o no los textos para producir semejante obra, pero yo prefiero quedarme con la imagen del intelectual que ante la adversidad no ceja en su esfuerzo y debe replantearse no sólo su situación en el mundo, al que observa de manera crítica, sino dar cuenta de su momento y de aquello que amenaza el tiempo precedente.


Imitar su tarea es nuestra tarea en este mundo que vemos adverso, cambiante, en una transformación constante. Hablar del antes y el después del Régimen que amenaza cada  región en la que vivimos.


Auerbach se entregó a la tarea titánica de reunir lo que le pareció debía salvarse para las generaciones futuras, ver en la Literatura cuáles habían sido las condiciones para que se irguiera de esa manera monstruosa el Nazismo y en medio de las noticias terribles y funestas de colegas y amigos que emigraban o morían asesinados por el Régimen, siguió adelante, como un sobreviviente y nos dejó este extraordinario legado que es Mimesis. Sin embargo, yo prefiero ir más allá y pensar en nuestros propios Mímesis, entendiendo la Literatura como un salvoconducto para las generaciones venideras.



Fabio Nahuel Lezcano



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