Circo (Los Hijos, 2010)| Por Henrique Lage
La hasta ahora breve obra del Colectivo Los Hijos se ha caracterizado por su desnudez. Todos sus trabajos presentan, de una u otra forma, una necesidad de desprenderse de elementos a veces por el paradójico método de enfrentarse directamente con sus referentes. Así, tanto en El sol en el sol del membrillo (2008) como en Ya viene, aguanta, riégame, mátame (2009) la cita en sí misma servía para mostrar los espacios cinematográficos desprovistos de figuras humanas; poco después, Los materiales (2009) partía de lo que en otra metodología habría sido objeto de descarte para trazar la negación de un documental.
Se podría decir que Circo (2010) no es otro paso hacia esa desnudez, si no pura destrucción con poco o nada de catártico. La carpa que parsimoniosa y dolorosamente se yergue en la primera parte del largometraje no puede estar más desprovista de épica, erigiéndose como una bandera (rota) de cierto tipo de cine. Es una señal de derrota que aventura una historia sobre el fracaso y la incapacidad para levantar un espectáculo no ya contra viento y marea, sino contra el sentido común. Aunque el Colectivo nunca llegue a juzgar a sus protagonistas, es imposible no ver la negación en la que viven en favor de su arte, sacrificados por transmitir una emoción donde solo quedan retales. En Los Hijos, la necesidad de la firma colectiva obliga a disipar una autoría, ejerciendo más un trabajo intelectual que emocional, donde es la frialdad y despersonalización lo que nos pone en guardia.
Tienen Los Hijos la delicadeza de mostrarnos todos los preparativos para la actuación, incluido cómo se publicita a través de una de las secuencias menos afortunadas formalmente de toda la película; y una vez que esta actuación tiene lugar, el público es omitido, quedando solo reflejado en los niños que preguntan por los animales o hacen cola pero que nunca se encuentran refugiados bajo esa carpa patética. Entre la obligación de crear arte con un trapo y un palo y la voluntariedad de planteárselo como reto también se esconde el temor a un cambio, la necesidad de un replanteamiento en la naturaleza de este “circo” y de elegir otro camino con mayor salida, por mucho que hiera nuestro orgullo o quiebre nuestros deseos. Recogida la carpa, solo les queda la huída hacia delante, nocturna y triste, partiendo con ellos el circo de la desilusión.