Roland Topor


Roland Topor

Roland Topor nació un 7 de enero de 1938. Debió intuir que su vida sería corta porque la vivió con intensidad. Hizo de todo y todo lo hizo bien y, además, se lo pasó estupendamente. Como no era egoísta, compartía una risa contagiosa y una visión irreverente del mundo con los demás. Sí, podemos decirlo. Hemos sido muy felices con Topor. Es más: somos muy felices con él. Siempre conservó ese aire de niño impertinente, tocado de adulto perverso y cocinero caníbal. Alguno diría: era un rompepelotas. Nada más cierto y más justo y que le causara mayor placer. Nada más necesario, además. Antes, ahora. Pudo decir que vivió en el momento exacto: para que no lo quemaran en alguna plaza y para no ser apaleado en alguna esquina de una red social. La publicación de sus obras por Pepitas nos devuelve a este autor total: dibujante, escritor, dramaturgo, hombre de cine, patafísico y pánico. Como poco. Si hubiese nacido en el Renacimiento hubiera sido Miguel Ángel y el Papa. A la vez. Y todos los santos y demonios.

Hace un tiempo, ya publicamos un texto en Détour sobre la risa de Roland Topor. Su autor era Diego Luis Sanromán, precisamente su traductor de ahora. Los relatos de El par de senos más bello del mundo, primera entrega de su Biblioteca, nos brindaba una oportunidad excelente para volver a encontrarnos con él. De modo que nos pusimos a conversar...

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Escribía a propósito del libro de Topor que tengo la sensación de que cada relato suyo corresponde a una ilustración (y solo una) y cada ilustración suya contiene en sí misma un relato (y solo uno). Pienso que hay una profunda relación entre sus dibujos y sus historias…

Sin duda, existe una continuidad –de orden temático, por ejemplo- entre las imágenes y los textos de Topor, pero la misma naturaleza de cada medio los hace difícilmente intercambiables. La narrativa impone exigencias que el dibujo o la pintura parece que pueden eludir, como la consistencia lógica y gramatical de las frases y los párrafos o la coherencia argumental del relato. Uno puede perseguir el absurdo, la abstracción y el sinsentido todo lo que quiera, pero al final el lenguaje y los códigos narrativos asumidos acaban por imponer sus reglas. No sé, pero tengo la impresión de que Topor debía de sentirse más libre cuando dibujaba que cuando escribía. El dibujo es un arte más inmediato, más primitivo… Más cruelmente infantil también, en el caso de Topor.

Por otro lado, si te fijas en los textos de Topor –cuentos, novelas, aforismos o lo que sea- que el propio Topor enriqueció con sus dibujos, te darás cuenta de que esos dibujos en realidad no son “ilustraciones”. No ilustran el texto, si por ilustrar entendemos adornar, iluminar o poner en imágenes lo que ya está dicho con palabras. Lo dibujado rara vez tiene que ver con lo escrito, pero lo interesante es que al entrar en contacto con el texto –así, de forma violenta- lo convierten en algo que el texto no sería a solas, por sí mismo. Es como si saltasen chispazos de sentido inesperados.


Pensaba en aquel vídeo que pusiste de Roland Topor "en el trabajo". Creo que en cierto modo también resume sus relatos, aunque está dibujando. Primero esa sensación infantil, inocente (pese a la botella de vino y el puro, claro), de verle tirado por el suelo. Luego ese dibujo aparentemente normal (aunque solo aparentemente) en el que finalmente aparece ese elemento por el que sus personajes acaban en otro plano, más brutal. Una realidad violentada.

Me gusta mucho ese vídeo (que puede encontrarse en Vimeo bajo el título de Topor Graph) y me encanta el uso que hiciste de él al comienzo de tu reseña de El par de senos más bello del mundo, y me gusta sobre todo en la forma que ha llegado hasta nosotros a través de la Red: con esa textura de una grabación en VHS a la que el paso del tiempo parece haberle arrebatado el color. Creo que así resulta más toporiano. También me gusta mucho esa desnudez a la que igualmente haces referencia en tu artículo. No hay ninguna voz en off que nos dé la turra sobre el proceso creativo, tampoco Topor dice ni mu: solo escuchamos el rasgueo primero del lápiz y después de la plumilla. Y algo aún más importante: la respiración ya un tanto fatigosa del dibujante. Es un vídeo sin voz, “sin letra”, pero tal vez por eso mismo tremendamente sensual –en el sentido de sensorial, no se me tome por donde no voy-: escuchamos el resuello de Topor, y yo casi puedo –no sé si te pasará a ti lo mismo- sentir el olor del habano que se está fumando y su aliento a vino y tabaco. Hay, por cierto, un poemilla suyo que se cierra con unos versos en los que Topor sintetiza en poco más de media docena de palabras su vocación principal: ilustrar “sans complexe le sang, la merde et le sexe”. A Topor le aterraba algo que él consideraba una de las formas más aberrantes de la alienación contemporánea: la negación del cuerpo, es decir, de sus olores, de sus impulsos primarios, de sus funciones fisiológicas básicas… Luego, es cierto que en el modo en que el dibujo va tomando forma hay mucho de narrativo –la narración está en el proceso, no tanto en el resultado-. Ver a Topor dibujar es en cierto modo como escucharle contar un cuento: al final también nos aguarda una sorpresa terrible.


