“Neurosis, of one kind and another, is stamped on almost every word he writes, both neurosis and a kind of fierce health. Perhaps his tragedy is that he is the only normal writer left on earth and it is this that adds to his isolation and so to his sense of guilt.”
De Hear Us O Lord heaven thy dwelling place (1962)
“[…] ¿qué belleza puede compararse a la de una cantina en las primeras horas de la mañana? ¿Tus volcanes allá afuera? ¿Tus estrellas?... ¿Ras Algethi? ¿Antares enfurecida en el sur sudeste? Perdóname, pero no. No son tan hermosas como por fuerza lo es esta cantina que –decadencia de mi parte- acaso no sea propiamente una cantina; pero piensa en todas aquellas terribles cantinas en donde enloquece la gente, las cantinas que pronto estarán alzando sus persianas, porque ni las mismas puertas del cielo que se abrieran de par en par para recibirme podrían llenarme de un gozo celestial tan complejo y desesperanzado como el que me produce la persiana de acero que se enrolla con estruendo, como el que me dan las puertas sin candado que giran en sus goznes para admitir a aquellos cuyas almas se estremecen con las bebidas que llevan con mano trémula hasta sus labios. Todos los misterios, todas las esperanzas, todos los desengaños, sí, todos los desastres existen aquí, detrás de esas puertas que se mecen. Y, a propósito, ¿ves aquella anciana de Tarasco sentada en el rincón? Antes no podías, pero ¿la ves ahora? –preguntaban los ojos del Cónsul mientras recorrían en torno suyo con la lucidez estupefacta y extraviada de un enamorado-, ¿cómo esperas comprender, a menos de que bebas como yo, la hermosura de una anciana de Tarasco que juega al dominó a las siete de la mañana?”.
De Bajo el volcán (1947). Traducción de Raúl Ortiz.
La obra de Malcolm Lowry se vio siempre acechada por una especie de conspiración cósmica. Por algo sería. Ultramarina, el romance conradiano con el que inauguró su carrera de novelista, desapareció del coche de su editor cuando este se ausentó por unos instantes. Queda por saber lo que haría el ladrón con tan peculiar botín y cómo llegó finalmente el manuscrito a la imprenta, porque las versiones al respecto son contradictorias. Según Margerie Bonner, segunda esposa del escritor, el propio Lowry reconoció que había dado por perdido el libro, pues había tirado o roto todas las versiones anteriores y no había guardado copia del texto definitivo ni de las notas que le habían servido de apoyo. Su colega Conrad Aiken afirmaba, sin embargo, que tenía un original en su casa y que Lowry lo sabía. Y Martin Case se vanagloriaba por su parte de haber sido el salvador de la obra: “¿Sabía usted que fui yo quien rescató Ultramarina de la papelera?”, le dijo a Margerie cuando se conocieron en Londres. En cualquiera de los casos, el libro vio por fin la luz en esa misma ciudad en el año 1933.
Peor suerte corrió En lastre hacia el Mar Blanco (1), que quedó reducida a cenizas cuando la cabaña que Margerie y Malcolm compartían en Dollarton (Columbia Británica) se prendió fuego. Y gracias a la resolución de la primera no ocurrió lo propio con el que sería el trabajo más logrado y conocido de Lowry: Bajo el volcán. Lo cierto es que el libro había sufrido una singladura tan procelosa que merecía salvarse. Al parecer, Lowry se había olvidado el primer borrador en un bar cualquiera y de él nunca más se supo. En 1940 envió una primera propuesta de edición al que a la sazón era su agente, Harold Matson. Pero después de que una docena de editores rechazase el manuscrito, Matson se lo devolvió a su autor. Aquello resultaba impublicable. Así que el bueno de Malcolm se pasó los cinco años siguientes escribiendo y rescribiendo el texto, densificándolo con contenidos míticos y referencias esotéricas, en buena parte bajo el influjo de Charles Stansfield-Jones, un cabalista discípulo de Aleister Crowley, y al fin consiguió que Jonathan Cape, que también se había hecho cargo de Ultramarina, lo editase en 1947. Para entonces, habían pasado diez años desde que Lowry se pusiera manos a la obra.
Por las mismas fechas, Lowry pasó a limpio su última producción poética y se la envió a Albert Erksine, su contacto en la editorial Random. El libro, que habría de llamarse Wild Bleeding Hearts, anduvo peregrinando por varias casas editoriales, pero al final no encontró acomodo en ninguna. Igual había pasado con The Lighthouse Invites the Storm apenas ocho años antes. Con respecto a Oscuro como la tumba donde yace mi amigo, no es que al autor se le perdiese la obra, sino a la inversa. Aquí fue Lowry el que se extravío para siempre. La noche del 26 al 27 de junio de 1957 engulló un puñado excesivo –como todo en él- de pastillas para dormir y no volvió a despertarse. Conforme a otra versión algo más truculenta, acabó ahogado en su propio vómito. “Luego fueron dejando atrás el estado de Oaxaca y también, en la oscura iglesia de la Virgen de quienes a nadie tienen, una vela ardiendo…”. El libro concluye así, con una vela prendida en el altar de la Iglesia de los Desheredados y unos melancólicos puntos suspensivos.
