Holidays (Víctor Moreno, 2010)| Por Ignasi Mena
La premisa del documental Holidays de Víctor Moreno es simple pero efectiva. Ya desde sus primeros segundos, con la cita de César Manrique que aparece en pantalla, podemos imaginarnos con exactitud lo que ocurrirá en los 80 minutos siguientes: tradición vs progreso, la lentitud vs la prisa, la soledad vs la multitud y el jolgorio... El tema es de sobras conocido, pero Moreno consigue, gracias a la belleza y a la sencillez de su discurso, que disfrutemos de su propuesta. Se entiende la necesidad de denunciar la erosión cultural, paisajística y tradicional sufrida en la isla de Lanzarote por culpa del turismo y el capitalismo agresivo, y uno como espectador suele ponerse del lado de los buenos, aquellos vestigios de un pasado y un modo de vivir y entender el mundo cargados de sencillez, tradición y buena voluntad.
Ahora bien, el modo de mostrar cada elemento de la dicotomía (tradición vs progreso) tiene trampa: para Lanzarote y sus habitantes, un mundo y sus seres en supuesto peligro de extinción, planos cinematográficos, bellos, calculados al milímetro, dirigidos, que se oponen a la imagen descuidada, abandonada al azar, fea y de apariencia barata con la que seguimos las andanzas de una familia de domingueros de Liverpool por la infraestructura turística levantada en la isla. Los dos mundos (el histórico, real, y el nuevo, turístico, falso) se supone que conviven, pero en ningún caso se nos muestra algún choque entre ellos. Tampoco encontramos desavenencias entre los dos tipos de imagen: lo bonito se relaciona en todo momento con lo trascendente, aquello que vale la pena salvaguardar para la posteridad, y lo feo con el mal en forma de alcohol, discotecas, borreguismo y soledad.
Hay un punto reduccionista en esta manera de enfocar el problema. Sin duda sirve para subrayar las distinciones entre los mundos, pero quizás lo difícil sería intentar verlos desde un solo punto de vista, tratarlos como iguales para así permitir que lo intrínsecamente malo de uno de los dos se revelase por sí mismo. Lo que nos ofrece Moreno no es comprensión o análisis, sino postales bellas del bien y vistas feas del mal. O, dicho de otro modo: un juego de espejos en el que lo que acaba por surgir, más que la verdad de una situación alarmante, son los prejuicios morales de quien está hablando. Es fácil creer en la cultura, la historia y la tradición cuando miramos a través de los ojos de Antonioni. Mucho más complicado -y quizás más interesante- sería analizar (¡o defender!) la miseria del dinero, del capitalismo, del progreso, verdaderos reyes de un mundo sin belleza.