Roland Topor

Noël Simsolo: «Pienso que Roland Topor es un humanista. No un humanista en el sentido que uno le suele dar, porque los verdaderos humanistas son necesariamente pesimistas y no utopistas.»

‘Humanista’ es un término muy connotado, tan gastado y ensanchado por el uso que ya casi le cabe cualquier cosa. A mí, que me crie leyendo a Althusser y a Agustín García Calvo –extraña combinación, ¿no?-, la palabra ‘humano’ y ‘humanista’ me da cierto repelús. Tengo la impresión, tal vez infundada, de que quien habla hoy de humanismo, y sobre todo quien se presenta como humanista, quiere engañar o engañarse, o lo uno y lo otro a la vez. El ‘Hombre’ –así, con H mayúscula- es un monigote ideológico del que conviene desconfiar. Dicho lo cual, y con respecto a la cita de Simsolo que propones, que creo que sí tiene su fuste y su gracia,  me parece que habría que interpretar o détourner la célebre máxima de Terencio en este sentido: “Soy humano y no hay monstruosidad que me sea ajena”. Contra los “mejoradores de la humanidad” y “sin miedo ni esperanza”, se trataría de mostrar al ser humano también –aunque no solo- en sus aspectos más oscuros y menos atractivos, y –no se olvide esto- en su inacabable capacidad de hacer el ridículo. “La sangre, la mierda y el sexo”, como decíamos antes: eso que ocultan tanto los anuncios de desodorantes y de compresas como –paradójicamente- las películas porno. Es curioso porque el porno no huele… Si se piensa, las pestilencias y la pringue de la coyunda amatoria han sido evacuados tanto del cine pornográfico como del mundo publicitario; es decir, de la Realidad que nos formatea… Seguramente divago demasiado, pero a donde quería llegar es a que Topor es, en efecto, un humanista si por tal entendemos aquel que muestra al ser humano sin afeites ni contemplaciones, en toda su mezquina grandeza, en su condición de bípedo implume un poco patizambo y torpón. Lo que no tengo claro es si esto significa adoptar una posición pesimista… En cualquier caso, también aquí me parece vislumbrar una curiosa paradoja, porque el pesimista espera poco o nada del ser humano y no puede sino asombrarse gratamente de los logros y alturas que, de vez en cuando, alcanza este bichejo tan raro, mientras que –me barrunto- el optimista debe de ser un tipo muy avinagrado y resentido: al fin y al cabo, la puñetera realidad no hace más que pisotear y burlarse continuamente de unas expectativas jamás satisfechas.


Leía el texto de Patricio Pron sobre El par de senos más bello del mundo, en Babelia, y ha habido una palabra que me ha dejado completamente descolocado con respecto a Topor: cruel. Es como si no logrará asociar a Topor con esa palabra, no hay manera.

Bueno, yo también he utilizado el término al menos en un par de ocasiones en nuestras charlas, pero ahora me haces dudar, y me haces pensar si no será una etiqueta que utilizamos perezosamente y de forma un tanto irreflexiva para intentar ubicar lo que Topor nos ofrece. En Topor hay sin duda cierto gusto por violentar los cuerpos, por destrozarlos y recomponerlos para ver hasta dónde dan de sí… Basta, sin ir más lejos, con echar un vistazo a Joko fête son anniversaireY en esto entronca, desde luego, con cierta tradición surrealista: con Hans Bellmer y sus muñecas, por ejemplo… Pero me costaría mucho, sin embargo, reconocer en él a un sádico o incluso a un sadiano, y esto a pesar de lo mucho que, como sabemos, le interesaban a Topor la figura y la obra del Divino Marqués. Si en Topor hay crueldad, también hay ternura y humor y joie de vivre y anarquía y jolgorio… Estoy seguro de que, si algo podía repugnar a Topor, era el inexorable reglamentarismo del régimen sadiano. 


