Cinefilia escrita | por Mónica Jordan

El porqué, el para qué, el cómo


No creo en la semiótica cinematográfica ni tampoco en que el cine tenga o sea un “lenguaje”, y me irrita la subyugación a la que se le somete cuando se usan términos que son pertenecientes al estudio de otras artes. No creo que la crítica de cine pueda ser objetiva, ni siquiera cuando presume de ser periodística. Ya que estoy, no creo que sea un género periodístico sino mayormente literario, y, como tal, prefiero un texto bien escrito que uno que se olvida de las formas y la creatividad porque presume de llegar-al-público-al-usar-lenguaje-coloquial…, quizás se deba a que no olvido que el coloquialismo y el alcance no están reñidos con las bondades de una buena redacción. Me incomoda no detectar rasgos humanos tras las palabras que leo, como detesto el exceso de ombliguismo y la sobreutilización del “yo” cuando esconde falta de discurso, aunque tampoco me asusta evidenciar mi subjetividad para dejar ver quién soy. No aguanto las perífrasis que se creen poesía, pero tampoco el raquitismo que se cree veraz. Entiendo la necesidad de tener un discurso global que aplicar a los escritos, pero odio que sea tan evidente que cualquier filme sea usado como excusa instrumental para crear política. No creo que el cine sea un arte menor, como tampoco concibo que hayan películas menores, solo existe la no-conexión entre espectador y filme. Aún no sé si adoro a Zack Snyder o le detesto, y sé que me aburren sus películas como me pueden aburrir las de Kiarostami, pero hace tiempo que dejé de permitirme medir el cine por el aburrimiento o entretenimiento generado. Creo que la escritura cinematográfica debe ir dando paso a la expresión audiovisual para reflexionar del cine, aunque ese proceso me asusta y me parece lejano en el tiempo. Escribo porque sólo así acabo entendiendo qué me ha quedado de una película, y porque en el proceso descubro interpretaciones, pistas o conexiones que de otra forma no hallaría. Escribo para entender, busco entender para disfrutar, quiero disfrutar para transmitir…


Esos son algunos apuntes sobre mi cinefilia escrita, y es que creo que todo escritor cinematográfico (y wannabes varios) debemos pasar en algún momento el proceso de preguntarnos el porqué, el cómo y el para qué de nuestro tiempo dedicado a esto, procurando ir más allá del reducido y facebookiano “me gusta”. Siendo una actividad mayormente vocacional y derivada de las letras, toda teoría relacionada con el enriquecimiento monetario queda rápidamente disipada, pero no por ello la escritura cinematográfica tiene pocos pretendientes, sino al contrario. Así, el crecimiento de webs y blogs dedicados al cine en España ha aumentado considerablemente en los últimos años y esos sitios han ido dando cobijo a una nueva cinefilia, la 2.0., entre la que nos encontramos buena parte de los redactores de Détour, cada uno desde su ciudad, desde su particular sensibilidad y su forma de expresarse. De hecho, no resulta baladí que la propuesta de escribir este texto llegara a consecuencia de un comentario publicado en mi Facebook, en el que hacía pública la sospecha de que no hay espacio para tanta revista cinematográfica en la red. No resulta baladí, decía, porque es a través de la red de redes y sus diversas aplicaciones (e-mails, messengers, facebooks, twitters, blogs, foros…) como esta incipiente nueva-nueva cinefilia nace, crece, se reproduce y ¿muere? en su intento de abrazar la escritura cinematográfica (véase la tendencia entre sus miembros de evitar el concepto de “crítica o crítico de cine”), la creación de discursos teóricos y la generación de nuevos cánones para incluir a los cineastas de su generación y a los olvidados de la anterior. La distancia horaria y espacial no es ya un problema para la comunicación entre personas de inquietudes similares, pues heredamos el ipso facto de las circunstancias en las que vivimos y nos es fácil evitar todo tipo de fronteras para lograr hacer lo que más nos gusta: hablar, escribir, ver, discutir, vivir (y malvivir) con y del cine. De esta manera, las nuevas tecnologías (que ya no lo son tanto ante la rapidez con la que todo envejece en unos tiempos en los que, paradójicamente, somos tildados de perpetuos adolescentes) son el medio de relación y juegan el papel que antaño tuvieron los cineclubs e incluso los videoclubs (parroquia de la generación Movie Mutations).


