El principio del fin | por Manuel Ortega
Recomendar Aurora puede ser contraproducente. Puedo ganar algún amigo instantáneo pero también puedo hacer enemigos eternos de esos que no te olvidan aunque tú te mueras. Porque Aurora no es un trayecto fácil ni agradable, no es una historia con paisajes y paradas obligatorias, no es lo que se podía esperar tras que se nos muriera el señor Lazarescu y todos rezáramos al unísono por el nuevo cine rumano. Aurora es, sobre todas las cosas, un disparo nihilista y desesperado de un director que no le tiene miedo ni al tiempo ni al espacio de su propia obra. Una propuesta tan libre que se permite empezar casi a la mitad de la película y terminar al principio, como si no importara nada más que ser (todo el tiempo) la moraleja sin moral y escurridiza de una fábula desesperanzada. Una radiografía sucia y borrosa del derrumbe de los sueños personales y colectivos de todo un milenio, dotada de un sentido del humor incómodo y discutible que se empecina en lograr dejarnos desorientados y dolidos por algo que en un primer momento parece que ni nos interesa ni nos afecta. Una obra tan grande como pesada que no os dejará indiferentes.