Malcolm Lowry era borracho, viajero y marinero. No sé muy bien en qué orden. Su padre, Arthur Lowry, era un rico comerciante de algodón que poseía plantaciones en Egipto, Perú y Texas, pero por línea materna descendía de lobos de mar de la lejana Noruega. Bastó añadir la lectura de Conrad, O’Neill y algunos otros para que al joven Malcolm se le despertase el deseo de aventuras. Así que, en 1927, tras acabar sus estudios de secundaria en Leys (Cambridge) pide a su padre que le permita hacerse a la mar antes de comenzar en la Universidad. Mister Lowry no sólo consiente en la propuesta de su hijo, sino que además lo conduce hasta el puerto en la limusina familiar, algo que –como reconoce su futura esposa Margery- no contribuiría en absoluto a que Malcolm se ganase las simpatías de la tripulación. Sea como fuere, Lowry pasó los seis meses siguientes –de mayo a octubre- a bordo del carguero S. S. Pyrrhus, que lo llevó a tierras y mares del Extremo Oriente y en el que empezó a tomar notas para lo que sería su primera novela, Ultramarina. Más o menos en sus páginas centrales puede leerse la siguiente invocación: “Oh, Dios, Dios, ¡si la vida en el mar fuera siempre así! ¡Ojalá todo fuera mar abierto, viento galopando eternamente por la sangre, el mar y las estrellas!” No hace falta añadir más.
Las ansias viajeras no se le calmaron, sin embargo, con el paso de los años. Lowry no dejó de moverse en toda su vida. Ni de beber. Debió de sentar el culo en centenares de taburetes de otros tantos bares, cantinas y tabernas de una decena de países. Nacido inglés, acabó su vida como canadiense, pero muriendo en Inglaterra. Vivió en Londres y en París hasta mediados de la década de 1930, después viajó en compañía de Conrad Aiken a España, donde ya se ensayaban los primeros compases de la Guerra Civil. Allí conoció a la escritora estadounidense Jan Gabriel, con la que se casó en el 34. Al año siguiente, se mudaron a los Estados Unidos y poco después, tras una enigmática estancia de Lowry en el Hospital Psiquiátrico de Bellevue (Nueva York), pusieron rumbo al sur. Fueron a parar a Cuernavaca, a la sombra del imponente volcán Popocatépetl, símbolo terrible de las fuerzas telúricas primordiales y custodio de las andanzas beodas del excónsul británico Geoffrey Firmin en Under the Volcano. Cuando la pareja abandonó México, el matrimonio hacía aguas por los cuatro costados. Algo más tarde, Lowry conocería a la también escritora Margerie Bonner, con la que estaría casado hasta el día de su muerte.
Bajo el volcán es, en efecto, una transposición entre alucinada y luciferina de la primera estancia de Lowry en México. La de Yvonne es la máscara que Jan viste para el Día de los Muertos de 1938; y, desde luego, no es difícil descubrir en el otro extremo de la afilada perilla del Cónsul al propio Lowry. Firmin carga por la calle Nicaragua las culpas podridas de este último, su resentimiento y sus adicciones, la fiebre dipsomaniaca de Malcolm. El matrimonio de unos y de otros reventó porque tenía que reventar. La botella, ya se sabe, es una amante que exige dedicación plena de sus enamorados, y hay pocas mujeres dispuestas a soportar que sus hombres se pasen la vida con los labios pegados a la boca de otra. Jan lo recordaría años después. Los enfrentamientos eran continuos, la convivencia insufrible, Malcolm se lo bebía absolutamente todo. “Le había tirado –confiesa en Inside the Volcano (2000)- el alcohol con el que solía masajearle la espalda, así que engulló el contenido de una botella que pensaba estaba llena de tónico capilar, pero que Josefina había rellenado con aceite de cocina […]”. En la novela, Yvonne acaba abandonando a Geoff; en eso que se llama ‘vida real’ las cosas no irían mucho mejor: el fin de la pareja y el del viaje a tierras mexicanas terminarían por coincidir.
Así que se dejaron y abandonaron México. O a la inversa. Después llegó Margerie, que ya no lo abandonaría, los Estados Unidos, Hollywood, donde trabajó como guionista, la cabaña en Dollarton, que Lowry levantó con sus propias manos, el breve retorno a la tierra de los zapotecas en el año 45, que lo abastecería con material para Dark as the grave…w, pero dondequiera que fuese Malcolm iba acompañado de sus demonios de borracho irredimible. El alcohólico que aspira a escritor conoce bien esta contradicción infernal: no hay literatura sin bebida, pero estar todo el puto día curdela tampoco facilita las cosas. Son también años de embriaguez perpetua y de escritura compulsiva. Lowry proyecta escribir una Divina Comedia contemporánea –‘a drunken Divine Comedy, dirá él-, cuyo Purgatorio sería Bajo el volcán y a la que pretendía dar el título genérico de The Voyage That Never Ends. Pero la triste verdad es que del Purgatorio nunca salió y el proyecto, como tantos otros, quedó abortado en sus comienzos. La obsesiva reescritura de la primera entrega y de otros manuscritos que dejará sin concluir y las continuas entradas y salidas de diversos hospitales lo mantendrán ocupado hasta el final. Cuando después de muchos penares consiga publicar su libro, la respuesta del público será irregular: en Estados Unidos consigue mantenerse brevemente en una lista de los más vendidos; en Francia, país en el que por esas fechas prospera el existencialismo, se convierte en un clásico casi de inmediato; en Canadá, sin embargo y según reconoció Lowry, sólo se vendería un par de ejemplares.
Malcolm Lowry
Late of the Bowery
His prose was flowery
And often glowery
He lived, nightly, and drank, daily,
And died playing the ukelele.
(Epitaph)
Notas
(1) Finalmente, acabó por aparecer y fue editado incluso en nuestro país con el nombre de Rumbo hacia el mar blanco. (NdE)