Así pues, teniendo un amplio campo de trabajo (aun siendo un arte joven, la ilusión de abarcar toda la historia del cine hace tiempo que dejó de ser un sueño para ser una utopía) y un sinfín de posibilidades para leer, visionar, reflexionar y escribir sobre cine, la cinefilia 2.0 debería(mos) trabajar en la amplitud horizontal del fenómeno (cubriendo todos los frentes) y en la profundidad (la especialización en un tipo de cine, un acercamiento concreto, una propuesta de expresión alternativa…). Sin embargo, en las revistas online surgidas en los últimos años (que substituyen a otras de las que heredan tales males endogámicos) abunda la repetición de temas e incluso de firmas, evidenciando que, ante la magnitud de internet, no somos capaces de buscar caminos realmente alternativos y acabamos por caer en un imaginario común que busca la diferenciación en detalles (desde el soporte, la periodicidad, el localismo, el diseño o la utilización de los formatos audiovisuales) sin apenas considerar si los contenidos (temas, autores, películas, puntos de vista) son originales o meros reciclajes.


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Teorema | Pier Paolo PasoliniEstado de situación


Actualmente, y centrándonos en lo que respecta a España, encontramos en la red un buen número de revistas, webs y blogs dedicados al cine, si bien la mayoría de ellos están centrados casi exclusivamente en la opinión sesgada y con epicentro en la actualidad marcada por distribuidoras y exhibidoras. Aunque en el debate de la crítica online existe la sorprendente tendencia a eludir la presencia de todos esos sitios (Blog de cine, Mundo cine, Las horas perdidas) por considerarlos otro de los brazos del mercantilismo, no debemos olvidar que, junto a la crítica en medios generalistas, responden al concepto que la mayoría del público tiene de los escritos cinematográficos: un texto que ayudará a decidir al lector si pagar su entrada de cine o no. Sin embargo, cuando se insta a hablar de la Crítica Online el cerco se ciñe a revistas que buscan reflexionar a través de sus escritos, así como a crear un corpus del cine que merece ser dado a conocer, y en ese círculo encontramos (aunque algunas ya casi desaparecidas) a Miradas de Cine, Contrapicado, Letras de Cine, Tren de Sombras, Blogs & Docs, Pasadizo, Shangri-la, Transit, Lumière…, entre otras nacidas en los últimos meses como la misma Détour (o Cineuá, en la que también colaboro).


Más allá de las diferencias obvias con respecto al tipo de cine tratado y a la aproximación que tienen hacia el cine, la diferencia base entre los primeros y los segundos radica en el público al que se dirigen. El del primero, mucho más amplio, infiel y ocasional, busca el consumismo rápido y fácil, un indicador (con estrellitas mejor) de si un filme vale o no la pena, y la posibilidad de dejar un comentario para expresar la opinión sobre la película sin necesidad de haber leído el texto. Las protagonistas son, casi siempre, las películas (de cartelera) o los futuros estrenos, nunca (o rara vez) la reflexión del escritor y, mucho menos, el autor del texto en sí mismo. Tampoco el cine como arte a tratar de manera diacrónica, sino siempre sincrónica. El público del segundo grupo, en cambio, es mucho más reducido y fiel, aguarda con paciencia la periodicidad de sus revistas de cine (normalmente mensual o bimestral, aunque se desaproveche con ello las posibilidades que ofrece internet con respecto a la periodicidad constante) y no sólo suele conocer las películas y directores de los que se habla sino que ha leído ya sobre ellos, además de saber filias y fobias de los redactores de cada uno de los medios. Supongo que no es necesario decir que el público de estos medios es, al mismo tiempo, prácticamente el mismo grueso de personas que escribe en ellos, por eso esa (falsa) “especialización” del lector.


