Walk Away Renée | por Elena Duque
Jonathan Caouette ya ha pasado antes por estas páginas, por cuenta de la perturbada y perturbadora Tarnation, en un estupendo artículo de Laura Menéndez Prendes. Un escrito que refleja hasta qué punto la historia de Caouette, ese nudo indisoluble con su familia, agrede al espectador al exponerle a una intimidad escabrosa. Podemos entonces recoger el hilo que lanza este artículo para continuar con la historia de Caouette, pues estamos ante una continuación, quizás más serena, de Tarnation, algo así como el Veinte años no es nada del psicodrama familiar del director.
Walk Away Renée recoge en su título otra referencia pop (a la canción de The Left Banke del mismo título) muy pertinente con la acción que transcurre en el filme: Jonathan recoge a su madre, Renée, de una casa tutelada de Texas para llevársela a vivir cerca de su casa, en Nueva York. Presenciamos así la mudanza y sus vicisitudes, que incluyen la pérdida de los esenciales medicamentos antipsicóticos por el camino, la lucha con la burocracia hospitalaria y un nuevo descenso a las profundidades de la enfermedad de la madre. El propio metraje encontrado de vídeos domésticos de Caouette, material de base de Tarnation, retrocede para dejar paso a una filmación aún con apariencia doméstica (y en muchos casos realmente doméstica) pero mucho más consciente, que revela de forma más evidente lo que es el cine de Caouette. Que no es, pienso, un diario filmado ni una exhibición de la intimidad, pues para el director la intimidad es una forma más de representación. El histrionismo de Caouette, que ya conocemos de Tarnation, y su propia intervención como actor y director del drama de lo real, es posiblemente algo indispensable para la propia supervivencia y para la comprensión de una trayectoria vital difícil de creer y de asimilar. No tiene, entonces, más remedio que contar su historia. Y, como dice Laura, no puede dejar de actuar porque se ha acostumbrado a hacerlo.
La película empieza con una especie de previously on... a modo de introducción, como la del principio de temporada de las series, recapitulando cosas sucedidas anteriormente, resituándonos en el contexto. Descubrimos datos nuevos y los cabos sueltos se van atando, pero según el metraje avanza, el tono se va modulando. Tarnation, con su sobreabundancia de canciones y actuaciones, es de algún modo una ópera rock. Walk Away Renée adopta una postura más serena y melancólica, añadiendo un halo místico casi de ciencia ficción, en la parte más alucinatoria del filme. Pues Caouette parece comprender, en este nuevo viaje (físico y espiritual), que Renée y él son dos reversos de lo mismo, dos mundo indisolublemente ligados. Por tanto, y aunque Caouette haga filmes sobre su familia, en realidad hace filmes sobre sí mismo. Contemplando su vida como si fuese la de otro, nos introduce en su propio juego, en el que la realidad, difícil de soportar, se visualiza a través de la cámara como una ficción. Y es por eso que, personalmente, no termino de sopesar Tarnation o Walk Away Renée como invasiones de una intimidad, pues, al igual que ha pasado con las sucesivas ediciones del televisivo Gran Hermano, la verdadera intimidad se esconde detrás de personajes inventados para la cámara de manera más o menos consciente. Diría, más bien, que las películas de Caouette son ficciones reales. Tarnation, melodrama y ópera rock, y Walk Away Renée, un drama espiritual y existencial que, por momentos, con sus planos generados por ordenador del universo (de ese universo), recuerda más de una extraña manera a El Árbol de la Vida que a cualquier diario filmado. Una concepción del cine y de la vida que invita a preguntarse -con insana malicia- si la pérdida de los medicamentos sucedió realmente o es un giro argumental provocado para añadir suspense y emoción a la trama. Y que hace examinar el melancólico happy ending del filme (Renée y su nueva dentadura) bajo otra luz.
La respuesta instintiva a ambas películas, entonces, en mi caso, es conmoverme, entristecerme y emocionarme como el espectador de una ficción que utiliza todos los recursos a su alcance para extraer esas reacciones de su público. Un cuento enfermo y desdentado, una realidad que supera a la ficción incluso en su poder agotador de sacudir las emociones del espectador, quizás de manera más impúdica que quien enseña su intimidad.
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