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Buenas noches España | Raya Martin

Buenas noches España (Raya Martin, 2011)| Por Vanessa Agudo


La clave de Buenas noches España reside en entrar dentro de ella, dejarse llevar en primera instancia por una cadencia visual y musical en la que el montaje sonoro tiene mucha importancia, pues dirige al espectador hacia el viaje que se nos presenta. Ese primer momento sitúa a nuestra pareja de protagonistas en una postura relajada, en un sofá; están, de alguna manera, en nuestra posición, ya que se puede intuir el resplandor de una pantalla frente a ellos. Poco a poco, la imagen irá empequeñeciéndose hasta desaparecer. Y aquí es donde comenzará la acción, una actividad que percibimos como plenamente mental.


Si tuviera que describir una temática para este filme diría que reflexiona propiamente sobre el tiempo, el espacio y la percepción sensorial que tenemos de estos ámbitos. Hay una voluntad de trascender las leyes de la  naturaleza, la forma habitual y convencional de ver el mundo; un deseo de escapismo que se logra por vía alucinógena, que a través de la contemplación de la pantalla nos invita a seguirla. El montaje nos hacer recaer en varios tiempos simultáneos, en el viaje y en el recuerdo del viaje. Los diferentes tiempos coexisten, porque se tienen visiones del pasado como si se vivieran en el presente. Este efecto es el que describía Roger Corman al hablar de su experiencia con el LSD, y es lo que quiso plasmar en el montaje de su película The Trip. Hay un momento en Buenas noches España en el que esta relación se ve claramente: cuando en el interior del museo se contempla un cuadro de un campo con caballos y en el plano siguiente muestra realmente un campo con caballos. El recuerdo se hace presente con la contemplación del cuadro, pero no hay dos tiempos sino sólo uno. Es la facultad de la Imaginación la que logra, en este viaje mental, la plena simultaneidad temporal. Algo similar hace con la percepción del espacio: al ser así mismo simultáneo, se hace posible la teletransportación. También se puede lograr por la magia del montaje cinematográfico, que permite reunir los elementos más dispersos en un todo.


Resulta curioso que, en su deambular, nuestros personajes acaben en un museo. En su interior toda la Historia queda, en cierta manera, condensada. Al observar las obras allí recopiladas y expuestas podemos ver, casi en un sólo golpe de vista, un proceso histórico. Tampoco es casual que ante esta contemplación se produzca un punto de inflexión, pues es precisamente al descubrir la obra del pintor filipino Juan Luna y Novicio que la pareja cambia de actitud. Hasta este momento habían estado observando la naturaleza, recorriendo carreteras, deambulando juntos; se les veía alegres, dentro de esta opción de escape. En cambio, al ser conscientes del expolio de Filipinas aparece el llanto. Se detienen delante de estos cuadros durante más tiempo, han descubierto la terrible verdad que se esconde tras la aparente felicidad colonial. Conscientes de esta situación de desigualdad, la propia tristeza les impone un nuevo distanciamiento. Y se marchan, literalmente, a la luna. No sólo es una referencia a Méliès, sino un nuevo nivel de alienación; deciden transportarse más allá del ámbito de actuación humana. Ese deseo crecerá a su vez, desapareciendo también de este plano. Los últimos minutos de metraje nos muestran el recorrido de un planeta. Martin nos ha llevado desde el sofá hasta el universo, de lo particular a lo universal.


La manera en la que el director combina contenido y forma es muy inteligente, pues si he señalado el interés por transgredir las leyes naturales de la percepción por parte de los personajes, también hay una clara intención de transgredir los propios límites del lenguaje cinematográfico. Quizás no llegue a traspasarlos, pero juega a combinar recursos de manera insólita. Se inspira mucho en el cine mudo, por ejemplo, en su evidente ausencia de diálogo. Pero esto no lo veo tanto en relación con el cine primitivo sino dentro de la lógica esotérica del filme, donde la pareja se comunica con un lenguaje íntimo e intransferible reservado para los amantes. En cambio, sí que coquetea con el mudo tintando algunas escenas, tal y como se hacía con los fotogramas antiguos. Y emplea los mismos colores: amarillo, azul, rosa.... Usa recursos sonoros con fines humorísticos, puesaparecen ruidos onomatopéyicos que acompañan las carreras de los personajes. Así, se aproxima tanto al cine de atracciones como al lenguaje del cómic. A su vez está filmando en super 8, un formato que se considera desaparecido, reivindicando una estética pop muy cercana a la de Zulueta en su pieza Roma-Brescia-Cannes. En definitiva, Raya Martin ha sabido maridar las diversas épocas cinematográficas hasta conseguir producir una hipnótica muestra de su talento.


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