Los 2.0


Mientras el primer grupo llega a un público mucho más amplio y consigue una influencia mayor en número a la vez que menor en profundidad, los del segundo cierran sobre sí mismos (perdón por excluirme, es puro pragmatismo textual y no una supuesta falta de conciencia sobre mi posicionamiento), creando no sólo guetos críticos sino convirtiendo a la Crítica en uno. De hecho, me siento francamente tentada a sugerir a todo aquel que esté leyendo esto (y no escriba en algún medio sobre cine), que me envíe un correo para comprobar que los únicos lectores de este artículo son del tipo que indico. Y es que los que formamos ese gueto acabamos por conocernos, retroalimentarnos, querernos y odiarnos como quieres y odias a tus compañeros de clase en el colegio. Compartimos pasiones, pero discrepamos en matices. Aun así, nos seguimos, tenemos amigos en común, nos saludamos en los festivales (los puntos de encuentro) e intercambiamos correos. Aplicar el Oráculo de Bacon a la Cinefilia 2.0 permitiría reducir los nexos a 1.


No es de extrañar, pues, que, al compartir tanto, acabemos dando vueltas sobre los mismos epicentros. Hablar de Eugène Green ya no es minoritario… En el último FICXixón todo el mundo parecía conocerle perfectamente cuando, a la hora de la verdad y después de haber preguntado de manera individual a quienes he tenido la ocasión, apenas un par de personas habían siquiera oído hablar de él antes de la retrospectiva que se le dedicó. Compartimos experiencias, compartimos enseñanza, compartimos comentarios, compartimos descargas. Somos una cadena de producción alternativa al primer grupo de cinefilia, pero dentro de nuestra estirpe somos al fin y al cabo productos artesanales, copias los unos de los otros con ligeras modificaciones. Y con un mismo miedo: debemos saberlo todo, y si no aparentarlo.


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Ese es el verdadero talón de Aquiles de la Cinefilia 2.0: no sabemos decir “no lo sé”, ergo nos pueden las dudas. Siempre que tengamos un acceso a internet cercano (con los móviles es ya una constante), podemos evitar enfrentarnos a nuestras limitaciones y en un click cubrir el vacío con una pátina de conocimiento wikipédico. Por lo tanto, muchos de los debates son a urgidos para no destapar la poca profundidad de nuestros conocimientos (y los del prójimo). Somos la generación española con más acceso a la universidad y, heredado de esa supuesta sapiencia, somos los que más miedo tenemos a demostrar la fallida del sistema educativo. Así pues, ese miedo a reconocer las limitaciones y la rapidez con la que se mueve el mundo generan una constante entre los 2.0: el Síndrome de Diógenes informativo, que nos permite decir “sé de lo que me hablas” cuando quizás ni si quiera se ha visto la película. Esas prisas y ese ansia crean una inseguridad (acallada) muy al estilo de la burbuja económica, pues la energía invertida en aparentar que se sabe (leer en diagonal, ver sin reflexionar, parafrasear en un discurso lo que se ha leído o escuchado como si fuera propio) crea una enorme diferencia entre lo que se supone que uno es y lo que realmente se es. ¿Tenemos los mecanismos para salvar esa distancia? No lo sé, pero estamos en una crisis financiera derivada de una burbuja creada por la codicia y la falta de responsabilidad hacia los propios actos, por el no-cuestionamiento de estos. Somos hijos de nuestro tiempo.


