Ben Rivers y Ben Russell II: Tabula rasa | por Henrique Lage

No hay como descubrir que te has equivocado cuando puedes rectificar, porque entonces entiendes en qué posición estabas antes y en cuál ahora, qué transformación te ha convertido en una persona distinta. El segundo pase de la obra de Ben Rivers y Ben Russell está protagonizado por Russell y por una serie de trabajos que basculan tanto en la presente sesión como en la anterior. La confusión se vuelve mayor y las imágenes saltan de un programa a otro, reformulando lo ya mostrado, en el ejercicio planteado por la comisaria Garbiñe Ortega. Si la anterior sesión hablaba, desde la palabra, de los mitos de creación, de una vuelta a un útero materno verde, este segundo programa, bajo el nombre de Cierren los ojos y vean, invita al espectador a un viaje por los misterios del paisaje interior del hombre.


El primer trabajo exhibido fue Trypps #7 (Badlands) (Ben Russell, 2011), un comienzo excelente para alcanzar ese trance en la audiencia que sin duda busca toda la sesión en concreto y la obra de Russell en general. Los tañidos de una campana marcan el diapasón interno de una mujer, que sufre su propia transformación frente a lo que se revela pronto como el reflejo de un espejo de pie quebrado. Cuando el espejo gira sobre sí mismo, la muchacha desaparece y nuestro punto de vista ya no es el de quien se ve reflejado, sino el del espejo mismo. Sumergiéndose en su propia imagen, en su subconsciente, trasciende a un grado donde las campanas ya no lloran, solo replican.


Inmediatamente después, el conocido cortometraje I... Dreaming (Stan Brakhage, 1988) marca una pauta importante para el resto de la sesión: nuestro mundo interior tiene una representación física, tanto en el hogar como en la familia, que nos define y que actúan de escenario y personajes, respectivamente, aun cuando nos creemos solos, explorando nuestra propia mente. Esta «evocación del estado de sueño», fuertemente dominada por la música, transmite una imagen de desnudez -literal y metafóricamente- del ambiente doméstico de su autor y de una suerte de breve momento de belleza y paz.


Esa pauta que marca la pieza de Brakhage tiene eco en los siguientes trabajos. Aunque rodada a caballo entre los estados de Texas y California, The room called heaven (Laida Lertxundi, 2012) también transmite un ambiente hermético y privado. Aquí, las conductas obsesivas que retrata no son mostradas con una inquietante tranquilidad. La hipnosis a la que nos sometía Badlands ha traspasado a las figuras que pueblan este cortometraje, que realizan, impertérritos, unas pocas y sencillas acciones. Ese estado hipnótico se confirma en la imagen de un hombre que soporta el chorro de una tinaja de agua helada, igual que el escultor con el que concluye Avant pétalos grillados (Velasco Broca, 2006) se mantiene firme bajo una cascada de sangre y el influjo del mentalista Arthur Rowshan.


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En The Quarry (Ben Russell, 2002) nos enfrentamos a un tipo de obra más ortodoxa: la resolución, en único plano fijo, de la fascinación que generan las estatuas de la Isla de Pascua en relación a su entorno, esto es, en cómo se enmarca en un lugar apartado y virgen, que le ofrece ese carácter sacro y emotivo. De todas las piezas mostradas es, quizás, la menos efectiva, tanto en la brevedad como en la incapacidad para asimilar esa primera impresión, quedando más como un registro de viaje que un modo de compartir esa experiencia, que uno imagina con la misma solemnidad con la que se descubre el monolito en la Luna en 2001: Una odisea en el espacio (Stanley Kubrick, 1968).


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Ah, Liberty! (Ben Rivers, 2008) se coló en este programa para convertirse en la más extensa de las obras hasta ahora mostradas. De un tono claramente autobiográfico, el ambiente rural, sucio y hostil es el paisaje de una infancia desordenada que a veces aparece distorsionada por las lentes à la Sokurov. Los niños saltan, gritan y llevan horribles máscaras en un ejercicio de desorden en la línea de Harmony Korine en películas como Gummo (1997) o Trash Humpers (2009). Esos niños cambian sus máscaras por cajas de cartón, porque entre la basura cualquier cosa es juguete. Sea máscara o caja, su mundo se encierra dentro de una cabeza que a veces es una <<Caveman TV>> o que reflejan <<la libertad como una ausencia de ideas>>, esto es, la no-mente de la que se habla cuando hablamos de meditación.
De nuevo, otra pieza como She/Va (Marjorie Keller, 2011) revela un interesante diálogo con  This is it (James Broughton, 1970) y Ah, Liberty! en cuanto a que muestran ese jardín trasero - metafórico y literal- que resume todo el ecosistema del infante. Aquí, la danza infantil y el juego asociado es diseccionada, en otro tipo de juego como es el montaje, y convertida en un tangram coreográfico.


Concluimos la sesión con River Rites (Ben Russell, 2011), un asombroso registro donde, desde el final hasta el comienzo, asistimos a un armónico baile entre una steadycam y los niños que chapotean en un río. Ese río, que desde la perspectiva animista de la tribu es un Dios, sirve para el juego infantil que ya hemos tratado y cobra aquí otra dimensión de paz. La toma pronto revela que el juego se realiza a poca distancia de las limpieza de útiles de cocina o trapos, y esa vida que fluye por el río es lo que le da su carácter divino. La pieza refleja una transición de la convivencia de Russell con el pueblo Saramaka hasta que acude a una serie de conciertos internacionales con su banda, y adopta entonces una actitud muy consciente de su naturaleza de videoclip, de virguería orquestada en función de los golpes de sonido. Esta toma continua reverbera frente a los múltiples cortes de She/Va y I... Dreaming, pero mantiene el mismo sentido de quietud y familiaridad. De un modo menos insistente, River Rites se convierte en la pieza más fuerte e hipnótica de las que aquí ha mostrado Russell, como demostró el interés despertado en la tertulia posterior.


Así, si el cine era una camino hacia la utopía también lo es hacia una iluminación personal, hacia una alteración perceptiva y conceptual que nos acerca más a descubrir nuestro interior. Nuestra realidad se dobla y retuerce, forzando los límites para ofrecer una imagen de cuando nuestros pensamientos no estaban tan organizados, de cuando la sencillez de las cosas no abrumaba nuestro día a día, sino que podíamos centrar toda nuestra atención en el sol que se filtra por la ventana, el limón que sostenemos en las manos o la arenilla que levantamos al patalear en la orilla de un río. Y es en recuperar las sensaciones que estos momentos nos producen de lo que se ocupan las piezas que ambas sesiones han mostrado.



Ben Rivers y Ben Russell: cosmogonías íntimas



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