Sexo, drogas y Rock & Roll. Esta mítica frase sesentera popularizada por los Sex Pistols, precursores junto a The Ramones de la música y el estilo de vida punk, bien pudiera resumir el argumento de la mayoría de películas y espacios televisivos que toman la Juventud como eje temático. Una juventud desenfrenada, sin disciplina, alérgica al trabajo y al compromiso.
Poco se habla de la otra cara de la moneda, menos mediática, de esta etapa vital. Una juventud inmensamente alejada de los Ni-nis que acaparan titulares y Reality Shows, esos jóvenes que ni estudian ni trabajan, ni quieren hacerlo. Nos referimos a aquella generación protagonizada por veinteañeros sobrecapacitados, con varias carreras e idiomas, y que no trabajan porque la elevada tasa de desempleo juvenil se lo impide, no porque quieran quemar sus años de lozanía sin asumir responsabilidades. Muchos ocupan su tiempo libre en seguir engordando su formación y sus currículums con becas o prácticas mal pagadas, o sin ni si quiera remunerar; otros tantos prueban suerte en el extranjero; y los más atrevidos emprenden sus propios negocios, opción no apta para todos los bolsillos.
Hay quienes, como Jonás Trueba, ruedan películas; lugares donde buscarse a sí mismos y en los que plasmar la realidad que les rodea despojada de estereotipos: “Normalmente se ve más a la juventud como rabiosamente joven, como en las películas A tres metros sobre el cielo o Barrio, tiene que haber una coartada; que sean pobres, gilipollas, que follen mucho o que se droguen mucho... Aquí como no hay nada de eso... En todo caso representará a otro sector.”. Jonás habla de Los Ilusos, su segunda película. Un filme rodado en blanco y negro con celuloide de 16 mm caducado, en el que sus amigos son los protagonistas, interpretando personajes de ficción no tan ficticios.
Los ilusos son jóvenes que rondan la treintena en búsqueda del provechoso futuro que les prometieron cuando eran niños. Se trata de una película construida a base de tiempos muertos, esos periodos vitales en los que la espera protagoniza el día a día y se torna en cotidianidad. La acción, o la no-acción (ya que Los Ilusos tiene más de compilación de retazos de vida que de historia narrativa al uso), transcurre entre reuniones de amigos caseras, librerías de segunda mano, videoclubs, paseos sin rumbo y salas de cine. De fondo, un Madrid anacrónico y analógico que bien pudiera pasar por el París de los años cincuenta. Serán los diálogos entre sus personajes los que nos devuelvan al presente, abordando temas como el desempleo o el fin del celuloide.
Repleta de referencias literarias y cinematográficas pertenecientes al background cultural y vital de su autor, Trueba se resiste a admitir que se trata de una película autobiográfica o de un retrato generacional, pero afirma que refleja una crisis personal y profesional circunstancial. No obstante, resulta evidente la transposición entre el director y su personaje protagonista, León, un joven estudioso del cine obsesionado por retratar las historias que le rodean en su propia película; trasvase que ya se vislumbraba, aunque no de manera tan explícita, en su ópera prima Todas las canciones hablan de mí y que resulta tímidamente comparable al tándem Truffaut-Doinel de Los 400 golpes o El amor en Fuga.
Está inscripción del “yo” que encontramos sutilmente en Los Ilusos y que se podría definir como el reflejo de la mirada del cineasta en la mirada de un personaje de ficción, interpretado o no por el propio autor pero intensamente mimetizado con este, se ha consolidado en los últimos cinco años como práctica fílmica entre varios directores noveles, cuyas primeras obras presentan una fuerte base autobiográfica disfrazada de ficción.
Xavier Dolan: L’enfant terrible
Guionista, director, productor e intérprete, Xavier Dolan, cineasta canadiense de tan solo 24 años de edad y con tres películas en su haber, reconoce el carácter autobiográfico de su primera obra Yo he matado a mi madre; filme que le otorgó el calificativo de enfant terrible al ganar con 19 años tres premios en la Quincena de realizadores de Cannes. “Se trata de una obra autobiográfica en cierta manera, pero no del todo. Hemos añadido un montón de cosas, no es tan solo la vida real”, confesó Dolan al medio canadiense The Globe and Mail tras triunfar en el festival francés.
J’ai tué ma mère, título original de la película, narra la tormentosa relación de amor-odio entre Hubert, un adolescente homosexual interpretado por el propio director (mímesis plena entre personaje y autor), y su sobreprotectotra y excéntrica madre. Alejada de la sobriedad formal y la economización de recursos técnicos presente en Los Ilusos, la ópera prima de Dolan esboza el barroquismo estilístico que caracterizará a sus posteriores películas Les amours imaginaires y Laurence Anyways. Basadas también en experiencias propias del director, quien asegura que todas sus obras son autobiográficas o personales y que se niega a hablar sobre aquello que desconoce o no domina. Así pues, disfrazadas con colores estridentes, poperos hits musicales, y acompañadas del empleo de la cámara lenta y de fenómenos meteorológicos como metáfora de estados anímicos; se encuentran las inquietudes, dudas, inseguridades y experiencias de este cineasta que muchos críticos encumbran como adalid cinematográfico de la generación hipster.