Cinefilia especializada y profesional


Decía antes que, en mi caso, la escritura es un mecanismo para entender. Funciona para ordenar ideas, jugar con ellas, pensarlas, conectarlas, darles volumen… Es un juego que lleva tiempo, pero es fruto de uno mismo y el resultado, por descabellado que sea a veces, dice mucho de quiénes somos. Este texto me ha llevado dos meses de cavilaciones, y quizás no sea ni lo mejor que he escrito ni lo mejor que hay en este número de Détour, pero sí ha permitido que madure una serie de ideas. Como le decía hace no mucho a una amiga muy querida (de esas que leerán este texto porque también escribe de cine): hay que dudar de las certezas. En permitirnos la duda está el avance a paso firme, no en la construcción de un fuero que oculta la realidad. Por eso, todo aquello que escribí en el primer párrafo de este texto, lo pondré en duda el día de mañana.


En el pasado FICXixón 2010, ante el lamento de uno de sus compañeros porque algunos de sus colegas profesionales no habían acudido al festival, Eulàlia Iglesias (Cahiers du cinéma. España) -señalando al grupo que formábamos los veinteañeros de la cinefilia 2.0- acertó a decir: “unos dejan de venir y otros empiezan a llegar”. En aquella situación se hizo evidente para mí una suerte de sentimiento generacional, de pertenencia. Con los ojos puestos en un utópico espacio en las revistas especializadas profesionales del sector, muchos de los que escribimos en Internet olvidamos con frecuencia que hacerse un hueco en primera línea conlleva varios sacrificios a los que no estamos acostumbrados y, en algunos casos, tampoco dispuestos a aceptar.


Decir que escribimos en Internet porque no tenemos sitio en la prensa escrita es, como poco, un argumento deleznable. Posiblemente ese fuera el inicio de todo, usar este medio -el nuestro- para madurar con él, como laboratorio de experimentos en el que aprovechar la interconexión con nuestros semejantes y llegar así a crearnos un ambiente cómodo de trabajo. Pero hay muchas más razones por las que escribir en medios online es ya un ideal: aquí se nos permite llevar nuestro proceso de maduración cada cual a su ritmo; existen las segundas oportunidades, las propuestas descartables y las sugerencias aceptadas; la colaboración con otros lugares, con otras gentes; los trabajos conjuntos, entre colaboradores y entre revistas; no sufrimos vetos, no nos añaden ni quitan adjetivos, no nos modifican pareceres aunque sí nos ayudamos a mejorar nuestros textos; todo límite (de espacio, de tiempo) es negociable y evitable; se puede hablar de lo que uno quiera, como quiera, siempre que quiera; e incluso, a menudo, podemos saltarnos las reglas. ¿Cuán frustrante sería llegar a un medio en que todo eso se pone en cuarentena?


Si aceptamos que nadie se hace rico con la escritura cinematográfica, ¿qué necesidad hay de sacrificar todo esto para llegar, además, a un público similar al que puede leernos en Internet? La remuneración sería el único aparte del tema, pero quizás una salida alternativa sería romper con el mayor mal de este mundillo: la endogamia. La unión no pasa por unificar fuerzas para crear un único sitio web en el que concentrar las fuerzas, sino en abrir espacios y crear la necesidad, es decir, copiar el estilo de la compañía Apple, que es capaz de hacer creer a un montón de gente que necesita un IPad.


La mayoría de nosotros mira de hacerse un hueco en la prensa especializada, pero el espacio dedicado al cine en los medios de comunicación generalistas se ha ido reduciendo de manera considerable en parte por la distancia ganada entre público y especialista. Actualmente quedan para el cine pequeños espacios en publicaciones y programas radiofónicos dedicados a la cultura general... El auténtico cambio llegaría al conseguir ampliar y multiplicar esos espacios para alcanzar a un público que, sin ser necesariamente cinéfago (una característica más propia del usuario de Internet), sí quiere disfrutar de una incipiente cinefilia. Hablo de periódicos, revistas locales y radios que no sean especialistas en cine, pero también de escuelas e institutos. Llevar la reflexión a los lugares en los que esta no existe, siguiendo las mismas reglas que nos llevan a escribir en Internet, la libertad y la pasión. El cambio consiste en ampliar el público del cine y de la escritura cinematográfica, no en darnos por vencidos y abrazar Románticamente la idea del gueto. Entre renovar, morir o adaptarnos, seamos optimistas.


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