Curiosamente, mientras leía El par de senos… (y no había pasado antes, pienso) me vino como referencia pegajosa Lewis Carroll y su Alicia, y no dejaba de pensar en que los personajes de Topor, en algún momento, pasaban "a través del espejo", a un mundo en el que de repente, su normalidad quedaba completamente alterada, vuelta un absurdo.

Tú ya has hablado alguna vez del “puro goce de leer” que supone adentrarse en la obra escrita de Topor, y seguramente podríamos hablar también del “puro goce de mirar” al que nos invitan su obra gráfica y su cine, y así sucesivamente… Porque Topor es inagotable, pero uno nunca se cansa de él, siempre quiere más. Apenas lo has probado, te conviertes en una especie de bulímico, en un adicto a la “toporina”… La referencia a Carroll es evidente en buena parte de su obra –tal vez el ejemplo más claro sea La Princesse Angine, una deliciosa y delirante recreación del mito de Alicia que Topor publicó en el 67-, y el propio Topor tiene algo de Conejo Blanco y de Sombrerero Loco, todo en una sola persona. Internarse en su obra es como deslizarse por el tobogán de la conejera, como participar en una fiesta de no-cumpleaños perpetua… Bien es verdad que el mundo que uno se encuentra después de la caída, o “al otro lado del espejo” –como tú dices-, no siempre es un mundo amable y luminoso, pero ¡quién coño quiere regresar a Kansas después de haberlo conocido!   


¿Qué extraño motivo podemos encontrar para la obsesión, pasión (como queramos llamar a esa manía suya) que tenía por escribir cuentos navideños…?

No sé si alcanza la categoría de una obsesión, pero es cierto que hay algunos cuentos de temática navideña. Recuerdo que en Acostarse con la reina había un par: uno titulado Buena acción, cuyo protagonista es Mr. Scrooge, el avaro dickensiano con corazón –literalmente- de piedra; y otro titulado simplemente Cuento de navidad, en el que un pequeño que aguarda ansioso sus regalos de ídem termina enculado por el mismísimo Papá Noel. En El par de senos más bello del mundo también hay otros dos: otro Cuento de navidad, en el que hay implicada una pequeña secta infantil que conspira contra el mundo de los adultos; y La Belle Époque, que es el cuento que sirve de columna vertebral a tu reseña del libro y en el que Santa Claus también acaba por ser alguien o algo que no nos esperamos. No voy a decir cómo concluye para evitar el spoiler y preservar la sorpresa, pero si podemos leer el comienzo… Dice: “En general a Robin Dubois [Robín de los Bosques] no le gustaban las fiestas, pero por la de Navidad sentía verdadera aversión”, y creo que no resulta muy complicado ver, detrás de la figura de Dubois, al propio Topor, el hijo de una familia de inmigrantes judíos, aunque laicos, al que esta cosa de la natividad del Señor debía de parecerle una costumbre extraña, por no decir “bárbara”. Por otro lado, se diría que la palabra ‘Navidad’ conecta de forma bastante natural con la palabra ‘cuento’: el imaginario colectivo –llamémosle- “occidental”, tan penetrado por el imaginario hollywoodiense, asocia el primer término con grupos humanos sentados frente a la lumbre, y ya se sabe: desde los tiempos de la horda primitiva, el fuego invita mágicamente a la narración oral, a contarse cuentos… En fin, lirismos y especulaciones aparte, pienso que la Navidad era sobre todo un terreno propicio para el gamberrismo y la déconnade toporiana. En las fiestas navideñas se da tal condensación de hipocresías y “buenos sentimientos” que alguien como Topor tenía que verse irremediablemente empujado a mearse en el ponche, robarle la dentadura postiza a la abuela y poner petardos en el pavo relleno.   


Roland Topor

Jodorowsky decía que habían formado el grupo Pánico (él, Arrabal y Topor) contra el aburguesamiento de Breton y los surrealistas (y recuerdo tu anécdota de Topor huyendo de Breton, precisamente). Y también porque estos estaban en contra de todo lo que les gustaba a ellos: cómics, cine de género, etc.