No obstante, las obras de Trueba y Dolan poseen más rasgos comunes de los que pudieran observarse a simple vista. En ambos filmes, los medios de comunicación apenas tienen relevancia, los ordenadores se sustituyen por libros y los teléfonos móviles únicamente aparecen en escena para establecer una comunicación relevante en el devenir de la trama, ni rastro de Whatsapp, Apple ni pantallas de plasma, entre otros dispositivos de última generación. El joven cineasta canadiense, encargado también del vestuario y la dirección artística de sus producciones, viste a sus personajes con trajes extemporáneos y sitúa la acción en lugares atemporales, consiguiendo de esta manera el efecto anacrónico que Trueba obtiene en Los Ilusos a partir del blanco y negro, los créditos que anuncian cada episodio de la trama y el celuloide rasgado con el que rueda. Además, ambos directores comparten la pasión por la literatura y la cita, característica propia de la posmodernidad, movimiento cultural y estilo de vida contemporáneo que exalta el pastiche, la hibridación de géneros y el eclecticismo.
¿Pueden, entonces, dos películas tan aparentemente atemporales como Los Ilusos y J’ai tué ma mère concebirse como retratos generacionales del presente? La respuesta la encontramos dentro de la película de Dolan, en una carta en la que la profesora Julie Cloutier escribe a Hubert: “Nadas en aguas turbulentas con la rabia de la era moderna, pero con la frágil poesía de otro tiempo”.
El cine terapéutico de Donzelli
Una de las autoficciones contemporáneas más aplaudidas por público y crítica fue la francesa Declaración de Guerra, dirigida por Valérie Donzelli, quien también asume el papel protagonista y la escritura del guion junto a su expareja Jérémie Elkaïm. Ambos narran e interpretan su propia historia. La historia de unos jóvenes burgueses que se enfrentan a la paternidad por primera vez y a la posterior enfermedad de su hijo recién nacido. “Pensamos que la historia que habíamos vivido juntos era una materia prima interesante para plantearla como una película de acción”, declaró Donzelli a Fotogramas con motivo del estreno del filme en las salas (escasas) españolas. Han leído bien, en contra de lo que podría deducirse de su sinopsis, Declaración de guerra es una película de acción, un musical, un romance y una comedia, todo al mismo tiempo y magistralmente cohesionado.
Esta mezcla de géneros alcanza su cenit en la escena en que se confirma que Adán tiene un tumor cerebral. La secuencia se inicia de forma cómica con un plano de Roméo, padre del niño, pintando las paredes de su nueva casa en compañía de un amigo y al son de La fac de lettres. En montaje paralelo, se muestra a una acelerada Juliette, madre del pequeño, rumbo al hospital de Marsella en el que diagnosticarán a su hijo. La sensual voz de Jacqueline Taieb dará paso a los acordes distorsionados del inicio de Break ya, canción interpretada por Yuksek que acompaña la frenética y extática carrera de Juliette por los pasillos del hospital tras dejar a su hijo en observación. “Tiene un tumor cerebral”, le informa el doctor. Es entonces cuando el Invierno de Vivaldi entra en escena y desencadena el momento más dramático del filme: las descorazonadoras reacciones de Roméo y de los abuelos de Adán ante la mala noticia. La secuencia se cierra con pasaje musical protagonizado por la pareja protagonista en la que se declaran su amor en la distancia a través de la canción compuesta ad hoc, Ton grain de beuté. A partir de este momento, la trama desplaza a Adán a un segundo plano para centrarse en la relación entre Roméo y Juliette, actuando dicha secuencia como punto de inflexión argumental.
En el film de Donzelli, como en la guerra, todo vale: planos estáticos, voz en off, cámara en mano, humor negro, romanticismo, montaje videoclipero, fundidos a negro, slow motion. Todos los recursos estilísticos son bienvenidos siempre que contribuyan a generar la cambiante atmósfera interior que acompaña a los personajes. Si el espectador asume dicho axioma desde el inicio, Declaración de guerra se convierte en una auténtica montaña rusa de sensaciones; una película fresca, libre y rebosante de vitalidad.
Esta nueva ola del cine autobiográfico, cuyos géneros más tradicionales hasta el momento eran el diario filmado y el cine-ensayo al más puro estilo Berliner o Mekas, emplea la ficción con una doble finalidad: como coraza a la catarsis de sus creadores y como herramienta para transformar lo íntimo en universal y poder llegar así más fácilmente al público. No obstante, se trata de películas aún en los márgenes y con escasa distribución que encuentran su lugar en festivales y circuitos institucionales. Tanto es así, que los das dos primeras obras de Dolan nunca fueron exhibidas en España pese a haber cosechado multitud de premios a nivel internacional. Más suerte tuvieron Los Ilusos de Jonás Trueba con 15 pases en Cineteca Madrid y diversos bolos a lo largo de la geografía española. Declaración de guerra, por su parte, fue modestamente acogida en salas dedicadas al cine de autor como los Renoir o los Golem.
Tres jóvenes cineastas: Jonás Trueba, Xavier Dolan y Valérie Donzelli. Tres nacionalidades diferentes: España, Canadá y Francia. Un mismo fin: utilizar el cine como terapia a través de la transmutación de experiencias y sentimientos propios en imágenes e historias de ficción o semificción. ¿El resultado? Tres retratos de una generación de jóvenes que hasta el momento no había encontrado un espejo mediático en el que mirarse y reconocerse.
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