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La estructura ausente: Outrage | por Ferdinand Jacquemort


Presentada como una especie de regreso a la cordura, Outrage, después de todo, no es el regreso de nada, ni tan siquiera de su cine de yakuzas. Históricamente hablando, Takeshi Kitano ha intentado suicidarse dos veces: para la primera de ellas, utilizó una motocicleta y un árbol. Fue tras Sonatine y consiguió la parálisis parcial de su cara. Para el segundo intento, más elaborado, utilizó dos películas, Takeshis' y Glory to the filmmaker!, y esta vez se lanzó contra sus seguidores y los críticos. Un Kitano agotado ajustaba cuentas con su trabajo como actor en la primera y como director en la segunda, para venir a decir que estaba harto y cansado. El resultado fue la parálisis parcial de su cine, motivo de una evolución que pocos comprendieron. Kitano no tenía derecho a ser él mismo, sólo podía ser lo que querían los demás. Achilles and the tortoise iba un poco de eso, de un artista que está siempre en el lugar equivocado. Luego, llegó Outrage, y muchos respiraron satisfechos: Kitano perdía. Y sin embargo... Outrage no vuelve a ningún sitio, ni tan siquiera es otra vuelta de tuerca, ni rompe con nada (es difícil en un cine tan personal como el suyo romper con uno mismo). Es simplemente, lo que no estaba. La estructura ausente. Si hasta el momento Kitano nos había ofrecido el acto final de una representación más compleja, que se nos escapaba, si su personaje era un tipo en estado terminal, viviendo sus últimas horas, su última película es precisamente aquello que precede a esos instantes. El género de yakuzas es un género extremadamente estructurado, hasta el punto de que buena parte de sus películas son exactamente iguales: un miembro de una familia mafiosa que sale de la cárcel, se encuentra con que todo está cambiando, asiste a cómo su jefe le traiciona o muere a manos de un nuevo grupo, y debe vengarse en un sangriento acto liberador, ejemplificado y llevado al máximo en las películas de Kinji Fukasaku (verdadero maestro y referente del género, tanto para Kitano como, por otro lado, para Takashii Miike). En Sonatine o Hana-Bi sólo asistíamos a ese final, y ahora Outrage nos devuelve el resto, a través de una historia típica en la que el director elimina cualquier tiempo muerto y se entrega sin descanso a una sucesión lógica e implacable, terrible, de destrucción, en la que él se hace a un lado, porque después de todo, todos están a un lado en esta historia, los acontecimientos les pasan por encima, y sólo queda seguir de algún manera. Entonces esperamos ese acto final, pero Kitano nos dice, en cierto modo, De acuerdo, yo pierdo, vosotros ganáis, pero no hay nada glorioso en todo esto. Ya no hay ninguna necesidad de suicidarse, hay que dejarse llevar, pero...


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