La memoria del montaje / El montaje de la memoria.
Correspondencia(s) entre Jonas Mekas y José Luis Guerín
| por Jesús Cortés

Correspondencia(s)

Palabras y cemento


El que debería ser el formato más cercano, lógico y amplio para la comunicación -y solía ser el más utilizado entre viejos o recién conocidos hasta que la tecnología trató de envejecerlo-, maleable y resistente a rectificaciones, acuerdos y desacuerdos, se convierte en el más incómodo y forzado cuando se pone en funcionamiento por iniciativa de terceros para exponerlo a la mirada de otros. Así, con palabras que eran ladrillos unidos solo a base de agua y arena, la correspondencia se vuelve, una vez expuesta, un mortero imposible de moldear.


Parece que a Jonas Mekas el cemento de la mirada nunca le ha preocupado demasiado. Su muy sensible material, contaminado conscientemente de todo lo que rodea a su circunstancia vital, como si de una gruesa capa se tratase (una forma de proteger la verdadera intimidad: no ocultar nada, dar una apariencia diáfana a todo), dice en realidad poco de él, de lo que piensa y cómo lo siente. Quizá no pueda haber cabalmente películas de Mekas sin el propio relato de Jonasacompañando o punteando lo filmado; esas notas a pie de página que lleva la literatura de ventaja al cine. Guerín aspira en cambio a expresarse completamente por medio del cine, a que no haya que suponer nada por quedar opaco pero sin negar el placer de la elucubración, el misterio, las encrucijadas con varias alternativas posibles, todas interesantes.


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Más que por una cuestión de edad, pues Jonas ha sido siempre así y José Luis no es ya ningún jovenzuelo, creo que esta salvedad responde a unas condiciones de obra. Obra, y no trabajo, porque agrupa los aspectos digamos pedestres o exteriores (financiación, medios de rodaje, distribución) con los que cualquier cineasta debe apañarse o de los que disfruta, y otros condicionantes puramente interiores (intenciones, perspectiva futura, apuntes acumulados entre proyectos, reflexión). Por mucho que se dieran parejos -y a veces ha ocurrido- los elementos del primer bloque para ambos, los del segundo nunca se parecerían demasiado.


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Filming, Filming, Taping, Taping


Contemplando el proyecto de José Luis Guerín para el Jeonju Digital Project en 2011, es decir, lo último que ha rodado, (Recuerdos de una mañana, que se completa con otros dos mediometrajes, como es habitual en este proyecto anual, en esta ocasión de Claire Denisy Jean-Marie Straub), se desmiente parcialmente la idea que lanza Jonas Mekas en la primera de su cartas, y que parece una invitación a distinguir humildemente su mirada de la de Guerín. El credo del lituano siempre ha sido registrar, fijar en la retina de la cámara cuanto sucede, no filmar o construir algo a partir de ello. Mirar y grabar a su alrededor, usando la cámara como una prolongación del brazo, no del ojo, frente a lo que desde que comenzó su carrera ha venido intentando casi siempre José Luis: componer encuadres, pensar el y en el cine, comprobar cómo este penetra en lo que se está grabando y cómo dialoga con lo finalmente obtenido.


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Desmentido y parcialmente reconducido, porque Guerín, en En construcción y en ese último trabajo suyo hasta la fecha -aún pendiente de estreno, si al final lo tiene-, se centra en lo que ocurre no ya en su ciudad sino en su barrio, frente a su ventana, a sus vecinos y conocidos, con la urgencia de aprehender, un poco en bruto, lo que aún quede vivo de la memoria. En este caso, de alguien que por voluntad propia, quizá por valentía o por cobardía, se suicidó, al que nadie conocía realmente pero que, a base de preguntar y hacer pensar al interrogado en cómo le afectó o cómo recuerda el suceso, queda recompuesto, dibujado para la posteridad. Es quizá el único método posible aproximativo y prospectivo de quien se adentra en un territorio que aún admite no conocer a fondo, a pesar de ser el mismo donde transcurre su vida doméstica. Pero bien podría haber sido de otra forma -mucho mejor rematada plásticamente, en primera persona más que en tercera, discursiva y altisonantemente- y por no serlo, ensancha, o debería hacerlo para cualquier espectador, el dominio del abanico de posibilidades habitualmente tanteadas por el catalán.


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En esta serie de cartas sin embargo, Guerín, se recrea en ese terreno que Mekas le adjudica; filma, procura pulir y estilizar (blanco y negro, formato ancho, DV nítido) y constantemente se retroalimenta de lo que Mekas graba (cuadrado, granulado, desenfocado o ladeado, sin cuidar mucho la forma...) según lo que acontece cerca suyo, sea significativo o no, buscando más su interés que el ajeno. Mekas no se guarda nada, o casi nada, y podría pensarse que concede igual valor a lo editado y a lo almacenado en una caja -que en cualquier momento puede salir a la luz-, sin que suela haber en su cine imágenes fugitivas ni robadas al entorno del que las extrae. Mientras, Guerín cava y soterra debajo de cada plano aquellos pensados en los periodos de inactividad que atraviesa; selecciona cómo expresarse, procurando ampliar el ángulo desde el que observa antes de dar forma a sus ideas; evoca, trata de conectar con su memoria llena de libros y películas, y nuca deja de hacerse preguntas.


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