Según el mito fundacional que ha llegado hasta nosotros, Pánico se constituye en el año 1962, en el café parisino de la Paix, muy cerca de la ópera. Arrabal afirmaba, sin embargo, que cualquiera podía proclamarse creador de un movimiento que él mismo veía más bien como un antimovimiento, que cualquiera podía aspirar a ser “el” teórico o investirse presidente de Pánico, porque en realidad ignoraba completamente lo que Pánico pudiera ser. En cualquier caso, parece cierto que, para entonces, Jodorowsky y Arrabal llevaban ya algún tiempo frecuentando La Promenade de Vénus, un café cerca del mercado de Les Halles que se había convertido en refugio de la tribu de Breton.  Para Arrabal, la tertulia de La Promenade era en cierta medida la continuación de la vida de los ateneos que había conocido antes del exilio, y que sin duda echaba de menos, pero nunca llegó a integrarse plenamente en el movimiento surrealista. La “faceta vaticanista y bolchevique del grupo” –según sus propias palabras- lo echaba para atrás. Topor aguantó menos aún, apenas unos pocos minutos si hemos de creer a los cronistas. En cuanto se olió la tostada, pretextando que tenía que ir al lavabo o a comprar pañuelos –aquí las versiones varían-, salió cagando leches sin volver la vista atrás y nunca más regresó. Pero, al margen de cuáles pudieran ser las tiranteces, las desavenencias y los desencuentros personales, me parece evidente que existe un marcado “aire de familia” entre los surrealistas y la santísima trinidad pánica. Los pánico, como los situacionistas, son a pesar de todo hijos del surrealismo… Tal vez unos hijos bastardos y parricidas, pero hijos al fin y al cabo... En ambos encontramos una idéntica aspiración a confundir el mundo onírico y el de la vigilia en una suerte de suprarrealidad, y también esa tendencia a difuminar las fronteras entre el arte y la vida cotidiana, entre otras cosas… No se olvide tampoco que los cinco primeros textos que aparecieron con el marchamo de “pánico” se publicaron en La Bréche, que era una revista que dirigía André Breton… 


Erotismo, sexo, pornografía, canibalismo (añado esta porque igual no me voy muy lejos de las otras tres, tratándose de Topor),… ¿Qué lugar le darías en su obra?

El sexo, ya lo hemos dicho, ocupa un lugar destacado en la obra de Topor. Pero me costaría mucho reconocer en sus libros "libros para leer con una sola mano", a no ser que utilicemos la otra mano para cubrirnos púdicamente un gesto de asombro o de horror, o una carcajada... Supongo que ciertas almas delicadas podrían tildar alguno de sus textos o de sus dibujos de pornográficos, pero qué le vamos a hacer -tant pis!, por decirlo a la francesa-: el bueno de Topor no era responsable de la delicadeza anímica de los otros ni tampoco de la gilipollez ajena, tan ubérrima... Eso sí, parecía estar dotado de un sensorio muy fino que le permitía detectar la estupidez humana en sus múltiples y más variadas expresiones, y luego cachondearse de ellas. En cuanto al canibalismo, elijamos al azar una receta de su Cocina caníbal, que lo tengo aquí al lado. Son las instrucciones para preparar un miope gratinado: “El miope se parece al présbita, solamente tiene los ojos más grandes y una raya en medio. Hay que quitarle las gafas para que tropiece en el gratinado. Se prepara como el bacalao”. Fin de la cita.


¿Me defines lo que Topor pensaba que hacía: déconner?

Topor odiaba definirse, y también en esto hay que alabarle el gusto. Definirse –decía- es algo que uno hace delante de la bofia, cuando nos piden los papeles. Pero lo mejor es evitar a la pasma y sus definiciones. Definirse –añadiría yo- es confinarse y cosificarse, quedarse como acartonado y tieso dentro del ataúd de la definición. Además, las definiciones que nos exigen y nos imponen las distintas fuerzas policiales por lo general tienen que ver con etiquetas procedentes del mundo del trabajo: uno es coach o fresador o sargento de la Guardia Civil o vicario episcopal. O incluso artista. Topor no se sentía nada cómodo con términos como “artista” o “creador” y prefería, si acaso, el marchamo de déconneur, que carece de todas las connotaciones fatigosas propias de los sustantivos que designan oficios. Como señalaba en aquel artículo mío que publicó Détour, “Roland Topor: La carcajada como arte marcial”, “déconner” y “déconneur” son palabras de difícil traducción al castellano. Ambas están emparentadas con “con” (que significa “coño”, pero también “gilipollas” o “imbécil”) y con “connerie” (que es precisamente lo que dicen y hacen los gilipollas). No voy a repetir aquí las disquisiciones filológicas en las que me enredaba en ese texto, pero sí me parece pertinente recuperar la conclusión a la que llegaba entonces: Déconneur es, claro está, el que déconne. No un gilipollas, sino justo lo contrario: un desgilipollizador, si me permites el palabro. Un guasón dotado de un fino olfato para detectar las solemnes gilipolleces que habitualmente se esconden bajo el manto de la seriedad normalizada.



Abril, mayo 2019




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